ÁFRICA ORIENTAL: “CUNA” DE LA
ESPECIE HUMANA
Valentín Vásquez
San Andrés Ixtlahuaca, Oaxaca,
México
valeitvo@yahoo.com.mx
Introducción
Desde que Darwin escribió El
origen del hombre en 1871,
mucho se ha escrito acerca de la evolución de la especie humana. Sin embargo,
es poco lo que se ha escrito sobre el papel de la tecnología paleolítica,
específicamente de los instrumentos de trabajo utilizados para la producción de
bienes de subsistencia del hombre primitivo, especialmente de los alimentos y
su impacto en el desarrollo del cerebro como órgano supremo, particularmente en
la corteza cerebral sustrato material del pensamiento abstracto.
Indudablemente que son los paradigmas de las épocas
históricas los que condicionan el carácter de las investigaciones en las
ciencias particulares. En este sentido el paradigma filosófico predominante en
las disciplinas científicas particulares, hasta el presente y aún más durante
los siglos XVII, XVIII y XIX, consiste en considerar a la inteligencia –mente- como el
rasgo esencial de la especie humana, a tal grado que el gran naturalista sueco
Carlos Linneo clasificó al hombre como Homo
sapiens (hombre sabio),
dejando de lado otros atributos muy importantes propios de la especie humana,
como son: el trabajo, entendido como la capacidad de fabricar herramientas laborales
y el lenguaje articulado fundamento del pensamiento abstracto.
El otro paradigma particular que reinó durante el siglo XIX
en el terreno de la Geología fue el uniformismo, el cual explicaba los
fenómenos geológicos como producto de un prolongado proceso de acumulación de
cambios graduales, es decir, negaba los saltos en la aparición de los nuevos
eventos geológicos. Este paradigma dejó honda huella en la formación de
científica de Darwin, de tal suerte, que en su magna obra: El origen de las especies (1859) al considerar la evolución
como una serie de cambios graduales muy prolongados; por consiguiente, negó los
cambios bruscos o saltos en la
naturaleza en general y en particular en el desarrollo de las especies vivas. Además,
resaltó a las facultades mentales como las más importantes que definen al
hombre.
En realidad fueron los instrumentos de piedra más
rudimentarios, los que permitieron a los antecesores inmediatos del hombre primitivo,
probablemente los Australopithecus
que sobrevivieron de la caza de los animales salvajes con los que coexistieron
en el Oriente de África y así elevarse a un nuevo peldaño de la evolución para
dar origen al Homo habilis hace unos dos millones de años. Posteriormente
apareció el Homo erectus hace 1.5
millones de años, mejoró las herramientas de trabajo que le permitieron un
mayor desarrollo, particular importancia tuvo el invento de fuego, tecnología
que le permitió protegerse del frío y de los animales depredadores salvajes y
para cazarlos; además, el fuego le permitió el cocido de los alimentos tanto
vegetales como animales, lo que favoreció una mejor asimilación de los mismos, lo que favoreció la disminución de tamaño del sistema digestivo y al mismo tiempo contribuyó al aumento del cerebro. Las nuevas tecnologías y el cocido de
alimentos (vegetales y animales), conjuntamente favorecieron el
desarrollo de un cerebro más grande y más complejo, a tal grado, que pesaba en
promedio 900 gramos, muy por arriba del de su predecesor el Homo habilis, cuyo cerebro pesaba unos
650 gramos. Así pues, es evidente el cambio cuantitativo en el tamaño del
cerebro, pero como es obvio no se puede dejar de lado el aspecto cualitativo,
por lo que a la par con el crecimiento, el cerebro se volvió más complejo.
Después de un período muy prolongado apareció el hombre de Cro-Magnon hace unos 35 mil años en Europa (Francia) con un cerebro más grande (1500 gramos) y más complejo, perfeccionó los instrumentos de trabajo, con esto su actividad productiva se hizo más compleja socialmente, lo que repercutió en la aparición necesaria del lenguaje articulado, base del pensamiento abstracto evidenciado en las pinturas rupestres que plasmaron en cuevas.
Después de un período muy prolongado apareció el hombre de Cro-Magnon hace unos 35 mil años en Europa (Francia) con un cerebro más grande (1500 gramos) y más complejo, perfeccionó los instrumentos de trabajo, con esto su actividad productiva se hizo más compleja socialmente, lo que repercutió en la aparición necesaria del lenguaje articulado, base del pensamiento abstracto evidenciado en las pinturas rupestres que plasmaron en cuevas.
Los restos fósiles de homínidos asociados con herramientas
paleolíticas, prueban, que fue el trabajo y la dieta esencialmente carnívora,
los que hicieron posible, primero, el tránsito del Australopithecus al Homo
habilis y finalmente del hombre moderno de Cro-Magnon. Es decir, fue y
sigue siendo el trabajo el que define propiamente a la especie humana y lo
distingue del resto de los animales en general y de los primates en particular.
Como se trata del único homínido que sobrevivió y se transformó en la especie
humana primitiva, por consiguiente, se puede definir al hombre moderno como homínido
que fabrica herramientas de trabajo para transformar la naturaleza para obtener bienes de subsistencia y en cuyo proceso transforma su fisiología y anatomía corporal y cerebral.
En el presente escrito se estudia el donde (África oriental)
y el cuándo (tiempo) apareció el trabajo, rasgo esencial que define a la
especie humana y la diferencia cualitativa de sus antecesores inmediatos.
1. Marco de referencia
1.1. Teórico general
El marco de referencia teórico general que orienta el estudio de temas particulares, es un conjunto de principios universales, que es el resultado de la generalización de los conocimientos de las ciencias particulares. Ya desde principios del siglo XIX, el gran pensador alemán Friedrich Hegel realizó la generalización de los avances científicos de las principales ciencias de su tiempo (lógica, química, biología, historia social, etc.) y expuestos en su monumental obra: Ciencia de la lógica entre 1812 y 1810. Esta obra está dividida en tres partes: doctrina del ser, en la que expone la ley de la transformación recíproca de la cantidad y la cualidad inherente a todos los procesos del universo. Se trata de un principio universal que refleja el carácter contradictorio de la materia en movimiento. En este sentido concibe el movimiento material como la unidad contradictoria entre la cantidad vs la cualidad. Es decir, el movimiento de la materia consiste en la acumulación gradual de cambios cuantitativos que en un rango que no altera la cualidad de los objetos, pero si se un límite (inferior o superior) se produce una ruptura violenta de continuidad o gradualidad y se genera una nueva cualidad (nuevo objeto). Así se producen los terremotos, los volcanes, los huracanes, etc. y en los procesos biológicos la aparición de todas las especies, así como su desaparición representan rupturas de la gradualidad para dar origen a nuevas cualidades…En la segunda parte de su obra: doctrina de la esencia expone la ley más importante: la ley de la contradicción, consecuencia de su polémica principalmente con la ley de la identidad de la lógica aristotélica que concibe los procesos lógicos carentes de contradicción, es decir, que un objeto o es una o cosa o es otra, pero no puede ser al mismo tiempo, la unidad de aspectos contradictorios, cuando en realidad dice Hegel que la ley de la contradicción es inherente a todos los procesos del universo, es decir, se trata de una ley universal, la más importante, pues, es la contradicción la que mueve a la materia en sus transformaciones cuantitativas y cualitativas. En este sentido, la ley del tránsito recíproco de la cantidad y la cualidad es un caso particular de la ley de la contradicción, ya que la cantidad vs la cualidad son dos aspectos contradictorios de la materia en movimiento. La contradicción conduce a la negación recíproca de los aspectos contradictorios, que implica el retorno al punto de partida pero a un nivel superior. A este proceso de doble negación que lo expuso en la tercera parte de su obra (doctrina del concepto), Hegel la denominó ley de la negación de la negación, que postula que en el universo todos los procesos son cíclicos, más concretamente escribió que los procesos se mueven en espiral. De la ley de la negación de la negación se deduce que la tendencia del movimiento de la materia en general, pero sobre todo de los fenómenos biológicos, es de lo simple a lo complejo; desde luego se trata de una tendencia, que no excluye los retrocesos temporales.
Si bien es cierto que las tres leyes universales descubiertas por Hegel en la esfera del pensamiento (lógica), fueron en gran parte resultado de especulación filosófica, particularmente de una dialéctica de los conceptos, pero se trató de conjeturas geniales confirmadas posteriormente por tres grandes descubrimientos científicos a mediados del siglo XIX: descubrimiento de la teoría celular (1837-1838), que estableció que tanto los animales como los vegetales tiene como unidad estructural a la célula, descubrimiento que implicó el derrumbamiento de la barrera que separaba a los animales de los vegetales, es decir, que existe continuidad y discontinuidad entre plantas y animales; ley de la transformación de la energía (1843-1844) que postula la transformación recíproca de las diferentes formas de energía, es decir, que esta ley también implica la inexistencia de barreras entre las distintas formas de energía, también hay continuidad y discontinuidad entre las mismas; y, la teoría de la evolución expuesta por Darwin en su Origen de las especies (1859), en la que fundamenta el movimiento biológico de las especies vivas, que aunque sólo consideró el aspecto evolutivo en detrimento en detrimento de su contraparte: lo revolutivo, si se trató de una revolución científica en la Biología, dado el contexto histórico en la escribió y publicó su obra, caracterizado por la concepción inmutables de los organismo vivos de tinte religioso. Poco después, en 1871 Darwin publicó en 1871 El origen del hombre en la que también concibe el origen y la evolución de la especie humana a partir de un ancestro que muy probablemente se encontraba en África.
Así pues, los grandes descubrimientos del siglo XIX confirmaron genialmente las leyes universales descubiertas por Hegel y los siguientes descubrimientos científicos hasta la actualidad las siguen confirmando.
Las tres leyes universales descubiertas por Hegel y confirmadas después son de inapreciable utilidad en el estudio de los problemas de las ciencias particulares por su carácter metodológico.
1.2. Metodológico
El conocimiento científico se mueve de lo que perciben los órganos de los sentidos, es decir, de la sensibilidad al pensamiento abstracto. Sin embargo, ese salto de lo sensible a lo insensible, es un paso complejo, ya que implica como primera etapa la transformación de la gran variabilidad de los fenómenos sensibles singulares, a través de la abstracción, en conceptos abstractos en los que están contenidos los aspectos genéricos inherentes a un conjunto de objetos individuales y se expresan a través del lenguaje escrito o verbal. El concepto es el primer producto del pensamiento abstracto y es la forma mediata y generalizada de la realidad sensible. En este sentido el concepto constituye la “célula” del pensamiento abstracto, pero el concepto no agota el contenido del pensamiento abstracto, es necesario definirlo, es decir, hay que darle contenido por medio de su definición. La definición no es cualquier ocurrencia u opinión, sino que tiene toda una fundamentación lógica, puesto, que en sentido riguroso es la expresión lógica de los rasgos genéricos esenciales de un conjunto de objetos singulares. Así pues, definir consiste en el descubrimiento a través de la abstracción, los rasgos generales (comunes) esenciales inherentes a un conjunto de fenómenos individuales y convertirlos en lógica (definiciones). De hecho una definición es la elevación de un concepto particular a otro de mayor generalidad.
Las definiciones tampoco agotan el contenido del pensamiento abstracto, pero son el fundamento lógico de las clasificaciones, que son los siguientes peldaños del movimiento del conocimiento científico. Con otras palabras, si lo que caracteriza a la definición son los rasgos comunes esenciales de una multitud de objetos individuales, es obvio que es la base de su clasificación. Esta consiste en la agrupación de un conjunto de objetos en base a sus rasgos genéricos (comunes) y se organizan de lo general a lo singular o viceversa.
Si bien es cierto que los conceptos, definiciones y clasificaciones no agotan el contenido del pensamiento abstracto, si son el fundamento de todas las ciencias, ya que cualesquiera ciencias particulares son un sistema de conceptos, definiciones y clasificaciones de los objetos de estudio para reducir su variabilidad.
Con base en el marco de referencia descrito el primer paso necesario para el estudio racional de un objeto de estudio es su definición, ya que de ella depende la posterior clasificación de la variabilidad de los objetos de estudio. En consecuencia, para el presente estudio, lo primero que hay que hacer es definir es el concepto hombre, concepto que comprende a todos los hombres del mundo y como tal es resultado de la abstracción de los rasgos singulares (individuales) sensibles, como son razas, religiones, tecnologías, etc. y concentrarse en los rasgos genéricos esenciales que definen a la especie humana.
Dada la prolongada historia de la especie humana de aproximadamente 2 millones de años y de su población de casi todo el planeta, desde el hombre primitivo (Homo habilis) hasta el hombre actual es evidente que los rasgos genéricos principales propios de todos los hombres, son: el caminar erguido, el trabajo, el lenguaje articulado y el pensamiento. Históricamente el desplazamiento bípedo antecedió al trabajo y al pensamiento, y, en consecuencia fue el rasgo que caracterizó a los Australopithecus que antecedieron a la especie humana. Representó toda una revolución biológica, pues, con el caminar vertical, las extremidades anteriores quedaron libres y con ellas nuestros antepasados manipularon objetos (piedras, palos, huesos, etc.) para defenderse de los animales salvajes depredadores, con los que coexistieron en África Oriental. Posteriormente, las manos no solo les sirvieron para manipular objetos, sino que también las utilizaron para fabricar instrumentos de trabajo rudimentarios, principalmente de piedra, para protegerse de la fauna salvaje, particularmente, de los animales carnívoros; además, las herramientas de trabajo fueron fundamentales para la apropiación de alimentos vegetales y caza de animales salvajes. En este sentido el trabajo fue esencial para la transformación de los Australopithecus en especie humana.
El trabajo definido como la capacidad del hombre para fabricar instrumentos de trabajo, aparece en forma rudimentaria con el hombre primitivo (Homo habilis) y se desarrolla sucesivamente con el Homo erectus, el Homo sapiens, el hombre neolítico con el que se produjo la primera revolución tecno-productiva que dio origen a la domesticación de plantas silvestres y animales salvajes, con lo que surge respectivamente la agricultura y ganadería en Medio Oriente hace unos 10 mil años. El trabajo fundamento de la tecnología siguió perfeccionándose y después de miles de años de relativo estancamiento, en la segunda mitad del siglo XVIII apareció la primera revolución tecnológica: la Revolución Industrial de naturaleza mecánica en Inglaterra, que posteriormente se extendió por todo el mundo. A la primera revolución tecnológica moderna, le sucedieron otras revoluciones tecnológicas, entre las que destacan: la química, la eléctrica, etc. y la más reciente la informática que ha revolucionado las telecomunicaciones. En todas las revoluciones el trabajo ha sido crucial y se ha reafirmado como la capacidad para fabricar herramientas de trabajo para transformar la naturaleza en beneficio del hombre.
El lenguaje es otra característica propia del hombre y fue crucial para su sobrevivencia y también fue consecuencia del trabajo, ya que la caza de animales salvajes y recolección de productos vegetales, requería de reuniones previas para planear y también después para compartir los alimentos obtenidos y compartir experiencias, lo que necesariamente implicó la necesidad de comunicarse, con lo que propiamente surge el lenguaje, que es indispensable para desarrollar el pensamiento abstracto. En fin sin lenguaje articulado no hay pensamiento abstracto, pues, sin lenguaje no es posible la generalización.
El pensamiento que es otro rasgo esencial de la especie humana, fue y sigue siendo consecuencia del trabajo, pues, fue la capacidad de elaborar instrumentos de trabajo lo que condicionó el crecimiento y mayor complejidad del cerebro del hombre primitivo. Después fue el trabajo el que permitió al hombre producir el fuego, invento de trascendental importancia que sirvió al Homo erectus para protegerse del frío y de sus depredadores y principalmente cocinar sus alimentos y con ello los hizo más asimilables, condiciones que en su conjunto contribuyeron al desarrollo del cerebro humano y así la especie humana se elevó a la cima de la evolución animal.
Finalmente si una definición es el movimiento de un concepto particular a otro más general, en consecuencia, se puede definir al hombre como un homínido que fabrica instrumentos de trabajo para transformar la naturaleza y a sí mismo (física y mentalmente).
