viernes, 22 de julio de 2016

PROGRAMA, POLÍTICA Y ORGANIZACIÓN DE PARTIDO DE LA CLASE TRABAJADORA

PROGRAMA, POLÍTICA Y ORGANIZACIÓN  DE PARTIDO DE LA CLASE TRABAJADORA

Valentín Vásquez
Oaxaca, México
valeitvo@yahoo.com.mx
1. Programa

La teoría debe ser el fundamento científico del programa, ya que es la teoría la que permite comprender racionalmente la realidad socio-política que se pretende transformar, así como las reivindicaciones económicas, sociales y políticas que el partido tiene que abanderar en la lucha de la clase trabajadora, así como de la política -estrategia y tácticas- y la organización del partido la clase trabajadora.

Agencia de Prensa Novosti (1988), cita el trabajo de Lenin titulado: “Nuestro Programa”, en el que señala que “no puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que éstos extraigan todas sus convicciones y que la apliquen en sus procedimientos de lucha y de acción. Defender la teoría que según nuestra más profunda convicción es la verdadera, contra los ataques infundados y contra los intentos de empeorarla, no significa, en modo alguno, que seamos enemigos de toda crítica. No enfocamos, en absoluto, la teoría de Marx como algo acabado e intangible; estamos convencidos, por el contrario, de que colocó sólo las piedras angulares de la ciencia que los socialistas deben impulsar en todas direcciones, sino quieren quedar rezagados en la vida”.

Sazonov V. (1988), señala que en la tercera década del siglo XIX, dado el incontenible crecimiento del movimiento obrero en los países de Europa, cuando se eleva a un primer plano la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía, lucha que se manifiesta en choques abiertos y encarnizados, urge la necesidad social de dar una interpretación científica de los acontecimientos, para fundamentar teóricamente las demandas de la clase obrera a través de un programa revolucionario. Era necesario no sólo explicar las causas de la lucha agudizada entre el proletariado y la burguesía; había que analizar de nuevo la historia y responder con claridad a las preguntas que preocupaban a todas las capas de la sociedad: ¿cuáles eran los destinos de la humanidad? ¿qué fuerzas sociales desempeñarían el papel decisivo en el nuevo proceso revolucionario? ¿cuál es, en esta lucha, el papel del proletariado, cuyas acciones ya conmovían al mundo capitalista?

La comprensión de la naturaleza de la revolución, sus causas y fuerzas motrices adquiere significado primordial para Marx y Engels. Su pensamiento se dedica a la búsqueda de vías y formas para lograr la transformación revolucionaria del mundo y de la fuerza capaz de cambiar el régimen existente. Ambos encontraron esa fuerza en el proletariado.

El movimiento obrero en los años 40 del siglo XIX aún se desarrollaba, en lo fundamental, de modo espontáneo. Bajo la bandera del socialismo actuaban personas de opiniones muy vagas y confusas. Por ello, era preciso acelerar, ante todo, la elaboración integral de las concepciones revolucionarias, exponerlas y divulgarlas en la prensa.

Con la Ideología alemana (1846) y Miseria de la filosofía (1847), los cimientos filosóficos de la teoría del socialismo científico estaban colocados. Se había creado un poderoso instrumento teórico para el movimiento obrero. Era necesario ponerlo en manos de los obreros, conseguir la unión, la fusión de ésta teoría con la lucha práctica del proletariado.

El Manifiesto del Partido Comunista (1848) fue como un resumen de todo el desarrollo de la teoría marxista, cuya formación para entonces había terminado en lo fundamental y que apareció como una concepción íntegra y nueva en principio del mundo, de su conocimiento y transformación. Vino a constituir la base del programa de la Liga de los Comunistas, el primer partido internacional del proletariado revolucionario.

No es casual que, tras exponer en los dos primeros capítulos del Manifiesto Comunista, las bases teóricas del comunismo científico, en seguida se enlistan las reivindicaciones económicas y políticas –programa- que se derivan, entre las que destacan:

1. Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para gastos del Estado.

2. Fuerte impuesto progresivo.

3. Abolición del derecho de herencia.

4. Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.

5. Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco Nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.

6. Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
7. Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan general.

8. Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.

9. Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo.

10. Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción material, etc.

Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletariado se constituye indefectiblemente en clase; si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime, al mismo tiempo que estas relaciones de producción, las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general, y, por tanto, su propia dominación como clase.

En sustitución de la antigua sociedad burguesa y con sus clases y antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desenvolvimiento de cada uno será la condición del libre desenvolvimiento de todos.

Vasin y Vasina (1988), interpretando la obra de Marx: “Crítica del Programa de Gotha”, explican que a principios de mayo de 1875 Carlos Marx envió a los dirigentes de la clase obrera alemana –Bracke, Liebknecht, Bebel y Auer- un pequeño manuscrito, de sólo 15 páginas y media, titulado: Glosas  marginales al Programa del Partido Obrero Alemán. Este documento ampliamente conocido más tarde con el título de Crítica del Programa de Gotha, se convirtió en la obra programática más importante del socialismo científico después del Manifiesto del Partido Comunista.

La actividad teórica de Marx estaba siempre relacionada indisolublemente con la práctica de la lucha revolucionaria de las masas obreras. La necesidad de un programa para el primer partido revolucionario de los obreros –Liga de los Comunistas- llamó a la vida el Manifiesto del Partido Comunista. Más de cuarenta años dedicó Marx a su obra fundamental- El Capital-, que dio una base científica al movimiento proletario. El trabajo Crítica del Programa de Gotha fue escrito por Marx en respuesta a las reivindicaciones concretas del movimiento obrero alemán.

El 23 de mayo de 1863 fue creada la Asociación General de Obreros Alemanes (AGOA), que F. Lasalle elaboró su programa en el que afirmaba, que para liberar a los obreros de la explotación bastaba con conquistar el sufragio universal y, con su ayuda, el Estado burgués se transformaría en cierto “Estado alemán libre”. Se proclamaba como medio para la reestructuran económica de la sociedad, sobre principios justos, las llamadas cooperativas de producción voluntarias, creadas con la ayuda del Estado.

Entre las tesis erróneas del programa lasalleano, impuesto a la Asociación obrera, figuraba igualmente la llamada “ley de bronce del salario” según la cuál el salario de un obrero nunca puede ser superior a una magnitud mínima vital. De esta “ley” se hacía la deducción sobre el carácter absurdo de la lucha económica del proletariado. Por eso, la AGOA se negaba a participar en la labor de los sindicatos, censuraba las huelgas y los paros, lo cual la condenaba inevitablemente al aislamiento de la masa fundamental de proletarios predeterminando el carácter sectario del partido lasalleano. Contribuía a ello asimismo, la actitud de la Asociación hacia el potencial aliado del proletariado en la lucha de clases, el campesinado, como hacia “una masa” totalmente “reaccionaria”.

Los erróneos planteamientos programáticos de Lassalle, que formaban la base de la construcción orgánica y la actividad práctica de la Asociación eran completamente hostiles al marxismo. El programa del partido lasalleano no abría ante la clase obrera ninguna perspectiva revolucionaria, sembraba en sus filas las peligrosas ilusiones de la posibilidad de lograr el socialismo sin lucha de clases y sin la revolución proletaria. Lasalle colocó los cimientos del reformismo y el oportunismo en el movimiento obrero alemán.

Por eso la lucha de Marx y Engels contra Lassalle y el lasalleísmo no tenía un carácter casual, sino profundamente de principios y se libraba respecto de todos los problemas fundamentales del programa lasalleano, ya que Marx y Engels nunca estuvieron de acuerdo con ninguno de sus puntos.

A fines de los años 60 del siglo XIX los miembros más conscientes del partido lasalleano, encabezados por los correligionarios y discípulos de Marx y Engels -A. Bebel, G. Liebbnecht, G. Bracke- rompieron con la Asociación General de Obreros Alemanes, desplegando entre las amplias masas obreras la agitación por crear un partido de la clase obrera sobre los principios del marxismo. En agosto de 1869, en el congreso de obreros alemanes en la ciudad de Eisenach fue creado el Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania.

El programa del partido de Eisenach no estaba exento de una determinada influencia del lasalleísmo y de las ideas democráticas vulgares. Pero en lo fundamental se trataba de un documento del partido marxista revolucionario. En él se proclamaba claramente que las libertades políticas y el sufragio universal representaban sólo un medio auxiliar para la completa emancipación de la clase obrera. El proletariado debía luchar por liquidar todo el dominio de clase y el sistema del trabajo asalariado.

Una de las causas principales de la escisión en el movimiento socialista alemán fueron las divergencias en la cuestión de las vías de la unificación nacional de Alemania. Lassalle y sus adeptos, en vista de las pocas probabilidades que tenía la vía proletaria y democrática, siguieron una táctica indecisa y se adaptaron a la hegemonía del junker Bismarck. Su error consistió en desviar al partido obrero hacia el camino bonapartista del socialismo de Estado. En cambio, Bebel y Liebknecht defendieron consecuentemente el camino democrático y proletario, y lucharon contra cualquier concesión al prusianismo, al régimen de Bismarck o al nacionalismo.

Con la unificación de Alemania desaparecieron las principales divergencias tácticas que habían separado a los lasalleanos y eisenacheanos, y en 1873-1874 se produjo un viraje en el movimiento obrero de Alemania. Los obreros y la dirección de los dos partidos se convencían cada vez más en experiencia propia de que la escisión organizativa en las filas del proletariado sólo favorecía al gobierno de Bismarck.

Deseando liquidar lo más pronto posible la escisión en el movimiento obrero, G. Liebknecht y algunos otros dirigentes del partido eisenacheano hicieron concesiones inadmisibles a los lasalleanos. Como resultado de ello, los dirigentes de la Asociación lograron, en primer lugar, imponer a los eisenacheanos una unión inmediata. En segundo lugar, se confió a los líderes de AGOA –Hasenclever y Hasselmann- la elaboración del proyecto de programa unificador para el congreso de Gotha. No es de sorprender que surgiera un documento escrito totalmente en el espíritu lasalleano. El proyecto del Programa de Gotha representaba un paso atrás en comparación con el programa de Eisenach de 1869.

Ocurrió esto porque los dirigentes de los socialdemócratas alemanes subestimaron la importancia de la teoría para el movimiento obrero, manifestaron una determinada despreocupación en las cuestiones ideológicas. Les parecía que con la sola creación de un partido único se aseguraba la victoria sobre los lassalleanos. Fue una equivocación ingenua. En la aprobación del Programa de Gotha se veía la gran importancia que tienen las cuestiones teóricas para los jóvenes partidos obreros, cuán inseparable es la lucha por la unidad revolucionaria del profundo dominio por el partido de la teoría marxista. Marx subrayaba que, si los jefes de la Asociación lassalleana se les hubiese declarado firmemente desde el principio que cualquier “negociación de los principios” se excluía, inevitablemente “habrían tenido que contentarse con un programa de acción o con un plan de organización para la actuación conjunta”. Más los dirigentes del partido de Eisenach se apartaron de la tesis más importante del marxismo sobre la ligazón indestructible de la teoría y la práctica de la lucha de clase del proletariado. Infringieron el principio democrático de la actividad del partido de la clase obrera, ya que sus miembros de filas estaban separados, de hecho, de la participación en la solución de la cuestión sobre la unión, la elaboración y la discusión del proyecto de programa y de los estatutos del partido.

Marx y Engels, quienes vivían en la emigración en Inglaterra, no sabían absolutamente nada sobre las negociaciones que se llevaban a cabo con los lasalleanos. Liebknecht, envuelto en los acontecimientos, no les comunicaba nada, mientras que otro corresponsal –Bebel- se encontraba, preso. Cuando por primera vez leyeron en el periódico  Volksstaat del 7 de marzo el proyecto de nuevo programa, éste suscito en ellos, según Engels, no poco asombro. Engels expresó su actitud hacia el proyecto del Programa de Gotha en la famosa carta a Bebel del 18-28 de marzo de 1875. Engels enumeró los principales defectos radicales del proyecto:

1. Aceptación de la frase, históricamente falsa, de Lassalle de que “frente a la clase obrera todas las otras no forman más que una masa reaccionaria”.

2. Renegación completa del principio internacionalista del movimiento obrero.

3. Imposición de la “ley de bronce del salario” lasalleana.

4. Planteamiento, como única reivindicación social de los obreros, de que se creen cooperativas de producción con la ayuda del Estado.

5. Silenciamiento del papel de los sindicatos en la organización de la clase obrera.

6. Planteamiento de las nebulosas reivindicaciones, en boga en aquella época, de la libertad de la ciencia, de conciencia, la dirección “por el pueblo”, etc.

El programa es así –concluía Engels- que “de ser aprobado, Marx y yo jamás podríamos militar en el nuevo partido erigido sobre esta base…”

Muchos años más tarde, Engels confirmó su conclusión sobre ese programa: “Aceptando todas las principales frases económicas y exigencias de Lassalle –escribía a Bebel en 1891- los eisenacheanos se convirtieron de hecho en Lasalleanos, por lo menos por su programa. Los lassalleanos no sacrificaron nada, absolutamente nada…”

La aprobación del programa que contenía errores burdos, formulaciones inexactas significaban un paso atrás en comparación con el nivel del movimiento obrero y del desarrollo de la misma teoría, se hacían concesiones inadmisibles a las representaciones pequeñoburguesas, superadas ya en gran medida en aquella época por los obreros avanzados. ¡Había que elevar a su nivel a todo el partido, y no hacerlo retroceder hacia las ideas reaccionarias caducas¡ La áspera actitud de Marx y Engels hacia el proyecto del Programa de Gotha fue suscitada por la circunstancia de que les unían al movimiento obrero alemán lazos estrechos. “Era, pues, de esperar que nos atribuyesen también la paternidad secreta de ese programa”, escribía Engels.

Al unirse con los lasalleanos, el partido de Eisenach aspiraba a convertirse en un partido obrero de masas. Tenía para ello dos posibilidades. Un camino - orientación directa a la ideología de las masas que se formaba espontáneamente- era, un camino más fácil, que prometía al principio éxitos rápidos. Pero este camino significaba la adaptación del partido al nivel de conciencia de las masas y, al fin de cuentas, conduciría a la pérdida por él de su papel dirigente, al conformismo oportunista. Marx y Engels proponían a los socialdemócratas alemanes otro camino: el camino no fácil de lucha por la concepción del mundo estrictamente científica, su incansable propaganda entre las masas, utilizando su aspiración espontánea al socialismo. “Ustedes, el partido –escribía Engels a Bebel- necesitan la ciencia socialista…Un desentendimiento incluso ligero…entre el partido alemán y la ciencia sería una desgracia e ignominia incomparable”. Es decir, era absolutamente necesaria la fusión de la teoría científica con las necesidades de la lucha revolucionaria del proletariado.

