viernes, 18 de diciembre de 2015

DEL CAPITAL PRODUCTIVO AL CAPITAL FINANCIERO MUNDIAL

DEL CAPITAL PRODUCTIVO AL CAPITAL FINANCIERO MUNDIAL

Valentín Vásquez
Oaxaca, México
valeitvo@yahoo.com.mx
1. introducción

Después de la reconstrucción  en la posguerra, los países europeos y Japón, logran alcanzar en su desarrollo industrial a los E.U.,  por consiguiente, compiten por los mercados para sus capitales y mercancías; dando como consecuencia, una reducción de la ganancia.

La disminución de la rentabilidad del capital industrial, desató una crisis de sobre-producción de capital para inicios de los años 70’s del siglo pasado, dada la baja rentabilidad del capital productivo, lo que generó contracción de la actividad productiva y su consecuente estancamiento económico. Este contribuyó a la quiebra del Sistema Bretton Woods, en el que E.U. rompió unilateralmente el pacto, al desacoplar el dólar al oro; en consecuencia, el capital que originalmente se invertía en las actividades productivas, se orientó a las actividades financieras: bolsa de valores, mercado monetario (dinero) y mercado cambiario (divisas). De esta forma se produce un reciclaje del nuevo capital en la esfera financiera y cada vez se independiza más de la actividad económica real. El nuevo capital financiero, en un inicio tiene como origen los excedentes del capital productivo, pero poco a poco se integran a su seno capitales ajenos a la economía real, provenientes de diversas fuentes como son: bancos, fortunas personales, capitales ilícitos y fondos de pensiones de los trabajadores; activos que son destinados al circuito financiero, en el que generan frecuentes burbujas financieras desvinculadas hasta cierto límite del sector productivo, pero que finalmente estallan y los valores de los instrumentos financieros adquieren sus valores reales.

El neo-liberalismo (libre mercado) es la política del capital financiero ha estado implementando desde la década de los 80 del siglo pasado, para enfrentar la profunda crisis que padece el capitalismo mundial. La consecuencia principal ha sido la consolidación de una oligarquía financiera parasitaria que ha subordinado al capital productivo y comercial y, en el aspecto social y ambiental, los resultados han sido devastadores: desigualdad socio-económica extrema, precarización salarial, desempleo y deterioro de los recursos naturales, principalmente contaminación del medio ambiente (agua y aire), así como la quema irracional de los combustibles fósiles, que amenaza con aumentar el calentamiento global que puede generar fenómenos meteorológicos catastróficos. 

La crisis del sistema capitalista se agudizó en 2008 y ahora ya no se restringe a los países subdesarrollados, sino que ahora también están inmersos los países capitalistas desarrollados y ya no se trata solamente de una crisis económica, sino que se trata de una crisis estructura integral: económica, social, política y ambiental. 

En el ámbito socio-económico la enorme desigualdad social se expresa en una concentración del grueso de la riqueza en una minoría oligárquica (1%) que contrasta con la miseria en que se debate la mayoría de la población. Esta espantosa desigualdad social, ha provocado la indignación social, que ha repercutido en las urnas, no solo en los países emergentes, sino también en los países desarrollados en los que los electores han votado por opciones políticas no tradicionales, con la esperanza de mejorar sus paupérrimas condiciones de vida.


2. Dialéctica del capital productivo al capital financiero

La expansión del capital financiero está acoplada a las dificultades de la economía de Estados Unidos, desde la década de los 70 del siglo pasado. Su importancia en la actividad económica, lo constatan Magdoff y Sweezy (1988) al citar a un funcionario de las finanzas en los Estados Unidos, quien señaló que el área financiera es probablemente, después de la guerra nuclear, el tipo de área que al salirse de control y que una vez fuera de él, no puede ser contenida y con toda probabilidad influirá en trastornar radicalmente la naturaleza del sistema productivo en su conjunto. Debiera ser obvio que el capitalismo no invierte en capital adicional cuando sus empresas ya no son capaces de producir más de lo que el mercado puede absorber. El exceso de capacidad se advirtió en una industria tras otra mucho tiempo antes de que surgiera la extraordinaria oleada de especulación financiera en los 70 en todos los países capitalistas desarrollados. El cambio en la importancia de lo industrial a lo financiero fue de alcance internacional. 

Un fuerte estallido del crecimiento económico como el de la posguerra también llega a su límite. Este es el secreto del largo boom de posguerra y del retorno del estancamiento de los 70. A medida que el boom comenzó a extinguirse, se luchó contra el estancamiento durante varios años, por medio de la creación de más y más deuda, tanto nacional como internacional, más y más febril especulación, más y más inflación. Pero ahora estos paliativos han llegado a ser mas peligrosos que provechosos y al problema del estancamiento se ha agregado el de una situación financiera que se deteriora rápidamente.

En la actualidad a los capitalistas del dinero se les ofrece una enorme variedad de instrumentos financieros entre los cuales pueden elegir: acciones y títulos, certificados de depósito, fondos del mercado monetario, valores de toda clase de activos, opciones para comprar y vender contratos a futuro, etc. No hay presunción, y menos seguridad, de que el futuro invertido en alguno de estos instrumentos se encaminará a la formación de capital real. Puede muy bien permanecer en forma de capital dinero circulando en torno del sector financiero, echando combustible al crecimiento de los mercados financieros que en forma creciente adquieren una vida propia.

En 1960, los contratos a futuro se relacionaban casi por entero con mercancías: en ese año solo se escrituraron 3.9 millones de contratos. Esta actividad creció hasta llegar a 11.2 millones en 1970, lo cual era todavía razonable, dado el crecimiento de la economía. Pero en los 70 la historia fue diferente: hacia la mitad de esa década, los mercados a futuro se habían establecido en metales preciosos, moneda extranjera e instrumentos financieros. En 1980 se comercializaron más de 92 millones de contratos a futuro y en 1985 casi 160 millones. Esta se ha convertido en una “industria de crecimiento” importante en los E.U. y se está esparciendo hacia otros centros capitalistas del resto del mundo.

Antes de 1970 los contratos a futuro crecían casi al mismo ritmo de la producción. Pero después comenzó el descenso económico de la posguerra y la producción se rezagó en tanto la especulación ascendió. Desde 1977 la producción industrial creció un 25% y el volumen de los contratos a futuro en 370%.

En condiciones de estancamiento de la economía: la rápida expansión de las reservas bancarias frente a un panorama inactivo de la economía se produjo el resultado clásico: los fondos buscaron los activos financieros más rentables, puesto que no había ninguna necesidad de financiar la actividad de la economía real.

Bonetti Mario (2009) en: Capitalismo, desindustrialización y crisis en los E.U., explica que a partir de los años 70 comenzó a sentirse en los E.U. un largo proceso de desindustrialización confirmado por el movimiento del capital hacia el sector de las finanzas y, consecuentemente, hacia la financiarización de la economía; más tarde vino en virtud de la sagrada ley de las ganancias del capital, otro desplazamiento hacia el sector de las tecnologías de la informática.

Con la finalidad de probar la veracidad acerca de la relación burbujas-desindustrialización en los Estados Unidos, o sea, la des-industrialización como causa verdadera y profunda de toda clase de burbujas, el autor cita un informe de John Hoefle:

“En las últimas cuatro décadas, a partir del período de 1967-68 los E.U. y el Mundo han sufrido un viraje profundamente destructivo alejándose de la producción económica y la autosuficiencia, hacia lo que se ha llamado globalización. En Estados Unidos, se abandona la Era Industrial por las promesas de la Era de la Información, una era en la que la producción de bienes se reemplazó con la venta de información y servicios. Las finanzas reemplazaron a la industria como el motor que movía al país. Y, de hecho, lo movió derechito a estrellarse contra la pared”.

El daño que estas políticas neocolonialistas le han ocasionado a la economía de E.U. se ve reflejado en el cambio en la composición de la fuerza laboral. Es decir, cambios en lo que hace la gente para vivir.

Los empleos se dividen en dos grandes categorías: productivos y administrativos, con base a la naturaleza al trabajo que realizan. Como ayuda ilustrativa de la diferencia entre ambos, imagínese una compañía pequeña con una tienda. La compañía tiene una fábrica que produce, digamos, pequeños motores eléctricos. Los trabajadores en la fábrica que hacen y ensamblan motores se clasifican como productivos porque transforman varios componentes para producir un producto terminado, de forma tal que aumenta el valor de esos componentes. Este aumento en el valor se mide en términos de la economía física, con base en el beneficio aumentado que le aporta el producto a la economía - un motor eléctrico - sobre el beneficio de los varios insumos - el cableado, la habitación, etc.-. El motor terminado tiene más valor que las partes, y así se crea riqueza.

La compañía también tiene personal administrativo, los compradores que adquieren los insumos, los vendedores que venden el producto terminado, los contadores que manejan la nómina de pagos, los gerentes que dirigen la operación, etc. Estas personas realizan funciones necesarias, pero estas funciones son esencialmente administrativas, lo que representa costos que tienen que cubrirse con el sector productivo de la compañía.

Ahora imagínense que la compañía es tan exitosa que el director ejecutivo decide contratar a un gerente financiero para que maneje las ganancias y se haga cargo de las relaciones con Wall Street. Con el tiempo crece el equipo financiero, se agrega un departamento de personal, después un equipo de relaciones públicas y así sucesivamente. El dinero que mejor se hubiera invertido en mejorar la productividad de la fábrica se gasta en vez de esto en funciones administrativas, lo que da como resultado un número de empleados administrativos creciente en comparación con los trabajadores productivos.

Después, un conglomerado compra la compañía, más interesado en sus flujos de efectivo que en la producción. Se recurre al lado productivo de la compañía para que cargue con más gastos administrativos en tanto que su equipo de producción envejece y se deteriora. Finalmente, el conglomerado decide cerrar la fábrica y mover la producción a otros países, en donde los costos laborales son más baratos, sacando completamente la producción de la economía de los Estados Unidos.

Esto es, en esencia, lo que ha sucedido con la economía de E.U. y se pueden ver los efectos de esta desindustrialización y globalización en la composición de la fuerza laboral, según informes del Departamento del Trabajo de E.U.

El autor mencionado sostiene el parecer de que la desindustrialización de los E.U. precede causalmente al dominio de la financiarización. Se afirma con pruebas empíricas y medibles, y eventualmente refutables, (que es como procede la ciencia) de la desindustrialización de los E.U.

Esas pruebas  se hallan en las gráficas de estadísticas de la paulatina reducción de la fuerza laboral industrial en ese país del economista norteamericano John Hoefle. En tanto que no haya refutación de esas pruebas se tendrán como verdaderos y fidedignos indicadores de un largo proceso de desindustrialización.

Las estadísticas de John Hoefle conllevan a reconocer que la desindustrialización norteamericana tuvo que preceder en términos causales a las burbujas financieras en la generación de la crisis del capitalismo norteamericano.

Así pues, la causa principal de las burbujas bursátiles que al estallar detonan las crisis, es la desindustrialización, la cual deja de ser atractiva para el capital excedente, lo que provoca su movimiento hacia el sector financiero más rentable y propicio para la especulación.