2. Antecedentes
2.1. Geológico
Carr (2013) explica que para entender el origen de los animales mamíferos en general y de los primates en particular, es importante: Primero comprender algo de la historia geológica de la Tierra. Al examinar el mapa se observa que coinciden la costa oriental de Sudamérica y la occidental de África, como piezas de un gigantesco rompecabezas; y sin duda hace millones de años los dos continentes estuvieron unidos. Junto con la India, la Antártida y Australia, África y Sudamérica formaron antaño un súper-continente: Gondwana. El mecanismo separador de Gondwana se llama tectónica de las placas. La capa superficial más fría de la Tierra, su litosfera, está formada de secciones rígidas, o placas, que flotan en otra capa más caliente y plástica, la astenosfera, cuyas corrientes de mueven las placas. La actividad en la astenosfera rompió las placas que sostenían a África y Sudamérica, esta última se desplazó hacia el oeste y África hacia el este, y así fue, se creó entre ellas el ancho océano Atlántico. Las mismas fuerzas que empujaron a África a su posición presente, al lado de Eurasia, también la dividieron gradualmente. Durante los últimos 30 millones de años, la placa africana ha estado relativamente inmóvil, pero reposa sobre un grupo de “puntos calientes” volcánicos en los que el material de magma fundido de la astenosfera burbujea desde lo muy profundo de la Tierra y crea enormes domos. Al expandirse los domos se fracturan y al ensancharse esas grietas, con el tiempo podrían dividir al continente africano. Ahora hay en África Oriental una inmensa grieta de unos 6500 kilómetros de largo, que corre al norte desde Mozambique, por Tanzania, Kenia y las altiplanicies de Etiopía, hasta Asia Menor. A lo largo del norte de esta grieta se formó el Mar Rojo, que separó a África de la Península Arábiga. Por el extremo meridional el Gran Valle de la Fosa Tectónica (Rift) separa a África Oriental del resto del continente, un milímetro por año. El Gran Valle tiene centenares y casi mil metros de profundidad en algunos lugares. Varía en anchura entre 40 y 80 kilómetros y contiene casi todos los grandes lagos de África: Turkana (antes Rodolfo), Kivy, Nyasa, Alberto, Eduardo y Tanganica. También algunos volcanes, que figuran entre las montañas más altas de África. El Monte Kilimanjaro, coronado de nieve, volcán extinto y mayor pico de África, se eleva a 5895 metros. Pero la actividad volcánica, más que los asombrosos lagos y montañas, ha sido factor importante en el desarrollo de la flora y fauna del continente y de la historia antigua del hombre en África Oriental. Los volcanes quizá hayan sido la fuente principal de incendios, que crearon y extendieron las sabanas, en las cuales ocurrió mucho de la evolución humana y animal. El fuego volcánico tal vez haya dado al hombre primitivo uno de sus primeros y más importantes recursos, el fuego. Los descubrimientos de algunos de los fósiles más antiguos en el Gran Valle indican que las orillas de lagos creados por volcanes propiciaron la humanización de los semi hombres trashumantes. El África del pasado geológico reciente fue sin duda una manifestación espléndida, cuyo clímax es el suceso más estremecedor en toda la historia de la Tierra: la humanización de los primates, el surgimiento del hombre. Tras muchos años de tenaz e imaginativa exploración antropológica, especialmente de Louis y Mary Leakey, en el desfiladero de Olduvai, en Tanzania, de su hijo Richard, cerca del Lago Turkana, en Kenia, y de Donald Johanson, en Hadar, Etiopía, se ha desenterrado el más rico acervo de fósiles humanos y prehumanos en todo el mundo. Los fósiles del humano más primitivo, el Homo habilis, encontrados cerca del Lago Turkana, retrotraen la existencia humana a unos dos millones de años.
Imagen 1. Principales placas tectónicas de la Tierra
La interacción de las placas litosféricas mostradas en la imagen anterior, son movidas por el calor interno de la Tierra causando los diferentes procesos geológicos, entre los que destacan: terremotos, volcanes, océanos y montañas. Particular importancia tiene la fractura geológica que partió al Oriente de África, para dar origen al Valle del Rift y otras formas del relieve (montañas, mesetas, depresiones, etc.) que al alterar la trayectoria de los vientos de la atmósfera cambiaron cualitativamente el clima y con ello la flora y la fauna, dentro de la que aparecieron los primates, de la que se derivaron los monos antropoides y los homínidos que en su desarrollo originó al hombre primitivo (Homo habilis) en el Este africano.
Imagen 2. Valle del Rift en el Oriente de África
La historia del Valle del Rift inició hace unos 30 millones de años cuando empezó la separación de las placas de Nubia y de Somalia, provocando la una fractura geológica y algunos de millones de años dará origen a un nuevo océano.
2.2. Climático
2.2. Climático
El clima es parte del medio ambiente (suelo, aire y agua) y a pesar que por definición es la sucesión periódica más habitual que perdura como tendencia a mediano plazo, es de primordial importancia para la aparición y adaptación de los organismos vivos, su relativa estabilidad ha cambiado cualitativamente muchas veces en la prolongada historia geológica de la Tierra de aproximadamente 4500 millones de años, por diferentes causas, siendo las principales las astronómicas y las físicas.
2.2.1. Causas astronómicas
Las causas astronómicas tienen que ver con la geometría de la órbita terrestre alrededor del Sol que cambia de circular a elíptica cada 100 mil años, precesión de los equinoccios cada 26 mil años y cambio del eje de inclinación terrestre de 21 a 24.5 Cº cada 41 mil años.
Las causas astronómicas que cambian cualitativamente los climas son de la Tierra se especifican en la imagen previa: geometría de órbita terrestre que cambia de circular a elíptica en ciclos de por lo menos cada 100 mil años, cambio del eje de inclinación de nuestro planeta de 21 a 24.5° en ciclos de cada 26 años y el movimiento de precesión que tiene que ver con la órbita elíptica de la Tierra alrededor del Sol, lo que implica que en su trayectoria a veces está más lejos del Sol (afelio) y a veces pasa más cerca (afelio), condición que determina la intensidad de la radiación que recibe de nuestra estrella (Sol). Actualmente el invierno en el hemisferio Norte se presenta en el perihelio, por consiguiente, se trata de inviernos moderados, pero en unos 12 mil años -porque el Holoceno ya lleva aproximadamente 12 mil años, el invierno en el hemisferio Norte ocurrirá en el afelio, entonces, los inviernos serán más fríos.
Así pues, los factores astronómicos también cambian el clima, tan es así que todo el período Cuaternario que inició hace un millón de años, ha estado gobernado por causas astronómicas que han provocado las glaciaciones cada 100 mil años interrumpidas por períodos breves interglaciales relativamente cálidos, como el Holocenos que estamos viviendo actualmente, que ha permitido la Revolución Neolítica (agricultura, ganadería e industria) pero que probablemente en cualquier momento dará paso a una nueva glaciación y con ella la extinción de especies vegetales y animales, así como el surgimiento de nuevas especies de flora y fauna adaptadas a las nuevas condiciones climáticas.
2.2.2. Causas físicas
Así pues, los factores astronómicos también cambian el clima, tan es así que todo el período Cuaternario que inició hace un millón de años, ha estado gobernado por causas astronómicas que han provocado las glaciaciones cada 100 mil años interrumpidas por períodos breves interglaciales relativamente cálidos, como el Holocenos que estamos viviendo actualmente, que ha permitido la Revolución Neolítica (agricultura, ganadería e industria) pero que probablemente en cualquier momento dará paso a una nueva glaciación y con ella la extinción de especies vegetales y animales, así como el surgimiento de nuevas especies de flora y fauna adaptadas a las nuevas condiciones climáticas.
2.2.2. Causas físicas
Las causas físicas principales que han alterado cualitativamente los climas del planeta en millones de años, es la tectónica de placas, que consiste en el movimiento de las placas relativamente rígidas de la litosfera que flotan por encima de la astenosfera y son movidas por el calor interno de la Tierra a una velocidad horizontal de alrededor de tres centímetros por año, cuya interacción (choque, separación y deslizamiento paralelo) durante la larga historia de nuestro planeta ha generado continentes, océanos, volcanes, terremotos, montañas, etc. Es decir, la tectónica de placas ha cambiado drásticamente la distribución de océanos y continentes, así como su relieve (montañas, valles, mesetas, etc.) por los que se mueve la atmósfera, cuyo movimiento genera el tiempo meteorológico y a mediano plazo el clima, crucial para el desarrollo y adaptación de los organismo vivos en general y de la especie humana en particular.
2.2.3. Climas de África Oriental
Arzuaga y Martínez (1998) escriben que las precipitaciones en África subtropical muestran en la actualidad una marcada dependencia estacional y siguen los ciclos anuales del monzón africano. Durante el verano boreal el calentamiento de las tierras interiores continentales provoca la entrada de aire húmedo procedente del océano Atlántico ecuatorial. De este modo, en el centro y oeste del África subtropical las lluvias son muy abundantes. En el África oriental las precipitaciones son siempre mucho menores, porque el aire húmedo tiene que recorrer mayor distancia y además, se interponen barreras montañosas en las que precipitan las nubes la escasa humedad que todavía contienen, por lo que el aire más seco desciende en el oriente africano, generando un clima relativamente seco. En invierno, la circulación atmosférica se invierte y los vientos fríos y secos del noreste soplan en toda la región, perjudicando en mayor medida, de nuevo, al África oriental; mientras en el oeste, algunas corrientes locales siguen aportando aire cálido y húmedo procedente del océano Atlántico tropical. En estas condiciones, la vegetación del oeste de África subtropical se conserva, todavía como selva húmeda. El este de África es, por el contrario, mucho más árido. Sus ecosistemas son ahora de sabana, con predominio de las formaciones herbáceas sobre los árboles.
Los mismos autores afirman que Peter deMenocal ha elaborado un modelo teórico de cómo los diferentes factores climáticos han afectado a los climas de las latitudes bajas africanas en los últimos millones de años. El modelo explica cómo el clima del África subtropical puede ser influido por las oscilaciones climáticas del norte, es decir, por las glaciaciones. Entre otras condiciones, estudia el efecto del enfriamiento del océano Atlántico norte sobre los vientos monzones en África. Según el autor del modelo, hace unos 2.8 millones de años se produjo un fenómeno que cambió radicalmente la historia del clima del hemisferio norte y afectó gravemente a los ecosistemas en los que se desarrollaba la evolución de nuestros ancestros: se trata del inicio de las oscilaciones climáticas de gran amplitud, con hielos permanentes en muchas tierras del norte en las épocas frías. Los registros marinos en las zonas subtropicales de los océanos Atlántico e Índico, que bañan las costas africanas, muestran que dichas oscilaciones climáticas, influyeron severamente en el clima del África ecuatorial. Desde entonces el retroceso de las masas boscosas en estas tierras, en beneficio de las sabanas y formaciones herbáceas en general, ha sido permanente e imparable. Esta parece haber sido la condición entre hace 2.8 a 1 millón de años. De igual manera, los registros marinos indican que, desde hace aproximadamente 1 millón de años, la dependencia climática de esta región de África respecto de las oscilaciones del norte se ha agudizado. El modelo teórico de deMenocal es capaz de explicar el aumento de la aridez en el África subtropical y su correlación con los períodos glaciales boreales. La causa fundamental aducida es que el enfriamiento de las aguas del Atlántico norte originó una serie de monzones africanos de veranos más fríos y menos húmedos que terminaron por empeorar la estabilidad de los bosques tropicales del África Oriental. No obstante, como los factores astronómicos han existido siempre y las glaciaciones solo se han producido en determinadas épocas de la historia de la Tierra, hay que admitir que estas situaciones extremas aparecen solo cuando las fluctuaciones de la geometría de la órbita terrestre y cambios en la inclinación del eje de nuestro planeta se superponen otras circunstancias. Una es, desde luego, el movimiento hacia los polos de las masas continentales por la tectónica de placas, que favorece la acumulación de hielo y dificulta la llegada de aguas cálidas tropicales.
Los climas de África condicionados principalmente por causa físicas, principalmente por la tectónica de placas y por causas astronómicas, se presenta en la siguiente imagen.
Imagen 4. Climas de África
Según la imagen espacial anterior, los climas dominantes del Continente Africano es el desértico(BWh) existente en el norte en el desierto del Sahara que se continúa en las depresiones del Valle del Rift en Hadar Etiopía, Lago Turkana en Kenia y Barranca de Olduvai en Tanzania; así como en Sudáfrica en la faja de los desiertos del hemisferio Sur. Asociados con los climas desérticos descritos están los climas seco-esteparios (BSh) contiguos con el desierto del Sahara en su porción sur y se extienden en la parte oeste del Valle del Rift envolviendo a los climas desérticos también descritos. Siguen en extensión los climas cálido húmedos (Af, Am y Aw) en la parte central oeste de África, que por su ubicación geográfica en las regiones tropicales del continente, son las regiones más lluviosas. Finalmente existen los climas de montaña (Cf y Cw) que se caracterizan por ser climas templados y húmedos.
2.3.
Geología y suelos
Así pues, son principalmente la tectónica de placas y factores astronómicos (variación de la geometría de la órbita de la Tierra cambios en la inclinación de su eje) las causas que han alterado los climas y con ello la flora, fauna y los suelos del mundo, particularmente en el Oriente de África, escenario espacial en el que se desenvolvió la evolución de los homínidos que condujeron a la aparición del hombre primitivo (Homo habilis).
Imagen 5. Suelos de la sabana de clima templado semi-húmedo
Fuente: Foto tomada por el autor en Maasai Mara en Kenia (2019)
Los suelos observados en la imagen anterior son arcillosos de color obscuro derivados de rocas que al derivarse de rocas basálticas son fértiles. Esto explica los exuberantes pastizales, hierbas, matorrales y árboles espaciados de la sabana en la Reserva Nacional de Maasai Mara, de la que viven los animales salvajes herbívoros y los animales carnívoros que se alimentan de ellos. El clima seco-estepario (BSh), que se caracteriza por escasas precipitaciones en comparación con las elevadas evaporaciones, ha causado en algunas partes de la reserva nacional en la que dominan los suelos arcillosos la acumulación de sales, tal como se observa en la imagen anterior.
Respecto a los suelos de la Reserva Nacional de Shaba situada al norte de Nairobi, Kenia, rumbo al lago Turkana, se muestra en la imagen que sigue.
Imagen 6. Suelos de la sabana de
clima templado semi-desérticoRespecto a los suelos de la Reserva Nacional de Shaba situada al norte de Nairobi, Kenia, rumbo al lago Turkana, se muestra en la imagen que sigue.
Fuente: Foto tomada por el autor en la Reserva Nacional de Shaba en Kenia (2019)
En la foto anterior se observan suelos de colores claros derivados de granitos y dado el clima desértico (BWh), las precipitaciones son escasas y las evaporaciones muy elevadas, condición ambiental que ha determinado la formación de suelos poco desarrollados y de baja fertilidad natural, como lo evidencia la escasa flora (pastos, matorrales y acacias espaciadas) y consecuentemente también fauna escasa (animales herbívoros y carnívoros).
El clima desértico y la baja fertilidad natural de los suelos en la cuenca del Lago Turkana, condicionaron la evolución del Australopithecus afarensis, particularmente, los que sobrevivieron a la competencia con los animales carnívoros salvajes de la sabana por el escaso alimento, se vieron obligados, primero a manipular objetos para proveerse de alimentos y para protegerse de las fieras, luego la capacidad para fabricar herramientas de trabajo que, aunque rudimentarias fueron esenciales para la aparición del hombre primitivo (Homo habilis).
2.4. Histórico
Actualmente existen numerosos trabajos que tratan del origen de la especie humana, pero en este escrito, solo se hace referencia al trabajo de Darwin (1871) denominado: El origen del hombre, por ser la obra que sienta las bases para el estudio del origen y evolución de la especie humana. Una clase biológica, al agrupar a un conjunto de especies que comparten rasgos comunes, deben tener un ancestro común. En este sentido, escribe que la “constitución homóloga en toda la estructura de los miembros de una misma clase no podemos comprenderla sino admitiendo su procedencia de un progenitor común, juntamente con su ulterior acomodamiento a diversas condiciones. Pensando de otra suerte, es de todo punto inexplicable la similitud que existe entre la mano del hombre o del mono, el pie del caballo, la aleta de una foca, el ala de un murciélago, etc.”