Marx escribió sus observaciones al proyecto del Programa de Gotha bajo la impresión inmediata de la lectura en Volksstaat. Vio en el programa todo aquello contra lo cual luchaba irreconciliablemente durante tantos años con Lassalle: las formulaciones abstractas, imprecisas y vagas que ocultaban la ignorancia en la teoría económica, los errores políticos crasos, imperdonables. ¡Y todo ello se proponía como bandera del partido que encabezaba el proletariado europeo¡

El análisis de los errores y las equivocaciones de los socialdemócratas alemanes movió a Marx a formular las tesis programáticas del marxismo sobre la futura sociedad comunista. Por eso, con los años, el manuscrito de Marx no sólo no ha envejecido sino que su importancia teórica y práctica incluso ha crecido para el movimiento obrero internacional.

Marx comenzó analizando desde las primeras líneas el Programa de Gotha: “El trabajo es la fuente de toda riqueza y de toda cultura –se señalaba en el proyecto- y como el trabajo útil sólo es posible dentro de la sociedad y a través de ella, todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo”.
A primera vista parecía que los lassalleanos estaban por la distribución justa del producto del trabajo, y ¿qué había de malo en ello? Pero Marx halla, por lo menos, tres errores de principio de los autores del programa.

En primer lugar, no reflexionaron siquiera en que no sólo el trabajo constituye la fuente de la riqueza social. Es un hecho evidente: la misma naturaleza constituye, ante todo, la fuente de todos los objetos y medios de trabajo. Porque el trabajo, generalmente hablando, es también la manifestación de una de las fuerzas de la naturaleza, precisamente de la fuerza de trabajo, o sea, de la capacidad natural del hombre para trabajar. Pero este no era sino un aspecto de la cuestión. Al repetir, siguiendo a su maestro Lassalle, los razonamientos sobre la riqueza, el trabajo, la sociedad en general, los autores del programa no sintieron que estas frases abstractas enmascaraban, de hecho, la esencia explotadora del capitalismo, velaban su carácter históricamente transitorio. En realidad, ¿de que sociedad se trataba en el programa? Esto no quedaba claro. Por eso, se velaban las características concretas de las condiciones sociales en que trabajaba el obrero. Y eso tiene relación directa con las tareas del partido proletario. En el programa del partido, según la profunda convicción de Marx, debía estar representado, ante todo, el hecho de que son, precisamente, las relaciones de producción capitalistas las que colocan al obrero en subordinación directa del propietario de los medios de producción. Después debía seguir la fundamentación de la necesidad de la liquidación revolucionaria de las condiciones sociales que engendraban las relaciones de explotación. Es natural, escribe Marx, que “el hombre no dispone de más propiedad que su fuerza de trabajo, tiene que ser, necesariamente, en todo estado social y de civilización, esclavo de otros hombres, de aquellos que se han adueñado de las condiciones materiales de trabajo. Y no podrá trabajar, ni, por consiguiente, vivir, más que con su permiso”. Soslayar este hecho sería un error imperdonable. “Un programa socialista –recalca Marx- no debe permitir que tales tópicos silencien aquellas condiciones sin las cuales no tienen ningún sentido”. En el caso contrario, todas las frases del programa sobre la sociedad, el trabajo, carecen de contenido. Los razonamientos abstractos de los lasalleanos sobre el trabajo en general, que examinan el trabajo al margen de las condiciones histórica concretas, favorecían a la burguesía. Es, precisamente, este momento que Marx subraya cuando dice que el capitalista tiene fundamentos muy serios para atribuir al trabajo “una fuerza creadora sobrenatural”, porque semejante enfoque enmascara la fuente de su ganancia, vela la esencia parasitaria del modo capitalista de producción, con el que el proceso de desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la cultura opera en interés de un reducido grupo de personas que poseen medios de producción y que viven del trabajo ajeno.

El segundo error burdo de los autores del Programa de Gotha, según la opinión de Marx, también dimanaba de la ignorancia de la teoría económica, de su incomprensión de que la riqueza material de la sociedad no se creaba con todos, ni mucho menos, los gastos individuales de la energía humana (física y mental), sino sólo con el trabajo incluido en el sistema de la división social del trabajo, el trabajo social. El trabajo de una persona aislada de otras, muestra Marx, no puede crear ni riqueza ni valores culturales. Sólo en la unión de todos los tipos aislados de trabajo en un proceso de producción único surge lo que se denomina riqueza de la sociedad. Por eso cualquier producción, subraya Marx, existe solo como producción social y el trabajo es la fuente de riqueza solo como trabajo social que se realiza con determinadas relaciones de producción.

Los lasalleanos, al igual que los economistas burgueses, enfocaban todas las categorías económicas al margen de la historia. Realmente, ¿qué es trabajo “útil” que figura en el programa? ¿A caso un salvaje que mata a un animal de una pedrada y que amontona frutos, pregunta Marx, no ejecuta un trabajo “útil”? pero su presa no es en absoluto riqueza social. Marx explica con paciencia que el trabajo individual, mientras no se incluya en el sistema social del trabajo, crea sólo valores de consumo. No pasan por el proceso de valoración social: no se conmensuran en el proceso de la venta de las mercancías los gastos invertidos en su producción por los diferentes productores. Por consiguiente, estos productos del trabajo no tienen valor social y, por ende, no pueden constituir un elemento de la riqueza social.

Al desenmascarar la esencia anti científica, reaccionaria, de los razonamientos lasalleanos sobre el trabajo, que pasan por alto las condiciones materiales y sociales en que se realiza; Marx, por su parte, mostró que, en realidad, la base de la sociedad no la constituye el trabajo por sí mismo, fuera de las condiciones históricas concretas, sino el modo de producción de bienes materiales bajo el cual se entiende el modo de unión del productor con los medios de producción. En el capitalismo, estos dos factores más importantes de la producción están separados, por cuanto los instrumentos de trabajo los posee el capitalista y la unión del trabajador con los medios de producción se realiza solo en forma del trabajo asalariado, en el proceso de explotación del productor directo de los bienes materiales.

Un análisis profundo y multilateral de las leyes económicas objetivas del capitalismo dio a Marx la posibilidad de sacar la conclusión de enorme significado revolucionario: de que el capitalismo crea todas las premisas objetivas necesarias para su derrocamiento revolucionario. Esta conclusión debía figurar en el programa del partido proletario. En vez de frases generales acerca del “trabajo” y la “sociedad”, indicaba Marx, en él se debía mostrar claramente “cómo, en la actual sociedad capitalista, se dan ya, al fin, las condiciones materiales, etc., que permiten y obligan a los obreros a romper esa maldición social”.

En cambio, la fraseología lasalleana sobre el trabajo y la sociedad en general, incluida en el Programa de Gotha, contribuía precisamente a velar este importantísimo descubrimiento revolucionario hecho por Marx en El Capital, y desviaba con esto a la clase obrera del camino de la lucha revolucionaria, del derrocamiento revolucionario del sistema de la esclavitud capitalista. Esta fraseología abstracta enmascaraba la esencia de clase de la táctica política del lasalleísmo que aspiraba a adaptar el movimiento obrero alemán a los intereses de los terratenientes prusianos. Por eso es completamente comprensible la acerba crítica que este punto del programa suscitó por parte de Marx.

Como el tercer defecto grande del primer párrafo del programa Marx consideraba la inclusión en él de la vieja reivindicación lasalleana del “fruto íntegro del trabajo”. Aparece dos veces en el programa: en el primer punto del trabajo, y luego, una vez más, en la formulación: “La emancipación del trabajo exige que los medios de trabajo se eleven a patrimonio común de la sociedad y que todo el trabajo sea regulado colectivamente, con un reparto equitativo del fruto del trabajo”.

El enfoque científico de la distribución del producto social, elaborado por Marx, permitía hacer del párrafo lasalleano una deducción completamente opuesta. “Si el trabajo útil solo es posible dentro de la sociedad y a través de ella –concluye lógicamente Marx-, el fruto del trabajo pertenecerá a la sociedad, y el trabajador individual sólo percibirá la parte que no sea necesaria para sostener la sociedad”.

Es decir, señala Marx, el fruto social nunca pasa inmediatamente a disposición de productores directos. Es una ley de cualquier sociedad,  pero en cada formación se manifiesta de diferente manera. En la sociedad capitalista, pretende al producto social, en primer lugar, el gobierno compuesto de representantes de la clase poseedora; en segundo lugar, las propias clases poseedoras, dueñas de los medios de producción, que se consideran sostén del orden público. Y sólo después, al fin de cuentas, los obreros reciben salario por su trabajo. De modo que su fruto del trabajo es siempre “parcial” en el capitalismo, en virtud de las leyes que rigen esta sociedad.

Pero los lasalleanos exigían la introducción del principio del “fruto íntegro del trabajo” ya después de la “elevación de los medios de trabajo a patrimonio de la sociedad” (no quedaba claro cómo esto podía ser realizado sin la revolución), o sea en la sociedad socialista que representaban erróneamente. Sin embargo, también allí, como mostró Marx, esta consigna era absolutamente inadmisible. Constituyen el patrimonio social no sólo los productos del trabajo, sino igualmente las riquezas naturales (la tierra, su subsuelo, etc.), los logros de la cultura, la instrucción, es decir, los resultados del multisecular desarrollo de la sociedad humana. Es absurdo que un trabajador aislado pretenda a algo con cuya creación no tenga nada que ver. El producto social, se crea con el trabajo variado de muchos trabajadores relacionados con el sistema de la división social del trabajo. Esto significa que incluye, entre otras cosas, los logros de la ciencia, sin los cuales es inconcebible hoy día el desarrollo de la producción, la que, a propósito sea dicho, constituye también patrimonio social, así como muchas otras partes integrantes extraordinariamente difíciles de separar, si es que, en general, esto es posible, ya que la parte del producto social, con cuya creación el productor individual dado no tiene nada que ver, siempre y eternamente pertenece a la sociedad, sus pretensiones a todo el producto de la sociedad son ilícitas y absurdas. Marx muestra que nunca, bajo ningunas condiciones, el trabajador puede pretender a todo el fruto social del trabajo.

Por cuanto cualquier sociedad es un organismo complejo, exige gastos para el cumplimiento de funciones necesarias: dirección, orden legal, etc. Cubrir estos gastos, necesarios no sólo en la sociedad burguesa, sino, igualmente, en la comunista, es posible sólo a cuenta del producto social. Por consiguiente, el ingreso del trabajador aislado siempre será “parcial” bajo cualquier régimen social.

Marx demuestra el carácter sin contenido y vago del mismo concepto “fruto del trabajo”. Pues puede ser interpretado de cualquier manera: como producto del trabajo en forma natural, sea productos alimenticios, ropa, calzado, etc., y como su valor. Pero en este caso, anota Marx, hay que explicar que valor se tiene en cuenta: ¿todo el valor del producto que incluye el trabajo “vivo” que acaba de invertirse, y el “pretérito”, materializado en el equipo, las máquinas, etc.? O el “fruto del trabajo” es solo el valor creado nuevamente por el trabajo “vivo”, que es siempre menor que el de todo el producto. Únicamente después de responder a todas estas preguntas, se puede explicar el concepto “el fruto del trabajo”.

Es igualmente vulgar la representación de los autores del Programa de Gotha sobre la “distribución equitativa”. En el programa del partido obrero debía estar reflejado el enfoque precisamente proletario de esta cuestión. Porque desde el punto de vista de los burgueses las relaciones existentes en el capitalismo son justas e inconmovibles. Y son, realmente, las únicas posibles en condiciones del capitalismo. Porque en la sociedad burguesa las condiciones materiales de la producción en forma de propiedad sobre el capital y propiedad sobre la tierra se encuentran en manos de los explotadores, mientras que los obreros poseen sólo la capacidad potencial de trabajar, que puede no realizarse si el dueño del capital o un propietario de tierra no les da trabajo. De esta distribución de factores materiales de la producción dimana la distribución capitalista del producto del trabajo, con la cual la parte predominante de la renta nacional (y es el producto nuevamente creado a escala de toda la sociedad) en forma de ganancia va a parar gratuitamente al bolsillo del explotador, mientras que el trabajador recibe sólo una parte de lo que creó con su trabajo tenaz, superior a sus fuerzas. Esto significa que, en virtud de las leyes económicas objetivas vigentes en el capitalismo, parte del valor del producto creado por el trabajo la obtiene con perfecta “legalidad” el capitalista, el propietario de los medios de producción.

Marx consideraba igualmente que en el programa del partido proletario debía estar presente imprescindiblemente la deducción de que “en la medida en que el trabajo se desarrolla socialmente, convirtiéndose así en fuente de riqueza y cultura, se desarrollan también la pobreza y el desamparo del obrero, y la riqueza y cultura de los que no trabajan”.

Esta ley descubierta por Marx acerca de todas las sociedades explotadoras tiene especial significado para el capitalismo. Bajo su acción (Marx llamó en El Capital a esta ley “ley general de la acumulación capitalista”) se opera una polarización cada vez mayor de la sociedad en burguesía y proletariado (por su posición económica hoy contactan con él otras capas trabajadoras de la población en los países capitalistas), se ahonda la principal contradicción del capitalismo, y, por consiguiente, la liquidación de las relaciones capitalistas se hace cada vez más necesaria.

La ausencia de las tesis teóricas de principio del marxismo revolucionario en el Programa de Gotha demostraba la debilidad en cuestiones de la teoría no sólo de los autores directos del proyecto (era difícil esperar otra cosa de los lasalleanos), sino también de los líderes del partido eisenacheano.

Los autores del programa no veían contradicción entre la ausencia en el proyecto del planteamiento sobre la necesidad del derrocamiento revolucionario del capitalismo y su exigencia de un reparto equitativo del fruto íntegro del trabajo, con iguales derechos, entre todos los miembros de la sociedad. Mientras que esta relación, como subraya Marx, es indudable. Sino se liquidan las clases explotadoras, ¿cómo hay que comprender las frases lasalleanas sobre el derecho igual a una parte del fruto del trabajo? ¿deben ellas obtener recompensa al igual que los miembros trabajadores de la sociedad? El Programa de Gotha dejaba abierta esta cuestión.

En las reivindicaciones económicas del Programa de Gotha figuraba asimismo “la ley de bronce del salario” a la que, Lassalle consideraba un descubrimiento suyo. En el trabajo Crítica del Programa de Gotha, Marx por primera vez se pronunció abiertamente en contra de esta ley, mostró su carácter anti-científico y reaccionario. Se toma como base de la “ley de bronce del salario” la teoría de la población de Malthus, ya desenmascarada por aquella época por Marx. Su esencia, se reducía a que la población crece mucho más rápidamente que la producción, por eso el hambre y la miseria acompañaran eternamente a la humanidad. Esta teoría justifica las guerras que exterminaban a parte de la población, y desde aquella época se utilizaba con frecuencia por las fuerzas sociales más reaccionarias.