Ferguson (2010) escribe, que la importancia del dinero se incrementó después que Estados unidos desacopló el dólar del oro: “La ineludible realidad parece ser que la ruptura del vínculo entre la creación de dinero y una ancla metálica, ha llevado a una expansión monetaria sin precedentes, además de un boom crediticio de una envergadura como nunca se ha visto. Si se mide la liquidez como la proporción entre el dinero en sentido amplio y la producción durante los últimos cien años, resulta bastante evidente que la tendencia desde la década de 1970 ha sido la de que dicha proporción aumente: en el caso del dinero en sentido amplio en las principales economías desarrolladas, ha pasado de alrededor del 70% antes del cierre de la “ventana oro” -1971- a más de 100% en 2005. Si el dinero es el valor que el capital financiero utiliza para convertirlo en capital, es evidente, que lo anterior ha favorecido su expansión, tal como lo indica el mismo autor: “en 2006, la producción económica cuantificada en todo el mundo rondaba los 48,6 billones de dólares. La capitalización bursátil total de los mercados de valores del mundo era de 56,6 billones de dólares, es decir, un 4% mayor. El valor total de los bonos nacionales e internacionales era de 67,9 billones de dólares, un 40% mayor. Las finanzas estaban empezando a desplazar a la producción. El volumen de adquisiciones apalancadas (compras de empresas financiadas con préstamos) alcanzó la cifra de 753,000 millones de dólares. Una explosión de titularización (una práctica financiera por la que se concentran deudas individuales como las hipotecas, se dividen en tramos, se agrupan en paquetes para su venta) elevó la emisión anual de títulos con garantía hipotecaria, títulos garantizados por activos y obligaciones de deuda colateralizada por encima de los tres billones de dólares. El volumen de derivados financieros –contratos derivados de valores u operaciones ya existentes y CDS (Credit Defaul Swaps)- ha crecido aún más rápido, de modo que a finales de 2006 el valor total de todos los derivados financieros extra-bursátiles (excluyendo los negociados en intercambios públicos) estaba justo por encima de los 400 billones de dólares. Antes de la década de 1980, cosas así resultaban prácticamente desconocidas. También proliferaron nuevas instituciones. El primer fondo de riesgo se creó en la década de 1940, y todavía en un año tan reciente como 1990 había solo 610 de ellos, que gestionaban 38,900 millones de dólares. A finales de 2006 había 9,462, que gestionaban 1,5 billones de dólares. También se multiplicaron las sociedades de inversión de capital privadas. Los bancos, mientras tanto, crearon toda una serie de “conductos” y “vehículos estructurados de inversión” (SIV, por sus siglas en inglés) a fin de mantener los activos potencialmente riesgosos fuera de sus balances contables. Era como si hubiera surgido todo un sistema bancario en la sombra. Con la expansión de la actividad financiera como contra-parte de la actividad productiva, también las ganancias de los directivos de las empresas financieras se incrementaron exponencialmente. Así, Suárez (2011) señala que en 2007 John Paulson, manejador de hedge funds –fondos de cobertura de riesgo- obtuvo una ganancia de 3700 millones de dólares, George Soros, de 2900 millones dólares, James Simmons de 2800 millones de dólares, Phil Falcone de 1700 millones de dólares y Ken Griffin de 1500 millones de dólares.

Nadal Alejandro (2010) en: ¿Hacia la Gran Depresión?, explica que la crisis global no da señales de resolverse. Los sobresaltos en los mercados financieros y las malas noticias en los sectores reales de la economía indican que las cosas podrían empeorar. Algunos analistas ya se preguntan abiertamente si el mundo se encamina hacia una réplica de la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado.

No es una pregunta alarmista. La realidad es que las raíces de esta crisis son muy profundas y se encuentran en la esencia misma de las economías capitalistas. El "volcán" que estalló en 2008 es la parte visible de un desastre que se viene cocinando desde hace más de 30 años. Conviene recordar algunos rasgos de la evolución de la economía estadounidense para comprender que la recuperación va a requerir algo más que un simple estímulo fiscal. Las lecciones son importantes para todo el mundo.

En Estados Unidos la crisis actual no se origina simple y llanamente en el mercado de las hipotecas chatarra. Los orígenes se encuentran en la compresión salarial desde los años 70. Ese fenómeno terminó con la llamada fase dorada del capitalismo (1945-1975) marcada por tasas de crecimiento sostenido, por remuneraciones al alza y una reducción notoria en la desigualdad social. En cambio, a partir de los años 70 el crecimiento se redujo, la masa salarial cayó y la desigualdad aumentó.

Mientras los asalariados trataban de compensar el estrangulamiento salarial y la pérdida de poder de compra con más deuda, el gran capital desplazó sus operaciones hacia países con bajos costos salariales. El proceso culminó con el traslado de cientos de miles de empleos hacia China. En tres décadas el mundo fue testigo del desmantelamiento de la planta industrial en Estados Unidos. Algunos consideran que se trató de un proceso asociado a la evolución normal de una economía capitalista. Pero lo cierto es que las grandes compañías multinacionales que se beneficiaron con el traslado de sus operaciones manufactureras a China no se des-industrializaron, simplemente cambiaron de domicilio. En Estados Unidos se quedaron los que piensan que lo mejor de ese país es su capacidad de hacer innovaciones financieras. Un resultado de este proceso fue el desequilibrio mundial entre los más grandes países superavitarios (China) y deficitarios (Estados Unidos). En buena medida la incapacidad de la economía estadounidense para generar empleos se debe precisamente al desmantelamiento de la planta industrial a lo largo de los últimos 25 años.

En el Congreso en Washington casi nadie quiere otro paquete de estímulo para la economía estadounidense. Por eso muchos ahora piensan que habrá una recaída y la gráfica de la recesión tendrá la forma de una W. Pero otros piensan que podría tener la forma de una L muy, pero muy alargada. Es decir, la economía de Estados Unidos permanecería en el colapso varios años.

Ante este panorama desolador de la industria estadounidense, será el capital financiero especulativo el que se expansionará, a través de la implementación de burbujas especulativas que tarde o temprano explotarán para dar origen a nuevas crisis financieras, cada vez con mayor envergadura.

Rojas Nieto (2015) escribe que los derivados financieros –cuyo valor se deriva de un activo- de hoy se reproducen en una economía financiarizada, caracterizada por la impresionante expansión del capital financiero en detrimento del capital productivo. Los derivados financieros son contratos financieros cuyos valores se derivan del desempeño de activos, tasas de interés y tasas de cambio de las divisas, entre otros. Pueden asumir la forma de futuros, opciones o swaps. Y ser negociados en las bolsas formalmente establecidas y, en principio, sujetas a regulación. O fuera de ellas, en operaciones conocidas sobre el mostrador (over the counter: OTC, por sus siglas en inglés). La mayoría de los derivados negociados no sólo en Estados Unidos sino en todo el mundo son de este segundo tipo, derivados OTC. Estos son contratos de derivados negociados en forma privada cuya transacción se realiza fuera de las bolsas de valores organizadas. Y, evidentemente, son los de mayor riesgo, precisamente por no estar sujetos directamente a regulación. A finales de 1995, con 4 trillones (estadounidenses, billones nuestros) de dólares de activos, los bancos comerciales estadounidenses tenían derivados –primordialmente futuros, swaps y opciones– por casi 15 trillones de dólares. Cerca de cuatro veces sus activos. En junio de 2008, con 11 trillones de dólares de activos, los derivados ya sumaban 182 trillones. Casi 17 veces sus activos; y para 2015, los casi 6500 bancos comerciales de Estados Unidos,  alcanzan un valor astronómico de 200 trillones de dólares, aproximadamente 13 veces el valor de sus activos de 15.5 trillones de dólares, según la Reserva Federal.

La propiedad de los derivados financieros se concentra en nueve bancos, de los cuales cuatro concentran 92 por ciento de ellos; JP Morgan Chase Bank (27 por ciento), Citibank (27 por ciento), Goldman Sachs (23 por ciento), Bank of America (15 por ciento) con montos menores, pero todavía en el orden de los trillones, cinco bancos más (Wells Fargo, HSBC Bank of USA, Morgan Stanley, State Street Bank and Trust Company y The Bank of New York Mello) casi representan el otro 8 por ciento más. A nivel mundial y según el Banco Internacional de Pagos (BIS, por sus siglas en inglés), se tienen derivados por encima de los 630 trillones de dólares (una vez más estadounidenses, billones nuestros). Con cerca de 80 por ciento vinculado a tasas de interés. Además, con un valor bruto de mercado de no más de 20 trillones de dólares, correspondiente a no más de 3 por ciento de su valor. En el Mundo los derivados financieros son controlados por fondos de inversión, fondos de pensiones, bancos comerciales y otros entes financieros.

Así pues, es evidente el desplazamiento del capital industrial por el capital financiero improductivo.

3. Neoliberalismo: política del capital financiero

Desde la década de los 70 del siglo XX el capital financiero ha venido expandiéndose en contraste con el declive de la actividad económica, particularmente de la industria. En la siguiente década se fortalece y dado su poder económico se apodera del poder político y con Reagan implementa la política neoliberal.

Estévez Araujo (2009) indica que para entender en que consiste la des-regulación hay que partir del hecho de que en la época del Estado social se restringió la autonomía de las empresas y la libertad de configurar sus relaciones mediante contratos. El Estado sometió la actividad empresarial a una intensa reglamentación y las leyes establecieron rígidos límites a lo que podía acordarse por medio de un contrato. Esa es la regulación que se desmonta parcialmente a partir de los años setenta del siglo pasado con la llamada des-regulación. Desde este punto de vista, consiste en que se derogan determinadas reglamentaciones referidas a la actividad de las empresas y al contenido que puedan contener los contratos. De ese modo, las empresas adquieren mayor autonomía y su libertad de contratación aumenta (especialmente en el ámbito laboral y financiero). Desde un punto de vista macro sociológico, la des-regulación implica dar un mayor poder a los mecanismos de mercado en el funcionamiento de la economía en detrimento del Estado. Se da mayor autonomía a los sujetos que persiguen maximizar sus intereses, se incrementa la libertad de contratación entre ellos y se deja libre juego a la competencia y a las leyes de la oferta y la demanda.

La llamada liberalización es un aspecto de la des-regulación y constituye una de las condiciones que han hecho posible la globalización económica. La liberalización consiste en la eliminación de las restricciones al movimiento de mercancías y capitales a través de las fronteras. Es decir, se trata de la abolición de los mecanismos que tenían los Estados para combatir la competencia de los productos extranjeros (como los aranceles o impuestos sobre las importaciones), o para regular las entradas y salidas de capitales.

La eliminación de los controles y la consiguiente liberalización de los mercados de capitales se dan, además, en un contexto en que se había abandonado el patrón oro y el sistema de cambios fijo. Desde 1973, la cotización de cada moneda en relación con las demás vendrá determinada por la oferta y la demanda de la misma en los mercados de divisas. Ese es un factor más que incrementa la actividad del sistema financiero.

El funcionamiento clásico de la Bolsa de Valores se basaba en la fijación de las transacciones. Los intermediarios que compraban y los que vendían se encontraban físicamente en el edificio de la Bolsa. El cotizador proponía para un título determinado y los agentes de cambio y Bolsa dispuestos a comprar o vender a ese precio decían “tomo” o “tengo”. Se trataba de operaciones a viva voz, como se ve en muchas películas de la época. Luego, los compradores y los vendedores negociaban la cantidad de títulos a intercambiar.

A partir de los años ochenta del siglo pasado, las bolsas se “virtualizan”. La relación entre compradores y vendedores no tiene lugar ya in situ sino que las transacciones  se realizan por vía informática. Los negociantes no se encuentran físicamente, sino que se comunican a través de redes a las que están conectadas los ordenadores de las instituciones financieras para las que trabajan. Por su parte, las bolsas empiezan a adquirir programas informáticos que calculan la cotización de cada valor en función de las órdenes de compra y venta. La tarea del antiguo cotizador la lleva a cabo el programa y las cotizaciones cambian constantemente y no sólo una vez al día, como antiguamente.

Con la des-regulación se reconoce la libertad para crear nuevos instrumentos financieros –innovación financiera-, incluidos títulos de valores. De ese modo, junto a las tradicionales acciones y obligaciones aparecen los derivados financieros, como los futuros y las opciones.