La clasificación basada en la comunidad de rasgos genéricos,
es la que permite explicar el hecho de que los miembros de toda una clase
presentan fases idénticas en sus fases iniciales de desarrollo, así como la
conservación de estructuras rudimentarias. Darwin lo explica, en la siguiente
cita:
“De esta suerte podemos decirnos ahora cómo el hombre y los
demás animales vertebrados se hallan construidos según el mismo modelo general,
como también atraviesan todos idénticos estadios primeros de desarrollo, y
cómo, finalmente, conservan ciertos rudimentos comunes. Consiguientemente a
esto, hemos de admitir con toda franqueza su comunidad de origen, pues fijar
otro punto de vista para esta cuestión es tanto como admitir que nuestra propia
estructura y la de los animales que nos rodean son sencillamente lazos
engañosos tendidos a nuestro entendimiento. Esta conclusión adquiere grandísima
fuerza cuando lanzamos una mirada a los miembros de toda la serie animal, y
consideramos las pruebas que nos suministran sus afinidades, clasificación,
distribución geográfica y sucesión geológica. Nuestros propios prejuicios y la
arrogancia que hizo a nuestros antepasados declararse descendientes de
semidioses, son lo único que nos impide aceptar esta conclusión”.
Refiriéndose a la especie humana, la presencia de
estructuras rudimentarias, indican que el hombre desciende de una especie
biológica inferior. Así lo pone de manifiesto en el siguiente pasaje:
“Algunas partes rudimentarias en el hombre, como el cóccix
de los dos sexos, y los pechos en el masculino, no falta en ningún caso,
mientras que otras, como el foramen supra condiloideo, sólo aparecen en ciertas
condiciones, y se hubieran podido incluir en el capítulo relativo al retroceso.
En fin, todas las anteriores estructuras, que se deben al retroceso, y asimismo
las que, propiamente hablando, son rudimentarias, revelan de un modo innegable
que el hombre desciende de alguna forma inferior”.
La siguiente cita es crucial para entender el otro
paradigma que ha reinado durante mucho tiempo, y todavía sigue muy arraigado en
la mente de los hombres comunes y de ciencia. Se trata de un paradigma de
naturaleza filosófica y consiste en considerar a la inteligencia o razón
–facultades mentales- como rasgo esencial de la especie humana, en detrimento
de otras características. En palabras de Darwin:
“En su estado actual más imperfecto, el hombre es siempre
el animal más dominante de cuantos han aparecido sobre la superficie de la
Tierra. El hombre se ha derramado por la vasta extensión del mudo mucho más que
otro cualquier animal bien organizado, cediéndole todos el paso. Esta inmensa superioridad
la debe indudablemente a sus facultades intelectuales, a sus hábitos sociales,
que le llevan a ayudar y a defender a sus semejantes, y a la conformación
característica de su cuerpo. La importancia suprema de estos caracteres ha
quedado demostrada en el resultado final de la lucha por la existencia. Las
altas facultades intelectuales del hombre le han permitido desarrollar el
lenguaje articulado, que es el agente principal de sus extraordinarios
progresos…El hombre inventó varias especies de armas, trampas, aperos, etc.,
con los cuales mata o coge la presa y obtiene de mil maneras el sustento.
Construyó balsas o canoas en que pescar y pasar a islas vecinas más fértiles.
Descubrió el arte de hacer fuego, transformando por su auxilio en digeribles, duras
y fibrosas raíces, y en inocentes y sanas, hierbas venenosas. Este último
descubrimiento, el más grande sin disputa después del lenguaje, data de una
época anterior a la aurora de la historia. Este último descubrimiento el más
grande sin disputa después del lenguaje, data de una época anterior a la aurora
de la historia. Estos diferentes descubrimientos, que elevaron al hombre a un puesto
tan preeminente, cuando de suyo lo era él ya antes, son resultado directo del
desarrollo de sus facultades, a saber: de la observación, memoria, curiosidad,
imaginación y razón”.
En el párrafo citado, Darwin, describe varios aspectos
típicos de la especie humana, como son: hábitos sociales, fabricación de armas,
desarrollo del lenguaje articulado, el descubrimiento del fuego y su impacto en
el procesamiento de los alimentos; pero de todos los rasgos descritos, es la
facultad mental la más importante que le permitió al hombre extenderse por todo
el planeta y elevarse por encima de las especies animales.
En lo referente al trabajo del hombre primitivo, Darwin, lo
valora, como una actividad práctica compleja:
“El martillar un clavo con precisión es cosa difícil, como
saben cuántos entienden de carpintería. Tirar una piedra con la puntería que
posee un fueguino, para defenderse o para matar pájaros, requiere la más
consumada perfección en la acción combinada de los músculos de la mano, brazo y
hombro, y poseer al mismo tiempo tacto exquisito. Para arrojar una piedra o
lanza, y para otros muchos actos, debe el hombre estar firme sobre sus pies, lo
cual demanda a la vez una coadaptación perfecta de una multitud de músculos.
Para tallar un trozo de pedernal y formar con él un utensilio cualquiera, por
rudo que sea, o para hacer de un hueso un anzuelo o un gancho se requiere también
una mano maestra; porque, como Schoolcraft, el juez más apto en esta materia,
lo hace notar, el arte de dar a fragmentos de piedra forma de cuchillo, lanza y
saeta, muestra una habilidad extraordinaria y muy larga práctica.
Suficientemente lo prueba el hecho mismo de haber practicado los hombres
primitivos la división del trabajo: cada individuo no trabajaba sus
utensilios de pedernal, o rudas vasijas, sino que, según parece, existían
algunos dedicados a estos trabajos, y recibían, en cambio, sin duda, productos
de caza. Es convicción entre los arqueólogos que debió de transcurrir mucho
tiempo antes de que nuestros antepasados pensaran en gastar la superficie de
los pedernales rotos para hacer utensilios pulimentados. Sin duda que un animal
semejante al hombre, provisto de manos y brazos, perfectos para tirar con
precisión una piedra o para hacer de un trozo de pedernal un tosco apero,
después de haberse ejercitado el tiempo necesario en sólo lo que respecta a la
habilidad mecánica, podría efectuar casi todo lo que es capaz de hacer un
hombre civilizado. Desde este punto de vista puede compararse la conformación
de la mano a la de los órganos vocales, que sirven a los monos para emitir
gritos, diversas señales o como una especie de cadencias musicales, al paso que
en el hombre estos órganos vocales, muy semejantes a los del mono, se han
adaptado a la expresión del lenguaje articulado por efecto hereditario del
uso”.
Respecto al caminar erguido, Darwin, lo concibe como un
suceso de trascendental importancia, al permitir que la mano realice
movimientos voluntarios, sin ella, el hombre no hubiera alcanzado el lugar
predominante que tiene sobre la Tierra. Además, las manos con el bipedalismo,
se convirtieron en órganos naturales, primero para manipular objetos para
defenderse y luego para fabricar herramientas de trabajo: “Desde el momento en que algún
miembro de la gran serie de los primates, ya por haber cambiado la manera en
que hasta entonces había buscado su subsistencia, ya por haber mudado las
circunstancias que le rodeaban, empezó a vivir menos entre las ramas y más
sobre el suelo, su modo de locomoción debió, por tanto, modificarse también,
viniendo por consecuencia a ser el animal más estrictamente cuadrúpedo o
absolutamente bípedo. Los papiones, que frecuentan parajes roqueños y
monstruosos, retirándose a los árboles sólo por la necesidad, han adquirido
casi el mismo andar del perro. Solo el hombre se ha convertido en bípedo, y
creo que en parte podemos barruntar cómo llegó a tomar esa posición que forma
uno de sus más notables caracteres. En efecto, sin el uso de las manos, tan
admirablemente conformadas para obedecer al menor deseo de la voluntad, nunca
hubiera el hombre llegado a tomar la posición dominante en que hoy le vemos
marchar sobre la Tierra. Sir C. Bell insiste en afirmar “que la mano del hombre
suple a todos los instrumentos, y por su correspondencia con el entendimiento,
le asegura el dominio universal…Pero con dificultad hubieran podido nunca las
manos y los brazos llegar a la fabricación perfecta de armas, o lanzar con
puntería precisa piedras y dardos, mientras habitualmente se empleaban dichos
miembros en la locomoción, o en soportar el peso del cuerpo, o, como antes
notamos, mientras tuviesen por fin especial el trepar de rama en rama. Empleo
tan rudo hubiera llegado a embotar el sentido del tacto, del cual depende
principalmente el delicado uso a que se destinan los dedos. Esas causas solas
bastarían sin duda para que la posición vertical fuera ventajosa al hombre;
pero a más de esto es indispensable para muchas acciones que, así los brazos
como toda la parte superior del cuerpo, queden libres, para lo que es menester
apoyarse con firmeza sobre ambos pies…Si ventajoso es para el hombre mantenerse
sólidamente sobre los pies y tener sus manos y brazos libres, como nos lo
confirma de modo indudable su triunfo en la lucha por la existencia, no vemos
por qué razón no hubiera sido también ventajoso a sus primeros progenitores
erguirse más cada vez y convertirse al fin en bípedos. Con esta nueva postura
hallábanse más aptos para defenderse con piedras o palos, dar caza a su presa,
o de otros mil modos procurarse el necesario sustento. El libre uso de brazos y manos, en
parte causa y en parte efecto de la posición vertical del hombre, parece haber
producido en nuestro organismo otras modificaciones de estructura. Los primeros
machos del hombre debieron probablemente estar provistos, de grandes dientes
caninos; pero así que gradualmente se fueron habituando a defenderse de sus
enemigos o antagonistas con piedras, palos y otras armas, debieron también
servirse menos cada día de sus mandíbulas y dientes para este efecto. Las
mandíbulas en este caso, así como los dientes, se fueron reduciendo de tamaño,
como parece demostrado con casi completa seguridad en innumerables casos
análogos”.
El papel de la selección natural en el hombre y en los
monos antropomorfos, es caracterizado por Darwin en el siguiente pasaje:
“No hay duda de que los individuos mejor conformados fueron
los que mejor lo alcanzaron, y que en mayor número sobrevivieron a los
restantes. Si se hubiese extinguido el gorila y las otras formas afines,
hubiera podido objetarse, con gran fuerza de razones y con apariencia de
verdad, que no es posible que un animal pueda convertirse gradualmente de
cuadrúpedo en bípedo, puesto que todos los individuos que se hallasen en estado
de transición estaban muy mal conformados para toda clase de locomoción. Pero
ahora sabemos, y nótese bien esto, que los monos antropomorfos se encuentran
actualmente en ese estado intermedio, y nadie puede negar que no están en
conjunto bien acondicionados para su género de vida. Así, por ejemplo, el
gorila corre torcido y con pesadez, pero generalmente anda apoyándose en sus
dedos doblados. Los monos que poseen brazos largos se sirven de ellos como
muletas, se balancean echando el cuerpo hacia adelante; pueden andar y correr
con rapidez, de pie, ciertas especies de hylobates, sin que nadie les haya
enseñado, aunque no tengan la seguridad que el hombre y sean imperfectos sus
movimientos. Todos estos casos nos demuestran, en suma, que en los monos
actuales existen diversas graduaciones entre el modo de locomoción propio del
cuadrúpedo y del bípedo; así, pues, y según hace notar un autor nada sospechoso
(Broca), los monos antropomorfos se asemejan más en su estructura al tipo de
los bípedos que al de los cuadrúpedos”.
Respecto a las facultades mentales, las concibe como de
trascendental importancia, en el aumento de tamaño del cerebro:
“A medida, seguramente, que se desarrollaban las diversas
facultades mentales, debió también aumentarse el tamaño del cerebro. No creo
que haya quien dude que el volumen del cerebro en el hombre, relativamente al
resto del cuerpo, cuando se le compara con la proporción guardada desde el
mismo punto de vista por el gorila y el orangután, se halla íntimamente
relacionada con la gran superioridad de las facultades mentales del hombre”.
En lo relativo a la clasificación de la especie humana,
destaca el gran trabajo, del eminente naturalista sueco Carlos Linneo, quien en
1758 clasificó al hombre dentro del género de los primates:
“En lo referente a la clasificación, genealogía y lugar de
origen del hombre, escribe que “muchos naturalistas siguen de nuevo la idea
primeramente sugerida por Linneo, idea bien notable por su profunda sabiduría,
colocando al hombre en el mismo orden que los cuadrumanos, bajo el título de
primates. Es preciso reconocer la justicia de esta conclusión: primeramente,
porque debemos grabar en nuestro entendimiento lo insignificante que es para la
clasificación el mayor desarrollo del cerebro del hombre, a lo cual se agrega
que las grandes diferencias existentes entre los cráneos del hombre y los de
los cuadrumanos son, en la apariencia, resultado del distinto desarrollo de los
cerebros”.
En seguida caracteriza a los simios. Divide a los simios (monos)
en catarrinos del antiguo continente y los monos platirrinos del nuevo
continente. Por sus características anatómicas, el hombre está emparentado con
los monos catarrinos del viejo continente:
“Debemos estudiar con algún detenimiento la clasificación
de los simios. Esta familia ha sido dividida por casi todos los naturalistas en
el grupo catarrino, o monos del antiguo continente, caracterizados, como de su
nombre se deduce, por la peculiar estructura de las ventanas de su nariz y
tener cuatro premolares en cada mandíbula; y en el grupo platirrino o monos del
nuevo continente, formado por dos subgrupos sumamente distintos, en que se
notan orificios nasales de estructura muy diversa de la de los anteriores y
seis premolares en cada mandíbula, prescindiendo de algunas otras
insignificantes diferencias que pudieran citarse. Ahora bien; el hombre, sin
género de duda alguna, por su dentadura, estructura de los orificios nasales y
varios otros aspectos, pertenece a la división de los catarrinos o del antiguo
continente , y por ningún carácter tiene más parecido con los platirrinos como
sea en algún que otro de escasa importancia y de naturaleza a todas luces
acomodaticia. De aquí es que debe tenerse por improbable que alguna antigua
especie del nuevo mundo, en sus variaciones, produjera seres de aspecto humano
con todos los caracteres propios de la división del antiguo continente,
perdiendo al mismo tiempo sus distintivos propios. Resulta, pues, por
consecuencia, que el hombre es una rama del árbol simio del antiguo continente,
y que bajo el punto de vista genealógico se le debe colocar en el grupo
catarrino”.
En lo relativo al origen geográfico de la especie humana,
Darwin, lo ubica certeramente en África, tal como lo han confirmado los
posteriores trabajos de paleoantropología:
“El orden mismo de las cosas nos obliga a decir algo acerca
de la cuna de la humanidad, o sea, aquella etapa de su descendencia en que
nuestros progenitores se apartaron de los catarrinos. De las íntimas relaciones
del hombre con los monos del antiguo continente, con claridad se desprende que
nuestros progenitores habitaran las mismas regiones que aquellos, y no
Australia ni cualquier otra de las islas del océano, como fácilmente nos lo
confirman las leyes de la distribución geográfica. En todas las grandes
regiones del globo los mamíferos existentes guardan estrechas relaciones con
las especies extinguidas del mismo país. Podemos, pues, con gran probabilidad
afirmar que África fue antes habitada por especies que ya no existen, que eran
muy parecidas al gorila o al chimpancé; y como quiera que estas dos especies
son las que más se asemejan al hombre, es también probable que nuestros
antecesores habitaran África más bien que otro continente alguno”.
Las grandes ideas son producto de su tiempo (época histórica) y constituyen los paradigmas que dominan la mente por largos períodos.
El idealismo filosófico surgido esencialmente con Platón
desde la cultura griega antes de Cristo y llevado a su máxima expresión por la
filosofía hegeliana, es el paradigma filosófico que ha perdurado por mucho
tiempo y sigue todavía muy arraigado en la sociedad. En lo concerniente a la
evolución del hombre, se distingue, por dar prioridad al pensamiento, como
rasgo esencial de la especie humana, con lo que margina otras facultades del
hombre tornándolas secundarias.
El paradigma contrapuesto en el ámbito de la evolución de
la especie humana, fue propuesto por Engels y consiste en considerar
al trabajo como fundamento material que condicionó la transformación del mono
en hombre.
Concretamente, Engels (1876), cinco años después de la obra
de Darwin acerca de El Origen
del hombre, en un escrito inconcluso, titulado: El papel del trabajo en la
transformación del mono en hombre, escribió:
“El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los
especialistas en economía política. Lo es, en efecto, lo mismo que la
naturaleza, que provee de materiales que él convierte en riqueza. Pero el
trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda
la vida humana. Y lo es en grado tal que, hasta cierto punto debemos decir que
el trabajo ha creado al propio hombre”.