Siguiendo a Malthus, Lassalle relacionaba igualmente el monto del salario con el crecimiento o reducción de la población trabajadora. El promedio del salario en el capitalismo es invariable, en la opinión de Lassalle. Alrededor de esta magnitud “gira” el salario del obrero que nunca baja ni se eleva por mucho tiempo. Al superar su promedio, éste mejora la situación de los obreros, aumenta el número de matrimonios entre ellos, eleva la natalidad y, por consiguiente, la oferta de la mano de obra se incrementa, lo cual, como un sí inexorable, reduce el salario hasta su nivel anterior. Si éste llega a ser todavía más bajo que su promedio, el proceso se despliega en dirección contraria: disminuye el número de matrimonios y decae la natalidad, lo cual debilita la oferta de la mano de obra y, como consecuencia, el salario vuelve nuevamente a su nivel anterior.

Semejantes razonamientos seudocientíficos de Lassalle mostraban su completa incomprensión del origen y esencia del salario en condiciones del capitalismo. La causa de la miseria, según Lassalle, no era el sistema del trabajo asalariado, sino la propia naturaleza humana.

La inclusión en el programa del partido obrero de la “ley de bronce del salario” lasalleana la estimó Marx como una indolencia criminal, como un monstruoso atentado a la comprensión correcta, marxista, de la esencia del salario en el capitalismo que se afirmaba paulatinamente entre los miembros de las filas del partido. En 1875 los obreros avanzados de Alemania, bajo la influencia de la teoría económica de Marx, ante todo de El Capital, empezaban a comprender cada vez más que, en realidad, el salario no es en absoluto el valor o el precio del trabajo, como se presenta a primera vista, sino una forma enmascarada, oculta del valor, o precio de la mercancía fuerza de trabajo.

El monto del salario, como por primera vez demostrara Marx, no es en absoluto un mínimo vital fijado, sino una magnitud elástica, cuyo límite inferior es formado por el valor de los medios de existencia del trabajador, y el superior, social, se determina, en primer lugar, por la correlación de las fuerzas de clase en la sociedad burguesa, o sea, la fuerza, la cohesión y la organización de la clase obrera. Y ahora, después de que esta comprensión científica de la esencia del salario en el capitalismo se abría cada vez más camino en el movimiento obrero alemán, el programa, constataba con indignación Marx en su Crítica del Programa de Gotha, hacía retroceder el partido hacia los dogmas de Lassalle.

El dogma sobre “la ley de bronce del salario” tenía grandes consecuencias políticas para el movimiento obrero alemán. Al reconocerlo, los autores del Programa de Gotha tampoco incluyeron en el proyecto la reivindicación de la necesidad de la organización y el fortalecimiento de los sindicatos, “se olvidaron” de la importancia de la lucha del proletariado por el mejoramiento de sus condiciones de vida, esto causaba objetivamente un gran daño teórico y práctico a todo el movimiento obrero.

Al desenmascarar la interpretación burguesa del salario, incluida la lasalleana, Marx demostró que la elevación general de su nivel conduce a la reducción de la cuota de ganancia de los capitalistas. Pero, al mismo tiempo, el crecimiento del salario no repercute, en total, en los precios de las mercancías. La tendencia general del modo capitalista de producción, no conduce a la elevación del nivel del salario, como inútilmente tratan de convencer los defensores del capitalismo, sino a su reducción y por eso el proletariado necesita librar, dentro de los marcos del capitalismo, una lucha constante por el mejoramiento de su situación económica.

La clase obrera, debe tener conciencia de que el capitalismo, con toda esta explotación que lleva implícita, crea al mismo tiempo las condiciones materiales necesarias para la re-estructuración económica y política de la sociedad. “Abolición del sistema de la esclavitud asalariada”, bajo esta consigna debía desarrollarse el movimiento obrero. Por eso Marx valoró la inclusión en el programa del punto sobre la “ley de bronce del salario” como traición directa a la teoría del socialismo científico.

Lassalle y los lasalleanos negaban asimismo la teoría marxista de la lucha de clases, velaban las contradicciones antagónicas del capitalismo. Se pronunciaban por la reconciliación de las contradicciones de clase entre el proletariado y la burguesía, lo cual encontró su reflejo en el punto del Programa de Gotha sobre la institución de las “…cooperativas de producción, con la ayuda del Estado y bajo control democrático del pueblo trabajador”. Era un programa lasalleano de solución “de la cuestión social” sin revoluciones, sin los agudos choques de clase. Así, en lugar de la lucha de clases, señalaba Marx con ironía,  se inserta la frase sobre la “cuestión social”, y en vez de la transformación revolucionaria de la sociedad, “la organización socialista del trabajo global” que “surge” de la “ayuda estatal” a las cooperativas de producción, con la particularidad de que “son llamadas a la vida” no por los obreros sino por el Estado. Cuando Lassalle y sus adeptos hablaban de la ayuda estatal sobrentendían, naturalmente, la ayuda del Estado burgués, porque en el Programa de Gotha no se trataba de la revolución proletaria. “¡Esta fantasía de que con empréstitos del Estado se puede construir una nueva sociedad como se construye un ferrocarril –agrega Marx- es digna de Lassalle”¡

La idea de las “cooperativas de producción con la ayuda del Estado” testimoniaba la completa falta de fe de los autores del Programa de Gotha en las posibilidades revolucionarias del proletariado. El carácter reaccionario de esta idea consistía en que negaba la importancia de la iniciativa revolucionaria de las masas proletarias, el papel del partido en la dirección del movimiento obrero y desviaba, de hecho, a los obreros del camino de la lucha de clases, abandonando “el punto de vista del movimiento de clases, para retroceder al del movimiento de sectas”. Se les inculcaba la idea sobre la posibilidad del paso al socialismo por vía pacífica, sin la conquista por el proletariado del poder estatal. Se trataba de una ilusión pequeñoburguesa común y corriente, pero una ilusión extraordinariamente peligrosa, reformista y oportunista.

Es verdad que los lasalleanos mencionaban en la reivindicación “de las cooperativas de producción” “el control democrático del pueblo trabajador” de las cooperativas de producción. Pero Marx planteó lógicamente la cuestión de ¿cómo y a quien iba a controlar este poder del pueblo que se proclamaba por ellos si en el poder permanecería con la burguesía? Por consiguiente, la cuestión chocaba, de todos modos, con la necesidad de la conquista revolucionaria por el proletariado del poder estatal.

Marx descubrió con indignación en el proyecto del Programa de Gotha un punto erróneo más. Se trataba de la formulación: “En la sociedad actual, los medios de trabajo son monopolio de la clase capitalista”. Los autores del proyecto del programa siguieron en esta cuestión ciegamente a Lassalle quien en su tiempo, conscientemente, con el fin de apoyar a los junkers (terratenientes) prusianos, atacaba sólo a la clase de los capitalistas, pero nunca se pronunció en contra de los propietarios de la tierra. Los autores del programa tergiversaron en ello la tesis de los Estatutos de la I Internacional donde se decía que, bajo el capitalismo, los medios y los instrumentos de producción, o sea las principales fuentes de vida, constituyen el monopolio no sólo de los capitalistas, sino también de los propietarios de la tierra.

El peligro político de esta formulación lasalleana residía en que orientaba erróneamente al proletariado respecto a la clase de los terratenientes. Mientras que ellos, generalmente, intervenían en estrecha unión con la burguesía como enemigos irreconciliables de la clase obrera.

La defensa por Lasalle de los intereses de los junkers –terratenientes- prusianos estaba indisolublemente ligada a su apreciación del campesinado como la clase más reaccionaria. Y este dogma en forma invariable entró en el Programa de Gotha, donde se afirmaba que, respecto al proletariado “todas las otras clases no forman más que una masa reaccionaria”.

En el Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels escribían que de todas las clases que se oponen a la burguesía sólo el proletariado es consecuente y revolucionario hasta el final. Más de esto no se deducía, en absoluto, la conclusión sobre el carácter reaccionario del campesinado. Para Marx y Engels era evidente que las así llamadas “capas medias” con las que contactaba el campesinado, no eran, ni mucho menos, adversarias de la clase obrera ni luchaban contra esta en alianza con la burguesía, más aún, los intereses del obrero y del campesinado trabajador se encuentran en un mismo plano: la liberación de la explotación capitalista y de cualquier otra explotación. Su papel histórico en la liquidación del capitalismo la clase obrera no la puede realizar sola, sin el apoyo de otras capas de la población trabajadora: de esto Marx estaba profundamente convencido. Teniendo en cuenta la naturaleza doble de las capas medias de la población, en particular también del campesinado medio, Marx veía la tarea del partido eisenacheano en el robustecimiento de la alianza de la clase obrera y del campesinado, en la separación del campesinado de la burguesía liberal. Se pronunciaba resueltamente en contra de la subestimación del problema campesino tanto en la revolución democrático-burguesa como en la revolución proletaria.

La clase obrera procura, en primer término, su emancipación dentro del marco del Estado nacional de hoy”. “¡Esto era una equivocación flagrante¡”.

Se sobrentiende por sí mismo, escribe Marx explicando el carácter erróneo de este punto del programa, que la clase obrera, en general, para estar en capacidad de luchar, debe organizarse, al principio, en su casa como clase. Una arena directa de su lucha de clase es, naturalmente, su propio país. Pero la lucha del proletariado es nacional solo por su forma y no por su contenido.

El carácter internacionalista del movimiento proletario dimana de la comunidad de la situación económica de los proletarios de los países capitalistas. El sistema del trabajo asalariado, es decir, el lugar de la clase obrera en el sistema de las relaciones de producción del capitalismo y, correspondientemente, la afinidad internacional de sus intereses de clase constituyen los principales factores de la unión de la clase obrera internacional.

En la Crítica del Programa de Gotha obtuvo su ulterior elaboración una de las cuestiones más importantes de la teoría marxista: la del Estado. Marx la examina con relación a la reivindicación proclamada por el Programa de Gotha de un “Estado popular libre” al que los Lasalleanos le hacían propaganda como ideal de la futura estructuración estatal.

Explicando, a su vez, el sentido del término “Estado libre”, Engels señala en su carta a Bebel que, si se parte del sentido gramatical de estas palabras, se trata de un Estado libre respecto a sus ciudadanos, es decir, llamando las cosas por su nombre, de un Estado con un gobierno despótico, semejante a la Alemania de aquella época.

Los lasalleanos promovieron esta consigna en contraposición a la reivindicación de una república democrática y a la idea de la dictadura del proletariado. Mientras que sólo esto sería la única formulación correcta de las tareas del partido obrero en la esfera política. Los autores del programa no entendieron el vínculo del Estado burgués con la base económica de la sociedad capitalista. No notaban su esencia explotadora de clase. Los lasalleanos defendían la política y la táctica reformistas respecto al Estado burgués. Les faltaba valor para expresar abiertamente la consigna de una república democrática, y recurrieron entonces a un deplorable e ingenuo ardid incluyendo en el programa las reivindicaciones realizables sólo con la forma democrática de gobierno. Se trataba de las consignas sobre el sufragio universal, educación popular igual, instrucción gratuita, libertad de conciencia, libertad de ciencia, etc., que no rebasaban los marcos de las exigencias democrático-burguesas ordinarias, ni encerraban nada socialista.

En vez de frases nebulosas sin contenido sobre el “Estado popular libre” debería, como muestra Marx, plantear la tarea de la conversión del Estado en un órgano real y enteramente subordinado a la sociedad, o sea, a la mayoría del pueblo. Esto se puede hacer sólo mediante la conquista revolucionaria del poder estatal por el proletariado.

Al criticar el Programa de Gotha, Marx recordó nuevamente a los socialdemócratas alemanes la importancia que tenía para el movimiento socialista obrero el programa, documento que fundamentaba teóricamente el papel de vanguardia del partido. El programa debe iluminar el fin supremo del movimiento: la lucha por el comunismo. Más, simultáneamente, tiene que determinar los objetivos próximos del partido: la lucha por las reivindicaciones consecuentemente democráticas. El programa del partido obrero debía dirigirse al mismo tiempo, contra todas las formas de explotación, de opresión social y nacional, contra todas las formas del nacionalismo que contradice la esencia internacionalista del proletariado.

Las observaciones de Marx para el proyecto de programa del partido Socialdemócrata alemán esclarece brillantemente el papel que está llamado a desempeñar el partido en el logro de la unidad del movimiento obrero. El camino para ello, no va a través de la aprobación de una plataforma aceptable para todos, sino sólo a través de una crítica sin compromisos del reformismo, una  superación resuelta de las ilusiones pequeño burguesas. Ningunas condiciones externas pueden obligar al partido a renunciar a una proclamación abierta de tesis de principio en su programa. “…Cuando se redacta un programa de principios…se colocan ante todo el mundo los jalones por los que se mide el nivel del movimiento del partido”. Por eso el programa del partido obrero debe ser científico. Tal es la idea central en aras de la cual se da una crítica tan detallada de los errores lasalleanos y se elaboran las cuestiones planteadas erróneamente en el programa.

Marx reconoce que el camino al comunismo completo será largo y muy complejo. Debe pasar inevitablemente en su desarrollo por varios estadios. La primera exposición sistemática de la doctrina marxista sobre las fases fundamentales del desarrollo de la futura sociedad fue hecha por Marx precisamente en su Crítica del Programa de Gotha. Lenin lo resumió en los siguientes términos:

De modo que:

I. “Largo y doloroso alumbramiento”.

II. “La primera fase de la sociedad comunista

III. “La fase superior de la sociedad comunista”.

Lenin subrayó en más de una ocasión que Marx y Engels “hablaron siempre de los largos sufrimientos del parto relacionados indefectiblemente con el tránsito del capitalismo al socialismo”.