Un contrato de futuros es un compromiso de adquirir o de vender una cantidad de un determinado producto a un determinado precio en una fecha preestablecida. Estos contratos  se han utilizado tradicionalmente en el ámbito agrícola para vender anticipadamente las cosechas. Con la des-regulación se crea un mercado en el que se compran y venden los propios contratos de futuros. En 1972 se abre la primera bolsa de futuros en divisas en Chicago. De ese modo, los futuros pasan de ser un mecanismo para cubrirse frente al riesgo de las oscilaciones de precios, o de las cotizaciones de las monedas, a convertirse en apuestas sobre el valor que tendrán los alimentos, las divisas, o el petróleo en el futuro. Se desarrollan también futuros sobre variaciones de tipos de interés o índices bursátiles, que generan  el mismo tipo de dinámica: más casino financiero. Algo análogo ocurre con las opciones, que son títulos que proporcionan el derecho de comprar acciones aun determinado precio en una fecha preestablecida.

El hito emblemático de la des-regulación financiera norteamericana fue la Gramm-Leach-Bliley Act de 1993. Esa norma derogó la regulación establecida por la llamada “Ley de la Banca” (la Glass Steagall Act de 1933) tras la crisis del 29 del siglo XX. Esta ley había establecido una estricta separación entre bancos y otras entidades financieras y entre bancos comerciales y de inversión. Los bancos comerciales debían limitarse a captar ahorros en depósitos remunerados y conceder préstamos. Por su parte, los bancos de inversión eran los que actuaban en los mercados de capitales: realizaban emisiones y compra-venta de valores.

El proceso que conduce a la abolición de la Ley de la Banca empieza con la fusión de Citibank y Travelers Group (un banco y una compañía de seguros) para formar el Citigroup. Eso era algo que estaba prohibido por la ley de 1933, pero en vez de aplicarse la norma, lo que se decidió fue cambiarla.

La nueva ley de la banca fue aprobada por una amplia mayoría en ambas cámaras y firmada por Clinton. La Gramm-Leach-Bliley Act de 1993 tenía como objetivo propiciar que se creasen auténticos “supermercados financieros”. Perseguía que surgiesen empresas que ofreciesen servicios de banca, de inversión y de seguros. Pero la des-regulación planteó problemas ya desde el principio. Uno de ellos fue el de las colusiones de intereses, al estar una misma empresa en ambos lados de determinadas transacciones.

En un contexto de libertad de circulación de capitales, los paraísos fiscales potencian la des-regulación. Las entidades que fijan en ellos su sede están sometidas a muy pocos o ningún control, pero pueden operar en los mercados financieros de los demás países gracias a la liberalización de los mismos.

Una función básica de las entidades que operan en los paraísos fiscales es facilitar la evasión de impuestos. Las ventajas fiscales que ofrecen, unidas al secreto bancario, permiten que las personas más acaudaladas y las empresas puedan evadir los impuestos sobre sus rentas y beneficios, trasladando a ellos sus fondos o imputando los beneficios del grupo a las filiales instaladas allí.

La transformación en la forma de regular tiene muchas manifestaciones, pero todas ellas suponen una privatización del poder de dictar normas o controlar su efectivo cumplimiento. Ese poder pasa de instancias públicas a sujetos privados, especialmente empresas y asociaciones empresariales.

Una de las manifestaciones de ésta privatización del poder de regulación y control es el fenómeno que podríamos denominar externalización de la producción de normas generales. Consiste en lo siguiente: en lugar de ser el Estado quien dicta las normas por las que las empresas deben regirse, éstas son establecidas por organismos privados o asociaciones de empresas, generalmente bajo la forma de “estándares”. Buena parte de la actividad económica está regulada hoy en día por este tipo de normas de origen privado.

La llamada autorregulación es otra forma de privatización emparentada con la anterior. Consiste en que los mismos sujetos que deben ser regulados son los que dictan las normas a que deben atenerse e, incluso, controlan el cumplimiento de las mismas. Sería el caso de los llamados “códigos de conducta” elaborados por las propias empresas o por sectores empresariales. Una manifestación más de la privatización sería la atribución de potestades de control a sujetos privados. Este es un fenómeno que se produce de forma masiva, dando lugar a lo que un autor ha denominado la “explosión de las auditorias”: el control se ejerce por entidades, generalmente privadas, que “certifican” el cumplimiento de determinados estándares.

La reglamentación que regía las actividades económicas y de servicios, diseñadas e implementadas por el Estado, en realidad no desaparecen, simplemente cambian de forma: ahora son transferidas a entes privados, como es el caso de la norma ISO que es aplicada por un organismo privado (IMNC), que no solamente opera en las actividades empresariales, sino que se ha extendido a los servicios, como es la educación.

El traspaso de funciones de regulación y control a entidades privadas responde a la filosofía de que, como todo lo demás, también la regulación y el control pueden ser un negocio privado, pues con la globalización neoliberal no sólo se des-regula, sino que se empieza a regular de una forma distinta. Del mismo modo que se privatizan otras áreas de actuación estatal (como los servicios públicos), también la regulación y el control se transfieren a empresas privadas para que obtengan lucro mediante su ejercicio.

En la modalidad de control mediante auditoria privada, son los propios “regulados” los que tienen que pagar a los auditores para que los controlen y emitan el correspondiente certificado o acreditación.

Es decir, que los organismos certificadores y acreditadores de naturaleza privada, elaboran sus reglamentaciones –marcos de referencia, parámetros e indicadores-, con las que evalúan a las empresas y a las entidades que brindan determinados servicios, entre los que se incluye la educación, auditorías por las que cobran para emitir los documentos de certificación y acreditación. Así la regulación privada se ha convertido en un gran negocio y en realidad no ha repercutido en la mejora de las actividades empresariales y menos en los servicios.

No resulta difícil imaginar el grado de corrupción a que eso ha dado lugar. Sin embargo, eso es exactamente lo que hacen las diversas especies de empresas auditoras y, dentro del ámbito financiero, las agencias de rating, conocidas comúnmente como calificadoras de riesgos. Esta manera de operar pone de manifiesto cuál es la nueva filosofía de la regulación y el control y ha sido una de las principales causas de la crisis financiera de 2008: determinadas agencias de rating dieron a los ahora llamados “activos tóxicos” la máxima calificación, afirmando que se trataba de bonos que tenían detrás un respaldo absolutamente seguro y que contaban con el máximo grado de liquidez.

El hecho de que se puedan privatizar las funciones de regulación y control hace difícil descubrir a veces quién es el que realmente realiza las tareas de supervisión. Pues, en ocasiones, las entidades públicas delegan de facto sus funciones supervisoras a empresas privadas o entidades autorreguladas.

La Securites and Exchange Commisión (SEC) es una agencia gubernamental estadounidense que fue creada en 1934, como una entidad reguladora y de control, pensada para evitar otra debacle como la del 29. La SEC teóricamente regula y supervisa los mercados de valores, las compañías que cotizan en ellos y los agentes que compran y venden títulos. El equivalente español, según ese diseño, vendría a ser la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Una de las formas de control que ejerce la SEC consiste en exigir informes financieros periódicos a las empresas que cotizan en la bolsa. Se trata de un mecanismo de garantía para los inversores que compran sus acciones. Pero si la SEC se limita a considerar como buenos los balances empresariales avalados por una empresa auditora,  entonces ocurren cosas como el caso Enron: la auditora Arthur Andersen asesoró a Enron para que pudiera falsear sus balances y, luego, dio a estos su bendición. En realidad, en ese caso, quienes ejercían de facto la función de supervisión no era la SEC, eran las auditoras (como Arthur Andersen, que se hundió tras el escándalo, a diferencia de lo que ha sucedido con las agencias de rating).

Por lo que respecta a las facultades de regulación y control que tiene la SEC respecto a los mercados de valores, estas están delegadas a organismos que se autorregulan o a empresas privadas. Es el caso del NASD (Nacional Association of Securities Dealers) que regula el comercio de acciones, obligaciones, futuros y opciones. Se trata de una entidad integrada por las propias empresas financieras y cuyos fondos de funcionamiento proceden de ellas. Por tanto, quien ejerce realmente las funciones de regulación y control en el ámbito de los mercados financieros no es la SEC. Es un ente autorregulador gestionado por la propia industria financiera que opera en ellos.

Por lo que respecta a los mercados electrónicos, la entidad que los regula en E.U. es el NASDAQ (Nacional Association of Securities Dealers Automated Quotations) que fue creado en 1971 por el NASD y que en el año 2000 se independizó y posteriormente se privatizó. Por tanto buena parte de la regulación y control de los mercados de valores en los que las transacciones se realizan por vía informática la lleva a cabo en E.U. por una empresa privada.

Aparte de la SEC, tanto la Reserva Federal, como el Departamento del Tesoro, o la Federal Deposit Insurance Corporation, tienen facultades de regulación financiera. Entre otras cosas, las tres entidades supervisan que los bancos cumplan sus obligaciones en materia de reservas. Pero, de facto, algunas de esas funciones como inspectores de las reservas de los bancos se encuentran delegadas en las agencias de rating, que son empresas privadas. Así, esas agencias emiten evaluaciones acerca de la calidad y liquidez de las reservas de los bancos, que sirven para determinar el porcentaje de reservas obligatorias que se les va a exigir. Por otro lado, los bonos calificados como AAA por las agencias de rating (máxima solvencia y liquidez) se pueden contabilizar dentro de las reservas líquidas que obligatoriamente tienen que tener los bancos. Por tanto, además de sus facultades de inspección, las agencias de rating regulan de facto la composición de dichas reservas.

Lo que se ha creado con la des-regulación es un hábitat ideal para los especuladores. Todas las cifras que comparan las magnitudes de la economía real con las de la economía financiera lo demuestran: los mercados de divisas mueven en cuatro días la misma cantidad de dinero que el intercambio internacional de bienes y servicios en un año; de cada 300 dólares que se invierten en las bolsas estadounidenses sólo 1 se destina a financiar nuevas inversiones; únicamente el 5% de los contratos de futuros se ejecutan efectivamente…El grueso de las transacciones que se realizan en los mercados financieros sólo busca el beneficio a corto plazo y especular con la variación de los índices bursátiles, de las cotizaciones de las divisas, de los tipos de interés o del precio de los alimentos.

La especulación se ha convertido en la actividad más importante de las entidades financieras.


4. Innovación financiera al servicio del capital financiero

Ante la crisis económica iniciada en la década de 1970-1980 del siglo pasado, el papel del capital productivo ha venido declinando y su lugar ha sido ocupado por el capital financiero, el cual ha adquirido un papel cada vez más relevante.


Torres y Garzón (2010) argumentan, que la principal característica del capitalismo actual es la hipertrofia financiera y que ha sido caldo de cultivo que ha sustentado una auténtica ingeniería financiera orientada a rentabilizar el papel, mediante complejos procesos de titularización que convierten el capital meramente ficticio, en fuente de grandes y arriesgadas ganancias especulativas. La progresiva deriva de los capitales hacia el sector financiero es lo que debilita la economía real y genera inestabilidad, puesto que la base en la que se soporta la ganancia es la especulación, la cual implica una asunción de riesgo que antes o después se hace insoportable y, por tanto, una tendencia permanente a la inestabilidad y a la crisis. La crisis de las hipotecas basura es, por tanto, una derivación inevitable del proceso de hipertrofia del sector financiero que convierte a la inversión en papel y capital ficticio en el uso más rentable del capital. Los bancos y los grandes fondos de inversión se han convertido en una máquina de creación constante de deuda a través de la titularización y de los sofisticados procedimientos de la ingeniería financiera para obtener fondos susceptibles de convertirse en nuevas fuentes de beneficio, pero todo ello al margen de la actividad productiva, de modo que ésta no puede sino debilitarse continuamente y termina exhausta ante la falta de capital o de demanda real suficiente. En definitiva, la última y gran recesión mundial ha sido algo más que el resultado de una crisis financiera derivada de la difusión de productos tóxicos. 