Refiriéndose a los monos antropomorfos escribió: “Es de
suponer que como consecuencia, ante todo, de su género de vida, por el que las
manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies,
estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el
suelo y empezaron a adoptar cada vez más una posición erecta. Fue el paso
decisivo para la transición del mono al hombre”.
Con el trabajo las relaciones sociales se volvieron más
complejas y junto con las premisas biológicas, dieron origen al lenguaje. Tanto
el trabajo como el lenguaje condicionaron el desarrollo del cerebro:
“En resumen, los hombres en formación llegaron a un punto
en el que tuvieron algo que decirse unos a otros. La necesidad creó el órgano:
la laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero
firmemente, mediante modulaciones que producían a su vez modulaciones más
perfectas, mientras los órganos de la boca aprendían poco a poco a pronunciar
un sonido articulado tras otro…La comparación con los animales prueba que esta
explicación del origen del lenguaje a partir del trabajo y con el trabajo es la
única correcta…Primero el trabajo, luego con él el lenguaje articulado, fueron
los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue
transformando gradualmente en cerebro humano, que, a pesar de toda su
similitud, lo supera considerablemente en tamaño y en perfección. Y a medida
que se desarrollaba el cerebro, se desarrollaban también sus instrumentos más
inmediatos: los órganos de los sentidos. De la misma manera que el desarrollo
gradual del lenguaje es acompañado necesariamente del correspondiente
perfeccionamiento del órgano del oído, así también el desarrollo general del
cerebro está ligado al perfeccionamiento de todos los órganos de los sentidos…
El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente
claridad de conciencia, el poder de abstracción y de discernimiento cada vez
mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo y el lenguaje, estimulando más
y más su desarrollo. Cuando el hombres se separa definitivamente del mono, este
desarrollo no cesa ni mucho menos, sino que continúa, en distinto grado y en
distintas direcciones entre los distintos pueblos y en las diferentes épocas,
interrumpido incluso a veces por regresiones de carácter local o temporal, pero
avanzando en su conjunto a grandes pasos, considerablemente impulsado y, a la
vez, orientado en un sentido más preciso por un nuevo elemento que surge con la
aparición del hombre completo: la sociedad”.
En seguida Engels plantea cuestiones de trascendental
importancia para comprender la evolución del hombre. Primero, precisa que el
trabajo empieza propiamente con la fabricación de instrumentos. Luego la
alimentación, derivada de la caza y la pesca, actividades que
aportaron carne para la nutrición del hombre primitivo. La alimentación
omnívora, con una proporción cada vez mayor de la carne fue crucial en el
desarrollo del cerebro. Sin la alimentación carnívora no se habría dado la
transformación del mono en hombre:
“Seguramente tuvieron que pasar centenares de miles de años
–que en la historia de la Tierra tienen menos importancia que un segundo en la
vida de un hombre- antes de que la sociedad humana surgiese de aquellas manadas
de monos que trepaban por los árboles. Pero, finalmente, surgió. ¿Y qué es lo
que volvemos a encontrar como diferencia característica entre la manada de
monos y la sociedad humana? Otra vez el trabajo…No cabe duda de que la
explotación rapaz debía llevar a la raza de monos que superaba con ventaja a
todas las demás en inteligencia y capacidad de adaptación a utilizar en la
alimentación un número cada vez mayor de nuevas plantas y cada vez más partes
comestibles de éstas; en una palabra, debía llevar a que la alimentación, cada
vez más variada, aportase al organismo nuevas y nuevas sustancias, las cuales
creaban las premisas químicas para la transformación de estos monos en seres
humanos. Pero todo esto no era trabajo en el verdadero sentido de la palabra.
El trabajo comienza con la elaboración de instrumentos. ¿Y qué son los
instrumentos más antiguos, si juzgamos por los restos que nos han llegado del
hombre prehistórico, por el género de vida de los pueblos más antiguos que
registra la historia, así como por el de los salvajes actuales más primitivos?
Son instrumentos de caza y de pesca; los primeros utilizados también como
armas. Pero la caza y la pesca presuponen la transición de la alimentación
exclusivamente vegetal a la alimentación acompañada con el uso de la carne, lo
que significa otro importante paso en el proceso de transformación del mono en
hombre. La alimentación con carne ofreció al organismo, en forma casi completa,
las sustancias más esenciales requeridas por el organismo para su metabolismo…Y
cuánto más se alejaba el hombre en formación del reino vegetal [en su
alimentación], más se elevaba sobre los animales. De la misma manera que el
hábito a la alimentación mixta convirtió al gato y al perro salvajes en
servidores del hombre, así también la adaptación de la alimentación con carne
combinada con la dieta vegetal contribuyó poderosamente a dar fuerza
física e independencia al hombre en formación. Pero donde más se
manifestó la influencia de la dieta con carne fue en el cerebro, que recibió
así en cantidad mucho mayor que antes las sustancias necesarias para su
alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento fue haciéndose mayor
y más rápido y perfecto de generación en generación. Debemos reconocer –y
perdonen los señores vegetarianos- que el hombre no habría llegado a ser hombre
sin la alimentación con carne”.
Otro gran invento básico para la evolución del hombre, fue
primero la “domesticación” y luego el uso del fuego principalmente en la
preparación de los alimentos obtenidos en la caza. La incorporación de
alimentos cocidos en la dieta del hombre, implicó otro salto en la evolución
del hombre, especialmente en el desarrollo de la capacidad cerebral. En
palabras de Engels:
“La alimentación con carne significó dos nuevos avances de
importancia decisiva: el uso del fuego y la domesticación de animales. El
primero redujo aún más el proceso de digestión, ya que permitía comer, como si
dijéramos, comida medio digerida; el segundo multiplicó las reservas de carne,
pues junto con la caza, ofrecía una nueva fuente para obtenerla en forma más
regular y proporcionó, con la leche y sus derivados, un nuevo alimento, que en
cuanto a composición era por lo menos del mismo valor que la carne. Así, pues,
estos dos avances se convirtieron directamente para el hombre en nuevos medios
de emancipación”.
Es en el siguiente pasaje donde Engels plantea con toda
claridad el idealismo filosófico que ha perdurado por siglos en la mente de los
hombres y que acostumbra explicar las acciones por los pensamientos y en la
esfera de la especie humana prioriza las facultades mentales sobre el papel del
trabajo:
“El rápido progreso de la civilización fue atribuido
exclusivamente a la mente, al desarrollo y a la actividad del cerebro. Los
hombres se acostumbraron a explicar sus acciones por sus pensamientos, en lugar
de buscar esta explicación en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la
mente del hombre, que así toma conciencia de ellas). Así fue como, con el
transcurso del tiempo, surgió esta concepción idealista del mundo que ha
dominado el cerebro de los hombres, sobre todo desde la desaparición del mundo
antiguo, y que todavía lo sigue dominando, al punto de que hasta los
naturalistas de la escuela darwiniana más materialistas son aún incapaces de
tener una idea clara sobre el origen del hombre, pues esa misma influencia
idealista les impide ver el papel desempeñado aquí por el trabajo”.
Niésturj (1972) argumenta que la evolución de los simios antecesores del hombre estuvo estrechamente relacionada con los violentos procesos tectónicos que, en el Mioceno y el Plioceno, hace unos 25 millones de años, transformaron la corteza terrestre. Se formaron en ese entonces pliegues montañosos gigantescos, que cambiaron el clima de tropical húmedo se transformó en templado y, en algunas regiones, se volvió más frío y seco; así, las grandes selvas se volvieron menos frondosas y hasta desaparecieron. Parte de la fauna desapareció; otra, se vio obligada a adaptarse a las nuevas condiciones del medio, y una tercera, emigró. El espacio abierto causado por el cambio climático resultó ser para los habitantes acostumbrados de los bosques –monos- un nuevo medio difícilmente superable, pero que, algunos se convirtieron en homínidos, cuyo rasgo distintivo fue el caminar erguido y después de un prolongado período de desarrollo, los que sobrevivieron dieron origen al hombre primitivo (Homo habilis) hace por lo menos unos dos millones de años, cuyo rasgo esencial que lo definió fue la capacidad de fabricar instrumentos de trabajo que, aunque rudimentarios fueron cruciales para elevarse por encima de sus antecesores homínidos inmediatos. El trabajo exigía la cooperación entre los miembros de las comunidades humanas primitivas para proveerse de alimentos, lo que condicionó la aparición del lenguaje simbólico en un principio y más tarde el lenguaje articulado, nuevo medio de comunicación necesario para la sobrevivencia. El lenguaje, pues, es un producto del desarrollo social y solo pudo surgir, entre los poseedores de un cerebro muy evolucionado cuyo centro motor del lenguaje, en la corteza de los lóbulos frontal y parietal, hubiera alcanzado ya cierto nivel de desarrollo. El trabajo y el lenguaje ejercieron una poderosa influencia, a su vez, sobre el desarrollo progresivo del cerebro y de los órganos de los sentidos, condiciones indispensables para la aparición del conocimiento y su forma superior: el pensamiento abstracto. Después de un prolongado y azaroso período de desarrollo el Homo habilis fue sucedido por el Homo erectus, hace unos 500 mil años, que en su versión asiática (Sinanthropus pekinensis) se caracterizó por una mejor tecnología respecto a su antecesor; sin embargo, el hecho más notable que lo caracterizó fue el uso regular del fuego. Cenizas dejadas por el fuego, se encuentran en grandes cantidades en los sitios donde se han encontrado sus restos fósiles. En un lugar la capa de cenizas y demás restos tenía siete metros de espesor. Entre las cenizas aparecieron piedras y huesos sometidos a la acción del fuego. Al parecer los Sinanthropus ocuparon cavernas durante muchos siglos. Muchas generaciones de esos seres humanos antiquísimos pasaron allí sus vidas primitivas, colmadas de penurias, peligros y enfermedades. Se guarnecían en la caverna durante el mal tiempo o para evitar el ataque de las fieras salvajes, salían en busca de material para sus herramientas y las fabricaban colectivamente en la caverna, iban de caza, traían la carne y la asaban en las llamas. La preparación de la carne y de otros productos animales, así como de ciertas plantas con que se alimentaban los hombres primitivos, indudablemente hubo de hacer más asimilable la comida. Las nuevas propiedades de ésta no pudieron menos que influir en el organismo en formación del hombre primitivo, lo que en muchos casos fue beneficioso. Los cambios en la dieta se reflejaron en la estructura de varios órganos del cuerpo humano. Se acortó un tanto el intestino delgado. Se debilitó y redujo el aparato masticador y la región facial: la dentadura también se modificó. En relación a estos cambios, y junto con ellos, se redujo el grosor de las paredes del cráneo y el relieve externo de éste. Estos procesos estaban estrechamente relacionados, a su vez, con el desarrollo progresivo y el aumento de tamaño experimentado por el cerebro.
En el Oriente de Etiopía en Afar (Hadar) Donald Johanson en la década de los 70 del siglo pasado (1974) descubrió un esqueleto de una hembra adulta muy pequeña, de alrededor de tres millones de años de antigüedad, fósil que identificó con el número 288 y al que llamó Lucy, fue algo tan especial porque se trató del esqueleto que prácticamente estaba completo. Para Johanson se parecía mucho al Australopithecus africanus. Sus dientes y quijadas eran diferentes a los de otros especímenes que encontró en Hadar, algunos de los cuales presentaban rasgos eminentemente humanoides. Muy pronto, pronto Mary Leakey halló especímenes similares en Laetoli Tanzania, no lejos de la barranca de Olduvai que tenían más o menos tres y medio millones de años. Los nuevos hallazgos y los fósiles de Lucy, así como todos los demás especímenes de Hadar y Laetoli, convencieron a los expertos que se trataba de una sola especie, que tenía una gran variación entre los diversos individuos y en que los machos eran bastante mayores que las hembras. Donald Johanson y Timothy White, bautizaron a la nueva especie con el nombre de Australopithecus afarensis, por la región etíope en que se halló, en Afar, en el África Oriental.
La significación de los hallazgos descritos es muy profunda, pues a menos que se descubran evidencias contradictorias, parecen establecer un ancestro humano, nuevo y más antiguo. De las cuatro especies conocidas de Australopithecus –afarensis, africanus, robustus y boisei-, solo el afarensis parece haber estado en la senda evolutiva que conduce al hombre. El africanus, que hasta hace poco se pensó que era el ancestro del hombre, apareció después que el afarensis. Dado que el africanus vivió de hace tres millones de años a hace dos millones de años, es probable que hayan coexistido espacialmente un millón de años o más. Parece cosa probable que el Australopithecus afarensis es el ancestro común del africanus y del hombre primitivo (Homo habilis).
Donat y Ullrich (1983) escribieron que desde
mediados del Terciario de la Era Cenozoica, hace unos 30-35 millones de años se
bifurcaron las líneas de desarrollo que condujeron, una hacia el hombre y la
otra hacia los antropoides. La línea que condujo al hombre primitivo es la de
los homínidos, que como consecuencia de los cambios tectónicos y climáticos en
el oriente de África, la extensión de los bosques se redujo y fue ocupada por las
sabanas –grandes llanuras con matorrales y árboles dispersos-ambiente que
condicionó el caminar erguido, aún torpe de los homínidos antecesores del
hombre primitivo, que algunos identifican con el Ramapithecus, cuyos fósiles fueron hallados en África oriental y la
India, hace unos 15 millones de años. El caminar erguido pudo producirse con
mayor facilidad en una llanura o pradera con matorrales y árboles. Allí había
numerosos bosquecillos donde vivían los monos. El alimento que proporcionaban
los árboles alcanzaba solo para un tiempo relativamente breve. Cuando las
frutas y los pequeños animales habían sido consumidos, los monos se veían
obligados a buscar en los alrededores otros bosquecillos en los cuales podían
encontrar nuevos alimentos. Para lograrlo, necesariamente tenían que bajar al
suelo y recorrer determinada distancia en la llanura. Al hacerlo, se veían
expuestos a grandes peligros, ya que en la llanura vivían números animales
salvajes. En los árboles, las copas les ofrecían suficiente protección.
Trepaban a ellos con agilidad y rapidez. Sus ojos evolucionaron, haciéndose más
grandes y desde los costados se desplazaron al frente, lo cual posibilitó no
solo ver mucho mejor, sino tener una visión tridimensional de su medio ambiente
en el que se movían. Simultáneamente se modificaron los centros del cerebro
encargados de esa función. Estos se desarrollaron y su estructura se hizo más
compleja. En la misma medida se debilitaron los centros cerebrales
correspondientes al olfato. De este modo, de animales en los que predominaba el
sentido del olfato se convirtieron, con el correr del tiempo, en animales en
los que prevalecía el sentido de la vista. Sobre el suelo los monos solo podían
correr en cuatro patas. Al hacerlo debían cuidarse de sus enemigos, además de
huir oportunamente en caso de peligro. Al involucionar en ellos el sentido del
olfato, no les era posible olfatear al enemigo a la distancia. Descubrir a
tiempo a los animales feroces solo era posible, pues, con la vista, pero los
matorrales restringían la visión. De ahí que los monos se vieran obligados,
mientras corrían en cuatro patas, a pararse de vez en cuando sobre las patas
traseras y de esta forma obtener una visión superior y más amplia del lugar, y
advertir a tiempo a sus enemigos. Al comienzo solo fue posible erguir el cuerpo
ocasionalmente y por un momento. Con el andar del tiempo se fueron modificando
el esqueleto y los músculos de algunos grupos de monos, de manera tal que podían
correr trechos cortos. Sin embargo, los peligros no dejaron de ser grandes. Estos
disminuyeron cuando, en tiempos posteriores, otros grupos de monos adquirieron
la capacidad de erguirse en forma permanente y correr más rápido. Los primeros
monos que se irguieron y corrieron, se mantenían instintivamente cerca de los
bosquecillos. Ante el peligro buscaban en ellos refugio y protección. Pero los
podían alcanzar en un tiempo más breve y con menor esfuerzo que sus antepasados
cuadrúpedos. Los monos que mejor corrían estaban menos expuestos al peligro de
las fieras salvajes. Lentamente penetraron cada vez más, en la llanura abierta
algunos monos erguidos y ágiles en la carrera. Fueron los corredores bípedos de
las llanuras. Aquellos grupos que no pudieron adaptarse a la vida en la llanura
murieron. Otros, a su vez, emigraron a zonas boscosas. Fue necesario que pasara
mucho tiempo para que los primitivos habitantes de los árboles se convirtieran
en caminantes erguidos sobre sus dos patas. Con el cuerpo erguido, se
modificaron simultáneamente las estructuras del esqueleto, de los músculos y
del cerebro. El hecho más importante en el proceso evolutivo del caminar
erguido fue la liberación de las manos. Ya no se las empleaba más en el
desplazamiento hacia adelante, y pudieron realizar otras actividades tales como
manipular cosas y sujetarlas. La dentadura dejó de ser necesaria para tomar y
sujetar, o para defenderse, e involucionó. Las mandíbulas fuertemente
adelantadas en forma de hocico, se acortaron y los músculos de la masticación
se debilitaron. El agujero occipital del cráneo se corrió hacia adelante, lo
que determinó un distinto porte de la cabeza. Simultáneamente con el
crecimiento del cerebro aumentó el tamaño del cráneo. La conquista del caminar
erguido y la liberación de las manos son los adelantos más importantes de la
fase de desarrollo todavía animal. Sin embargo, los corredores bípedos de las
sabanas estaban muy lejos de ser hombres, eran todavía seres emparentados con
los monos por su estructura corporal y su comportamiento, pero que al final del
Pleistoceno probablemente dieron origen al Australopithecus
afarensis antecesor inmediato del hombre primitivo (Homo habilis), cuyo rasgo esencial que lo define y lo diferencia de
sus antecesores homínidos inmediatos es la capacidad de fabricar herramientas
de trabajo y de defensa, encontradas junto con los fósiles, principalmente en
el Este de África. Posteriormente al Homo
habilis fue relevado por el Homo
erectus, que además de mejorar sus instrumentos de trabajo, inventó el
fuego que le sirvió para protegerse del frío y de los animales salvajes, así
como para el cocido de sus alimentos, condiciones que favorecieron el
desarrollo de un cerebro más grande y más complejo. Así con una mejor
tecnología el Homo erectus emigró de
África hacia Europa y Asia. El grupo que permaneció en África oriental,
portador de un mayor desarrollo tecnológico e intelectual, emprendió mucho
tiempo después –tal vez hace unos 200 mil años- un nuevo movimiento migratorio
y en su paso por Europa se encontró con el hombre de Neandertal, al que derrotó y poco después dio origen al hombre
moderno de Cro-Magnon hace unos 35
mil años.
