sábado, 15 de septiembre de 2018

REVOLUCIONES TECNOLÓGICAS CAPITALISTAS INCOMPATIBLES CON EL EMPLEO

REVOLUCIONES TECNOLÓGICAS CAPITALISTAS INCOMPATIBLES CON EL EMPLEO

Valentín Vásquez
Oaxaca, México
valeitvo@yahoo.com.mx


Introducción

El rasgo general que caracteriza al capitalismo es la producción de mercancías, régimen en el que hasta la fuerza de trabajo humana se transforma en mercancía, como resultado de la expropiación de los medios de producción de los productores directos (campesinos y artesanos), para convertirlos en mano de obra libre, dispuesta a vender su capacidad de trabajo a los capitalistas propietarios de los medios de producción expropiados.

La fuerza de trabajo como toda mercancía tiene valor de valor y valor de uso. Su valor representa el tiempo de trabajo socialmente necesario para la subsistencia del obrero y se expresa en los medios de subsistencia necesarios para su existencia y es equivalente al salario que percibe el trabajador. Es decir, la fuerza de trabajo se intercambia por su valor y se expresa como salario. En este sentido se trata de un intercambio de equivalentes. En consecuencia no hay posibilidad de plusvalía. No obstante, el valor de uso de uso de la fuerza de trabajo consiste precisamente en el trabajo que el obrero desarrolla en la empresa capitalista durante la jornada laboral, la cual se divide en tiempo de trabajo necesario en el que el trabajador produce lo equivalente al precio (salario) de su capacidad de trabajo y, en el tiempo de trabajo adicional en que se produce la plusvalía, que constituye la esencia del sistema capitalista.

La plusvalía apareció con el capitalismo y en su inicio no fue más que la transformación formal del plus-producto en su forma dineraria del régimen feudal que le antecedió en plusvalía absoluta, que implica una jornada laboral dividida en tiempo de trabajo necesario y tiempo de trabajo adicional, forma de plusvalía que prevaleció sobre todo en el período manufacturero del capitalismo.

Sin embargo, lo característico del capitalismo es la plusvalía relativa que implica la constante innovación tecnológica, por medio de la cual aumenta la productividad del trabajo, lo que permite abaratar el costo de los medios de subsistencia de los obreros y con ello disminuir el tiempo de trabajo necesario en el que el obrero compensa el salario que percibe y, por consiguiente, aumentar el tiempo de trabajo adicional en el trabajador produce la plusvalía. Esto ha venido sucediendo desde la primera revolución industrial en la segunda mitad del siglo XVIII ocurrida en Inglaterra y después extendida al resto de países. Así siguió ocurriendo con el resto de las revoluciones tecnológicas que le han sucedido. No obstante, la quinta revolución tecnológica de naturaleza digital, ha aumentado la productividad del trabajo a niveles sin precedentes con la automatización de los procesos productivos e improductivos y desde luego el aumento de la plusvalía relativa. Pero, la robotización de la economía está causando un desempleo tecnológico masivo y, como el trabajo productivo es la única fuente de plusvalía, entonces, la ganancia capitalista tiende a descender a medida que disminuye la cantidad de trabajadores relevados por las máquinas. Así pues, las fuerzas productivas han alcanzado un nivel de desarrollo con la tecnología digital, que han entrado en conflicto con las relaciones de producción capitalistas, contradicción que desembocará en una nueva revolución social que relevará dichas relaciones de producción burguesas y su sustitución por unas nuevas relaciones sociales de producción acordes con las fuerzas productivas vigentes.


Marco de referencia teórico

Marx (1859) en el prólogo de su obra: Contribución a la crítica de la economía política, expresa la tesis fundamental del materialismo histórico:

“En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se erige una superestructura política y jurídica y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser, sino, por el contrario, su ser social el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de su desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian estas revoluciones, hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción, que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos solo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.