En opinión de Marx este proceso debía comenzar por una etapa especial, transitoria del capitalismo al socialismo que sería un período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. Durante la sustitución de las formas antagónicas (por ejemplo, del feudalismo por el capitalismo) no hubo necesidad de semejante período de transición. Eran sociedades de un solo tipo en el sentido de que sus bases permanecían inconmovibles: la propiedad privada sobre los instrumentos y los medios de producción, la explotación del trabajo ajeno, trátese del trabajo de un campesino siervo o del trabajo de un obrero asalariado. Las revoluciones burguesas se operan cuando en las entrañas del feudalismo ya se ha formado el régimen capitalista, y la conquista por la burguesía del poder político parece finalizar el proceso de la formación del capitalismo. Durante el paso al comunismo, los cambios radicales tienen lugar precisamente en las relaciones de producción. La propiedad privada capitalista debe ser liquidada, y en vez de ella debe afirmarse la propiedad social sobre los medios de producción, incluida la tierra, las riquezas naturales, etc. Este proceso ni siquiera puede comenzar en el capitalismo, aunque precisamente la gigantesca socialización de la producción bajo el mando del capital, crea para él premisas materiales. Por eso la toma del poder por el proletariado como resultado de la revolución no es sino el comienzo de la formación y la consolidación del régimen socialista. La nueva sociedad tiene que realizar la transformación en las relaciones de propiedad. Y esto presupone inevitablemente aplastar la resistencia de las clases explotadoras que nunca renunciarán voluntariamente a sus privilegios y las riquezas acumuladas a cuenta del trabajo ajeno. Por eso Marx no habla simplemente del paso del capitalismo al socialismo, sino precisamente de una larga transformación revolucionaria del primero en el segundo. A este período debe corresponder un período político transitorio, es decir, una forma especial del poder estatal, capaz de realizar esta transformación revolucionaria. En este período el “Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”.

Las obras de Marx contienen un sinnúmero de manifestaciones referentes a la dictadura del proletariado. La idea de su necesidad era ya expresada en la temprana obra conjunta de Marx y Engels: La ideología alemana (1846). Sobresale la idea sobre de la inevitabilidad de una revolución socialista y la transformación del proletariado en clase dominante mediante el primer documento programático del movimiento obrero internacional: Manifiesto del Partido Comunista (1848). Es verdad que en este documento no estaba resuelta la cuestión de con qué debe sustituirse el Estado burgués en el curso de la revolución proletaria. Pero ya el análisis de los acontecimientos de la revolución de 1848-1849 dio a Marx la posibilidad de hacer en el trabajo: El Dieciocho Brumario de Luís Bonaparte (1852) una deducción de extraordinaria importancia: todas las revoluciones precedentes no hacían sino perfeccionar la máquina estatal burguesa; la revolución socialista debía aniquilar el aparato de explotación, de opresión y el aplastamiento del pueblo trabajador. En 1871, en el ejemplo de la Comuna de París, Marx plantea la cuestión sobre el Estado de nuevo tipo, sobre las particularidades inherentes a la dictadura del proletariado (La guerra civil en Francia). En su Crítica del Programa de Gotha Marx señala con precisión que para sustituir la máquina estatal burguesa llegará el Estado de la dictadura del proletariado tipo Comuna de París. Este fue, realmente, el balance y reflexiones de muchos años.

Ningún “Estado libre” que exigían los lasalleanos, era capaz de vencer -en las condiciones de la inevitable y encarnizada lucha de clases en el período de transición-, la resistencia de las clases explotadoras derrocadas, pero aún no liquidadas, emprender la creación del fundamento de la economía socialista, incorporando a la construcción socialista a las amplias masas no proletarias de trabajadores de la ciudad y del campo. En solucionar estas tareas consisten las funciones de la dictadura del proletariado.

Según la idea de Marx, tras el período de transición seguirá una etapa histórica más prolongada, que él llamó la primera fase, inferior, del comunismo, a diferencia de la segunda fase, superior, de su desarrollo. Caracterizando la primera fase, la que actualmente se suele llamar socialismo, Marx dice: “De lo que aquí se trata no es de una sociedad comunista que se ha desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por tanto, presenta todavía en todos sus aspectos, en el económico, en el moral y en el intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuya entraña procede”.

¿De qué “sellos” se trata? La propiedad privada está abolida, pero se conservan aún sus vestigios en la conciencia de los hombres, por ejemplo la aspiración a una ventaja personal en detrimento de otros miembros de la sociedad, etc. Pero el problema no reside sólo en eso. Lo principal consiste en que el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad que emprende una construcción socialista no será aún suficiente al principio para garantizar a todos los miembros de la sociedad la satisfacción completa de las necesidades materiales y espirituales: el objetivo supremo del comunismo.

Por eso, en este peldaño del desarrollo social regirá el principio de la distribución según el trabajo como el único posible en las condiciones sociales dadas, con el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas que la nueva sociedad hereda de la vieja. La esencia de este principio la expresó Marx de la siguiente manera: “…el productor individual obtiene de la sociedad –después de hechas las obligadas deducciones- exactamente lo que le ha dado”.

Contrariamente a la reivindicación lasalleana del “fruto íntegro del trabajo” Marx fundamentó en su Crítica del Programa de Gotha la necesidad económica de descontar del producto social lo que se necesita, en primer lugar, para reponer el valor de los medios de producción consumidos (equipo, edificios de producción, etc.); en segundo lugar, para formar los fondos de reserva y de seguros para el caso de cataclismos imprevistos, guerras, desastres naturales, etc. Además, parte del producto social global debe utilizarse para pagar el aparato de dirección, ya que sin una dirección científicamente fundamentada la producción es inconcebible. Parte de los medios debe invertirse, finalmente, en el mantenimiento de las escuelas, de los establecimientos de sanidad, en la creación de fondos para las personas incapacitadas para trabajar; ya que a la sociedad socialista, a diferencia de la capitalista, no le es indiferente, en absoluto, el destino de los ancianos, enfermos, etc. La esencia de la cuestión no reside, por consiguiente, en que cada persona reciba en la sociedad comunista el “fruto íntegro del trabajo” (Marx señala que “este, imperceptiblemente, después de todos los cálculos, se convirtió ya en “parcial”), sino en una distribución planificada del producto social global, en una definición estrictamente científica de las proporciones durante su distribución.

Al modo de producción, le corresponde, con todas las condiciones, el modo de distribución de los bienes materiales. Es una ley para cualquier sociedad, incluida la comunista.

Sólo en su segunda fase, la superior, “…cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sólo sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades¡”.

En los rasgos más generales Marx se refiere en su Crítica del Programa de Gotha al destino del Estado en el proceso del desarrollo hacia el comunismo. Dice que el Estado en la sociedad comunista se extingue. ¿Qué tenía en cuenta Marx? Suponía que debía extinguirse el Estado en el sentido propiamente burgués como aparato de violencia. Desde este punto de vista escribe también sobre la liquidación de las clases sociales en la futura sociedad teniendo en cuenta, naturalmente, la división de la sociedad en clases antagónicas. Marx no disponía entonces, en 1875, de datos para una caracterización exhaustiva de la estructura de clases de la nueva sociedad y de la forma de la estatalidad de ella. Pero, siendo un gran realista, comprendía perfectamente que estos procesos se determinarían, ante todo, por el nivel de desarrollo económico de la sociedad, así como por el nivel de conciencia social y, que el desarrollo de estas relaciones sería al igual que la construcción de la nueva sociedad en su conjunto, largo y complejo.

En síntesis el programa es el fundamento teórico que orienta la lucha política de los trabajadores en logro de su objetivo supremo: conquista del poder político y ponerlo al servicio del pueblo trabajador.


2. Política

2.1. Estrategia y táctica militares

Etimológicamente, el término estrategia viene del griego strategos. La estrategia militar se ocupa del planeamiento y dirección de las campañas bélicas, así como del movimiento y disposición estratégica de las fuerzas armadas, con el objetivo de vencer al enemigo. En este sentido, la estrategia y la táctica tienen su origen en la guerra militar. Posteriormente se extendió a la lucha política, sindical y comercial.

Parece paradójico que dos de los estudios más importantes sobre la anatomía de las organizaciones en conflicto sean textos que tratan sobre el problema de la guerra.

Por una parte se tiene El arte de la guerra, texto recopilado hace más de dos mil años por un misterioso filósofo guerrero chino, Sun Tzu, que se ha constituido en el libro de estrategia más prestigioso e influyente del mundo, constituyendo el primer texto clásico de la ciencia de la estrategia en los conflictos. Sus enseñanzas pueden aplicarse a las rivalidades y conflictos de distinto tipo, en todos los niveles de las relaciones, desde el nivel interpersonal hasta el internacional.

Su objetivo es la invencibilidad, la victoria sin batalla y la fortaleza inexpugnable, mediante la comprensión de los aspectos físicos, políticos y psicológicos del conflicto.

Sun Tzu enseña que la eficiencia máxima del conocimiento y de la estrategia es hacer que el conflicto sea totalmente innecesario. Que la mejor técnica militar es la que frustra los complots de los enemigos. Que lo mejor es deshacer sus alianzas; después atacar sus fuerzas armadas; y la peor es sitiar sus ciudades.

Se trata de ganar sin luchar y de conseguir el máximo haciendo lo mínimo. La paradoja de El arte de la guerra reside en su oposición a la guerra. Eludir las fortalezas y atacar las debilidades.

Si conoces al enemigo como a ti mismo, ni en cien batallas serás vencido.

La velocidad es la esencia de la guerra. Toma ventaja de la poca preparación del enemigo. Viaja por rutas inesperadas y atácalo por rutas inesperadas y atácalo en los lugares donde no tomó ninguna precaución.”

Ataca al enemigo tan rápido como un halcón ataca su presa. Seguro le quiebra la espalda a su presa, porque espera el momento correcto para atacar. Su movimiento es regulado. Por lo tanto el momentum de un habilidoso en la guerra es sobrecogedor, y su ataque está regulado de manera precisa.

Por otra parte, desde el mundo occidental, la mejor obra sobre el tema que se aborda es el que escribió el general prusiano Karl von Clausewitz.

Este libro, publicado en 1832 y que lleva el nombre Sobre la Guerra, describe los principios estratégicos observados en todas las guerras triunfales.

Clausewitz lo reconoció por primera vez, que la guerra militar se basa en dos características: estrategia y tácticas. Además,  escribió que: “la táctica enseña el uso de las fuerzas armadas en los encuentros aislados, y la estrategia el uso de los encuentros para alcanzar el objetivo de la guerra. La estrategia traza el plan de la guerra: el objetivo, acciones que conducirán al logro del objetivo; o sea hace los planes para las campañas separadas y prepara los encuentros que serán librados en cada una de ellas. Como todos estos son aspectos que en gran medida sólo pueden ser determinados sobre la base de suposiciones, algunos de los cuales no se materializan, mientras que cierto número de decisiones referentes a detalles no pueden ser hechas de antemano en forma alguna, es evidente por sí mismo que la estrategia debe entrar en el campo de batalla con el ejército, para concertar los detalles sobre el terreno y hacer las modificaciones al plan general, cosa que es vitalmente necesaria…Los resultados tácticos, resultados obtenidos durante el encuentro, y antes de su terminación, se encuentran en su mayor parte dentro de los límites de ese período de desintegración y debilidad. Pero el resultado estratégico, es decir el resultado del encuentro considerado en su conjunto, el resultado de la victoria consumada, ya sea grande o pequeña, está fuera de los límites de ese período. Solamente cuando los resultados de encuentros parciales se han combinado en un todo independiente se logra el buen éxito estratégico, pero entonces, el estado de crisis ha terminado, las fuerzas han recobrado su forma original y sólo han sido debilitadas en la medida de sus pérdidas reales…La consecuencia de esta diferencia es que la táctica puede usar las fuerzas sucesivamente [temporalmente], mientras que la estrategia sólo lo hace simultáneamente [espacialmente]…La ley que estamos tratando de establecer es la de que todas las fuerzas disponibles y destinadas a un objetivo estratégico, deberían ser aplicadas a él simultáneamente, y esta aplicación será tanto más completa cuanto más concentrado esté todo un acto único y en un solo momento…Si en la táctica, el uso sucesivo de las fuerzas siempre traslada la decisión principal hacia el final de toda la acción, por el contrario, en la estrategia, la ley del uso simultáneo de todas las fuerzas deja que la decisión principal tenga lugar casi siempre al principio de la acción principal.”

Así pues, según Clausewitz,  la estrategia militar está relacionada con la visión global de los combates y las tácticas con las acciones específicas para lograr los objetivos o metas. Además, la estrategia tiene que ver con el combate simultáneo (espacial de las acciones) y las tácticas con la sucesión temporal de las acciones parciales. El plan de lucha es la combinación espacial y temporal (sucesión) de las acciones para alcanzar los objetivos planteados. El plan tiene que responder donde (sitios) y cuando (fechas) tienen que realizarse las acciones para derrotar al adversario. La estrategia es fundamentalmente conjunto de acciones simultáneas que determinan el rumbo de la guerra y las tácticas acciones sucesivas en el marco de la estrategia general

Es Clausewitz, quien concibió por primera vez a la guerra como la continuación de la política por otros medios: “La guerra es la mera continuación de la política por otros medios”. Además, insiste que la guerra es una lucha, lo que implica que la primera cualidad de todo combatiente es el valor, pero éste sin inteligencia es insuficiente; por consiguiente, inteligencia y valor son dos cualidades indispensables que debe poseer todo combatiente.

En el último capítulo de su obra Clausewitz, trata del plan de una guerra, en la que considera la guerra como un todo, es decir, trata del problema de la guerra en su conjunto, lo que constituye la verdadera esencia de la estrategia.

La sorpresa táctica tiene que ser un elemento importante del plan.

2.1.1.   La estrategia escolta a la táctica.

El logro de los resultados tácticos  es la meta única y fundamental de una estrategia. Si una estrategia determinada no contribuye a resultados tácticos, entonces es imperfecta, sin importar con cuanta brillantez se haya concebido o la elocuencia con que se haya presentado.

El objetivo de una buena estrategia es hacer funcionar la operación en un nivel táctico, no tiene otro propósito. Esto significa colocar a las tropas en el lugar, cantidad y tiempo precisos, para efectuar el trabajo táctico.

Clausewitz supo la importancia de la victoria porque probó lo amargo de la derrota.

Todos los grandes estrategas militares han seguido el mismo patrón. Aprendieron estrategia conociendo primero las tácticas de lucha.

Si la estrategia es buena, la batalla puede ganarse con tácticas irrelevantes; si se requieren tácticas grandiosas para ganar la batalla, entonces la estrategia no es confiable.

2.1.2. La estrategia dirige la táctica

Si una estrategia se concibe en forma confiable desde un punto de vista táctico, entonces la estrategia debe dirigir la táctica una vez que la negociación ha empezado.

Un negociador competente tiene la capacidad de vislumbrar las dificultades tácticas para presionar con anticipación, con miras a lograr los objetivos estratégicos.

A veces, quizás sea necesario gastar recursos considerables para apoderarse de puntos claves que pudiesen obstaculizar el desarrollo de toda la estrategia. Quizás puede llegar el caso de operar con pérdidas a corto plazo en una determinada cuestión, con el objeto de lograr los objetivos tácticos que permitan que una estrategia general tenga éxito.