Niésturj (1972) argumenta que la evolución de los simios antecesores del hombre estuvo estrechamente relacionada con los violentos procesos tectónicos que, en el Mioceno y el Plioceno, hace unos 25 millones de años, transformaron la corteza terrestre. Se formaron en ese entonces pliegues montañosos gigantescos, que cambiaron el clima de tropical húmedo se transformó en templado y, en algunas regiones, se volvió más frío y seco; así, las grandes selvas se volvieron menos frondosas y hasta desaparecieron. Parte de la fauna desapareció; otra, se vio obligada a adaptarse a las nuevas condiciones del medio, y una tercera, emigró. El espacio abierto causado por el cambio climático resultó ser para los habitantes acostumbrados de los bosques –monos- un nuevo medio difícilmente superable, pero que, algunos se convirtieron en homínidos, cuyo rasgo distintivo fue el caminar erguido y después de un prolongado período de desarrollo, los que sobrevivieron dieron origen al hombre primitivo (Homo habilis) hace por lo menos unos dos millones de años, cuyo rasgo esencial que lo definió fue la capacidad de fabricar instrumentos de trabajo que, aunque rudimentarios fueron cruciales para elevarse por encima de sus antecesores homínidos inmediatos. El trabajo exigía la cooperación entre los miembros de las comunidades humanas primitivas para proveerse de alimentos, lo que condicionó la aparición del lenguaje simbólico en un principio y más tarde el lenguaje articulado, nuevo medio de comunicación necesario para la sobrevivencia. El lenguaje, pues, es un producto del desarrollo social y solo pudo surgir, entre los poseedores de un cerebro muy evolucionado cuyo centro motor del lenguaje, en la corteza de los lóbulos frontal y parietal, hubiera alcanzado ya cierto nivel de desarrollo. El trabajo y el lenguaje ejercieron una poderosa influencia, a su vez, sobre el desarrollo progresivo del cerebro y de los órganos de los sentidos, condiciones indispensables para la aparición del conocimiento y su forma superior: el pensamiento abstracto. Después de un prolongado y azaroso período de desarrollo el Homo habilis fue sucedido por el Homo erectus, hace unos 500 mil años, que en su versión asiática (Sinanthropus pekinensis) se caracterizó por una mejor tecnología respecto a su antecesor; sin embargo, el hecho más notable que lo caracterizó fue el uso regular del fuego. Cenizas dejadas por el fuego, se encuentran en grandes cantidades en los sitios donde se han encontrado sus restos fósiles. En un lugar la capa de cenizas y demás restos tenía siete metros de espesor. Entre las cenizas aparecieron piedras y huesos sometidos a la acción del fuego. Al parecer los Sinanthropus ocuparon cavernas durante muchos siglos. Muchas generaciones de esos seres humanos antiquísimos pasaron allí sus vidas primitivas, colmadas de penurias, peligros y enfermedades. Se guarnecían en la caverna durante el mal tiempo o para evitar el ataque de las fieras salvajes, salían en busca de material para sus herramientas y las fabricaban colectivamente en la caverna, iban de caza, traían la carne y la asaban en las llamas. La preparación de la carne y de otros productos animales, así como de ciertas plantas con que se alimentaban los hombres primitivos, indudablemente hubo de hacer más asimilable la comida. Las nuevas propiedades de ésta no pudieron menos que influir en el organismo en formación del hombre primitivo, lo que en muchos casos fue beneficioso. Los cambios en la dieta se reflejaron en la estructura de varios órganos del cuerpo humano. Se acortó un tanto el intestino delgado. Se debilitó y redujo el aparato masticador y la región facial: la dentadura también se modificó. En relación a estos cambios, y junto con ellos, se redujo el grosor de las paredes del cráneo y el relieve externo de éste. Estos procesos estaban estrechamente relacionados, a su vez, con el desarrollo progresivo y el aumento de tamaño experimentado por el cerebro.
Howell (1979) explica que: Louis y Mary Leakey hallaron en África Oriental a mediados de la década de los 50 del siglo XX, una gran cantidad de utensilios primitivos de piedra en los estratos inferiores de la barranca de Olduvai en Tanzania. El problema era quién había fabricado y usado esas herramientas primitivas. Poco después, hallaron en Olduvai un fósil compuesto de una quijada con dientes y algunos fragmentos de cráneo, cerca del sitio en que se encontraron los Australopithecus boisei. Este nuevo hallazgo no se parecía al boisei, se parecía más bien al Australopithecus africanus, aunque era más humano. Se trataba de un hombre, afirmó Leakey, después de haber encontrado otros especímenes similares. Leakey y sus colaboradores lo clasificaron en el género de los hombre y le dieron el nombre de Homo habilis, ya que era evidente para los Leakey que había sido habilis y no boisei el fabricante de los utensilios hallados en los niveles inferiores de la barranca. Richard Leakey halló un nuevo sitio de fósiles en Kenia. Se puso a explorar en una remota región deshabitada y semi-desierta en depósitos del Plioceno y Pleistoceno, lugar localizado en la ribera oriental del lago Turkana, al norte de Kenia. La región estaba prácticamente inexplorada, pero la escogió por su similitud geológica con la del valle del río Omo en Etiopía, que está apenas a 80 kilómetros, operando desde un campamento situado en Koobi Fora, sobre el litoral del Lago Turkana y realizó sorprendentes descubrimientos de fósiles de homínidos. El descubrimiento más famoso es el cráneo identificado como 1470. Pero, dado que el tamaño del cerebro es uno de los criterios más importantes para decidir si un homínido en evolución fue o no hombre, el problema estaba pendiente de resolver. El tamaño del cráneo 1470 fue de unos 775 gramos, muy por arriba para clasificarlo como humano y muy por encima de un Australopithecus africanus (480 gramos) o de un chimpancé (menos de 400 gramos). Además, el cráneo 1470 tenía alrededor de dos millones de años. El descubrimiento del cráneo 1470, fue crucial para entender la existencia de hombres con cerebros más grandes que usaban en forma regular utensilios de piedra en aquella época lejana. El nombre de habilis con que los Leakey bautizaron a su descubrimiento en la barranca de Olduvai en Tanzania, basado en especímenes muy limitados fue triunfalmente confirmado por el cráneo 1470 descubierto por su hijo Richard, que según los paleo antropólogos expertos es de Homo habilis, el hombre más primitivo con unos dos millones de años de antigüedad.
En el Oriente de Etiopía en Afar (Hadar) Donald Johanson en la década de los 70 del siglo pasado (1974) descubrió un esqueleto de una hembra adulta muy pequeña, de alrededor de tres millones de años de antigüedad, fósil que identificó con el número 288 y al que llamó Lucy, fue algo tan especial porque se trató del esqueleto que prácticamente estaba completo. Para Johanson se parecía mucho al Australopithecus africanus. Sus dientes y quijadas eran diferentes a los de otros especímenes que encontró en Hadar, algunos de los cuales presentaban rasgos eminentemente humanoides. Muy pronto, pronto Mary Leakey halló especímenes similares en Laetoli Tanzania, no lejos de la barranca de Olduvai que tenían más o menos tres y medio millones de años. Los nuevos hallazgos y los fósiles de Lucy, así como todos los demás especímenes de Hadar y Laetoli, convencieron a los expertos que se trataba de una sola especie, que tenía una gran variación entre los diversos individuos y en que los machos eran bastante mayores que las hembras. Donald Johanson y Timothy White, bautizaron a la nueva especie con el nombre de Australopithecus afarensis, por la región etíope en que se halló, en Afar, en el África Oriental.
La significación de los hallazgos descritos es muy profunda, pues a menos que se descubran evidencias contradictorias, parecen establecer un ancestro humano, nuevo y más antiguo. De las cuatro especies conocidas de Australopithecus –afarensis, africanus, robustus y boisei-, solo el afarensis parece haber estado en la senda evolutiva que conduce al hombre. El africanus, que hasta hace poco se pensó que era el ancestro del hombre, apareció después que el afarensis. Dado que el africanus vivió de hace tres millones de años a hace dos millones de años, es probable que hayan coexistido espacialmente un millón de años o más. Parece cosa probable que el Australopithecus afarensis es el ancestro común del africanus y del hombre primitivo (Homo habilis).
Leakey Richard (1985) dijo que en algún momento del pasado, compartimos con los antropoides (gorila, chimpancé, orangután y gibón) un antecesor común. “Simplificando, podemos imaginar que los descendientes de este antecesor común evolucionaron en dos direcciones: una, que produjo los monos antropoides modernos, y otra, que dio lugar a los antecesores del hombre, los homínidos.
Louis Leakey excavó en varios lugares, pero su yacimiento favorito fue la garganta de Olduvai, en Tanzania (África Oriental) que según su hijo Richard, la tribu maasai la bautizaron Ol duvai, que significa “el lugar de la pita silvestre”, por las plantas espinosas que abundan en ese ambiente, características de los climas cálidos y secos.
Richard Leakey se preguntaba: ¿Qué somos? Para el biólogo somos miembros de una subespecie llamada Homo sapiens sapiens, que representa una subdivisión de la especie conocida como Homo sapiens. Cada especie es única y diferenciada, calificativos que forman parte de la definición de especie. Pero ¿qué tiene de particularmente importante nuestra especie? Para empezar, andamos siempre erguidos sobre nuestras extremidades posteriores, forma de moverse sumamente excepcional para un mamífero. Hay también otras características poco usuales relativas a nuestra cabeza, entre las que no es la menor el gran cerebro que alberga. Otro rasgo raro es nuestro semblante: una cara extrañamente aplanada con su nariz prominente apuntando abajo. Los antropoides y los monos tienen la cara saliente en un hocico y nariz “aplastada” encima del hocico. En la evolución humana hay muchos misterios, uno de los cuales es el porqué de la forma tan excepcional de nuestra nariz. Otro misterio es nuestra desnudez, mejor dicho, aparente desnudez. A diferencia de los monos, nosotros no estamos cubiertos por un abrigo de pelo grueso. El pelo humano es muy abundante, pero sumamente fino y corto, por lo que, en la práctica, estamos desnudos. Es muy probable que ello tenga que ver con la segunda característica interesante de nuestro cuerpo: la piel está profusamente cubierta de millones de glándulas sudoríparas microscópicas. En el mundo de los primates no se da nada equiparable a la capacidad de sudar que tiene el hombre. Hasta aquí nuestra apariencia; ¿qué decir de nuestro comportamiento? Nuestras extremidades anteriores, liberadas de la función de sostenernos, poseen una gran habilidad para la manipulación. Parte de esta habilidad se debe a la estructura anatómica de las manos, pero el elemento crucial reside, desde luego, en el poder del cerebro. Por más aptas que sean las extremidades para desarrollar una manipulación detallada, resultan inútiles si no hay instrucciones bien sintonizadas enviadas a través de fibras nerviosas. El producto más obvio de nuestras manos y nuestro cerebro es la tecnología. Otro rasgo esencial de la especie humana es el lenguaje indispensable para la comunicación.
El mismo autor escribió que un hecho muy corriente, ocurrido hace unos 3.75 millones de años, dio lugar a lo que, probablemente, es el descubrimiento ocurrido en 1976. Tres homínidos dejaron huellas de sus pisadas que quedaron nítidamente conservadas en Laetoli, Tanzania, las cuales ofrecen un escenario sorprendente de unos momentos de la vida de algunos de los antepasados de la especie humana. Se trata de las pisadas más antiguas de antepasados del hombre, y nos demuestran que en aquel tiempo los homínidos andaban erguidos, a paso libre, como nosotros hoy y coexistían con animales salvajes como lo evidencian huellas de pisadas a su lado. Andar habitualmente con las extremidades posteriores, de modo que queden libres las anteriores para otras actividades, es un modo poco corriente de locomoción. Una vez que nuestros antepasados hubieron de adoptar la posición erguida, aparecieron muchas funciones relacionadas con el ser humano, como la manipulación cuidadosa con las manos y el traslado de comida a un campamento base. El origen de la locomoción bípeda es uno de los rasgos esenciales en la evolución de la especie humana.
No es casual que el África Oriental sea la región en la que hasta ahora existen evidencias del paso del Australopithecus afarensis al Homo habilis, puesto, que allí se encuentra el sistema de fracturas geológicas provocadas por la tectónica de placas que alteraron radicalmente el relieve y con ello el clima. Las consecuencias fueron la aparición de nuevos ambientes caracterizados por la presencia de numerosos lagos que proveen de agua a muchos animales. En el pasado, entre estos animales, se encontraban nuestros ancestros, que después de un prolongado desarrollo los que sobrevivieron se transformaron en el hombre primitivo (Homo habilis).
Leakey (1995) descubrió una mandíbula en la ribera occidental del lago Turkana en Kenia de un homínido de hace unos 4.1 millones de años. Al respecto escribió que los homínidos y los simios africanos comparten un antepasado común, un animal cuyo aspecto desconocemos pero del que podemos deducir que, como nuestros antepasados vivos más próximos, los chimpancés y los gorilas, vivían en bosque y se desplazaba por los árboles, colgándose de los brazos y trepando a cuatro patas. En un momento determinado, un grupo de éstos antepasados dio el primer paso crucial en el camino evolutivo hacia los humanos actuales: desarrollaron el hábito de caminar sobre dos piernas. No sabemos porque se convirtieron en bípedos, pero esto supuso cambios anatómicos tan profundos que marcó la separación entre los homínidos y los simios. Con el estudio de las diferencias en los genes y en las proteínas de la sangre de la sangre de humanos, chimpancés y gorilas, los biólogos moleculares calculan que la línea homínida se desvió de otros simios africanos hace entre cinco y siete millones de años y se caracterizaban por la preferencia de un ambiente boscoso, que contrasta con la cuenca del lago Turkana en Kenia, en la que predomina un clima desértico, derivado de un cambio tectónico previo, esencial en el origen posterior del Australopithecus afarensis que condujo tiempo después al Homo habilis en el Este de África.