Stiglitz (2010) afirma que el sistema bancario en Estados Unidos no se centró en prestar dinero a las pequeñas y medianas empresas, que son la base de la creación de empleo en la economía, por el contrario se concentró en promover la titularización –conversión de activos bancarios en valores-, especialmente en el mercado hipotecario. Fue la titularización de las hipotecas la que resultó letal. Si durante la Edad Media los alquimistas intentaron transformar los metales en oro, los alquimistas modernos convirtieron en complicidad con los bancos de inversión y las calificadoras de riesgo, las hipotecas basura en productos con la mejor calificación –AAA-. Los bancos confiaban en el apoyo de la Reserva Federal y el Tesoro de Estados Unidos en caso de quiebra, por consiguiente, se lanzaron a la titularización, pensando que habían transferido a terceros los riesgos que habían creado; pero cuando la burbuja estalló también fueron severamente afectados. En suma los mercados financieros estadounidenses habían omitido cumplir con sus funciones tradicionales de gestionar el riesgo, asignar el capital y movilizar los ahorros, manteniendo al mismo tiempo bajos costos de transacción. Por el contrario, habían generado riesgo, habían asignado mal el capital y fomentado el endeudamiento excesivo, al mismo tiempo que imponían elevados costos de transacción. En su punto álgido, en 2007, los mercados financieros estaban inflados, a tal grado que absorbían el 41% de los beneficios en el sector empresarial.

Lapavitsas (2011) explica que la explosión de la burbuja inmobiliaria creó una aparente paradoja: los mercados rebosaban de capital, pero tenían escasa liquidez. Ahora bien, el fenómeno no es paradójico ni nuevo. En una crisis financiera, el dinero se convierte en lo más importante de todo: aunque la economía capitalista esté repleta de valores mercantiles, solo funciona el valor en forma de dinero, que no aparece por ninguna parte debido precisamente a su atesoramiento. Eso fue justamente lo que predominó en el sistema financiero de 2007 a 2008: el capital prestable era abundante, pero había escasez de medios líquidos –es decir de dinero- para hacer frente a las obligaciones, porque lo estaban atesorando las instituciones financieras. Como en el capitalismo actual los monopolios se han vuelto menos dependientes del crédito bancario para financiar el capital fijo –medios de producción-, entonces, dependen menos del capital financiero. Por otra parte, el capital circulante sigue apoyándose en el comercio y el crédito bancario; sin embargo, aún en éste último caso, los monopolios han recurrido cada vez más directamente a los mercados financieros, en especial mediante la emisión de efectos de comercio. Por esa razón, los monopolios se han implicado cada vez más en las finanzas, incluso a grado de mantener departamentos separados para las operaciones de crédito comercial y títulos financieros; es decir, se han financiarizado, a la vez que dependen menos de los bancos. Las oportunidades clásicas que tienen los bancos de prestar a las sociedades anónimas se han reducido. Las respuestas de los bancos a la disminución de las vías tradicionales para obtener utilidades han sido múltiples; sin embargo, los bancos se orientaron hacia la renta personal de los trabajadores y el resto de la población como fuente de utilidades y, en segundo lugar, se dedicaron a la intermediación en los mercados financieros, es decir, adoptaron cada vez más las funciones de los bancos de inversión. El giro de los bancos hacia los ingresos personales como fuente de rentabilidad varía de manera significativa. Hay diferencias importantes entre los países industrializados, según su propio desarrollo histórico, pero la tendencia general es indiscutible. La tendencia general presupone la participación creciente de los trabajadores en los mecanismos de las finanzas con el propósito de satisfacer sus necesidades elementales, como vivienda, educación, salud y ahorro para el retiro; solo entonces pueden los bancos extraer utilidades significativas directamente de los ingresos personales. Por supuesto, las diferencias a ese respecto entre los países desarrollados son muy grandes y reflejan su historia, sus instituciones y la simple costumbre; no obstante, la creciente financiarización de los ingresos de los trabajadores es evidente, tanto desde el punto de vista de los pasivos (sobre todo los préstamos hipotecarios) como de los activos (más que nada de las pensiones y seguros). La participación directa de los trabajadores en los mecanismos de las finanzas es la base de la expropiación financiera; sin embargo, la proporción del ingreso de los trabajadores del que se apoderan los bancos y otras instituciones financieras es difícil cuantificar. Con todo, desde la perspectiva de los grandes bancos, no hay duda alguna de que los préstamos a los particulares han llegado a ser cada vez más importantes para las utilidades de la banca. La expropiación directa de beneficios financieros a partir de la renta personal de los trabajadores es una fuente de expropiación financiera que surgió sistemáticamente durante las últimas décadas. No debe confundirse con la explotación que tiene lugar de forma sistemática en la producción y que es la piedra angular de las economías capitalistas contemporáneas. La expropiación financiera es más bien una fuente adicional de utilidad que tiene su origen en la esfera de la circulación. En cuanto a la renta personal, moviliza flujos existentes de dinero y valor, antes bien que nuevos flujos de plusvalía; ahora, a pesar que tiene lugar en la circulación, dado que se produce en forma sistemática y mediante procesos económicos, también tiene naturaleza explotadora. En el capitalismo financiarizado, las condiciones normales de los trabajadores están cada vez más en la mira del sistema financiero. La dependencia de los particulares respecto del dinero como medio de pago –no solo como medio de cambio- ha crecido a medida que la provisión del sector público se ha retirado de la esfera de la vivienda, las pensiones, el consumo, la educación, etc. El acceso al dinero determina cada vez más la capacidad de obtener bienes básicos, al tiempo que también raciona la oferta. En ese contexto, se ha fortalecido la naturaleza usuraria de las instituciones financieras modernas, con la única diferencia de que sus beneficios son ahora el resultado, no solo del interés, sino también de las comisiones. Para los bancos comerciales, participar en la expropiación financiera significaba ante todo otorgar préstamos hipotecarios y créditos al consumo; pero, dado que, por lo general, las hipotecas son a largo plazo, una preponderancia de ellas habría provocado que los balances de los bancos mostraran una falta de liquidez insoportable. La respuesta fue la titularización, es decir, la adopción de técnicas propias de la banca de inversión. Las hipotecas se emitían, pero no se conservaban en el balance, sino que se transferían a sociedades instrumentales –Special Purpose Vehicles, SPV- creadas por los bancos y entonces esas sociedades emitían títulos de deuda con respaldo hipotecario. Una vez vendidos los títulos, los bancos recibían el anticipo original de la hipoteca y podían comprometerse en el otorgamiento de nuevos préstamos. Los pagos de las hipotecas se acumulaban en forma de intereses para los tenedores de títulos de deuda, mientras todas las demás partes, incluyendo a los emisores de las hipotecas, ganaban comisiones. En consecuencia, para los bancos comerciales, la adopción de las prácticas de inversión significó transformar los préstamos (para obtener intereses) en intermediación de la circulación de los valores (para ganar comisiones). La titularización se extendió de manera natural a otros activos, tales como deudas de tarjetas de crédito, préstamos para la compra de automóvil, créditos sobre el valor de la vivienda, etc. En el mismo orden de cosas, los bancos de inversión independientes crearon las obligaciones de deuda colaterales –Collateralised Debt Obligations, CDO- mediante la titularización de una amplia mezcla de activos fundamentales, tales como hipotecas, créditos al consumo, bonos ordinarios e incluso títulos de deuda con respaldo hipotecario. Los bancos parecían haber encontrado una forma de mantener el rubro de los activos de su balance en permanente liquidez, a la vez que de manera constante otorgaban créditos. A ese maravilloso descubrimiento se le llamó el modelo bancario de “prestar y vender”. A medida que los activos con respaldo hipotecario perdían su valor, los bancos de inversión estadounidenses independientes caían efectivamente en bancarrota debido a sus proporciones de capital que eran muy bajos; y los bancos comerciales se vieron en una situación sumamente precaria por la misma causa. Los verdaderos titulares de las hipotecas en Estados Unidos eran trabajadores, con frecuencia los de menores ingresos; además, los salarios reales no habían aumentado de forma significativa durante la burbuja, ni siquiera para los asalariados de mayores ingresos, de tal manera que la fuente de valor que en última instancia debía validar tanto las hipotecas como los activos con respaldo hipotecario era muy vulnerable. Sobre esa precaria base, el sistema financiero había construido una enorme superestructura de endeudamiento, minando así drásticamente su propia liquidez y solvencia. Una vez que los impagos de las hipotecas de alto riesgo se iniciaron en 2006, los activos titularizados se volvieron muy riesgosos debido a que no podían venderse de forma fácil y, por ende, sus precios descendieron. Para los SIV y los fondos de cobertura, ello significó un empeoramiento de los precios y la calidad de sus activos, impidiéndoles pedir prestado en el mercado de dinero. En medio de la bancarrota, tuvieron que recurrir a los bancos que los habían creado y, como consecuencia, los bancos tuvieron que asumir las pérdidas, viéndose forzados a realimentar su capital y restringir su crédito. En ningún punto del proceso se tuvo la debida prudencia con los créditos originales y las titularizaciones subsecuentes. Los bancos se imaginaban que por medio de las titularizaciones estaban transfiriendo el riesgo a otros y, de hecho, simplemente estaban dando otra forma al riesgo mediante los préstamos a los SIV, los fondos de cobertura, etc. Cuando comenzaron las ejecuciones hipotecarias, se hizo evidente la verdadera dimensión del riesgo y los bancos ya estaban en la ruina.