Clausewitz insiste en la necesidad de la unidad de la estrategia y la táctica. Descarta la idea de que la captura de cierto punto geográfico, o la ocupación de una provincia desprotegida, tengan algún significado, a menos que esto contribuya a la operación en su conjunto (estrategia).

Dice: “en la guerra una sola ventaja no puede disociarse del resultado de un todo. Al igual que en el comercio el comerciante no puede separar y asegurar ganancias adquiridas en una sola transacción”.

La estrategia no puede estar separada de la táctica. Si acción implica estrategia, entonces estrategia implica táctica.

El conocimiento de la táctica ayuda a desarrollar la estrategia, la cual hace posible un cierto curso de acción para la organización. Una vez acordada esta acción, la estrategia se encarga de dirigir la táctica.

2.1.3. Un solo punto de ataque

En algún momento, un objetivo debe dominar la planeación estratégica de una organización. Ese objetivo deberá tomar en cuenta primero los recursos del adversario. Esta visión limita la estrategia de puntos múltiples, comunes en las negociaciones colectivas. Algunos tienen éxito, otros son un fracaso.

2.1.4. La acción no es independiente de la estrategia

Cualquiera que sea la acción que una organización efectúe o intente desarrollar, no puede divorciarse de la estrategia que la acción implica. La acción es la estrategia.

La estrategia responde a la pregunta sobre qué debe hacerse en una determinada situación. Establece un plan de acción propio, interpreta el plan del adversario, considera una orientación probable del desarrollo de los acontecimientos en el futuro; tales son los principales elementos que constituyen una estrategia.

La táctica responde a la pregunta de cómo se llevan a cabo los planes e ideas. Calcular con exactitud cada movimiento, encontrar maniobras, combinaciones o recursos para mejorar la posición de la organización, estos son elementos que corresponden a la táctica.

La estrategia militar es el arte de dirigir las operaciones militares para conseguir la victoria. Táctica en guerra conduce y guía las operaciones de los ejércitos en la correcta ejecución de los planes y maniobras en combate.

La estrategia puede abarcar toda una guerra y la táctica una batalla.

2.2.        Estrategia y táctica políticas

En la lucha política todavía a principios del siglo XX no se distinguía entre estrategia y táctica, a tal grado que Lenin en su trabajo de 1905: Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, señala “Se entiende por táctica del partido su conducta política o el carácter, la orientación  y los procedimientos de su labor política. Las resoluciones tácticas son aprobadas por el congreso del partido para definir de un modo preciso la conducta política del partido, en su conjunto en relación con las nuevas tareas o en vista a una nueva situación política”. En la misma obra, define la estrategia del partido revolucionario del proletariado en el desarrollo de la revolución democrática, en la forma siguiente: “El proletariado debe llevar a su término la revolución democrática, atrayéndose a las masas campesinas, para aplastar por la fuerza la resistencia de la autocracia y paralizar la inestabilidad de la burguesía”. En el marco de la revolución socialista, la estrategia debe ser: “. El proletariado debe llevar a cabo la revolución socialista, atrayéndose a la masa de elementos semi-proletarios de la población, para romper por la fuerza la resistencia de la burguesía y paralizar la inestabilidad de los campesinos y de la pequeña burguesía”.

Posteriormente en 1920, Lenin en su obra: La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, explica: “La experiencia de la dictadura triunfante del proletariado en Rusia, ha demostrado de un modo palpable al que no sabe pensar o al que no ha tenido ocasión para reflexionar sobre esta cuestión, que la centralización incondicional y la disciplina más severa del proletariado constituyen una condición fundamental de la victoria sobre la burguesía”. Pero “¿Cómo se mantiene la disciplina del partido revolucionario del proletariado? ¿Cómo se controla? ¿Cómo se refuerza? Primero por la conciencia de la vanguardia proletaria y por su fidelidad a la revolución, por su firmeza, por su espíritu de sacrificio, por su heroísmo. Segundo, por su capacidad de vincularse, aproximarse y hasta cierto punto, si queréis, fundirse con las más grandes masas trabajadoras, en primer término con la masa proletaria, pero también con la masa trabajadora no proletaria. Tercero, por lo acertado de su dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica política, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia”.

En la misma obra Lenin indica que la política además de ciencia es arte: como “ciencia exige, en primer lugar, que se tenga en cuenta la experiencia de los demás países, sobre todo si estos países, también capitalistas, pasan o han pasado recientemente por una experiencia muy parecida; en segundo término, exige que se tengan en cuenta todas las fuerzas, todos los grupos, partidos, clases y masas, que actúan en el interior de dichos países, en vez de determinar la política únicamente conforme a los deseos y opiniones, el grado de conciencia y preparación para la lucha, de un solo grupo o de un solo partido” y “el arte del político consiste en saber apreciar con exactitud las condiciones y el momento en que la vanguardia del proletariado puede tomar victoriosamente el poder, en que puede, durante la toma del poder y después de ella, obtener un apoyo suficiente de sectores suficientemente amplios de la clase obrera y de las masas laboriosas no proletarias, en que puede, después de la toma del poder, mantener, afianzar, ensanchar su dominio, educando, instruyendo, atrayéndose a masas cada vez más amplias de trabajadores”.

Harnecker y Uribe (1973) opina que para Lenin, la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía debe ser concebida como una guerra. En ella el proletariado sólo podría triunfar si sus sectores más avanzados logran darse una organización parecida a la de un ejército, capaz de movilizar en forma inteligente y disciplinada a las grandes masas proletarias contra sus explotadores. Esa organización es el partido del proletariado.

El partido proletario es, entonces; la organización que debe dirigir el proceso revolucionario, que conduce al proletariado y al pueblo como si se tratara de una guerra contra un ejército enemigo.

Para ganar una guerra no basta con tener deseos de ganarla: es necesario planificar los combates de tal modo que permitan ir avanzando, hasta llegar a derrotar al enemigo. Y para planificar en forma correcta estos combates es necesario conocernos a sí mismos y al enemigo.

Se llama táctica a las distintas operaciones que se ejecutan concretamente para llevar a cabo los combates de acuerdo al plan general de lucha.

Harnecker (1986), explica que para la elaboración de una estrategia política, lo primero que hay que definir es el carácter de la revolución. Para 1905, cuando iniciaba la Revolución rusa el problema clave a dilucidar era si la burguesía rusa podía ser considerada el “motor principal” de la revolución burguesa, como lo fue en las revoluciones burguesas del siglo XIX en los países más desarrollados de Europa.

Para determinar el papel que puede desempeñar la burguesía en la revolución burguesa no basta con llegar a la conclusión de que ésta clase está contra las reminiscencias feudales porque su desarrollo como clase se ve frenado por ellas. De hecho la actitud de la burguesía dependerá en gran medida del grado de madurez alcanzado por el proletariado.

Si el proletariado ha llegado ya “a tener conciencia de si mismo como clase” y si ha logrado “unirse en una organización de clase independiente” es lógico que esté dispuesto a utilizar todas las conquistas de la democracia “para reforzar su organización de clase contra la burguesía”. Esto determina a su vez, en gran medida, la conducta política de la burguesía frente a la revolución.

En política lo que hay que considerar no es la existencia de determinadas clases sino su disposición a luchar por sus intereses de clase, no es la superioridad numérica de una determinada clase lo definitorio sino la disposición a luchar por determinados intereses de clase. Constituyen una fuerza social proletaria todos aquellos obreros con conciencia de clase que luchan por sus interese de clase; pero no sólo ellos, sino todos aquellos sectores sociales que asumen en la lucha posiciones de clase proletarias.

Una vez definido el enemigo principal que detenta el poder político, lo que procede en seguida es diferenciar las fuerzas opositoras de las fuerzas motrices. Las primeras son las clases o sectores sociales  que participan de una u otra manera en el derrocamiento del régimen vigente.

Las fuerzas motrices son las “fuerzas propulsoras” o “clases capaces de conducir la revolución a la victoria”, el “motor principal” de la revolución. Entre las fuerzas motrices existe una fuerza que es la fuerza dirigente del proceso revolucionario, la que señala el rumbo a seguir y “arrastra tras sí” al resto de las fuerzas revolucionarias.

Es importante establecer que la fuerza dirigente no es necesariamente  la fuerza principal desde el punto de vista numérico.

Así pues, las fuerzas opositoras son las fuerzas que participan en el derrocamiento del antiguo régimen.

Las fuerzas motrices, o revolucionarias, son las fuerzas capaces de llevar una determinada etapa de la revolución a su victoria definitiva, es decir, a la plena realización de las tareas que se plantean en esa etapa.

Fuerza dirigente es la fuerza social que conduce y arrastra tras de sí al resto de las fuerzas revolucionarias.

Fuerza principal es la fuerza motriz numéricamente más significativa. Se puede ser fuerza motriz principal y no ser la fuerza dirigente.

Es fundamental que la vanguardia política sea capaz de determinar con que fuerzas motrices se puede lograr el triunfo de la revolución; un diagnóstico incorrecto podría impedir que el proceso revolucionario alcance su objetivo. Si en los países atrasados, por ejemplo, se trabaja sólo con el proletariado, despreciando el papel revolucionario de los campesinos y de los sectores medios y de esa capa creciente de desempleados y subempleados; si en un país con marcada población indígena no se asume la defensa de los intereses de las minorías nacionales, jamás se podrá reunir la fuerza suficiente para vencer a los enemigos de la revolución.

Del análisis de cuáles son las clases o fuerzas sociales que se enfrentan en el terreno de la lucha política, cómo están agrupadas y cuál es su dinámica de desarrollo, la vanguardia política debe obtener una apreciación de la revolución en marcha y, definir los objetivos que debe perseguir o, lo que es lo mismo, la “vía o el camino a seguir” para lograr conducir la revolución a la victoria decisiva.

La Agencia de Prensa Novosti (1988), afirma, comentando a Lenin: “Cada lucha por cada problema de palpitante actualidad debe estar íntimamente vinculada con los objetivos fundamentales”, es decir, sin perder de vista la meta final de la lucha. El atenerse a este principio permite ser consecuente, da claridad y energía política.

En sus obras Lenin estudió y resolvió los problemas políticos fundamentales: las relaciones de la clase obrera con otras clases sociales, el campesinado, ante todo, y la intelectualidad, durante la lucha por la revolución socialista y, después, por el socialismo; las alianzas de las fuerzas sociales y los acuerdos entre partidos y organizaciones políticas, la necesidad de hacer compromisos, la inadmisibilidad de sacrificar los principios; las vías pacífica y no pacífica de la revolución; la conjugación de las actividades legales y no legales; la relación entre revolución y reforma, el uso por la clase obrera de las instituciones que forman el mecanismo político de la sociedad burguesa (ante todo, del parlamento y de las entidades de administración económica); el poder político como meta final de toda revolución socialista (especialmente, el poder proletario, obrero como cuestión básica de la revolución socialista) y muchos otros más.

Lenin insistía en la necesidad de asumir una actitud acorde con las condiciones históricas hacia las formas, medios y métodos de lucha, concentrar los esfuerzos en el método más adecuado para el momento dado y dominar todo el caudal de acciones tácticas. Consignó que el marxismo “admite las formas diversas de lucha”; además, no las “inventa”, sino que sintetiza, organiza, y hace consciente las formas de lucha de las clases revolucionarias que aparecen por sí solas en el curso del movimiento revolucionario.

Los revisionistas creen que los razonamientos en torno a los “saltos” y al antagonismo de principio entre el movimiento obrero y toda la vieja sociedad son meras palabras. Creen que las reformas son una plasmación parcial de socialismo. El anarco sindicalista rechaza la “labor menuda”, sobre todo la utilización de la tribuna parlamentaria. En la práctica, esta última táctica se reduce a esperar “días grandes”, y eso se hace sin saber reunir al paso las fuerzas creadoras de los grandes acontecimientos.

La historia en general, y la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva y más “astuta” de lo que se imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más avanzadas. Y esto es comprensible, pues las mejores vanguardias expresan la conciencia, la voluntad, la pasión y la fantasía de decenas de miles de hombres, mientras que la revolución la hacen, en momentos de entusiasmo y de tensión especiales de todas las facultades humanas, la conciencia, la voluntad, la pasión y la fantasía de decenas de millones de hombres aguijoneados por la más enconada lucha de clases. De ahí se deducen dos conclusiones prácticas muy importantes: primera, que la clase revolucionaria, para cumplir su misión, debe saber utilizar todas las formas de lucha o aspectos, sin la más mínima excepción, de la actividad social (terminando después de conquistar el poder político, a veces con gran riesgo e inmenso peligro, lo que no ha terminado antes de esa conquista); segunda, que la clase revolucionaria debe estar preparada para sustituir una forma con otra del modo más rápido e inesperado.

Sin dominar todos los medios de lucha se puede sufrir una derrota tremenda –a veces decisiva- si cambios, independientes de nuestra voluntad, en la situación de las otras clases ponen a la orden del día una forma de acción en la que somos particularmente débiles. Si dominamos todos los medios de lucha, la victoria será segura, puesto que se representan los intereses de la clase verdaderamente avanzada, verdaderamente revolucionaria, aun en el caso de que las circunstancias nos impidan hacer uso del arma más peligrosa para el enemigo, el arma capaz de asestarle golpes mortales con la mayor rapidez. Los revolucionarios sin experiencia se imaginan a menudo que los medios legales de lucha son oportunistas, pues la burguesía engañaba y embaucaba a los obreros con frecuencia en este terreno (sobre todo en los períodos “pacíficos”, no revolucionarios), y que los medios ilegales son revolucionarios. Más eso no es justo. Los revolucionarios que no saben combinar las formas ilegales de lucha con todas las formas legales son malísimos revolucionarios. No es difícil ser revolucionario cuando la revolución ha estallado ya y se encuentra en su apogeo, cuando todos se adhieren a la revolución por simple entusiasmo, por estar de moda y, a veces, incluso por interés personal de hacer carrera. Al proletariado le cuesta mucho, le causa duras penalidades, le origina verdaderos tormentos deshacerse, después de su triunfo, de esos malhadados “revolucionarios”. Es mucho más difícil saber ser revolucionarios cuando todavía no se dan las condiciones necesarias para la lucha directa, franca, auténticamente de masas, auténticamente revolucionaria. Pero, en todos los casos y en todos los países, el comunismo se templa y crece; sus raíces son tan profundas que las persecuciones no lo debilitan, no lo extenúan, sino que lo refuerzan. Falta sólo una cosa para que marchemos hacia la victoria con más firmeza y seguridad: que los comunistas de todos los países comprendan por doquier y hasta el fin que en nuestra táctica debemos ser flexibles al máximo.