Johanson (1996) afirma que Lucy –denominada así por una canción muy popular de los Beatles: Lucy in the sky with Diamonds- pertenecía a una nueva especie de antepasados de los humanos, que en 1978 se clasificaron como Australopithecus afarensis. Datada con una edad de más de tres millones de años, Lucy era el fósil de homínido más antiguo y completo que se había encontrado. Se trataba de una hembra que medía poco más de un metro y presentaba características simiescas y humanas a la vez. Los largos brazos le colgaban a ambos costados como los de un simio, pero los huesos de las piernas y de la pelvis indicaban que caminaba erguida sobre dos piernas. Se ha creído durante mucho tiempo que la especie a la que pertenecía Lucy era el antepasado común de todos los homínidos posteriores, incluido nuestro propio género, el Homo. En cierto sentido se le ha visto como la madre de toda la especie humana. Pero no todo el mundo está de acuerdo. Tal vez el afarensis era simplemente una especie en la que los machos eran mucho más grandes que las hembras. Esta característica, denominada dimorfismo sexual, se observa en los simios, nuestros primos más cercanos hablando en términos evolutivos. Posteriormente en 1992 se encontraron restos fósiles de un macho también en Hadar Etiopía, que una vez reconstruido, desecha el antiguo argumento de que el afarensis era una versión de África oriental de otro homínido, el Australopithecus africanus, que vivió en el sur del continente hace entre 2.5 y 3 millones de años. Los cráneos de ambas especies muestran claras diferencias, lo que hace difícil sostener que el afarensis no es una especie distinta. Quizá lo más significativo sea que el nuevo cráneo de macho, acompañado de un enorme hueso cúbito, confirma la idea de que los machos afarensis eran más grandes que las hembras. Ahora se puede defender más que nunca, con mayor certeza que nunca, que el dimorfismo sexual es lo que produce la variación de tamaño observada en los fósiles de Hadar. Estamos seguros de que los afarensis eran la única especie de homínidos en Hadar, y el mejor candidato para representar al último antepasado común de todos los homínidos posteriores, incluidos los humanos. La especie de Lucy habría sobrevivido durante 900 mil años sin sufrir apenas variación. Tas ese largo período, el clima africano se hizo más frío y más seco. Se piensa que fue entonces cuando los afarensis dieron lugar a nuevas ramas de homínidos, una de las cuales evolucionó hacia el género Homo. Al margen de cómo caminaba Lucy, probablemente se desplazaba en grupo. Si los afarensis tenían alguna ventaja sobre otros animales, ésta radicaba en que vivían en grupos sociales compuestos tal vez por 25 o 30 miembros. No hay evidencias de que pasaran a una nueva etapa cultural. Eso sucedería medio millón de años después de Lucy, con la invención de las herramientas de piedra, las cuales permitieron a los homínidos descuartizar a los animales y a trocear la carne en pedazos comestibles. Los afarensis tenían más posibilidades de ser atacados que de atacar, y el grupo habría ofrecido resistencia ante los animales salvajes carnívoros, en especial de noche y sin la protección del fuego. Se puede imaginar un grupo de padres afarensis aullando y lanzando piedras a un tigre dientes de sable. Los carnívoros podían conseguir alimento con menos esfuerzo cazando una gacela. Los afarensis evolucionaron desde un pasado vegetariano, y aunque algunas veces comieran termitas, lagartos u otros pequeños animales, su dieta se basaba en alimentos vegetales. El paisaje de Hadar era mucho más exuberante hace tres millones de años. Los estudios de flora y fauna primitivas apuntan que la región de Afar estuvo poblada de coníferas perennes y olivos silvestres. Aun así, Lucy tuvo que sobrevivir en hábitats muy variados, desde praderas a bosques. Los afarensis desarrollaron una gran adaptabilidad, rasgo que sin duda contribuyó a la resistencia de la especie.
Gore
(1997) afirmó que el antepasado de los humanos, un cuadrúpedo que, como los
chimpancés y los gorilas, vivía en los árboles, se convirtió en un corredor
ligero que podía competir con los leones de la sabana. Un gran misterio de la
antropología es saber cuándo, dónde y cómo el Homo reemplazó al Australopithecus,
género que empezó a habitar gran parte de África hace unos cuatro millones de
años. Los Australopithecus, como se
denomina a los miembros del género, tenían cuerpos simiescos y cerebros más
pequeños que los del Homo, pero eran
bípedos, distintivo de todos los homínidos. La mayoría de los científicos
coincide en que el afarensis cruzaba
la frontera existente entre simios y humanos. Igual que un chimpancé, tenía el
cerebro pequeño, brazos largos, piernas cortas, tórax en forma de cono y una
gran barriga. Pero se mantenía erguido y había dado el primer paso hacia el
bipedismo. Escudriñando la sabana africana es posible imaginar un grupo de
homínidos que duerme en un bosquecillo cuando una erupción volcánica los
despierta. Los machos grandes descienden de los árboles a toda prisa para
proteger a las hembras y a los jóvenes, mientras una gran nube de ceniza
convierte el paisaje en algo desconocido y terrorífico. Entonces, tres siluetas
simiescas recorren el paisaje en busca de comida. Se trata de unas huellas que
parecen humanas de hace unos 3.5 millones de años de unos homínidos que ya se
desplazaban en forma bípeda, cuyas huellas quedaron plasmadas en las cenizas de
un volcán depositadas en la llanura de Laetoli, en Tanzania. La célebre paleo
antropóloga keniana Meave Leakey ha encontrado recientemente una de éstas
especies: un Australopithecus más
antiguo que el afarensis. Leakey lo
ha bautizado como Australopithecus
anamensis (hombre “del lago”), porque los fósiles de hace unos 4.1 millones
de años fueron hallados en Kanapoi, cerca del actual lago Turkana, situado al
norte de Kenia. La solidez de la tibia y el ángulo en que se une a la rodilla y
al tobillo indica que los anamensis
caminaban sobre dos piernas.
El mismo autor indica
que un equipo internacional del que forman parte Tim White, de Berkeley, y su
colega etíope Berhane Asfaw, ha descubierto una especie de 4.4 millones de
años, que podría ser el homínido más antiguo descubierto y es muy diferente del
Australopithecus que se ha
clasificado como una nueva especie de homínido: Ardipithecus que significa en lengua afar “simio terrestre” y de la
especie ramidus que significa “raíz”.
Muchos científicos pensaban que los homínidos empezaron a caminar erguidos para
adaptarse a un importante cambio climático que se inició hace unos seis
millones de años, lo que los obligó a buscar alimento en campo abierto. Ahora
algunos científicos sospechan que nuestros antepasados empezaron a desarrollar
el bipedismo en los árboles. Es posible que caminaran a dos patas sobre las
ramas más grandes de los árboles, o que cogieran la fruta colgándose con un
brazo de las ramas más altas. Cuando los bosques empezaron a disminuir, los
precursores de los primeros homínidos ya eran bípedos, al menos parcialmente. Una
vez en el suelo, el paso bípedo de un árbol a otro para alimentarse requería
menos esfuerzo que levantar el torso desde una postura cuadrúpeda, bajarlo de
nuevo y desplazarse a cuatro patas hasta el árbol siguiente. El desplazamiento
erguido implicó la liberación de las manos para hacer otras cosas. El mundo era
cruel para los primeros homínidos. No solo tenían que vigilar cada matorral por
donde pasaban, cada piedra que levantaban y cada árbol bajo el que caminaban.
El Homo, el segundo de los dos grandes
géneros de homínidos, probablemente evolucionó en África a partir de su
antepasado más simiesco, el Australopithecus,
hace cerca de 2.5 millones de años. De proporciones corporales más largas y
modernas que los Australopithecus,
bajos y fornidos, el Homo era un
nuevo tipo de homínido que, con un cerebro más grande estaba preparado para
extenderse más allá del continente africano, se trataba del Homo erectus que se aventuró a emigrar
hacia Europa y Asia.
Arzuaga
y Martínez (1998) nos recuerdan que compartimos con los primates rasgos
genéricos, pero el que los humanos, y en menor grado otros primates, vivan
ahora en climas, regiones y ecosistemas muy alejados de nuestra evolución no
deja de ser una anomalía, que por una parte es muy reciente en relación con la larga
historia de los primates, particularmente de los hominoideos (monos de la misma rama de la especie humana), el tipo de simios al que
pertenecemos. Los hominoideos se originaron en África hace al menos 23 millones
de años y fueron numerosos y variados y luego también en Asia y Europa. Después
de alcanzar su máximo de diversidad hace unos 10 millones de años, los hominoideos
iniciaron un rápido declive. La mayor parte de las especies habían desaparecido
hace unos 7 millones de años, y en la actualidad la única realmente abundante y
muy extendida es la nuestra. Las razones de la decadencia de los hominoideos
son dos, quizás relacionadas entre sí: una es la pérdida de hábitat por cambios
ecológicos, y la otra es la competencia con el otro gran grupo de simios del
Viejo Mundo, los cercopitecoideos (monos del vejo Mundo),
hoy más diversificados y abundantes que los hominoideos. Las grandes selvas
lluviosas y bosques se han ido reduciendo a causa de un cambio climático
global, con un enfriamiento del planeta cada vez más acusado en los últimos 4
millones de años. Las causas de este cambio climático parecen obedecer a causas
esencialmente astronómicas, combinadas con una disposición determinada de las
masas terrestres continentales provocadas por la tectónica de placas, lo cual
favoreció una mayor extensión de las sabanas en el África oriental en
detrimento de los bosques y selvas. Es importante, sin embargo, destacar que
los primeros homínidos, nuestros más remotos antepasados directos, no
aparecieron en las sabanas en expansión: los fósiles de Ardipithecus ramidus de hace 4.4 millones de años parecen indicar
una vida plenamente forestal, con un tipo de alimentación similar a la de los actuales
chimpancés. Aún no se sabe si estos homínidos eran bípedos. A juzgar por el
primitivismo de esta especie, la divergencia de las líneas que conducen a los
humanos, por un lado, y a las dos especies de chimpancés, por el otro, no debió
producirse mucho antes, quizás solo hace 5 o 6 millones de años.
Los autores citados continúan y nos dicen que hace 4 millones de años existía una especie de homínido distinta en las orillas del lago Turkana en Kenia, llamada Australopithecus anamensis (hombre del lago). Estos homínidos caminaban erguidos y su dentición indica que se había producido ya un cambio de nicho ecológico, incorporándose en la dieta productos vegetales duros; es decir, que además de frutos, hojas, tallos y brotes tiernos, consumían también semillas duras, frutos con cáscara, tubérculos, raíces y otros órganos subterráneos. El primer grupo de alimentos vegetales se encuentran en la selva húmeda, pero el segundo es propio de ambientes más secos. En el siguiente millón de años hay fósiles de homínidos en cierta abundancia, asignados a la especie Australopithecus afarensis. Todos los fósiles descritos hasta el momento proceden del Valle del Rift, una gran fractura geológica del continente africano con varias ramas: la razón es que en las cuencas lacustres que se formaron a lo largo de la grieta se dan condiciones favorables para la formación de yacimientos paleontológicos. Pero, además, las grandes montañas y altas planicies asociadas al Valle del Rift hacen del oriente africano una región de precipitaciones más escasas que en el centro y el oeste del continente a la misma latitud; a causa de esta menor pluviosidad en el este africano no se desarrollan pluviselvas, sino bosques aclarados, formaciones herbáceas con árboles y matorrales dispersos (sabanas), y grandes praderas. Es posible que fuera en estos bosques más abiertos y secos del oriente africano donde se produjo la evolución de un primate ecológicamente muy próximo al actual chimpancé hacia formas bípedas y con una alimentación que incluye productos vegetales duros. Hace entre 3 y 2 millones de años hay varias formas de homínidos. Una especie denominada Australopithecus africanus vivió en Sudáfrica en la primera parte de este período y sus fósiles se encuentran esta vez en cuevas. Los Australopithecus no eran los habitantes de las grutas, sino que sus despojos fueron abandonados en ellas por los animales depredadores que los cazaron. En torno a hace unos 2.5 millones de años el grupo está claramente escindido en dos grandes tipos de homínidos. Unos, los parántropos, desarrollaron un aparato masticador masivo, sin duda una especialización para procesar alimentos vegetales duros y abrasivos. El Australopithecus afarensis es su antepasado más o menos directo. Se conocen tres especies de parántropos: la especie del este de África Paranthropus aethiopithecus, que es la más antigua; Paranthropus robustus, que se encuentra en varias cuevas sudafricanas; y Paranthropus boisei, una forma del oriente africano que se extinguió hace poco más de 1 millón de años. Otros homínidos, los humanos, desarrollaron su cerebro y empezaron a fabricar instrumentos de piedra. Al principio no eran muy diferentes de los Australopithecus, en especial de la forma sudafricana. Hubo quizá varias formas de estos humanos todavía semejantes a los Australopithecus, presumiblemente distribuidas por gran parte de África. Es probable que Australopithecus y Paranthropus sean la respuesta al cambio climático que expandió los ecosistemas abiertos. Por primera vez nos encontramos con unos hominoideos que pueden considerarse como no propiamente forestales. Luego, hace menos de 2 millones de años, aparecieron unos humanos (Homo ergaster) claramente diferentes de todos los homínidos anteriores y de los Paranthropus contemporáneos. No solo su cerebro era aún mayor y estaba organizado de otra manera; además, su cara era de aspecto más moderno, y su estatura era similar a la nuestra o quizás mayor en promedio. También sus proporciones correspondían a un plan corporal en todo semejante al nuestro. Su modelo de desarrollo se alejaba del patrón de los antropomorfos (y del resto de los homínidos), haciéndose más lento. Este desarrollo prolongado implica un entorno social más protector, que hiciera posible que una madre pudiera cuidar de varias crías al mismo tiempo; probablemente, por primera vez, los machos intervenían en su cuidado y alimentación.
El Homo ergaster, que para otros autores es el equivalente al Homo erectus vivió en África entre 1.8 y 1.4 millones de años. Además de mejorar sus herramientas de trabajo, inventó el fuego, tecnología que fue de trascendental importancia para su posterior desarrollo, ya que le permitió protegerse del frío y de los animales salvajes depredadores, también para el cocido de los alimentos, aspectos que en conjunto contribuyeron al crecimiento de su cerebro y una mayor complejidad. Todo los anterior, le permitió al Homo ergaster desplazarse al resto de África, Europa y Asia. Hace tal vez unos 200 mil años una parte de su población que permaneció en África y ya convertido en Homo sapiens emigró a Europa y Asia. En Europa es donde se encontró con el hombre de Neandertal y “armado” de una mejor tecnología e inteligencia lo derrotó y así se convirtió en el hombre moderno de Cro-Magnon en Francia hace unos 35 mil años. En seguida y aprovechando el frío atravesó el estrecho de Bering y llegó al continente Americano hace unos 25-35 mil años, finalmente arribó a México hace unos 21 mil años, todavía como cazador-recolector de animales salvajes y plantas silvestres.