Lewis (2015) describe el mecanismo con el que operó el capital financiero en las hipotecas basura: cuando alguien compraba una Permuta de Impago Crediticio (Credit Default Swaps) basado en un bono subprime respaldado por alguna institución financiera, permitía a Golman Sachs -banco de inversión- crear otro bono idéntico al original en todos sus aspectos salvo en uno: no había préstamo de vivienda o comprador de vivienda real. Solo las pérdidas y ganancias de la apuesta colateral sobre los bonos eran reales. Así, para generar 1000 millones de dólares en bonos hipotecarios basura triple B, Golman Sachs no necesitó crear 50 000 millones de dólares en préstamos de vivienda. Bastó con que engatusara a algún pesimista respecto al mercado, para que escogiera 100 bonos triple B distintos y comprara 10 millones de dólares en permutas de impago crediticio sobre cada uno de ellos. Una vez que tuvo este paquete (lo llamaron una "CDO sintética", que era un término elegante para denominar a una CDO integrada exclusivamente por permutas de impago crediticio), lo llevaron a las agencias calificadoras Moody´s y a Standard & Poor´s. La agencia calificadora en realidad no tenía un modelo propio de CDO. Los bancos enviaban a Moody´s y preguntaban ¿que les parece? De algún modo, alrededor de 80% de lo que habían sido bonos triple B de alto riesgo ahora parecían bonos triple A de menor riesgo de impago. El 20% restante, con calificaciones crediticias más bajas, en general resultaba más difícil de vender, pero ellos, increíblemente, se limitaron a apilarlos en otro montón y procesarlos de nuevo para convertirlos en nuevos bonos triple A. La máquina que convertía un 100% de plomo en un mineral compuesto de un 80% de oro y un 20% de plomo aceptaba asimismo el plomo residual y convertía también un 80% en oro. Los detalles eran complejos, pero no así la idea esencial de esta nueva máquina de hacer dinero: convertía un montón de préstamos arriesgados en una pila de bonos, la mayoría de los cuales se calificaban como triple A, y a continuación escogía los peor calificados de entre los bonos restantes y convertía la mayoría de ellos en CDO triple A. Y luego, como no podía extender los préstamos de vivienda lo bastante rápido como para crear un número suficiente de bonos de baja calificación, utilizaba permutas de impago crediticio para colar los peores de entre los bonos existentes, y hacerlo varias veces. Había muchos detalles sucios, pero cuando todo terminó Golman Sachs se había llevado alrededor del 2% del tramo superior, libre de riesgo, reservándose todo el beneficio por adelantado. El mercado de sintéticos eliminó cualquier restricción sobre el tamaño del riesgo asociado al préstamo de hipotecas basura. Para hacer una apuesta de 1000 millones de dólares ya no hacía falta acumular préstamos hipotecarios reales por valor de 1000 millones de dólares. Lo único que había que hacer era encontrar a alguien más en el mercado dispuesto a aceptar la otra parte de la apuesta. No tiene nada de asombroso que de repente Golman Sachs se mostrara tan ansiosa por vender permutas de impago crediticio, en gigantescas porciones de 100 millones de dólares, o que el operador de bonos de Golman Sachs se hubiera mostrado sorprendentemente indiferente a cuales eran con exactitud los bonos basura contra los que apostaba alguien. El seguro (CDS) que alguien compraba se insertaba en una CDO sintética y pasaba a la aseguradora AIG (American International Group). Los aproximadamente 20 000 millones de dólares en permutas de impago crediticio vendidas por AIG a Golman Sachs significaron alrededor de 400 millones de dólares de beneficios libres de riesgo para esta última cada año. Las transacciones duraron lo que los bonos subyacentes -préstamos hipotecarios con alto riesgo de impago-, que tenían una vida esperada de unos seis años, lo cual haciendo los cálculos pertinentes, implicaba un beneficio para el operador de Golman Sachs de 2 400 millones de dólares. Así pues, las grandes firmas de Wall Street -Bear Stearns, Lehman Brothers, Golman Sachs, Citigroup y otras- tenían el mismo objetivo que cualquier empresa fabril: pagar lo menos posible por las materia primas (préstamos de vivienda) y cobrar lo máximo por su producto final (bonos hipotecarios). El precio del producto final estaba avalado por las agencias calificadoras: Moody's y Standard & Poor's.

Es evidente el contubernio entre los bancos comerciales, bancos de inversión y agencias calificadoras en el negocio fraudulentos de los préstamos hipotecarios basura a los trabajadores de ingresos precarios.




5. Naturaleza especulativa del capital financiero

Bellamy y Holleman (2009) explican que en la actualidad, lo normal es que los economistas presenten la gran crisis financiera como un caso más, aunque con mayor severidad, de crisis financiera, parte de un ciclo recurrente con el  capitalismo. Sin embargo, aunque ha habido muchos otros períodos de locura y pánico financieros en el siglo pasado -siendo el más famosos el crack bursátil de 1929-, la evolución única a la que se asiste en la actualidad hacia un incremento masivo de las ganancias financieras, y que lleva décadas produciéndose, carece de precedentes históricos. Esta supone una inversión de la economía capitalista, a la que ha dado en llamarse "la financiarización de la economía". En los períodos anteriores de desarrollo capitalista, las burbujas financieras se producían en el período de auge del ciclo económico, como reflejo de lo que Marx denominó "plétora de capital dinerario" en la cima de la especulación, justo antes del colapso.En la actualidad, no obstante, es más preciso entender las burbujas financieras como la manifestación de un proceso único de la financiarización debido al estancamiento económico, más que a la prosperidad. Las expansiones que se producen a través de la especulación sirven para estimular la economía subyacente durante un tiempo, pero a la larga provocan inevitablemente una mayor inestabilidad financiera que impacta posteriormente en la economía real.

Aldao Webislan Jorge (2009) en: Crisis económica global, algunas pistas para entenderla, comenta que algún analista, con sentido del humor, definió como "hipotecas NINJA" a las hipotecas de alto riesgo, técnicamente conocidas como "SUBPRIME", concedidas a personas que, en inglés, eran No Income, No Job or Assets (sin ingresos, sin trabajo ni propiedades) o, en otras palabras, "hipotecas para pobres".

Estas hipotecas fueron puestas en marcha (y luego imitadas en muchos países) por las instituciones financieras de Estados Unidos por dos razones básicas:

La primera razón fue compensar la disminución de ganancias provocada por las tasas de interés -excepcionalmente bajas- impuestas al sistema financiero mundial a raíz de los atentados de las Torres Gemelas. Con esa disminución en el costo del dinero, la Reserva Federal de Estados Unidos buscaba propiciar el consumo y reactivar una economía deprimida por la desconfianza después de esos atentados.

La segunda razón fue el pinchazo de la burbuja tecnológica, ocurrida a principios del siglo XXI, lo que llevó a los inversores institucionales y al ahorro familiar a trasladar su dinero hacia los bienes raíces.

El sistema funcionó bien mientras las tasas de interés se mantuvieron bajas y el costo de las viviendas crecía sin cesar.

Sin embargo, a partir de 2004, la Reserva Federal USA Americana comenzó a subir los tipos de interés -con la "excusa formal" de que se quería controlar la inflación- llevándolos del 1% al 5,25% en sólo dos años.

El alza de los intereses, el consiguiente aumento de los pagos mensuales y las dificultades de los deudores hipotecarios fueron soslayados, al principio, ofreciendo a los "Ninjas hipotecarios" una segunda hipoteca para re-financiar la primera, asegurándoles que el constante aumento en el valor de la vivienda seguiría haciendo ventajosa la operación. Sin embargo, el desempleo crecía en Estados Unidos debido a la deslocalización de empresas que, progresivamente, habían trasladado sus fábricas a Asia, despidiendo a sus empleados y obreros norteamericanos.

Esto hizo que esos desempleados no pudieran afrontar sus deudas y el tinglado se vino abajo cuando el número de morosos y de ejecuciones hipotecarias comenzó a deprimir el costo de la vivienda en USA.

Así, cuando decenas de miles de "Ninjas" advirtieron que había bajado el valor de su casa, mientras el monto de sus cuotas no se reducía, decidieron pasarse al bando de los morosos, abandonando la vivienda y llevándose todo lo que había en ella (muebles y electrodomésticos) para que no fueran embargados.

Por tal razón, los bancos que habían prestado dinero a "Ninjas" comenzaron a no poder devolver el dinero a sus depositantes y la desconfianza en el sistema bancario y financiero se disparó cuando los bancos comenzaron a vender esas viviendas ejecutadas judicialmente.

Porque, en ese momento, se descubrió que con esas subastas no podían recuperar el dinero tomado de sus depositantes y prestado en "Hipotecas Ninja".

El asunto es, por supuesto, mucho más complejo ya que la mayoría de los banqueros son, como es sabido, codiciosos.

Los bancos ya habían ganado mucho dinero con las primeras "Hipotecas Ninja", pero querían seguir ganando dinero, ofreciendo más hipotecas.

El problema consistía en que ya habían prestado todo el dinero de sus depositantes y las normas les impedían vender las hipotecas -buenas o malas- que tenían en sus carteras, porque las hipotecas eran activos no negociables.

Entonces, esos banqueros codiciosos, con la complicidad de los gobiernos -que des-regularon la normativa bancaria en casi todo el mundo- y de las "Calificadoras de Riesgo" - entre las que cabe citar a Standard & Poors, Moody's Investors Service y Fitch Ratings-, inventaron lo que ellos llamaron "sofisticados instrumentos financieros" como la titularización y los Derivados.

Las buenas calificaciones otorgadas por las “Calificadoras de Riesgo” indujeron a ingenuos o ignorantes administradores de inversiones de todo el mundo a adquirir esos paquetes "contaminados".

Además, los gobiernos autorizaron a los bancos a que los activos titularizados no estuvieran respaldados por un capital mínimo (encajes bancarios).

De tal manera, los bancos pudieron transformar en "Derivados" todas sus hipotecas sin necesidad de proteger el dinero de sus depositantes manteniendo en sus depósitos "dinero de verdad". Esto les permitió a estas instituciones prestar fondos sin límite alguno con lo que, en realidad, estaban emitiendo moneda o, en buen romance, "falsificando dinero".

Inicialmente, las hipotecas, buenas y malas, se revendieron dentro de Estados Unidos a las ya tristemente conocidas Fannie Mae y Freddie Mac, que hoy están técnicamente en quiebra por tener sus carteras llenas de "Hipotecas Ninja" incobrables y que tuvieron que ser rescatadas por el gobierno de Bush, mediante una masiva aportación de capital.

Con la "titularización" y los "Derivados", las "Hipotecas Ninja" comenzaron a circular por todo el mundo, vendiéndose, sobre todo, en los países industrializados como Alemania, Japón, Francia, Inglaterra, Italia y España así como en los principales mercados bursátiles. De esa manera, esos activos envenenados fueron desparramados globalmente y adquiridos, no sólo por inversionistas de riesgo (Hedge Funds), sino por fondos de pensión y, aún, por gobiernos estatales y municipales.

Por tal razón, la seguridad futura de los ancianos que dependen de esas inversiones y los salarios de los empleados de esos gobiernos están seriamente comprometidos en todo el mundo.

En este contexto y aunque se originó muchos años antes, la crisis de las "Hipotecas Subprime" estalló en agosto de 2007 y se considera el detonante de la crisis financiera y económica mundial de 2008.

Hasta este momento, esta crisis ha provocado numerosas quiebras y fusiones financieras y bancarias, así como nacionalizaciones e intervenciones de los Bancos Centrales de las principales economías desarrolladas. También ha provocado una debacle en el campo bursátil, todo lo cual ha dado origen a una recesión que afecta a todas las economías y, en especial a las más industrializadas.

Y, ante la previsible quiebra de las más importantes entidades financieras y bancarias, así como de las aseguradoras, la mayoría de los gobiernos de las economías desarrolladas dispusieron transferir cientos de miles de millones de dólares -de manera prácticamente incondicional- a dichas instituciones responsables de la crisis.

De este modo, esos gobiernos les han permitido a los banqueros mantener sus ganancias, mientras que las pérdidas están siendo absorbidas por los Estados, es decir, por toda la población, con lo que se socializan las pérdidas mientras se mantienen privatizadas las ganancias.

Adicionalmente a lo señalado, esta conducta de los gobiernos alentará nuevas y peores conductas irresponsables por parte de los directivos de las sociedades financieras y bancarias que, ahora, saben que ser irresponsable no supone castigo alguno sino, por el contrario, el premio de ser salvado de la quiebra para la mayoría de ellos.

Se ha formado un sistema financiero parasitario que depreda a las fuerzas productivas hasta un punto tal en que el conjunto del sistema queda paralizado, no puede reproducirse más y finalmente muere ahogado en su propia podredumbre. A lo largo del siglo XX el capitalismo impulsó estructuras parasitarias como el militarismo y sobre todo las deformaciones financieras que marcaron su cultura, su desarrollo tecnológico, sus sistemas de poder. Las tres últimas décadas presenciaron la aceleración de ese proceso adornado con el discurso de la re-conversión neoliberal, del reinado absoluto del mercado. Tal vez su punto más alto fue alcanzado durante el último lustro del siglo XX, en plena expansión de las burbujas bursátiles y cuando el poder militar de estados unidos aparentaba ser imbatible.

Pese a las enormes sumas entregadas, la crisis sigue profundizándose y el crédito interbancario y a las empresas brilla por su ausencia con lo que, previsiblemente, el desempleo aumentará y el consumo seguirá bajando.