El mayor peligro para el verdadero revolucionario es exagerar el revolucionarismo, ignorar cuáles son los límites y las condiciones en que los métodos revolucionarios son adecuados y eficaces. Casi todos los revolucionarios auténticos fracasaron cuando comenzaron a escribir la palabra “revolución” con mayúscula, a elevar la “revolución” a algo casi divino, a perder la cabeza y la capacidad de reflexionar, analizar y comprobar con la mayor sensatez y calma en qué momento, en que circunstancias y en qué esfera es preciso pasar a la acción reformista. Los verdaderos revolucionarios perecerán (no en el sentido de su derrota desde afuera, sino del fracaso interno de su causa) sólo en caso de que pierdan la serenidad y se imaginen que la revolución “grande, victoriosa y mundial”, puede y debe resolver de modo revolucionario todos los problemas, en cualquier circunstancia y en todas las esferas de acción.

Sólo el marxismo definió de modo acertado y exacto la relación entre las reformas y la revolución, aunque Marx pudo ver esta relación solo desde un aspecto, o sea en las condiciones existentes antes de la primera victoria más o menos firme, más o menos duradera del proletariado, aunque fuera en un solo país. En esas condiciones, la base de una relación acertada era que las reformas son un subproducto de la lucha revolucionaria de clase del proletariado.

Trush (1989) afirma que la estrategia y la táctica constituyen la ciencia y el arte para dirigir, desde la perspectiva política, la lucha revolucionaria del proletariado y de todos los trabajadores por la liberación social y nacional.

La estrategia determina los objetivos principales y la orientación fundamental de la lucha de la clase obrera y, por consiguiente, la de la actividad política de su partido en una etapa histórica dada, así como al principal enemigo de clase del proletariado, es decir, la orientación del golpe decisivo; a sus aliados principales, como igualmente a sus reservas indirectas. Las tareas estratégicas del partido se resuelven en el transcurso de un largo período, conservan su importancia durante toda una etapa histórica y se formulan en sus documentos programáticos.

La táctica es parte de la estrategia que se subordina a ésta, que la asegura y está indisolublemente vinculada a ella. La táctica define las vías, formas y métodos de lucha en un período concreto de desarrollo del proceso revolucionario. Asegura la concentración de los esfuerzos en la dirección principal. La estrategia y la táctica constituyen el contenido de la política, determinan los principios de la actividad política del partido, métodos, vías, y medios, para que la clase obrera logre los objetivos finales, y las reglas para dirigir la lucha de clases.

La estrategia como ciencia parte de las leyes del desarrollo socio-político. Es inseparable de la teoría que refleja estas leyes y es un método para analizar la realidad.

Como arte, la estrategia y la táctica requieren de experiencia, maestría, talento en la realización de la acción política posible.

Para una dirección certera de la lucha revolucionaria es necesario, por una parte, dominar la ciencia social que pone al descubierto el nexo entre la economía y la política; entre los programas y las consignas sociales y de clase. La ciencia permite conocer la lógica objetiva, las leyes del desarrollo socio-político, elaborar la política que responda a las necesidades de este desarrollo. Por otra parte, es necesario dominar el arte de la política, saber utilizar las posibilidades que se presentan, aceptar todo el conjunto de medios y métodos de la lucha revolucionaria. Dicho arte permite enlazar la política con la realidad, ponerla en práctica.

El arte de la política se expresa en la capacidad para adoptar una resolución acertada no sólo sobre la base de los juicios lógicos y las tesis teóricas, sino igualmente sobre la base de las capacidades de prever, “encontrar” el camino justo.

La estrategia asegura la firmeza en la realización de la línea política fundamental del partido; y la táctica, la posibilidad de maniobra política dentro del rumbo tomado.

La eficacia de la política del partido se asegura por la unidad de la estrategia y la táctica, caracterizada por su índole consecuente en la realización del curso general y la flexibilidad en la determinación de vías, medios y ritmos para realizarlo.

Las vías y los medios de lucha de la clase obrera los determinan las tareas programáticas planteadas, más, al mismo tiempo, dependen de las condiciones concretas de la lucha revolucionaria.

Para conseguir sus objetivos programáticos, los partidos revolucionarios prevén gran número de formas de lucha: pacíficas y  no pacíficas, legales e ilegales, dependiendo de las circunstancias históricas.

En la lucha política con frecuencia hay que resolver con rapidez ecuaciones complejas con muchas incógnitas, introducir correcciones en las resoluciones adoptadas a medida que se cuenta con nueva información, imposibles de establecer desde el principio. Aquí se abre el horizonte para el arte político, para la capacidad de encontrar, sondeando, el camino certero sobre la base de la experiencia, de imponer su voluntad al adversario, de aplicar de modo magistral precisamente formas y métodos de acción política que en unas condiciones determinadas rindan el máximo provecho para la lucha revolucionaria.

A diferencia de los partidos oportunistas euroccidentales, que otorgaban a su grupo parlamentario un significado independiente colocándolo por encima de su partido, los bolcheviques, consideraban la actividad parlamentaria como una forma de la labor partidista. Existe un solo movimiento obrero, único e indivisible: la lucha de clase del proletariado. A esta lucha se debe subordinar en su integridad todas sus formas aisladas y particulares, entre ellas también las parlamentarias. Una particularidad de la actividad de los bolcheviques en el parlamento fue la subordinación del grupo parlamentario a la dirección del partido. La participación de los comunistas en el parlamento, debe ser desde dos puntos de vista: primero, como forma de lucha legal (táctica), y, segundo, como forma de labor política del partido entre las masas. Lenin criticó los razonamientos, erróneos y peligrosos para la causa de la revolución, difundidos por los comunistas “de izquierda”, quienes llamaban a rechazar la participación en los parlamentos burgueses.

Los “izquierdistas” de Alemania, Holanda, Inglaterra y Francia argumentaban su no participación en los parlamentos argumentando que el parlamentarismo “ha caducado históricamente”…El parlamentarismo burgués caducará política y prácticamente sólo cuando las masas se convenzan ellas mismas de la verdadera esencia de clase del Parlamento burgués, vean con sus propios ojos a quién sirve en realidad y a quién defiende.

Mientras el movimiento obrero no tenga fuerzas suficientes para reestructurar de manera democrática el parlamento y éste se encuentre completamente en manos de la burguesía, los comunistas deben trabajar en él. Dirigiéndose a los comunistas “de izquierda”, Lenin escribía: “Mientras ustedes no tengan fuerza para disolver el parlamento burgués y las instituciones reaccionarias de otro tipo, cualesquiera que sean, tendrán el deber de actuar en ellas precisamente porque allí hay todavía obreros idiotizados por el clero y por la vida en los más perdidos rincones rurales”. Al respecto Lenin planteaba a los comunistas que su partido debía participar en la campaña electoral y en las elecciones, que ellos debían garantizar la elección de diputados comunistas y crear un combativo grupo parlamentario, cuyos miembros no jueguen “a nimiedades parlamentarias burguesas, sino que se entreguen a la labor esencialísima de propaganda, agitación y organización de las masas”.

Lenin enseñaba que los comunistas debían considerar la participación en el trabajo de los parlamentos burgueses como una de las formas de la lucha de clase legal. Insistía en que todos los partidos comunistas debían dominar la táctica del parlamentarismo revolucionario. Exigía que los comunistas tratasen de ser elegidos en los parlamentos burgueses con el fin de sostener una lucha tenaz, que no se detuvieran ante ninguna dificultad, para desenmascarar el carácter anti popular de la democracia burguesa, las maquinaciones de la reacción y superar las ilusiones constitucionalistas entre las masas, de criticar de manera acerba, implacable e irreconciliable a los jefes reformistas, parlamentarios, y acelerar su inevitable bancarrota, de dar una educación política a las amplias masas que “las orientará precisamente hacia el comunismo”.

La participación de los comunistas en la labor del parlamento permite a los partidos comunistas realizar, a gran escala, una importante labor política.

Lenin elaboró y fundamentó los siguientes principios básicos de la táctica internacional del parlamentarismo revolucionario para el movimiento comunista internacional:

Primero: el nexo indisoluble de la labor de los comunistas en el parlamento con el movimiento revolucionario de las masas trabajadoras al margen del mismo, la movilización y el aprovechamiento de todas las formas de lucha del proletariado –legales e ilegales- para acelerar la victoria sobre los enemigos de clase y la realización de las transformaciones democráticas radicales.

Segundo: un estrecho vínculo entre los comunistas diputados al parlamento y los obreros de las empresas industriales, la población trabajadora de las circunscripciones electorales y las organizaciones sociales: sindicales, juveniles, femeninas, etc.

Tercero: la creación de grupos parlamentarios comunistas y el establecimiento del control de su actividad por parte del Comité Central del partido, así como una rigurosa subordinación de los diputados comunistas a la disciplina partidaria.

Cuarto: los diputados comunistas deben utilizar por todos los medios la tribuna parlamentaria para desenmascarar a los adversarios de clase, mantener una línea de principios, comunista, al discutir los proyectos de ley, presentar propuestas sobre la base del programa del grupo parlamentario, elaborado por el partido, de carácter tanto económico como político que reflejen las necesidades de las masas trabajadoras y conduzcan al fortalecimiento de su influencia sobre la vida social.

Quinto: los diputados comunistas deben desplegar un trabajo en los municipios.

La exitosa utilización del parlamento por la clase obrera en la lucha política presupone:

En primer lugar, un ingente trabajo del partido comunista por convertir al parlamento en “espejo” del país, es decir, en un organismo democrático en el cuál la clase obrera y las masas trabajadoras estén representados de acuerdo con su papel real en la vida de la nación.

En segundo lugar, la existencia de un amplio movimiento de ofensiva de las masas populares, capaz de asegurar una presión real sobre los diputados de izquierda y el parlamento en su conjunto.

En tercer lugar, la unidad de acciones de los diputados comunistas y de otros partidos de la clase obrera y los trabajadores, orientados a la democracia y al socialismo. Esta táctica permite acrecentar el prestigio de la representación de los trabajadores en el parlamento y facilita la colaboración de los partidos comunistas con las fuerzas políticas no hostiles a las transformaciones socialistas y  la política de paz.

Sólo una combinación dialéctica de la actividad parlamentaria y no parlamentaria, permite vincular estrechamente las instituciones representativas en todos los niveles con la lucha de los trabajadores y la actividad de sus organizaciones. El trabajo de los diputados comunistas en el parlamento es tanto más exitoso cuanto más se relacione con la actividad entre las amplias masas al margen del parlamento.

La política comunista de las alianzas presupone asimismo la utilización simultánea de todas las contradicciones y divergencias en el campo del enemigo de clase.

La práctica de la lucha de clase puso de manifiesto dos tipos fundamentales de compromisos: el revolucionario y el oportunista. El primero tiene lugar cuando el partido de la clase obrera subordina las tareas políticas y tácticas del momento al objetivo estratégico; el segundo, cuando el partido político sacrifica los objetivos estratégicos en aras de una ventaja real o ilusoria del momento.

Una de las más importantes aportaciones de Lenin a la estrategia y la táctica revolucionarias la constituyen las tesis elaboradas por él y comprobadas por la práctica, de que los comunistas pueden y deben utilizar, en la lucha por conseguir aliados de la clase obrera, compromisos y acuerdos, cuando éstos son condicionados por la situación objetiva, aunque sea con aliados provisionales, para facilitar y acelerar la victoria sobre el enemigo de clase.

Al leninismo le es ajena la absolutización de cualquier medio táctico, incluido el compromiso. Más los comunistas nunca aspiran al compromiso de por sí, jamás consideran este medio como un objetivo como tal. La absolutización del compromiso conduce inevitablemente a la entrega de las posiciones de clase, de principios, ata las manos al partido, y lo separa de la clase y las masas. Este tipo de compromiso es rechazado como inaceptable por los partidos revolucionarios.

Los clásicos del marxismo leninismo destacan varias condiciones generales con las cuales son admisibles los compromisos y acuerdos. El partido revolucionario puede aceptar acuerdos y compromisos si con ello:

Conserva su completa independencia ideológica y política, no se alteran sus principios teóricos y programáticos:

No se perjudican los intereses radicales, clasistas de la clase obrera y de todo el movimiento revolucionario en general.

Se mantienen las condiciones para el reforzamiento indeclinable de la influencia del partido entre las masas, el desarrollo de la lucha de clase y el crecimiento de la conciencia política del proletariado y de los trabajadores.

Contrayendo los compromisos, los partidos revolucionarios se aseguran la plena libertad de crítica de los copartícipes, de las acciones suyas que contradicen la tarea planteada conjuntamente. Rompen el acuerdo cuando deje de corresponder con los intereses de la clase obrera o con la nueva situación y si el copartícipe ha infringido las obligaciones contraídas, y entonces se explica a los trabajadores quién es el responsable por la infracción del compromiso.

Entre los reformistas el establecimiento de compromisos tiene un carácter de concesiones de principio, se convierte en la política del conformismo con los enemigos de clase, no permite fortalecer el movimiento obrero, sino que lo debilita. Los compromisos adquiridos por los comunistas están dirigidos al desarrollo del movimiento de masas, a la cohesión de las fuerzas democráticas, al robustecimiento de las posiciones de la clase obrera en la lucha liberadora.

Respecto a la táctica sindical, los sindicatos constituyen la escuela que prepara a las masas para la revolución proletaria, la conquista por la clase obrera del poder y, después, para la gestión de toda la economía del país.

Los comunistas deben trabajar en los sindicatos para incorporar a la mayoría del proletariado y de los trabajadores a la lucha no sólo por las demandas diarias, sino también por los objetivos estratégicos finales del movimiento revolucionario. Del papel que los comunistas desempeñen en los sindicatos depende en gran parte la influencia política del proletariado sobre las masas, así como el nivel y las proporciones de la lucha económica y política en diversos países.

El partido revolucionario considera a los sindicatos como amplias organizaciones sociales del proletariado y de las distintas capas de trabajadores que, bajo la dirección de la vanguardia política, luchan por los intereses de los trabajadores contribuyendo al desarrollo de su conciencia, a la organización masiva de la lucha de clases.

El desarrollo de la conciencia de clase de los trabajadores, en una sociedad capitalista, pasa a través de los sindicatos. En la práctica, el vínculo del partido revolucionario con los sindicatos comprende:

Primero: “una labor de propaganda y agitación muy compleja”.

Segundo: reuniones oportunas y frecuentes “no sólo con los dirigentes, sino, en general, con los militantes sindicales influyentes”.

Tercero: la lucha decidida contra los oportunistas que se pronuncian por la “independencia” de los sindicatos respecto al partido proletario y niegan la necesidad de que éste dirija todos los tipos de lucha de la clase obrera.

Se debe actuar sin falta allá donde estén las masas”, porque no hay otro camino para levantar a las masas multitudinarias a una intensa actividad sociopolítica.