Eimerl y De Vore (2002) escriben que:
“Hace unos 15 o 20 millones de años, diversas especies de antropoides habitaban en el inmenso bosque que se extendía entonces ininterrumpidamente desde la costa occidental de África hasta lo que hoy son las islas de la Indias Orientales. Después, lenta, pero decisivamente, el clima cambió; en muchas regiones se volvió más seco, y muchas regiones boscosas se transformaron en grandes extensiones de hierbas. Como era natural, la alteración del hábitat hizo imposible la existencia de todos los antropoides del bosque, y muchos de ellos se extinguieron. De los sobrevivientes, algunos se adaptaron pasando más tiempo en tierra, en campo abierto, pero otros prosiguieron su vida en los árboles. Entre esta variada y extensa población de antropoides figuraban los grupos cuyos descendientes sobreviven aún el Asia Oriental, como el orangután y el gibón, y en África, como el chimpancé y el gorila. Por desgracia, los primeros pasos del proceso evolutivo del hombre en su linaje propio siguen siendo un misterio. Sabemos qué hace unos cinco o seis millones de años apareció un ser de aspecto humano. Hace de cuatro a dos millones de años existían por lo menos dos variedades de homínidos primitivos, que habitaron el África sub-sahariana. Estos seres intermedios tenían alrededor de un metro y medio de estatura, uno de ellos pesaba de 35 a 45 kilos de peso, y el otro, 68. Su cerebro no era tan grande como el de un gorila macho adulto, pero, aunque no recorrían grandes distancias sin dar traspiés, podían correr en posición erguida guardando el equilibrio sobre sus extremidades posteriores. Antes de que los antropoides antepasados del hombre descendieran de los árboles, deben de haber estado expuestos a los ataques de los carniceros y, al igual que los mandriles, macacos y gorilas machos, casi seguramente tenían largos caninos que empleaban para defenderse y defender a sus hembras y sus hijos. De no haber sido así, de seguro los habrían aniquilado; sin embargo, los fósiles de Australopithecus revelan que sus caninos no eran más largos o afilados que los del hombre actual. ¿Qué ocurrió, pues, con esta adaptación defensiva necesaria? Es de suponer que perdieron sus largos caninos porque para defenderse aprendieron a usar armas en lugar de dientes, y debe de haber pasado muchísimo tiempo antes de que se produjera ese cambio. Al mismo tiempo, se estaba produciendo otro cambio de gran tendencia. A juzgar por los hábitos de los primates no humanos, cuando bajaron a tierra por primera vez los antepasados del hombre han de haber usado las manos para obtener alimentos. Pero es muy probable que, en la época en que empezaron a buscar comida en la tierra, ya habían descubierto el valor de los instrumentos, que al principio deben de haber sido muy rudimentarios, quizá tanto como las varitas que emplean los chimpancés para hurgar en los termiteros. Lo importante es que estos homínidos no se quedaron ahí, sino que después produjeron instrumentos más complicados, y al producirlos adquirieron dedos y pulgares adecuados para manejar instrumentos relativamente complejos. Los Australopithecus poseían ya tales dedos y pulgares, que seguramente tardaron mucho en desarrollarse. Mucho tiempo también debe haberles llevado adquirir las importantes características físicas que les permitieron moverse en posición erguida, bípedamente, con el cuerpo apoyado en las piernas. Es evidente que no fue coincidencia que todos estos cambios en los dientes, pelvis, las piernas y el pie ocurrieran en los mismos animales; el volverse bípedos y emplear instrumentos estuvieron estrechamente relacionados, como nos indica una reconstrucción lógica. A medida que se hacían bípedos, las manos de los homínidos quedaban más libres para hacer y usar instrumentos, y a medida que dependían más de ellos tenían mayores incentivos para sostenerse sobre las piernas, por lo que avanzaban más hacia el bipedismo. Cuando los antepasados del hombre pudieron moverse eficazmente en tierra, se encontraron en una situación muy diferente, en muchos aspectos parecida a la de los mandriles actuales. Al igual que ellos, deben de haber comido frutas y plantas, huevos y animales de caza; seguramente también escarbaban en busca de las largas raíces tuberosas que entran en la alimentación del mandril durante la estación seca, y esto nos ofrece un probable indicio de porque empezaron a usar instrumentos los homínidos primitivos. Cavar con las uñas para sacar las raíces es tardado y tedioso, tanto, que muchos mandriles dominantes esperan hasta que un inferior casi ha sacado una raíz y entonces se apoderan de ella. A los mandriles se les facilitaría escarbar si se valieran de instrumentos tan simples como una vara o una piedra; se les puede adiestrar para usar instrumentos en la búsqueda de la comida, pero no lo hacen por sí solos. O quizá los homínidos no empezaron a utilizar instrumentos para cavar en la búsqueda de alimento, sino como armas para defenderse de los carniceros; en todo caso, cuando alcanzaron la etapa del Australopithecus, y quizá antes, los homínidos habían pasado a usar huesos, varas y piedras para matar animales pequeños que comían. De víctimas se convirtieron en victimarios, y mucho más competentes que los mandriles y chimpancés. Sería difícil exagerar la importancia que tuvo la caza en el desarrollo del hombre. Junto con el bipedismo y el uso de instrumentos, lo puso en el camino evolutivo que lo llevaría a dominar a los demás animales”.
Aunque el autor citado no menciona al Homo habilis como posible sucesor del Australopithecus, sí menciona al Homo erectus como su descendiente. Y explica que “tal vez los Australopithecus podían correr, pero no caminar tan perfectamente como el hombre. El Homo erectus caminaba a zancadas, como nosotros, lo cual le permitía recorrer sin cansarse mucho las grandes distancias que necesitaba para cazar animales mayores. Ya había aprendido a usar el fuego, y en lugar de los sencillos instrumentos de los Australopithecus tenía armas más eficaces: tajadores y hachas de mano para matar y destazar animales como los ciervos, en incluso tan grandes como los rinocerontes y los elefantes. El Homo erectus era mucho más eficaz que el Australopithecus porque tenía un cerebro mucho más grande y complejo; sin embargo, no se trataba de un cerebro mejorado en todos sus aspectos, sino tan solo en algunos muy específicos. A juzgar por lo que sabemos del cerebro del hombre actual, la parte que controla dedos y pulgares parece haber sido mucho mayor; por eso el Homo erectus era más capaz para producir instrumentos y valerse de ellos. Al parecer, su cerebro estaba mejor dotado para ocuparse de abstracciones: recordar y hacer planes, hablar y especular. Si juntamos bipedismo, instrumentos, caza y lenguaje, vemos que el proceso de acciones recíprocas tuvo que haber sido muy complejo, lo mismo que el cerebro que nació de él. A medida que progresaban nuestros antepasados, que Australopithecus se convierta en Homo erectus y éste en Homo sapiens, sus cerebros iban creciendo. Las mismas células cerebrales se hacían más complejas, al igual que las innumerables conexiones que las comunican.
Sloan (2006) dice que el niño más antiguo del mundo, que murió cuando era un lactante, vivió en la región llamada Dikita, justo al otro lado del Río Awash, que corre desde Hadar (Etiopía), en el Gran Valle del Rift, donde fueron hallados tanto Lucy como los fósiles de otros homínidos. El descubrimiento de los restos fósiles del bebé de Dikita, junto con dos especímenes encontrados antes, un macho más grande y una hembra a la que se llamó Lucy más pequeña, ofrecen una oportunidad de tener una imagen más completa del Australopithecus afarensis. La región del hallazgo es ahora un lugar tremendamente inhóspito. La materia gris de nuestro cerebro es la parte que más energía consume en nuestro cuerpo: 20% de las calorías que ingerimos. Un millón de años después de la existencia del bebé de Dikita, nuestros ancestros aprendieron a complementar con carne la dieta predominantemente vegetariana de Lucy y sus parientes. Fabricaron herramientas de piedra para romper los huesos y extraer el tuétano, rico en proteínas y grasas. La nueva alimentación contribuyó para el desarrollo de cerebros más grandes y complejos, lo cual se tradujo en más inventos y, a su vez, en cerebros de mayor tamaño.
Shreeve (2010) explica que la cuenca de Afar se sitúa justo sobre una falla creciente en la corteza terrestre, que se formó cuando la placa continental arábiga se separó de África hace entre 25 y 30 millones de años y, que hizo que descendiera más para hundirse y convertirse una zona de clima desértico. En esta región se desarrolló el proyecto de investigación del Awash Medio, codirigido por Tim White y sus colegas etíopes Berhane Asfaw y Giday WoldeGabriel, dio a conocer su mayor descubrimiento en 2009 realizado 15 años antes, del esqueleto de un miembro de nuestro linaje que murió hace unos 4.4 millones de años en un sitio llamado Aramis, a menos de 30 kilómetros de lo que hoy es el lago Yardi. Perteneciente a la especie Ardipithecus ramidus, la mujer adulta –a la que llaman “Ardi”- es más de un millón más vieja que “Lucy”. Todavía no está claro si el Ardipithecus ramidus fue el ancestro común de Australopithecus afarensis y del género Homo. Lo que si es cierto es que representa un homínido en transición hacia la especie humana primitiva (Homo habilis).
Carrington (2013) argumenta que:
“La similitud entre el hombre y otros animales se evidencia mejor cuando lo comparamos con monos y antropoides, que son los miembros más avanzados del orden de los primates. Hay tales semejanzas aun en aspectos superficiales de sus físicos que es punto menos que evidente que no se trata de coincidencias. Los antropoides (gorilas, chimpancés, orangutanes y gibones) muestran parecidos particulares, incluso paralelos de conductas. El parecido físico entre el hombre y los primates, sus primos, se observó mucho antes de que se reconociera su parentesco. El nombre mismo “orangután” significa en malayo “hombre de los bosques”. La ciencia de la anatomía comparada confirma, no mediante observaciones superficiales, que el hombre y el mono son parientes cercanos. El esqueleto humano contiene exactamente el mismo número de huesos que el de los gorilas o chimpancés; aun en los primates inferiores, en que el número de huesos difiere, la disposición de ellos es similar a la del hombre. Los parientes más cercanos del hombre –que comparten con él un ancestro relativamente reciente- son los monos antropoides que se ramificaron de ancestros del babuino y de otros monos del Viejo Mundo hace unos 35 millones de años. Los cinco géneros actuales de antropoides se dividen entre los llamados “antropoides inferiores” –el gibón, y el siamanca del Sudeste de Asia- y los “grandes antropoides” –el orangután, de Asia y el gorila y chimpancé de África-. Entre estos, “son los chimpancés los que muestran mayor curiosidad por su medio. Solo el hombre los supera en la fabricación de utensilios con los materiales que caen en sus manos. Garrotes y piedras les sirven para defenderse, con ramitas se rascan partes del cuerpo que no se alcanzan y con hojas se enjugan el agua o se quitan el lodo y la tierra. El más interesante uso de utensilios tiene lugar cuando van en busca de termitas. Algunos, inclusive, se preparan para la expedición escogiendo y preparando garrotes del tamaño debido; esto lo aprenden observando a otros chimpancés hacerlo. Insertan los garrotes en los montículos de termitas, luego los sacan cubiertos de animales a los que devoran con avidez. En cambio los gorilas y orangutanes no usan utensilios en su medio y, a diferencia de los chimpancés o de los babuinos de la sabana, no se sabe que cacen, quizá porque siempre tienen abundantes cantidades de las ramitas, brotes y raíces que tanto les gustan. El empleo de utensilios rudimentarios por los grandes antropoides no fue nuevo, pues, ya los Ramapithecus –primates pequeños de 90 a 120 centímetros de altura- usaban utensilios simples hace unos 15 millones de años, cuyos restos fragmentarios se han encontrado en la India y en África Oriental. “Se le ha clasificado como homínido, parte de la línea que va directamente al hombre moderno, debido a la estructura que se deja ver en esos cuantos fragmentos fósiles. Tanto los dientes como las quijadas son relativamente pequeños y los caninos no sobresalen más allá de los otros dientes, lo que indica que masticaban con un movimiento horizontal giratorio, muy similar al nuestro. Por otra parte, los dientes de los antropoides son mucho mayores, con formidables caninos salientes que exigen una masticación vertical. El Ramapithecus debe haber ocupado cautamente los linderos del bosque, irguiéndose solo para otear la sabana circundante o cuando en sus miembros delanteros llevaba comida a la seguridad de los cercanos árboles. A lo largo de varios millones de años lo sucedió en la línea homínida el Australopithecus, del que se han descubierto cuatro especies diferentes. La más antigua es la afarensis así llamada por la región de Afar de Etiopía en donde en 1974 se descubrió un esqueleto casi completo de una hembra joven a la que sus descubridores bautizaron con el nombre de Lucy. Poco después se hallaron fósiles de afarensis en Laetoli, Tanzania, que datan de hace 3.7 millones de años. Estos restos fósiles de afarensis son marcadamente humanos: del cuello para abajo el esqueleto es casi idéntico al del hombre; la principal diferencia es que sus brazos son ligeramente más largos. De esta pasmosa similitud en la estructura muchos científicos han concluido que el afarensis fue el predecesor del Homo habilis, el primer hombre verdadero”.
El autor mencionado sigue y dice que hace unos dos millones de años ya había aparecido el Homo habilis. Marchaba erguido del todo, sus manos eran más diestras que las del afarensis y, con su cerebro mayor y su pulgar del todo oponible, dependió mucho más de los utensilios y armas, y de la cooperación social. Esta dependencia lo llevó a un género de vida relativamente complejo centrado alrededor de la caza y del acopiamiento. Grupos de habilis establecían campamentos desde los cuales salían a cazar y las mujeres a recoger plantas comestibles. Según crecieron sus aptitudes se volvió un cazador formidable; ahora ya no cazaba animales pequeños y relativamente indefensos sino bestias enormes: antílopes, caballos y elefantes, cuyo seguimiento y muerte requerían un uso más diestro de sus aptitudes mentales y físicas. Tras otro millón de años, más o menos, estos perfeccionamientos del cerebro y de la conducta desembocaron en un ser extraordinario, el Homo erectus. En lo físico no era drásticamente diferente del habilis; pero en lo mental, este ser de frente recia era dueño en un grado mayor de usar algo que era privativamente humano en él –la cualidad que los antropólogos llaman cultura a la que definen como la aptitud de imponer formas arbitrarias al medio-. O sea, que los grandes logros del erectus fueron más culturales que biológicos. Pudo vivir en los extremosos fríos del norte de Europa y Asia debido a su capacidad cultural para sobrevivir en un medio hostil. Se vistió con las pieles de los animales que mataba. Dominó el fuego y se mantuvo con calor y con él endureció las puntas de sus lanzas de madera y cocinó su comida. Si no hallaba cuevas, se hacía refugios de madera. Hace unos 300000 años el Homo sapiens sucedió al erectus. Fue un hombre inteligente; es el ser que asociamos con la edad de piedra, con los comienzos del hombre moderno y de nuestra compleja sociedad. El Homo sapiens se mantuvo dentro del género de vida de los cazadores nómadas. Pero con el tiempo, el hombre cazador se volvió el hombre agricultor. Domesticó granos silvestres, como el trigo y la cebada y también animales como el caballo y las reses –toros y vacas- con lo cual se aseguró una fuente de carne y de fuerza muscular.
Haile-Selassie et al (2019) que participó en dos investigaciones publicadas por la revista Nature, en las que se detallan los rasgos de un cráneo de un Australopithecus anamensis, hallado en Miro Dora en la región de Afar Etiopía, que vivió hace unos 3.8 millones de años y que es considerado antepasado del Homo sapiens y contemporáneo del Australopithecus afarensis hallado también en Afar Etiopía conocido como “Lucy” que existió entre 3.9 y 3 millones de antigüedad. Los restos fósiles encontrados muestran un cráneo de pequeñas dimensiones, con gran mandíbula y dientes, lo que concuerda con la apariencia del Australopithecus anamensis, especialmente el diente canino, cuyo tamaño reducido se desliga de los monos no humanos. Combinando el trabajo de campo con el análisis en el laboratorio, se reconstruyó el paisaje, la vegetación y la hidrología de la zona en la que habitó el Anamensis. En este sentido, probablemente se trata de un hombre adulto que habitó en un asentamiento cerca de un río. Hay pruebas de que el cráneo fue transportado por la corriente y se conservó porque estaba en los sedimentos de un pequeño delta que desembocaba en un lago de unos 6-8 metros de profundidad y este ambiente facilitó su conservación porque lo cubrió rápidamente con sedimentos. Lo más interesante de este hallazgo es la teoría que mantienen los investigadores que participaron en las excavaciones, según la cual el Australopithecus anamensis y el Australopithecus afarensis coincidieron en el tiempo y cohabitaron el planeta durante cerca de 100.000 años.
El nuevo
descubrimiento contradice lo que se pensaba tradicionalmente en el sentido de
que el Australopithecus anamensis se
convirtió, gradualmente, en el Australopithecus afarensis.
El desarrollo de la especie humana no concluyó con la aparición del Homo habilis hace unos dos millones de años. Esta especie humana primitiva siguió evolucionando y después de azarosas veleidades lo sucedió el Homo erectus hace unos 1.8 millones de años, nueva especie humana, que fabricaba instrumentos de piedra más sofisticados que sus antecesores y aprendió a producir el fuego, invento que lo utilizó para defenderse de los animales salvajes que coexistieron en África junto con él, así como para cazarlos y para protegerse del frío, y también muy importante para cocinar sus alimentos. Así pues, el fuego y las herramientas de trabajo fueron cruciales para que el Homo erectus desarrollara su cerebro cuantitativa y cualitativamente muy por arriba del Homo habilis. En seguida, el Homo erectus emigró por el resto de África, Europa y Asia. Al Homo erectus lo sucedió el Homo sapiens africano hace unos 200 mil años y desde África se desplazó por el resto del mundo: Europa, Asia, América, etc. En su paso por Europa se encontró con los Neandertales, seres humanos desarrollados, incluso con un cerebro más grande y adaptados al frío; pero que sucumbieron con el Homo sapiens que hace unos 35 mil años para dar paso al hombre moderno, como lo evidencian los fósiles y pinturas rupestres de Cro-Magnon Francia y Altamira en España.