Los bancos se abstendrán  de prestar los fondos recibidos,  preferirían reducir su personal y cerrar filiales antes que arriesgarse a prestar dinero a empresas u otros bancos cuyos activos pudieran estar envenenados con valores basura.

Si los gobiernos, en lugar de premiar a los bancos y a las financieras responsables de esta crisis con un auxilio de cientos de miles de millones de dólares, hubiera otorgado una reducida porción de esas fantásticas sumas directamente a los consumidores y a las empresas que producen bienes y servicios tangibles, la crisis se hubiera revertido ya que ese dinero se hubiera convertido, de inmediato, en la compra de esos bienes y servicios, con lo que el desempleo y sus consecuencias, la reducción del consumo, ya no serían una amenaza.

Galbraith James (2010) en: Por qué los economistas no vieron el fraude financiero que terminó por colapsar la economía,  afirma que la teoría económica, tal como se enseña desde los años 80 del siglo XX, ha fracasado miserablemente en cuanto a entender las fuerzas determinantes de la crisis financiera. Conceptos centrales, como los de las  “anticipaciones racionales” y la “disciplina de mercado”, así como la “hipótesis de la eficiencia de los mercados”, llevaron a los economistas a sostener que la especulación estabilizaría los precios, que los vendedores actuarían para proteger su propia reputación, que podía confiarse, por consecuencia, no podría darse un fraude generalizado. No todos los economistas creyeron eso. Pero la mayoría, sí. 

La economía como ciencia se ha convertido en una doctrina moral, en la que los principios o leyes económicas se han sido sustituidos por un catálogo de buenas intenciones de los agentes económicos.

El análisis formal nos enseña que los fraudes siguen ciertas pautas. Crecen rápidamente y obtienen una elevada rentabilidad, certificada por empresas contables. Pagan más que estupendamente. Al propio tiempo, rebajan drásticamente sus criterios, formando nuevos negocios en mercados anteriormente considerados de demasiado riesgo para el negocio honrado. En el sector financiero, eso toma la forma de una suscripción relajada, combinada con cierta capacidad para pasar la papa caliente al más necio que se encuentre a mano. 

La complejidad del sector financiero hipotecario antes de la crisis ilumina otra característica señal del fraude. En el sistema que llegaron a desarrollar, los documentos hipotecarios originales quedaban enterrados en los registros de los originadores del crédito, muchos de los cuales, entretanto, o desaparecidos o absorbidos por otra entidad. Si se examinaran debidamente, esos registros mostrarían el alcance de la documentación faltante, de las prácticas abusivas y del fraude.

Una vez empaquetadas y titularizadas las hipotecas subprime, las agencias de calificación no procedieron a estimar concienzudamente la calidad de los préstamos subyacentes. En vez de hacerlo, se limitaron servirse de modelos estadísticos, a fin de generar calificaciones que hicieran oportunamente aceptables a los inversores los RMBS resultantes. Cuando se presume que los precios seguirán subiendo siempre, la conclusión es que un préstamo respaldado por un activo siempre podrá re-financiarse; por lo tanto, la situación actual del prestatario es irrelevante. Tal inferencia, huelga decirlo, sólo es válida en la medida en que lo sea el presupuesto de partida, pero en esta estructura de mercado perversamente diseñada quienes pagaban por las calificaciones del riesgo no tenían la menor razón para preocuparse por la calidad de sus supuestos. La calidad del crédito colapsó porque el sistema estaba concebido para colapsar.

Un tercer elemento del brebaje tóxico era un simulacro de “seguro”, suministrado por el mercado de permutas de incumplimiento crediticio (Credit Default Swaps: CDS). Se trata de instrumentos apocalípticos en un sentido muy preciso: generan efectivo para el emisor de los mismos hasta que ocurre el evento crediticio. Si el evento crediticio es suficientemente grande, entonces el emisor falla, momento en el cual el gobierno se enfrenta a un chantaje: o entra al rescate o colapsa el sistema. Las CDS difundieron por todo el sistema financiero global las consecuencias del desplome de los precios inmobiliarios. También proporcionaron el medio para acortar el mercado de títulos hipotecarios respaldados, de manera que los jugadores de mayor envergadura pudieran darse la vuelta y apostar contra los mismos instrumentos que previamente habían vendido, justo antes de que se desplomara el castillo de naipes.

La reciente teoría económica de las finanzas es ciega respecto de todo esto. Analiza acciones, bonos, opciones, derivados, etc., como si fueran títulos cuyas propiedades pudieran aceptarse sin mayores problemas por el valor declarado y cuantificarse en términos de rendimientos y riesgos.

Una rama más antigua de la teoría económica institucional había comprendido ya que un título es un contrato legal. Será bueno en la medida en que lo sea el sistema legal que lo respalda. El fraude es inevitable, pero en un sistema que funcione bien, será raro. Ha de considerarse –fundadamente— un problema menor. Si el fraude –o aun la percepción de fraude— llega a dominar el sistema, entonces no hay la menor base para un mercado de títulos. Se convierten en basura. Y, más profundamente, también las instituciones responsables de crearlos, calificarlos y venderlos. Lo que, en la medida en que no logra responder con la vitalidad suficiente, al propio sistema legal.   

Los fraudes siempre terminan en un fracaso. Pero el fracaso de la empresa no significa el fracaso del fraude: quienes lo perpetran suelen acabar ricos. En algún momento, eso exige la subversión, el soborno o la derrota de la ley. Así intersectan crimen y política. En su núcleo, por tanto, la crisis financiera fue una quiebra del imperio de la ley en los EEUU.   

¿Cómo es posible que originadores de hipotecas, agencias calificadoras, suscriptores y entidades supervisoras no supieran que el sistema de la financiación de la vivienda estaba infestado de fraude? Todos los indicadores estadísticos de prácticas fraudulentas –crecimiento y rentabilidad—  lo sugerían. Todas las operaciones practicadas hasta ahora en los registros lo sugieren. La propia jerga usada –“préstamos mentirosos”, “préstamos ninja”, “préstamos neutrones” y “desechos tóxicos”— confirma que el pueblo llano lo sabía.

Martínez Miguel (2009), se pregunta ¿Cuál es el origen del capital financiero especulativo? 
Y responde que a partir de los años 80 del siglo pasado grandes masas de dinero se apartan de la economía productiva y constituyen la categoría de lo que llamamos “capital especulativo”. Este “capital especulativo” va alcanzando un puesto cada vez más central en el ciclo económico del neoliberalismo y sus fuentes de capital son: La emisión ilimitada de dólares, sin respaldo económico real.

En 1971, Richard Nixon, anuló la convertibilidad del dólar en oro y, al mismo tiempo, la garantía del Estado sobre el valor del oro. Desde entonces, el valor del billete verde no está en correspondencia con las reservas de oro ni está garantizado por el Estado. Se trata por lo tanto de la moneda privada libre de la FED. Pero la masa monetaria de dólares que la FED pone en circulación (desde marzo de 2006, la FED no ha publicado más la cifra de masa monetaria M3) se ha convertido en un problema sin solución: la masa mundial de bienes se cuadriplicó durante los últimos 30 años, pero la masa monetaria se multiplicó por 40.

El “dinero negro” derivado de los tráficos ilegales, de armas, de drogas, de personas, son importantes fuentes de acumulación de dinero, inicialmente intercambiado por valores, pero rápidamente extraído de la circulación y que tenderá a reaparecer en la compra de activos muy especulativos. Lo mismo que la existencia y auge de los llamados “paraísos financieros” han posibilitado que grandes sumas puedan escapar de los controles y los impuestos de los Estados nacionales. Estos escondites, que tienen como objetivo inicial la evasión de impuestos y controles, se han convertido en sedes de fondos de inversión de bancos de diferentes países, convirtiéndose así en una pieza clave en el entramado de las finanzas mundiales.

Asimismo, la des-regularización financiera permite que se constituyan grandes fondos de inversiones privados que buscan una alta rentabilidad a corto plazo. La rápida movilidad del capital y la eliminación de controles sobre el mismo han permitido también la incorporación a los flujos financieros de grandes cantidades de capital convertidos en capital especulativo. Grandes fondos que recorren las inversiones mundiales en cualquiera de sus múltiples formas y que pertenecen a países extractores de petróleo. El valor generado por los recursos no renovables es sustituido por recursos financieros internacionales. Actualmente en muchos países existen ahorros de la ciudadanía que se gestionan en forma de fondos de inversión, también fondos creados para financiar pensiones privadas futuras, normalmente depositados en instituciones financieras quienes también los gestionan. Los fondos de inversión y sobre todo los fondos de pensiones alcanzan muy fuertes volúmenes y son unos de los principales agentes en la economía financiera, tanto por las cantidades que manejan como porque necesitan beneficios acumulativos para pagar valores futuros a sus depositantes, futuros pensionistas. Se pasó de un modelo estatal de pensiones a unos  sistemas privados, propiciados por el paradigma ideológico, que generaban grandes volúmenes de capital financiero que engrosaban los movimientos de capitales en las finanzas mundiales.

Las transformaciones han sido muchas y profundas en el ámbito financiero, mediante lo que se ha conocido como “innovación financiera”, “nueva ingeniería financiera”, o “nueva arquitectura financiera”, los bancos americanos además de conceder hipotecas fáciles a sus ciudadanos, generan innovaciones financieras múltiples para rentabilizar sus capitales.

Establecieron el mecanismo denominado titularización por el que transformaban los créditos a largo plazo (hipotecas y otros créditos que ellos tenían en sus activos), en valores a corto plazo derivados de esos créditos.

Luego combinaban estos valores en paquetes de valores de variada composición que vendían a las demás instituciones financieras de todo el mundo. Estos efectos aparentemente crean riqueza, aunque ésta sea mucho más financiera que real, y aumentan la demanda. Sobre ellos se establecieron los fondos de inversiones, los fondos de pensiones, el apalancamiento, junto con otras muchas operaciones financieras de gran complejidad como los fondos especulativos (hedge funds), operaciones con derivados, bonos estructurados, préstamos cruzados, opciones de futuro que “juegan” entre sí con la referencia, cada vez más alejada, a mercancías como las materias primas, las divisas, las acciones, la deuda de los Estados, etc.

Chesnais escribe: los inversores financieros, así como también los bancos centrales creyeron tener finalmente una técnica milagrosa que garantizaba al sistema bancario contra el riesgo: la titularización generalizada. ¿Qué es la titularización? Consiste en transformar  los títulos en manos de establecimientos de crédito, sociedades financieras, compañías de seguros o sociedades comerciales (las cuentas-cliente) en títulos negociables. Entre estos títulos destacan en primer lugar los RMBS (Resiental Mortgage Backet Securities, adosados a los préstamos inmobiliarios). Se encuentre en seguida los CDS (Credit Default Swaps), derivados de crédito que conllevan la transferencia con intereses y elevadas comisiones del riesgo ligado a la posesión de obligaciones de empresas (estos CDS eran instrumentos de cobertura de riesgo, pero pasaron a ser instrumentos de colocación especulativa), están finalmente los CDO (Collateralized Debt Obligations), que son “títulos derivados de títulos” del “producto sintético”.

Además, de los productos financieros tradicionales (acciones y obligaciones) se han creado muchos otros. Entre ellos los productos financieros derivados, que son papeles cuyo valor depende o “deriva” de un activo subyacente y que se colocan con fines especulativos en los mercados financieros. Los activos subyacentes pueden ser un bien (materias primas y alimentos: petróleo, cobre, maíz, soja, etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso una canasta de activos financieros. Así los precios de materias primas y alimentos esenciales ya no dependen sólo de la oferta y la demanda sino de la cotización de esos papeles especulativos y de ese modo los alimentos pueden aumentar (y aumentan) de manera inconsiderada en perjuicio de la población y en beneficio de los especuladores.