Para dirigir a las masas no sólo proletarias, sino también no proletarias, de trabajadores y de explotados, los comunistas deben saber organizar, hacer propaganda y agitación en una forma clara, comprensible y viva tanto para el público de la ciudad como del campo. En la sociedad capitalista, el desarrollo de la conciencia de clase del proletariado puede operarse sólo a través de los sindicatos.

Los “izquierdistas” no creían en la posibilidad de desarrollar la actividad de las masas, no comprendían su papel en el proceso revolucionario y rechazaban la labor entre ellas. Se pronunciaban en contra del trabajo en los sindicatos con el pretexto de que éstos estaban encabezados por elementos reaccionarios.

La renuncia de los comunistas a actuar en los sindicatos reaccionarios equivalía a abandonar a las masas obreras a la influencia directa de los jefes del oportunismo y el reformismo.

Temer a los sindicatos, a su “espíritu reaccionario” e intentar prescindir de ellos, saltar por encima de ellos, es una inmensa tontería, pues equivale a temer el papel de la vanguardia proletaria, que consiste en instruir, ilustrar y educar  a los sectores y las masas más atrasados de la clase obrera y del campesinado e incorporarlos a la lucha revolucionaria.

La experiencia del movimiento obrero internacional demuestra que el éxito de las transformaciones socioeconómicas, la solidez de las conquistas revolucionarias dependen en gran parte del apoyo activo que presten las masas trabajadoras organizadas en sindicatos a la vanguardia proletaria.


3. Organización

El programa, la estrategia y tácticas constituyen los documentos ideológico y político, que orientan la actividad práctica del partido revolucionario, todavía insuficientes, para lograr la completa unidad de la organización; por consiguiente, es indispensable una organización centralizada que corresponda al contenido revolucionario de la lucha

Así pues, la organización debe corresponder a la naturaleza del contenido de la lucha política. En su inicio el partido propiamente no existe, lo característico es la predominancia de los círculos dispersos, sin ningún nexo orgánico entre sí; en tales condiciones los estatutos son irrelevantes; pero a medida que se profundiza y amplia la lucha revolucionaria, es necesario elevarse por encima del trabajo artesanal, a un nivel superior de organización que responda al nuevo contenido de la lucha: a una organización unificada, que centralice la dispersión de las organizaciones del partido; a esta nueva etapa corresponde la elaboración y aprobación de los estatutos, como expresión formal de la organización del partido.

En 1902 en el ¿Qué hacer? Lenin aborda una cuestión fundamental: la relación entre la ideología científica y el movimiento espontáneo de las masas, en la que insiste en que el proletariado por sí mismo es incapaz de apropiarse de la teoría revolucionaria; a lo más que puede llegar es la adquisición de una política sindicalista:

Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista [sindicalista], es decir la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patrones, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio la doctrina del socialismo [científico] ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como movimiento natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas”.

Cuantos hablan de sobrestimación de la ideología, de exageración del elemento consciente, etc., se imaginan que el movimiento puramente obrero puede elaborar por sí mismo y elaborará una ideología independiente con tal de que los obreros arranquen su destino de manos de los dirigentes. Pero eso es un craso error”.

Kausky con motivo del proyecto de nuevo programa del Partido Socialdemócrata austriaco, expresó las siguientes opiniones justas: “Muchos de nuestros críticos revisionistas consideran que Marx ha afirmado que el desarrollo económico y la lucha de clases, además de crear las condiciones para la producción socialista, engendran directamente la conciencia de su necesidad…En este orden de ideas, la conciencia socialista aparece como resultado necesario e inmediato de la lucha de clase del proletariado. Eso es falso a todas luces. Por supuesto, el socialismo, como doctrina, tiene sus raíces en las relaciones económicas actuales, exactamente igual que la lucha de clase del proletariado; y lo mismo que ésta última, dimana de la lucha contra la pobreza y la miseria de las masas, pobreza y miseria que el capitalismo engendra. Pero el socialismo y la lucha de clases surgen juntos, aunque de premisas diferentes; no se derivan el uno de la otra. La conciencia socialista moderna sólo puede surgir de profundos conocimientos científicos. Pero el portador de la ciencia no es el proletariado, sino la intelectualidad burguesa: es el cerebro de algunos miembros de éste sector de donde ha surgido el socialismo moderno, y han sido ellos quienes lo han transmitido a los proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego en la lucha de clase del proletariado allí donde las condiciones lo permiten. De modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera en la lucha de clase del proletariado,  y no algo que ha surgido espontáneamente dentro de ella. De acuerdo con esto, es tarea de la socialdemocracia introducir en el proletariado la conciencia (literalmente: llenar al proletariado de ella) de su situación y de su misión. No habría necesidad de hacerlo si esta conciencia derivara automáticamente de la lucha de clases”.

Es evidente, pues, que es la vanguardia consciente del proletariado -el partido- la que debe llevar la ideología revolucionaria al interior de la clase proletaria. Pero no en el sentido de educar a toda la masa proletaria, sino a través de los dirigentes que deben pertenecer a la organización revolucionaria y por medio de ellos “arrastrar” a las masas trabajadoras a la lucha política consciente por el socialismo.

Uno de los aspectos fundamentales en los problemas de organización, es el establecimiento con claridad de los límites entre la organización política consciente y la clase a la que representa. En este aspecto Lenin (1904) analiza las discrepancias en el interior del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, relacionadas con la organización y cita los puntos de vista de Axelrod: “Yo creo que debemos delimitar los conceptos de partido y organización. Aquí están confundidos. Esta confusión es peligrosa”. Tal es el primer argumento contra mi fórmula. Pero fíjense más de cerca. Cuando digo que el partido debe ser una suma (y no una simple suma aritmética, sino un complejo) de organizaciones, ¿quiere decir esto que yo “confundo” dos conceptos: el de partido y el de organización? Claro que no. Al hacerlo, expreso de un modo perfectamente claro y preciso mi deseo, mi exigencia de que el partido, como destacamento de vanguardia de la clase obrera, esté lo más organizado posible y sólo acoja en su seno a aquellos elementos que admitan, por lo menos, un mínimo de organización. Mi contrincante por el contrario, confunde en el partido elementos organizados y no organizados, a los que se dejan dirigir con los que no se dejan, a los avanzados con los atrasados incorregibles, pues los atrasados corregibles pueden entrar en la organización. Esta confusión es la peligrosa de verdad. El camarada Axelrod alude luego a “las organizaciones del pasado rigurosamente conspirativas y centralistas”; en torno de estas organizaciones, según dice, “se agruparon toda una serie de personas que no formaban parte de la organización, pero que ayudaban a ésta de una u otra forma y eran consideradas miembros del partido. Este principio debe aplicarse en forma aún más rigurosa en la organización socialdemócrata”. Aquí hemos llegado precisamente a uno de los porqués de la cuestión: “este principio”, que autoriza llamarse miembros del partido a personas no encuadradas en ninguna de sus organizaciones, sino que se limitan a “ayudarle de uno u otro modo” ¿es, efectivamente, un principio socialdemócrata? Plejánov ha dado a esta pregunta la única respuesta posible: “Axelrod no tenía razón cuando aludía a la década del 70 [del siglo XIX]. Entonces existía un centro bien organizado, con una disciplina perfecta; alrededor de él existían organizaciones de diversa categoría que él había creado, y lo que estaba fuera de esas organizaciones era caos y anarquía. Los elementos integrantes de este caos daban en llamarse miembros del partido, pero la causa no salía ganando con ello, sino perdiendo. No debemos imitar la anarquía de la década del 70, sino evitarla”. Por tanto, “este principio”, que el camarada Axelrod quería hacer pasar por socialdemócrata, es en realidad un principio anárquico. Para refutar esto es preciso demostrar la posibilidad del control, de la dirección y de la disciplina al margen de la organización, hay que demostrar la necesidad de que a los “miembros del caos” se les adjudique el título de miembros del partido. ” Si aceptamos la fórmula de Lenin –continuó el camarada Axelrod- echaremos por la borda a parte de los que, aun cuando no puedan ser admitidos directamente en la organización, son, sin embargo, miembros del partido”. La confusión de conceptos de que Axelrod quiso acusarme a mí resalta en sus propias palabras con toda claridad: tiene ya por un hecho que todos los que ayudan son miembros del partido, cuando esto es precisamente lo que se discute, y los impugnadores tienen que demostrar aún la necesidad y la ventaja de semejante interpretación. ¿Cuál es el contenido de esta frase, a primera vista terrible, de echar por la borda? Si únicamente se considera miembros del partido a los que militan en organizaciones del partido reconocidas como tales, entonces los que no pueden ingresar “directamente” en ninguna organización del partido podrán, sin embargo, actuar en una organización que no sea del partido, pero que esté adherida a él. Por consiguiente, no se puede ni hablar de arrojar por la borda en el sentido de apartar de las actividades, de la participación en el movimiento. Por el contrario, cuanto más fuertes sean nuestras organizaciones del partido, integradas por socialdemócratas efectivos, cuanto menos vacilación e inconstancia haya dentro del partido, tanto más amplia y polifacética, tanto más rica y fructuosa será la influencia del partido en los elementos de las masas obreras que lo rodean y que él dirige. Porque, en verdad, no se puede confundir al partido como destacamento de vanguardia de la clase obrera con toda la clase. Y ésta es precisamente la confusión en que cae el camarada Axelrod cuando dice: “Claro es que ante todo constituimos una organización de los elementos más activos del partido, una organización de revolucionarios; pero, como somos un partido de clase, debemos en pensar en hacer las cosas de manera que no quede fuera de él personas que, de un modo consciente, aunque quizá no con plena actividad, tienen ligazón con dicho partido”. Primero, entre los elementos activos del Partido Obrero Socialdemócrata en modo alguno figuraran tan sólo las organizaciones de revolucionarios, sino toda una serie de organizaciones obreras reconocidas como organizaciones del partido. Segundo ¿por qué motivo y en virtud de qué lógica podía deducirse del simple hecho de que somos un partido de clase, que no es preciso distinguir entre los que integran el partido y los que tienen ligazón con él? Todo lo contrario: precisamente porque hay diferencias en el grado de conciencia y de actividad es necesario hacer distinción en cuanto al grado de proximidad al partido. Nosotros somos un partido de clase, y, por ello, casi toda la clase (y en tiempo de guerra, en época de guerra civil, la clase entera) debe actuar bajo la dirección de nuestro partido, debe adherirse a nuestro partido lo más posible; pero sería “seguidismo” creer que casi toda la clase o la clase entera pueda algún día, bajo el capitalismo, elevarse hasta el grado de conciencia y de actividad de su destacamento de vanguardia. Ningún socialdemócrata juicioso ha puesto nunca en duda que, en el capitalismo, ni aún la organización sindical (más rudimentaria, más asequible al grado de conciencia de las capas menos desarrolladas) esté en condiciones de englobar a toda o casi toda la clase obrera. Olvidar la diferencia que existe entre el destacamento de vanguardia y toda la masa que gravita hacia él, olvidar el deber constante que tiene el destacamento de vanguardia de elevar a sectores más amplios cada vez a un nivel superior sería únicamente engañarse a sí mismo, cerrar los ojos ante la inmensidad de nuestras tareas, restringir nuestras tareas. Y precisamente en ese cerrar los ojos y en ese olvidar se incurre cuando se borra la diferencia existente entre los que se adhieren y los que ingresan, entre los conscientes y los activos, por una parte, y los que ayudan, por otra.

Alegar que somos un partido de clase para justificar la dispersión orgánica, para justificar la confusión entre organización y desorganización, es no tener idea precisa de las fronteras de la organización partidaria y la clase obrera.

Nosotros somos el partido de la clase por cuanto dirigimos, en efecto, de un modo socialdemócrata, casi toda e incluso a toda la clase proletaria; pero sólo los “ciegos” pueden deducir de esto que tengamos que identificar de palabra el partido y la clase.

No se crea que las organizaciones del partido deben constar sólo de revolucionarios profesionales. Necesitamos organizaciones de lo más variadas, de todos los tipos, categorías y matices, comenzando por organizaciones extremadamente reducidas y conspirativas y concluyendo por organizaciones muy amplias, libres, lo menos reglamentadas”.

En seguida Lenin cita pasajes del ¿Qué hacer? y Carta a un camada sobre las tareas de organización, ambos de 1902: Las organizaciones obreras para la lucha económica han de ser organizaciones sindicales. Todo obrero socialdemócrata debe, dentro de lo posible, apoyar a estas organizaciones y actuar intensamente en ellas. De acuerdo. Pero es contrario en absoluto a nuestros intereses exigir que sólo los socialdemócratas puedan ser miembros de las organizaciones “gremiales”, pues eso reduciría el alcance de nuestra influencia entre las masas. Que participe en la organización gremial todo obrero que comprenda la necesidad de la unión para luchar contra los patrones y el gobierno. El fin mismo de las organizaciones gremiales sería inaccesible si no agrupasen a todos los obreros capaces de comprender, por lo menos, esta noción elemental, si dichas organizaciones gremiales no fuesen muy amplias. Y cuanto más amplias sean estas organizaciones gremiales tanto más amplia será nuestra influencia en ellas. No puede haber entre socialdemócratas dos opiniones acerca de que estos sindicatos deban trabajar “bajo el control y la dirección” de organizaciones socialdemócratas. Pero el partir de esta base para dar a todos los miembros de dichos sindicatos el derecho a “declararse” miembros del Partido Socialdemócrata sería un absurdo evidente y representaría la amenaza de un doble daño: de una parte, reducir las proporciones del movimiento sindical y debilitar la solidaridad obrera en este terreno; de otra, abrir las puertas del Partido Socialdemócrata a lo confuso y vacilante.

La organización debe estar estructurada aproximadamente en la forma siguiente: por el grado de organización en general, y por el grado conspirativo de la organización en particular, pueden distinguirse, poco más o menos, las categorías siguientes: 1) organizaciones de revolucionarios; 2) organizaciones de obreros, lo más amplias y diversas (me limito a la clase obrera, suponiendo, como cosa que se entiende por sí misma que, en determinadas condiciones, ciertos elementos de otras clases entrarán también en estas organizaciones). Estas dos categorías constituyen el partido. Luego: 3) organizaciones obreras adheridas al partido; 4) organizaciones obreras no adheridas al partido, pero subordinadas de hecho a su control y dirección; 5) elementos no organizados de la clase obrera sometidos también en parte, al menos en los casos de grandes manifestaciones de la lucha de clases, a la dirección de la socialdemocracia.