3. Discusión
El antecedente más lejano relacionado con el origen de la especie humana se remonta a unos 30 millones de años, cuando por la tectónica de placas inició la separación de las placas de Nubia y de Somalia, separación que produjo una fractura geológica de unos 5000 kilómetros: desde el Líbano pasando por el río Jordán, mar Rojo, Etiopía, Kenia, Tanzania y Mozambique; proceso geológico que formó el Valle del Rift en África Oriental, en el que existen una serie de lagos, entre los que destacan: Turkana en Kenia, Victoria en Uganda y Tanzania principalmente y Tanganica en el sureste de África. Asociada a la grieta geológica se produjo intensa actividad volcánica, cuyo material magmático emitido dio origen a montañas de rocas basálticas entre rocas graníticas continentales. Es decir, el evento geológico descrito alteró el relieve y con ello la trayectoria de los vientos atmosféricos, particularmente los monzones africanos de verano e invierno, conservando un clima cálido húmedo en la para oeste y más seco en la parte oriental del continente africano. En correspondencia con el cambio climático se generaron nuevos ecosistemas: en las porciones contiguas a los bosques y selvas del oeste del continente, apareció la sabana en clima templado-húmedo, en las que los pastizales abundantes, matorrales y árboles dispersos, que dadas las variaciones estacionales de humedad (veranos húmedos e inviernos secos) impacta en las migraciones temporales de los animales salvajes. En cambio en la sabana contigua al Valle del Rift de clima semidesértico apareció una sabana en la que los pastizales son más escasos, al igual que los matorrales y árboles dispersos en las que predominan las acacias espinosas. En consecuencia la competencia por los escasos alimentos es mayor entre la menor cantidad de los animales salvajes en este ambiente.
Probablemente los primeros homínidos que por sobre-vivencia tuvieron que bajar de los bosques a la sabana contigua en la que abundaba el alimento, pero dada la mayor competencia entre las manadas de animales salvajes, tuvieron que migrar a la sabana en las proximidades del Valle del Rift más pobre en alimentos, condición ambiental marginal en la que se dio la transición de los antecesores homínidos inmediatos (Australopithecus y Paranthropus) al hombre primitivo (Homo habilis) tanto de los homínidos descritos como del hombre primitivo, encontrados en la ribera oriental del Lago Turkana (Kenia) y Barranca de Olduvai (Tanzania).
El antecedente biológico decisivo en la transformación de los Australopithecus en Homo habilis fue el caminar erguido, aparecido por la necesidad del movimiento vertical con las extremidades posteriores (pies) en un ambiente en el que escaseaban los bosques, es decir, en la sabana. El desplazamiento bípedo implicó una profunda revolución biológica, ya que favoreció la libertad de movimiento de las extremidades anteriores (manos) con las que los primeros homínidos pudieron manipular objetos para alimentarse y defenderse de los animales salvajes que convivieron con ellos, pero dadas las condiciones de competencia en la sabana de clima seco estepario (BSh) con la fauna salvaje depredadora, tuvieron que desplazarse a la sabana de clima desértico (BWh) en las proximidades del Valle del Rift, en la que escaseaban los alimentos, además, se vieron obligados a fabricar instrumentos de trabajo, con lo que apareció el rasgo esencial que define a la especie humana y fue el que permitió la transformación cualitativa de los Australopithecus/Paranthropus en Homo habilis.
Con la habilidad para elaborar herramientas primitivas que aunque rudimentarias el Homo habilis se elevó por encima de sus antecesores homínidos y ya con un cerebro más grande y más complejo, desarrolló razonamientos elementales que le permitieron elaborar mejores herramientas de trabajo, con lo que dio paso a hombres más evolucionados, entre los que destacan el Homo erectus. La definición de este hombre que sucedió al Homo habilis, no es afortunado, ya que el caminar erecto o erguido es un atributo que también es inherente al Homo habilis y a sus antecesores, lo que pierde de vista que el trabajo constituye el rasgo esencial que identifica a la especie humana. El Homo erectus no solo mejoró la tecnología lítica sino que inventó el fuego, tecnología que fue crucial para su desarrollo, ya que con la nueva tecnología se protegió del frío, se defendió de los animales salvajes depredadores y le sirvió para cazarlos; además, le permitió el cocido de sus alimentos vegetales y animales haciéndolos más asimilables, lo que probablemente contribuyó a la disminución del sistema digestivo y la mismo tiempo el crecimiento del cerebro. Así pues, fue la capacidad de fabricar mejores herramientas, la invención del fuego y su uso en el cocido de los alimentos, lo que repercutió en el crecimiento y mayor complejidad del cerebro del Homo erectus. La mejor tecnología lítica, el dominio del fuego y alimentos más asimilables permitieron al Homo erectus migrar a Europa y Asia. Parte de los miembros del Homo erectus permanecieron en África y hace unos 200 mil años iniciaron otra repoblación de Europa, continente en el que se encontraron con los Neandertales, que a pesar de poseer una mayor estatura y un cerebro más grande, fueron aniquilados por los “invasores” dotados de una mejor tecnología, un cerebro más pequeño pero de mayor complejidad y en proceso de transformarse en el hombre moderno de Cromañón en Francia. Se trata del Homo sapiens propiamente dicho y por el desarrollo del arte plasmado en las pinturas rupestres, evidencian que ya poseían lenguaje articulado fundamento del pensamiento abstracto, ya que el arte es la expresión concreta (imágenes) de lo abstracto.
El lenguaje articulado es un producto social y es privativo de la especie humana, pues, si bien el instinto gregario de los antecesores del hombre e incluso de los hombres primitivos (Homo habilis y Homo erectus) no fue suficiente para su aparición, el mismo solo apareció con el hombre de Cromañón mucho tiempo después, lo que significa que también el lenguaje articulado estuvo condicionado por las actividades laborales más complejas que exigían la necesidad de comunicarse más eficazmente. El lenguaje del Homo sapiens fue perfeccionándose a medida que progresaban las relaciones laborales cada vez más complejas y una vez que el largo período Paleolítico de casi dos millones de años de apropiación directa de sus alimentos vegetales, prepararon las condiciones para la domesticación de plantas y animales para dar origen a la agricultura y la ganadería respectivamente en Medio Oriente hace unos 10 mil años. La agricultura y la ganadería significó la primera revolución tecno-productiva que con una mayor productividad del trabajo generó excedentes y así condicionó la aparición de la primera sociedad clasista: el esclavismo, sistema en el apareció la división entre el trabajo intelectual practicado por los representantes de la clase esclavista a los que se les debe el surgimiento de la ciencia como la forma superior de la conciencia humana, en la que el lenguaje articulado verbal y escrito fue fundamento. Así pues, sin lenguaje articulado no hay pensamiento abstracto.
Respecto a la ubicación espacial de la “cuna” de la especie humana, ya Darwin había conjeturado en 1871, que el origen del hombre estaba en África por su parentesco con los monos catarrinos del Viejo Mundo, particularmente con el chimpancé y el gorila oriundos del continente africano. Si bien es cierto que los fósiles de homínidos que antecedieron al hombre primitivo, se distribuyen por toda África, especialmente en las regiones climáticas en las que impera el clima seco estepario (BSh) y desértico (BSh), en las que se han desarrollado los ambientes de sabana, caracterizados por la presencia de grandes extensiones de pastizales, hierbas, arbustos y árboles dispersos, que en correspondencia con dos ambientes climáticos sólo varían de grado sin alterar su cualidad de ser sabanas.
Como el rasgo esencial de la especie humana es el trabajo como lo argumentó Engels en 1876, tesis que ha sido brillantemente confirmada por las modernas revoluciones tecnológicas que han sucedido a la revolución Neolítica de hace 10 mil años. Por consiguiente, para determinar el origen espacial preciso del hombre consiste en ubicar la parte de África en la que apareció la capacidad de fabricar herramientas de trabajo. Por lo descrito en el marco de referencia histórico, el trabajo que define a la especie humana apareció con el Homo habilis, hombre primitivo que vivió en el oriente africano (barranca de Olduvai en Tanzania, Koobi Fora en Kenia y Hadar Etiopía). Así pues, mientras no se encuentren fósiles de Homo habilis en otras partes de África, la “cuna” de la especie humana estará en África Oriental en el Valle del Rift, particularmente en la sabana de clima desértico (BWh) como lo se observa en la imagen siguiente.
Imagen 7. Fósiles del hombre primitivo en el Oriente de África
Fuente: Arsuaga y Martínez (20110)
En la imagen anterior es evidente que los fósiles de Homo habilis hallados en Hadar Etiopía, Lago Turkana en Kenia y Barranca de Olduvai en Tanzania, corrobora o prueba que el origen del hombre primitivo estuvo en el Oriente de África.
4. Conclusiones
El antecedente geológico más remoto del origen africano de la especie humana es la ruptura (separación) de las placas continentales de Nubia y de Somalia que dio origen hace unos 30 millones de años al Valle del Rift en el oriente africano, asociado a montañas de origen volcánico y depresiones, muchas de las cuales son lagos que captan agua de las corrientes superficiales (ríos). Así pues, la tectónica de placas transformó cualitativamente el relieve (montañas, valles, mesetas, etc.) del Oriente de África y con ello cambió el clima, particularmente los vientos monzónicos de verano e invierno que afectan al África subtropical. En verano por la incidencia directa de la radiación solar esta parte del continente africano se calienta en mayor proporción que el océano Atlántico ecuatorial, lo que provoca que los vientos monzónicos se muevan de las zonas de alta presión localizadas en el océano al continente africano en el que se ubican los centros de baja presión, y como van cargados de humedad al interaccionar con el relieve precipitan su humedad en el oeste de África subtropical, lo que disminuye su humedad y al continuar su movimiento precipitan la poca humedad que contienen en la frontera con el este africano, precipitando la escasa humedad que todavía contienen en las partes más bajas del Valle del Rift. En el invierno la trayectoria de los monzones se invierte: ahora los vientos van del continente africano en el que se ubican los centros de alta presión al océano Atlántico tropical en el que se localizan las zonas de baja presión, por consiguiente, son vientos secos que no aportan humedad en África subtropical. Así pues, el clima en el África subtropical es de marcada estacionalidad: veranos húmedos e inviernos secos. Más específicamente, los climas típicos de África, son: tropicales húmedos en el centro-oeste; desérticos en el Norte y Sur, regiones en las que predominan las zonas de alta presión asociadas a climas secos por la trayectoria de los vientos atmosféricos; climas templado-húmedos en las regiones montañosas y secos esteparios en la frontera de los bosques y climas desérticos en el Sahara y las depresiones del Valle del Rift.
Los climas han condicionado la flora y la fauna, particularmente de la sabana, caracterizada por la presencia de abundantes pastizales, matorrales y árboles dispersos en los climas seco-esteparios y desérticos que lindan con los climas desérticos del norte y depresiones del Valle del Rift, región del oriente africano en las que se ha formado una sabana caracterizada por la presencia flora y la fauna más escasa de pastizales, matorrales y árboles (principalmente acacias) dispersos.
La aparición de las sabanas en África condicionó la aparición de una nueva especie que se desprendió de un ancestro común que por un lado dio origen a los monos antropoides y los homínidos, cuyo rasgo genérico fue el caminar erguido por el suelo en la sabana y como arborícola en los bosques dispersos y, que a la larga culminó con el origen de la especie humana.
Los fósiles de los homínidos se han encontrado en varias partes del continente africano, particularmente en las regiones de climas seco-esteparios y desérticos próximos al Valle del Rift.
El reciente descubrimiento de fósil (cráneo) de 2019 de una especie de Australopithecus anamnesis en Hadar Etiopía de hace 3.8 millones de años que coexistió simultáneamente con el Australopithecus afarensis ("Lucy"), indica que tal vez el Ardipithecus ramidus de hace 4.4 millones de edad es probablemente el ancestro común de ambos. Sin embargo, parece que la coexistencia solo fue breve y el Australopithecus se extinguió antes, por lo solo algunos Australopithecus afarensis que sobrevivieron a la competencia con las fieras salvajes, dieron el salto cualitativo al transformarse en el hombre primitivo (Homo habilis), en el que el trabajo fue el factor decisivo, ya que la capacidad de fabricar herramientas que aunque rudimentarias es lo que lo identifica como especie humana primitiva. Probablemente los homínidos habitantes de la sabana de clima seco-estepario se vieron obligados por la competencia con los animales salvajes depredadores a emigrar a la sabana de clima desértico, que dada su mayor adversidad el Australopithecus afarensis necesariamente se transformó en hombre primitivo como lo confirman los restos fósiles encontrados en la barranca Olduvai en Tanzania, Koobi Fora en Kenia y Hadar Etiopía; todos el Oriente de África en las depresiones de una porción del Valle del Rift, lo que prueba que el origen del Homo habilis está en el Oriente de África.
La aparición de la especie humana hace dos millones de años, es consecuecia de evoluciones y revoluciones biológicas que iniciaron con el origen de la vida hace unos 3500 millones de años.
La
evolución de la especie humana no culminó con la aparición del Homo habilis.
Este prosiguió mejorando sus herramientas de trabajo y después de un
accidentado desarrollo apareció el Homo erectus, con instrumentos de trabajo más sofisticados, además, descubrió el fuego,
invento que fue crucial para su sobrevivencia, dado que en el ambiente frío en
el que se desenvolvió le sirvió para calentarse, protegerse de los animales
salvajes y para cazarlos, así como para cocinar sus alimentos (vegetales y
animales) para hacerlos más asimilables, lo que favoreció la disminución del sistema digestivo y colateralmente contribuyó al aumento del cerebro y de mayor complejidad, aspectos que conjuntamente le permitieron
a la mayoría migrar para Europa y Asia hace unos 200 mil años. La parte que se
quedó en África siguió mejorando su tecnología para la apropiación de sus
alimentos y miles de años después también emigraron a Europa que ya estaba
poblada por los Neandertales, que al confrontarlos y al disponer de mejor
tecnología y armas los aniquilaron, para luego transformarse en el hombre moderno
de Cromañón en Francia hace unos 35 mil años. Las pinturas rupestres del
hombre de Cromañón prueban que ya habían desarrollado lenguaje escrito
plasmado en sus pinturas rupestres, lo que indica la existencia de
pensamiento abstracto, ya que el arte puede ser definido como el reflejo de lo
abstracto a través de imágenes concretas.
El
prolongado período Paleolítico de unos dos millones de años, basado en una
economía de apropiación directa de productos vegetales y animales que la propia
naturaleza aportaba, preparó las condiciones para la domesticación de plantas y
animales en Medio Oriente (Egipto, Mesopotamia, Babilonia, etc.) hace
aproximadamente 10 mil años, generando así el surgimiento de la agricultura y
la ganadería, así como las correspondientes tecnologías para la producción de
alimentos y dada la mayor productividad del trabajo, se produjo lo
indispensable para la subsistencia de las sociedades neolíticas y un excedente
para el intercambio mercantil simple, primero entre comunidades igualitarias y
después en su interior contribuyendo así a su disolución, lo que preparó las
condiciones para el surgimiento de la propiedad privada de la tierra y sus
productos y con ello la aparición de la primera sociedad clasista: el esclavismo,
sistema en el que la clase esclavista minoritaria era la poseedora de la
riqueza producida por la clase mayoritaria: los esclavos. No obstante, el
carácter explotador de la sociedad esclavista, se trató de un sistema
socio-económico progresista respecto a las sociedades comunitarias que le
antecedieron, ya que la clase esclavista tuvo las posibilidades de dedicarse a
la cultura en general y a la ciencia en particular. Así fue cómo surgió la
filosofía y el arte en Egipto, Mesopotamia, la India, etc. como lo prueban las
monumentales construcciones, pinturas y escritos.
La filosofía y el arte fueron resultado de un poco más de dos millones de años de desarrollo en la que el trabajo y la tecnología han sido los actores principales en el surgimiento del lenguaje, fundamento del arte, la filosofía y las ciencias particulares.
Finalmente el hombre puede ser definido como un homínido, cuyo rasgo esencial que lo define y al mismo tiempo lo diferencia de los animales superiores, particularmente de los primates, es la capacidad para fabricar instrumentos de trabajo (tecnología) para transformar la naturaleza, para proveerse de bienes de subsistencia, práctica socio-productiva que condicionó el origen del lenguaje, la conciencia en general y de la ciencia en particular como su forma suprema, ya que la práctica repetitiva es el fundamento de la generalización teórica y en consecuencia del pensamiento abstracto.
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Leakey
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