Las inversiones en productos financieros implican diversos niveles de riesgo. Con la esperanza de cubrir dichos riesgos se han inventado una compleja serie de productos financieros que inflan cada vez más la burbuja y la alejan aun más de la economía real.

La otra economía funciona en las bolsas de valores y otros mercados, donde se vende y se compra según un cálculo del futuro. Ya desde 1815 se manipula la percepción del futuro, pero la realidad de hoy es aun más irreal. Es un juego febril donde los valores o las empresas son apátridas, aunque se coticen en tal o cual bolsa. Las apuestas y los balances pueden ser falsos, como los de Enron refrendados por Arthur Andersen. El dinero de las compras puede que no exista (WorldCom). Es un mercado que coloca dólares sin fondos emitidos por la Reserva Federal, donde las acciones suben sin inversión nueva o mejores dividendos y las divisas varían sin cambios en las cifras macro-económicas de los países. Es un mercado mundial de curiosos “productos” financieros, cuyo modelo referencial se apoda Wall Street.

La colocación de la creciente masa de dólares sin fondos debe ser, por fuerza, cada vez más riesgosa y esa causa “burbujas” en serie. Es una deuda del primer mundo que revienta en la colosal combinación de cuatro burbujas especulativas: la especulación en materias primas y alimentos, la especulación inmobiliaria, la especulación en bolsa y la especulación en divisas.



6. Naturaleza de las crisis financieras

6.1. Burbuja tecnológica (punto-com)

Astarita Rolando (2007) explica la naturaleza de la burbuja tecnológica. La historia de la quiebra del fondo de cobertura Long Term Capital Management (LTCM) es ilustrativa de la manera en que se opera hoy en los mercados financieros, y cómo se han venido lanzando todo tipo de operaciones especulativas, propias de apostadores de casinos.

LTCM estaba dirigido por expertos reconocidos en altas finanzas, entre ellos dos premio Nobel, Myron Scholes, y Robert Merton, quienes ganaron el premio precisamente por sus aportes a la teoría del precio de los activos financieros, y por la elaboración de estrategias de inversión financiera. Además, desde el momento de su fundación en 1994 este fondo había realizado grandes ganancias, y en 1997 se le consideraba uno de los campeones de las más rentables y sofisticadas ingenierías financieras.

Hacia fines de 1997 y comienzos de 1998 LTCM compraba bonos de alto rendimiento, esto es, bonos de mercados “emergentes” –o sea, de países no adelantados– y de empresas de baja calificación crediticia. También entraba en contratos de derivados (futuros, opciones call) que implicaban compra de estos activos. Por otra parte vendía en corto bonos de bajo rendimiento, más líquidos, como títulos del Tesoro de Estados Unidos. LTCM apostaba a que bajarían los precios de estos títulos; también tomaba posiciones de venta a través de contratos derivados.

Es de subrayar entonces que aquí no existía la supuesta diversificación, porque para realizar  grandes ganancias había que “jugarse”, apostando fuerte a que el mercado se movería en una determinada dirección.

Por fin, en agosto de 1998 ocurrió el desastre cuando Rusia se declaró en default.

Finalmente la Reserva Federal intervino para salvar el sistema, el LTCM fue liquidado y absorbido por sus acreedores.

La tesis central que el autor citado anteriormente sostiene, es que la crisis financiera tuvo como telón de fondo una situación de plétora del capital; que a su vez se explica por una crisis no resuelta de sobre acumulación del capital tal como la concebía Marx.

La especulación en el mercado hipotecario de Estados Unidos de los últimos años hay que ubicarla en el marco de la plétora de capital que se produjo desde la salida de la recesión de 2001.

Siguiendo a Marx, una plétora de capital ocurre cuando se verifica una constante acumulación de capital dinero que busca invertirse en alguna clase de inversión que reporte interés, sin ser acompañada de una expansión paralela de la inversión y la actividad productiva. Este capital dinero “sobrante” puede ser absorbido por diferentes instrumentos, que le sirven de destino.

Actualmente, los títulos estatales, las acciones y otros títulos y obligaciones, y propiedad inmueble, constituyen esferas de inversión habituales para el capital dinerario “sobrante”.

Dado que sólo las emisiones iniciales, o primarias, de bonos o acciones por parte de las empresas significan un incremento del capital productivo real, durante períodos más o menos largos pueden producirse aumentos del valor de mercado de estos títulos, debido a las corrientes de compra de títulos, que no se correspondan con aumentos de la capacidad de producir plusvalía. Masas de dinero entran al mercado financiero, inflando los precios de los activos; y los que realizan ganancias de capital buscan re-invertirlas, de manera que los precios de los títulos suben porque se compra, y se compran porque suben los precios.

Marx consideraba que una situación de plétora del capital tendía a producirse inmediatamente después de superada una crisis, cuando el capital de préstamo se halla inactivo en grandes cantidades, los precios de las mercancías se encuentran en su punto más bajo y la actividad industrial todavía no se ha recuperado; esto es, una circunstancia de oferta abundante de dinero y baja demanda de crédito.

También podía haber una situación de plétora de capital en los primeros períodos de la recuperación económica, o como resultado de la mejora súbita de los mecanismos de crédito. Lo importante es destacar que este crecimiento del capital dinerario dispuesto a prestarse “no expresa un crecimiento del capital productivo”.

También contribuyó a la plétora de capital el movimiento especulativo entre el mercado de Japón y Estados Unidos. Es lo que se conoce como carry trade y consiste en aprovechar los diferenciales de tasas de interés entre países. Entre 2001 y julio de 2006 el Banco de Japón mantuvo su tasa de interés de corto plazo cercana a cero. Dado que en la zona del euro y en Estados Unidos las tasas de referencia eran más altas, grandes inversionistas –fondos de cobertura, fondos mutuos– se endeudaban en yenes para comprar activos nominados en dólares o euros. En la medida en que esta operación implicaba la depreciación del yen, las ganancias se hacían todavía mayores.

De conjunto entonces grandes masas de plusvalía buscaron colocaciones rentables, y constituyeron la base para la especulación y para inflar el crédito; que a su vez ayudó a mantener la economía, a pesar de la debilidad de la inversión. De esta manera, se evitó (o más bien, se postergó) la desvalorización de los capitales, que hubiera implicado una recesión aguda.

6.2. Burbuja inmobiliaria

Astarita Rolando (2007) analiza una nueva burbuja. Ahora en los bienes raíces. Después de la caída de las acciones tecnológicas en 2000, la bolsa de valores no parecía un destino atractivo. En consecuencia, uno de los dos principales canales hacia donde se canalizó esta plétora de capital fue el mercado hipotecario, y las fusiones y adquisiciones de empresas, motorizadas por las firmas de capital privado. Los bancos subieron sus apuestas en la medida en que bajaban los rendimientos de la deuda de los bonos corporativos y las comisiones que podían cobrar por los negocios. Crecientemente se lanzaron a tomar posiciones en activos cada vez más riesgosos. Lo mismo hizo el sector de los fondos institucionales. También los fondos de cobertura, rebosantes de las plusvalías que derivaban de la alta burguesía. Todo impulsó entonces a entrar en una vorágine especulativa.

Los fondos de cobertura, muchos de ellos promovidos por bancos, y otro tipo de fondos, incluidos los institucionales, se vieron inundados de efectivo buscando colocarse rentablemente, en el marco de bajas tasas de interés. En coyunturas semejantes, todos se lanzan a demostrar que su estrategia de inversión es la más rentable. Cuando un fondo está ofreciendo rendimientos anuales de, supongamos, el 12%, es muy difícil para la competencia ofrecer el siete o el ocho por ciento. En una fase de alza de los negocios, aunque sean especulativos, un fondo que no sigue la corriente –por ejemplo porque considera que las operaciones están adquiriendo un carácter demasiado riesgoso–, puede sufrir la salida de inversionistas, descontentos por los beneficios que se están perdiendo. Como alguna vez admitía un administrador de fondos de inversión lo más difícil de explicar a un inversionista sediento de ganancias es por qué se vende una posición, asegurando una ganancia tal vez del 10 o 15% anual, cuando el activo sigue subiendo y se pudo haber obtenido el 20 o 25%”.

Además, el hecho de que a los fondos de cobertura se les pague por sus desempeños hace que estén interesados en inflar el precio de sus activos, y ocultar en lo posible las pérdidas.

La titularización y la extensión de los mercados monetarios y de capitales debilitaron también las posibilidades de supervisión del banco central sobre el sistema. En el sistema tradicional el banco debía cumplir con ciertos requisitos a la hora de decidir en qué activos colocar el dinero de los depositantes, y hasta cierto punto esto podía ser supervisado por el banco central. Pero las titularizaciones que actualmente realizan los bancos son operaciones “por fuera de balance”, que no están controladas por el banco central. En este aspecto los balances de los bancos –así como de otras instituciones– ya no proveen información suficiente sobre su verdadero estado financiero.

Además, el crecimiento de los créditos estructurados implica que nadie sabe bien qué está comprando, ni cómo se evalúa el riesgo. Cuando alguien compra un tramo senior o súper senior de CDO que tienen como colaterales otros ABS, o CDS, no puede calcular qué valor real está adquiriendo. El problema se agrava porque es de interés de los managers de las firmas que organizan estas operaciones ocultar la verdadera naturaleza de lo que están haciendo. No se olvide que ganan por administrar fondos, y además por presentar ganancias, aunque éstas estén infladas y sean puramente nominales. Por eso también se da el caso de que se organizan CDO con los tramos junior de las carteras. Todo consiste en lograr que las calificadoras de riesgo califiquen con buen rating (triple A o doble A) los tramos senior de las nuevas emisiones. Estos tramos entonces pagan una tasa menor, en tanto el organizador del CDO se queda con las tasas mayores que se pagan por los tramos junior subyacentes. Una linda operación de piratas financieros.

Por lo tanto aquí entran en juego las calificadoras de riesgo, que cobran por decir a los inversionistas cuánto riesgo se encierra en una inversión. Las calificadoras juegan un rol fundamental porque, por un lado, justifican que se baje la tasa que se puede ofrecer por un título; no debe olvidarse que buena parte del negocio consiste en quedarse con la diferencia entre lo que pagan los tramos senior, y lo que rinden los activos subyacentes. Pero además su papel es esencial para que puedan entrar en la inversión los fondos institucionales, como los fondos de pensiones, los fondos universitarios y semejantes. Estos fondos no tienen permitido, por ley, colocar dinero en activos calificados como riesgosos. Cuando una calificadora otorga a un tramo CDO una buena calificación, habilita entonces la entrada de los fondos institucionales. En los tiempos de vacas gordas y alta especulación, todo el mundo está interesado en que las cosas funcionen de esta manera. El organizador de la titularización, porque amplía el radio de sus negocios, y justifica los plus que cobra. El fondo institucional porque quiere elevar la rentabilidad de sus inversiones; lo cual es esencial en períodos en que las tasas están bajas, y existe una presión constante por elevar la tasa de valorización. Y por último, también hay un interés concreto de las propias calificadoras, que cobran jugosas comisiones por sus trabajos.

Además de las inversiones hipotecarias, el canal hacia el que se derivó el capital dinerario excedente fueron las compras de empresas, motorizadas por los fondos de capital privado. A diferencia de los fondos de inversión, que compran y venden acciones en los mercados bursátiles, los fondos de capital privado usan el dinero de los inversionistas para comprar participaciones directas en las empresas.

Una de las características de la economía de la última década ha sido el impresionante auge de los precios de las casas y bienes inmobiliarios en general. Algún intérprete, ingenuo, de la teoría de Marx podría pensar que esta alza debería de reflejar cambios muy profundos en los tiempos de trabajo socialmente necesarios para la construcción de casas. Sin embargo, la cuestión es más compleja, porque lo que subyace a esta alza es la renta de la tierra, y más en particular, la renta de la propiedad inmobiliaria urbana.