La unidad en cuestiones de programa y en cuestiones de táctica es una condición indispensable, pero aún insuficiente para unificar al partido, para centralizar la labor del partido. Para centralizar hace falta, además, unidad orgánica, inconcebible en un partido que rebase, por poco que sea, los límites de un círculo familiar y no tenga estatutos aprobados, ni subordinación de la minoría a la mayoría, ni subordinación de la parte al todo. Mientras carecíamos de unidad en las cuestiones fundamentales del programa y de la táctica, decíamos sin rodeos que vivíamos en una época de dispersión y de círculos, declarábamos francamente que antes de unificarnos teníamos que deslindar los campos ideológicos; ni hablábamos siquiera de formas de organización conjunta, tratábamos exclusivamente de las nuevas cuestiones de la lucha contra el oportunismo en materia de programa y de táctica. Ahora, esta lucha, según lo confesamos todos, ha asegurado ya suficiente unidad, formulada en el programa y en las resoluciones del partido sobre táctica; ahora tenemos que dar el paso siguiente y, de común acuerdo, lo hemos dado: hemos elaborado las formas de una organización única que aglutina a todos los círculos.
De lo que se trata es de saber si nuestra lucha ideológica estará envuelta en formas más elevadas, las formas de una organización del partido obligatoria para todos o en las formas de la antigua dispersión y del antiguo esparcimiento en círculos. Se nos ha hecho retroceder de formas más elevadas a formas más primitivas, y esto se justifica afirmando que la lucha ideológica es un proceso, y las formas son sólo formas.

El proletariado no teme la organización ni la disciplina. El proletariado no va a cuidarse de que los señores profesores y estudiantes de bachillerato que no quieran entrar en ninguna organización sean considerados miembros del partido porque trabajen bajo el control de una de sus organizaciones. La vida entera del proletariado lo educa para la organización de un modo mucho más radical que a muchos intelectualoides. El proletariado, a poco que comprenda nuestro programa y nuestra táctica, no justificará el atraso en la organización, aduciendo que la forma es menos importante que el contenido. No es el proletariado, sino algunos intelectuales encuadrados en nuestro partido quienes adolecen de falta de autoeducación en materia de organización y disciplina, en materia de hostilidad y desprecio a la fraseología anarquista. El proletariado que se haya hecho socialdemócrata consciente y se sienta miembro del partido rechazará el seguidismo en materia de organización con el mismo desprecio con el que ha rechazado el seguidismo en los problemas de táctica (de la táctica-plan a la táctica-proceso).

De seguro que no se encontrará en nuestro partido ni un solo militante práctico que no comprenda que es precisamente la forma de nuestra actividad (es decir, la organización) la que hace tiempo está atrasada del contenido, terriblemente atrasada, y que los gritos a los rezagados: “¡Al paso¡ ¡No os adelantéis¡”. No cabe la menor duda de que el contenido del trabajo de nuestro partido es infinitamente más rico, más variado, más amplio y más profundo que en el Bund. Su amplitud teórica es mayor; su programa está más desarrollado; su influencia sobre las masas obreras (y no sólo sobre los artesanos organizados) es más vasta y más profunda; la propaganda y la agitación son más variadas; el palpitar del trabajo político es más vivo en los militantes de vanguardia y en los militantes de la base; los movimientos populares, con motivo de las manifestaciones y de las huelgas generales, son más grandiosos; la actividad entre las capas no proletarias es más enérgica. Pero ¿y la “forma”? La “forma” de nuestra labor está atrasada, en comparación de la del Bund, hasta un punto inadmisible; está atrasada hasta el punto de que salta a la vista y saca los colores de la vergüenza a todo el que tome a pecho los asuntos del partido. El retrazo de la organización del trabajo, en comparación con su contenido, es nuestro punto flaco, y lo era mucho antes del congreso, mucho antes de que se constituyera el Comité de Organización. El estado rudimentario y efímero de la forma no permite seguir haciendo progresos serios en el desarrollo del contenido, provoca un estancamiento vergonzoso, lleva a malgastar las fuerzas y hace que los actos no correspondan a las palabras.

El seguidismo en cuestiones de organización es un producto natural e inevitable de la psicología del individualista anarquista, cuando éste último empieza a erigir en sistema de concepciones, en peculiares divergencias de principio sus desviaciones anarquistas. El “práctico” no sospecha siquiera que la terrible palabra por él lanzada nos descubre al punto la psicología de un intelectual burgués que no conoce ni la práctica ni la teoría de la organización proletaria. Precisamente la fábrica, que a algunos les parece sólo un espantajo, representa la forma superior de cooperación capitalista que ha unificado y disciplinado al proletariado, que le ha enseñado a organizarse y lo ha colocado a la cabeza de todos los demás sectores de la población trabajadora y explotada. Precisamente el marxismo, como ideología del proletariado instruido por el capitalismo, ha enseñado y enseña a los intelectuales vacilantes la diferencia que existe entre el aspecto explotador de la fábrica (disciplina fundada en el miedo a la muerte por hambre) y su aspecto organizador (disciplina fundada en el trabajo común, unificado por las condiciones de la producción muy desarrollada desde el punto de vista técnico). La disciplina y la organización, que tanto trabajo le cuesta adquirir al intelectual burgués, son asimiladas con singular facilidad por el proletariado gracias precisamente a esta “escuela” de la fábrica. El miedo mortal a esta escuela y la completa incomprensión de su valía organizadora caracterizan precisamente los métodos del pensamiento que reflejan las condiciones de vida pequeño-burguesas, a las que deben su origen el tipo de anarquismo que los socialdemócratas alemanes llaman, anarquismo del señor “distinguido”, anarquismo señorial, diría yo. Este anarquismo señorial es algo muy peculiar del nihilista ruso. La organización del partido se le antoja una “fábrica” monstruosa; la sumisión de la parte al todo y de la minoría a la mayoría le parece un “avasallamiento”; la división del trabajo bajo la dirección de un organismo central hace proferir alaridos tragicómicos contra la transformación de los hombres en “ruedas y tornillos” de un mecanismo ( y la transformación que cree más espantosa es la de incluir a los redactores entre el personal corriente), la mención de los estatutos orgánicos del partido le hace torcer una mueca de desprecio y exteriorizar la desdeñosa observación (dirigida a los “formalistas”) de que se podría vivir sin estatutos.

¿No es “anarquismo señorial”, no es seguidismo justificar con ejemplos sacados de la época de dispersión, de la época de esparcimiento en círculos, el mantenimiento y la glorificación del sistema de círculos y de la anarquía en una época en que ya está constituido el partido?

¿Por qué no necesitábamos antes estatutos? Porque el partido se constituía de círculos aislados sin ningún nexo orgánico entre ellos. El paso de un círculo a otro era simple cuestión de la “buena voluntad” de uno u otro individuo que no contaba con la expresión formalizada de la voluntad del todo. Dentro de los círculos, las cuestiones en litigio no se resolvían según estatutos algunos, “sino luchando y amenazando con marcharse”: esto es lo que decía yo en la Carta a un camarada fundándome en la experiencia de una serie de círculos, en general, y en la del grupo de los seis que constituíamos la Redacción, en particular. En la época de los círculos, tal fenómeno era natural e inevitable, pero a nadie se le ocurría elogiarlo ni hacer de ello un ideal: todos se quejaban de semejante dispersión, todo el mundo sufría a causa de ella y ansiaba la fusión de los círculos dispersos en una organización del partido. Y ahora, cuando se ha llevado a cabo esta fusión, se nos hace retroceder, se nos sirve, como si fueran principios superiores de organización. El anarquismo señorial no comprende que hacen falta unos estatutos formales precisamente para sustituir el estrecho nexo de los círculos con un amplio nexo de partido. No se precisaba ni era posible dar una forma definida al nexo existente en el interior de un círculo, o entre los círculos, porque dicho nexo se basaba en una amistad personal o en una “confianza” incontrolada e infundada. El nexo del partido no puede ni debe basarse en la una ni en la otra; es indispensable basarlo precisamente en unos estatutos formales, redactados “burocráticamente” (desde el punto de vista del intelectual), y cuya estricta observancia es lo único que nos precave contra la arbitrariedad y los caprichos de los círculos, contra los métodos de altercado instituidos en los círculos y calificados de libre “proceso” de la lucha ideológica.

Nos hemos elevado ya de la “confianza” incontrolada, propia de los círculos, al punto de vista del partido, que exige la observancia de procedimientos controlados y formalmente determinados para expresar y comprobar la confianza.

En conexión con el girondismo y el anarquismo señorial se halla otra peculiaridad típica, la última, la defensa del autonomismo contra el centralismo. Este es precisamente el sentido de principio que tienen los clamores contra la burocracia y la autocracia, que en el fondo rechazan el centralismo para postrarse ante el autonomismo que en esencia defiende el primitivismo de círculo en las cuestiones de organización.

Burocracia versus democracia es precisamente centralismo versus autonomismo; es el principio de organización de la socialdemocracia revolucionaria frente al principio de organización de los oportunistas de la socialdemocracia. En la época de la dispersión y del esparcimiento en círculos, la cima  de donde quería partir la socialdemocracia revolucionaria en su organización era inevitablemente uno de los círculos, el más influyente por su actividad y consecuencia revolucionaria (en nuestro caso, la organización de Iskra). En una época de restablecimiento de la unidad efectiva del partido y de disolución de los círculos anticuados en esa unidad, esa cima es inevitablemente el congreso del partido, órgano supremo del mismo. El congreso agrupa, en la medida de lo posible, a todos los representantes de las organizaciones activas y, designado órganos centrales, hace de ellos la cima hasta el congreso siguiente.

El oportunismo en el programa está, naturalmente, ligado al oportunismo en la táctica y al oportunismo en las cuestiones de organización.

Por primera vez conseguimos librarnos de las tradiciones de relajamiento propio de los círculos y de filisteísmo revolucionario, reunir decenas de los grupos más diversos, muchas veces terriblemente hostiles, unidos exclusivamente por la fuerza de la idea y dispuestos a sacrificar cualquier particularismo o independencia de grupo en aras del gran todo que por primera vez creábamos de hecho: el partido.

Una cosa es sacrificar en principio el espíritu de círculo en aras del partido y otra renunciar al propio círculo de uno. Era demasiado fuerte la sensación de agravio por la muerte dada a las organizaciones.

Un paso adelante, dos pasos atrás. Es algo que sucede en la vida de los individuos, en la historia de las naciones y en el desarrollo de los partidos. Y sería la más criminal de las cobardías dudar, aunque sólo fuera por un momento, del inevitable y completo triunfo de los principios de la socialdemocracia revolucionaria, de la organización proletaria y de la disciplina del partido. Hemos logrado ya mucho y debemos seguir luchando, sin que nuestro ánimo decaiga ante los reveses. Debemos luchar consecuentemente, despreciando los procedimientos filisteos de los altercados propios de los círculos, salvaguardando hasta la última posibilidad el nexo que enlaza en un partido único a todos los socialdemócratas de Rusia, nexo establecido a costa de tantos esfuerzos, y tratando de conseguir, con una labor tenaz y sistemática, que todos los miembros del partido, y especialmente los obreros, conozcan plena y conscientemente los deberes del partido, la lucha que se entabló en el II congreso del partido, todos los motivos y vicisitudes de nuestra divergencia, todo lo funesto del oportunismo, que también en el terreno de la organización –al igual que en el terreno de nuestro programa y de nuestra táctica- se rinde impotente a la psicología burguesa, adopta sin crítica alguna el punto de vista de la democracia burguesa y embota el arma de la lucha de clase del proletariado.

En su lucha por el poder, el proletariado no dispone de más arma que la organización. Desunido por el imperio de la anárquica competencia dentro del mundo burgués, aplastado por los trabajos forzosos al servicio del capital, lanzando constantemente “al bajo fondo” de la miseria más completa, del embrutecimiento y la degeneración, el proletariado puede hacerse y se hará sin falta una fuerza invencible siempre y cuando su unión ideológica por medio de los principios del marxismo se refuerce con la unidad material de la organización que cohesiona a los millones de trabajadores en el ejército de la clase obrera. Ante este ejército no podrá resistir ni el poder decrépito de la autocracia rusa ni el poder caducante del capitalismo internacional. Este ejército cerrará filas cada día más, a pesar de todos los zigzags y pasos atrás, a pesar de las frases oportunistas de los girondinos de la socialdemocracia contemporánea, a pesar de los fatuos elogios del atrasado espíritu de círculo, a pesar de los oropeles y el alboroto del anarquismo propio de intelectuales.



4. Conclusiones

La teoría debe ser el fundamento científico para comprender la realidad socio-económica y política que se pretende transformar, así como del conjunto de demandas sociales, económicas y políticas que el partido plasma en su programa que abandera.

La ciencia política debe ser el fundamento político de la estrategia y las tácticas de todo partido de los trabajadores.

La unidad ideológica –programa-, política –estrategia y táctica- y organizativa- es la clave para la lucha política de cualesquiera organización política. Esta condición no la exime de las derrotas, pero es el requisito fundamental con mayor probabilidad de éxito.

El pluralismo ideológico –existencia de tendencias o corrientes en el interior del partido- es el camino para la liquidación de toda organización política.

Contenido –lucha de los trabajadores dirigida por el partido- determina la forma –organización- de todo partido de la clase trabajadora.

El centralismo democrático debe ser el principio rector de organización del partido de la clase trabajadora. Esencialmente implica, la subordinación obligatoria de la minoría a los acuerdos de la mayoría y la supeditación de los organismos inferiores a los superiores.

En el partido debe militar lo más consciente de la clase trabajadora, es decir, la organización política, debe estar formada por los miembros del pueblo trabajador más preparados políticamente.

El partido de la clase trabajadora debe ser una organización de masas, no tanto por su membrecía, sino por su influencia en la dirección de las mismas. En ningún país del mundo capitalista es posible la incorporación de toda la clase trabajadora al partido, dadas las condiciones de embrutecimiento político al que está sometido el pueblo trabajador.

El partido debe ser la vanguardia -el que va al frente- de la lucha de la clase trabajadora.

Es el partido el que debe llevar la ideología científica en el interior de la clase trabajadora. El pueblo trabajador por sí mismo es imposible que la adquiera, dadas las condiciones de opresión y marginación en las que se encuentra.

El partido debe dominar todas las formas –tácticas- de lucha y utilizarlas de acuerdo con las condiciones concretas de la lucha, para lograr el objetivo estratégico: conquista del poder político por la clase trabajadora.

La falta de un partido revolucionario de los trabajadores condena a la clase trabajadora a la influencia ideológica de la clase dominante que detenta el poder económico y político, así lo demuestra el triunfo electoral de la ultra-derecha en Estados Unidos y otros países de Europa, que a pesar de no representar los intereses de los trabajadores, estos votaron en su mayoría por ella, dada su falta de educación política debido a la ausencia de un verdadero partido político revolucionario.


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