Dado que la tierra no es producto del trabajo, no puede tener valor; pero el propietario de la tierra –y esto se aplica al propietario de una casa– puede percibir una renta anual por la misma, que se puede considerar como el interés por algún capital ficticio. Para el propietario esta renta no difiere, en principio, de la renta que le dan activos financieros como bonos o acciones, y el precio de la tierra entonces se calcula de la manera a partir de la capitalización de esa renta, con una tasa de interés. Por lo tanto cuando bajan las tasas de interés, el precio de las propiedades inmuebles tiende a subir. A medida que se desarrolla el sistema de crédito, más y más la tierra y las propiedades inmuebles se tratan como bienes financieros.

Lo explicado hasta aquí sirve para poner en evidencia la lógica de la especulación financiera e inmobiliaria de los últimos años. Los mecanismos de titularización de los créditos hipotecarios ampliaron las posibilidades para que la inversión inmobiliaria siguiera la lógica del capital dinerario en general. La tesis de que la diversificación disminuía el riesgo potenció su expansión al segmento del mercado subprime, constituido por hipotecas de alto riesgo porque son entregadas a deudores con poca calificación para los créditos. Esto significa que a un deudor se le piden menos requisitos de ingresos, garantías o antecedentes de comportamiento crediticio para sacar una hipoteca. A medida que bajaron los rendimientos de las tasas de interés, y subieron los precios de las propiedades y los alquileres, fondos de cobertura y otros inversores se lanzaron más y más a la compra de títulos respaldados por hipotecas, no sólo en los tramos senior, sino también en los equity y mezzanine, asumiendo que, después de todo, nunca vendría un default “en serio”. O, que en última instancia, y como ha sucedido en otras oportunidades, la Reserva Federal y las autoridades monetarias europeas o japonesas intervendrían para salvar el sistema. Es lo que se llama en la literatura el problema de “riesgo moral”. En consecuencia, y de manera creciente, todos fueron arrastrados por la vorágine. El fetiche del capital dinero alcanzaba una vez más, su máxima expresión. El mercado hipotecario subprime creció a tasas muy altas.

Naturalmente la sobre expansión crediticia ayudó a mantener alta la demanda y la economía en Estados Unidos –y en otros países, como España– a pesar de que la inversión no se había recuperado. Esto ayudó a mantener un elevado nivel de empleo, especialmente en Estados Unidos, lo que contribuyó también a sostener la demanda en el mercado inmobiliario. La globalización financiera ayudó a inyectar fondos que impulsaron la sobre acumulación en el sector de la construcción de Estados Unidos. Además de los fondos de cobertura, agencias financieras y fondos institucionales, entraron en el negocio muchos grandes bancos americanos, como Citigroup, y las poderosas casas de Wall Street, como Lehman Brothers Holdings, Goldman Sachs, Bear Stearns. También bancos internacionales, como BNP Paribas, el mayor banco de Francia.

En cuanto a la dinámica de la crisis financiera, fue rápida y afectó rápidamente a todos los activos. El 15 de junio de 2007 Moody bajó la calificación de 131 títulos respaldados por préstamos hipotecarios.

Cinco días después se anuncia que dos fondos de cobertura, manejados por Bear Stearns, estaban a punto de cerrar, con exposiciones en títulos respaldados con hipotecas por US$ 20 000 millones. El 10 de julio Standard & Poors ponía calificaciones negativas a títulos hipotecarios por valor de US$ 7 000 millones. Los informes negativos sobre ventas de casas y de pérdidas de empresas constructoras agravaron las cosas, y muchas firmas fueron llamadas a reponer garantías. Pero esto paralelamente producía un corrimiento hacia los títulos más seguros por lo que los mercados se volvieron no-líquidos. Ante la crisis el oro también se presenta como un refugio de liquidez.

Los inversionistas en el mercado monetario –en papeles comerciales de empresas– dejaron de abastecerlo, para volcarse a los bonos del Tesoro. Los fondos apalancados que habían apostado a los títulos hipotecarios, se encontraron rápidamente en dificultades. Como también los bancos que habían apostado a los fondos. En julio comenzaron a caer Wall Street y las bolsas alrededor del mundo, poniendo más presión. A fines de mes la crisis financiera se expandía internacionalmente, afectando a fondos amparados por los bancos. Aumentó el nerviosismo acerca de la situación de grandes bancos de Alemania, Francia e Inglaterra. El 9 de agosto el Banco Central de Europa inyectó € 94 800 millones en el mercado interbancario, y la Reserva Federal US$ 24,000 millones. En los días que siguieron, se volvió a inyectar fondos, y la Reserva Federal bajó la tasa de interés. Pero la desconfianza en los mercados continuó. El dato de septiembre sobre creación de empleos en Estados Unidos dio negativo (destrucción neta de 4,000 empleos). El 18 de septiembre la Reserva Federal recortaba medio punto porcentual la tasa de referencia, en un intento por evitar que la crisis inmobiliaria arrastrara a la economía a la recesión.


7. Propietarios del capital financiero

Siula  Carlos (2010) en: Algunos especuladores ya están identificados, describe, quienes  son los propietarios del capital financiero:

7.1. Hedge funds (1.6 billones de dólares)

La mayoría de los fondos están legalmente radicados en paraísos fiscales del Caribe, pero tiene sus oficinas en Nueva York, Londres o Ginebra.

Sus propietarios o gerentes son verdaderas especuladores de Wall Street, como George Soros, John Paulson, Larry Fink (Black Rock) o Ray Dalio (Bridgewater Associates).

Esos fondos especulativos son "cazadores de oportunidades". Se especializan en obtener alta rentabilidad de corto plazo sobre un abanico de productos financieros derivados muy especializados: CDS (Credit Default Swaps=seguros contra riesgos de cesación de pagos), obligaciones, opciones, warrants, materias primas, acciones, etcétera.

Algunos bancos tienen hedge funds que funcionan como empresas paralelas: Direct Hedge es la filial común de Goldman Sachs, JP Morgan, Citadel hedge fund, Knight Capital Group e International Securities Exchange.

7.2. Fondos de pensión (15.2 billones de dólares)

Manejan la tesorería de las administradoras de fondos de jubilaciones y pensiones privadas (AFJP), especialmente de los países anglosajones. Esos organismos tuvieron un enorme desarrollo en los últimos 15 años, en particular en los países del área OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico). Rehúsan la especulación y prefieren invertir a largo plazo, en empresas o productos financieros sólidos, y en especial en obligaciones soberanas (bonos de Estado). Tienen una alta exigencia en materia de rendimiento y de gobernanza empresaria.

7.3. Bancos (10 billones de dólares)

Con unos 10 billones de dólares dedicados a invertir, en forma directa o a través de filiales, los bancos son protagonistas de primer orden en la especulación mundial. Estuvieron particularmente activos en el mercado de CDS para protegerse de alta exposición que acumularon en las deudas de Grecia, España, Portugal e Irlanda. Algunos bancos, sin embargo, convirtieron ese mercado en una ruleta con la esperanza de obtener una alta rentabilidad relámpago.

Algunos bancos norteamericanos que tenían una reducida exposición sobre Grecia admitieron haber especulado con fondos propios y no por cuenta de terceros, como es habitual. JP Morgan y Goldman Sachs, por ejemplo multiplicaron ese tipo de intervenciones en forma diaria en los tres primeros meses del año.

Esas intervenciones contribuyeron a desestabilizar el mercado y a disparar las tasas de intereses de las primas de riesgo asociadas a las obligaciones de los países más frágiles de la eurozona.

7.4. Fondos de capital riesgo (300 mil millones de dólares)

También conocidas como fondos buitres, las empresas de capital riesgo canalizan grandes sumas de dinero hacia nuevos negocios de alto riesgo y alta rentabilidad. Se especializan en tomar participaciones temporales en el capital de empresas no cotizadas (con exclusión de las entidades financieras o inmobiliarias). Por eso son también conocidas como private equity. Suelen participar en la etapa inicial de fusiones o adquisiciones. También se interesan en la compra de bonos de la deuda soberana de países sin excesivo riesgo, pero con garantías de obtener una alta rentabilidad.

7.5. Compañías de seguros (6.6 billones de dólares)

Se concentran por lo general en operaciones seguras de largo plazo. Son los principales compradores de títulos de deuda soberana, que conservan hasta su expiración para cobrar los intereses. Su repliegue desde que comenzó la crisis griega provocó una fuerte retracción de capitales en el mercado obligatorio.

7.6. Ahorristas

Es imposible estimar cuál es el volumen que los ahorristas privados confían a los especialistas para invertir en diversas operaciones a cambio de una rentabilidad "anónima" y "razonable". Esas colocaciones a plazo fijo acuerdan a los bancos, fondos y compañías de seguros un enorme poder de fuego para intervenir en los mercados con una fuerza capaz de hacer temblar una plaza financiera o una divisa internacional.

El capital financiero por naturaleza es anti-monopólico, pero dada su esencia especulativa, sus ganancias se derivan del movimiento de los precios de las acciones (bolsa de valores), precios de las divisas (mercado cambiario) y precios del dinero (mercado monetario).

En correspondencia con su naturaleza especulativa, sus estrategias son: des-regulación financiera, liberación comercial,  control de la inflación de las mercancías para mantener la estabilidad cambiaria. Esta última acción produce la apreciación de la moneda nacional, con lo que el capital financiero puede adquirir más divisas y aprovechar el diferencial con otras monedas extranjeras y especular con el carry trade (pedir préstamo monetario a bajo interés y prestarlo a un interés más alto, obteniendo  un beneficio con el diferencial de intereses).



8. Conclusiones

Detrás de la crisis financiera está la disminución de la rentabilidad económica del capital productivo iniciado en la década de 1970 del siglo pasado. Desde entones, el capital financiero especulativo ha recurrido a burbujas financieras periódicas, que finalmente han estallado, dando origen así a las crisis financieras cada vez más intensas.

Dada la baja rentabilidad económica del capital productivo -principalmente industria y agricultura- el capital financiero se ha orientado al sector financiero por ser más rentable.

La innovación financiera o "ingeniería financiera" es la estrategia a la que ha recurrido el capital financiero para diseñar e implementar los instrumentos financieros que han fomentado la especulación financiera.

Las calificadoras de riesgo han coadyuvado a la formación de burbujas financieras, ya que han avalado con sus calificaciones los títulos financieros sin sustento productivo, particularmente las hipotecas subprime "basura" de la crisis inmobiliaria en los Estados Unidos, cuyas consecuencias  han afectado a todo el mundo en mayor o menor grado, dada la mundialización del capital financiero.

El neoliberalismo es la política implementada por el capital financiero internacional centrada en el libre juego de las fuerzas del mercado. Estas son la negación del intervencionismo estatal en la economía, por consiguiente, implica principalmente, la des-regulación, la privatización de las empresas del Estado, control de la inflación como objetivo fundamental de los bancos centrales, estrategias orientadas en su conjunto a favor de los intereses del capital financiero mundial.

Las estrategias que han operado los gobiernos y los bancos centrales para "solucionar" las crisis financieras han sido el rescate bancario y la "inyección" de liquidez a través del descenso de las tasas de interés a un nivel cercano a cero. Estas estrategias no han logrado su objetivo, por el contrario han estimulado la ocurrencia de nuevas burbujas financieras, dada la enorme liquidez del mercado financiero.

Contrasta una extrema facilidad para salvar a los banqueros en todo el mundo, con una extrema dificultad para salvar a las industrias y empresas productoras de servicios y se calcula que las quiebras empresarias mundiales superaran todos los records establecidos.



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