Una vez expuesto el principio fundamental del materialismo histórico, Marx (1873) en el primer tomo de El Capital analiza el proceso de producción del capital. Consecuentemente, en esta parte se hace abstracción del proceso de circulación. A grandes rasgos en este tomo inicia con el análisis de la mercancía, se descubren sus contradicciones, dando como resultado la caracterización del valor de uso y del valor. Este en su movimiento da como resultado la teoría del valor. Este en su manifestación externa da origen al valor de cambio, cuyo desarrollo, explica el surgimiento del dinero. En seguida se caracterizan las diferentes formas del dinero. Luego estudia el proceso de transformación del dinero en capital, mediante la compra-venta de la fuerza de trabajo. Más adelante, describe el proceso de trabajo, sus elementos –medios de trabajo, objeto de trabajo, medios de producción y las fuerzas productivas-. En este punto también se detalla la esencia del capitalismo: la producción de plusvalía. Sus diferentes formas se estudian a continuación. Primero la plusvalía absoluta que se relaciona con la lucha de la clase obrera por reducir la jornada laboral. Luego se caracteriza la plusvalía relativa, asociada principalmente a la primera revolución tecnológica industrial ocurrida en Inglaterra, como una forma reducir el tiempo de trabajo necesario en el que el obrero compensa lo que recibe de salario por el valor de su fuerza de trabajo y, en consecuencia se prolonga el tiempo de trabajo adicional en el que se produce la plusvalía relativa. La plusvalía extraordinaria la considera como una forma temporal de la plusvalía relativa. Analiza la tasa de explotación y la masa de explotación. En seguida estudia el salario en el capitalismo y particularmente, sus dos formas: salario por tiempo y salario a destajo. En este punto crítica a la economía política clásica, por tomar prestadas expresiones de la vida cotidiana como “precio necesario” y “precio natural”, expresiones que se quedan en la esfera del empirismo y no avanzan en el descubrimiento de la esencia del salario en el capitalismo. Además, precisa la diferencia entre trabajo y fuerza de trabajo, distinción que le permite explicar, que el obrero no vende su trabajo, sino su fuerza de trabajo. En este sentido, el salario es la expresión monetaria del valor de la fuerza de trabajo. Luego estudia la reproducción capitalista en sus dos vertientes. La simple y la ampliada, lo que lo lleva a explicar la esencia de la acumulación originaria de capital: el despojo violento de los medios de producción a los productores directos, para convertir a los medios de producción en propiedad del capitalista, y al mismo tiempo convertir a los productores despojados en trabajadores libres que el capitalismo requiere. También analiza la concentración y la centralización del capital. La composición técnica y orgánica del capital, el ejército industrial de reserva, etc.; procesos muy importantes relaciones con la tecnología.

Finalmente estudia la tendencia histórica de la producción capitalista: su reemplazo por un modo de producción en el que se haga compatible el carácter cada vez más social de la producción que el capitalismo ha generado, con el incesante desarrollo de las fuerzas productivas.

A la muerte de Marx en 1883, Engels (1885) publicó el tomo II de El Capital (el proceso de circulación del capital) en el que se explica que el desarrollo normal del capitalismo exige necesariamente el intercambio equilibrado entre los grandes sectores de la producción. El intercambio es una necesidad, ya que el sector I productor de medios de producción y particularmente los capitalistas y los obreros dedicados a ese sector adquieren productos del sector II para satisfacer sus necesidades de consumo individual; por otro lado, el sector II y principalmente los capitalista de ese sector necesariamente tienen que adquirir medios de producción del sector I para seguir produciendo artículos de consumo.

En el caso del sector I que elabora máquinas para producir, es evidente que la reposición de su capital constante se reduce al intercambio recíproco entre los diferentes capitalistas dedicados a ese proceso. Es decir, la reposición del capital constante en el sector I no necesita del intercambio con el sector II, puesto que los medios de producción para fabricar máquinas solo es función del sector I. Por el contrario el capital variable destinado a salario y la plusvalía del sector I solo se realiza con el intercambio con artículos de consumo del sector II que representan al capital constante. Los capitalistas del sector II al vender productos de consumo a los capitalistas y obreros del sector I transforman una parte de su producción en dinero, el cual es utilizado para la adquisición de medios de producción. En cuanto al capital variable utilizado en salarios y la plusvalía se realizan en el seno del propio sector II, a través de la compra de artículos de consumo para cubrir sus necesidades.

La crisis se produce como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas, traducido fundamentalmente en la elaboración de máquinas cada vez más perfeccionadas que al ser incorporadas a la producción de artículos de consumo, provocan la creación de una cantidad enorme de productos que rebasan los límites del capital variable y la plusvalía del sector I, de tal forma que se presenta un excedente de producción que no puede ser realizado, originando que el capital constante del sector II no pueda ser repuesto. El equilibrio se logra solo por medio de la crisis.

La crisis no es una sobre-producción de medios de producción, sino una sobre-producción de artículos de consumo, debido a una mayor productividad de las máquinas.

Tanto en el sector I como en el sector II, el mejoramiento tecnológico genera el desplazamiento de fuerza de trabajo, por lo tanto en ambos sectores la ganancia tiende a disminuir; en consecuencia, la crisis estalla en el momento que las ganancias capitalistas ya no son compatibles con un mayor desarrollo tecnológico.

El centro del desarrollo de las fuerzas productivas reflejado en la producción de mejores medios de producción se da en el sector I dedicado a la producción de máquinas.

El mayor desarrollo tecnológico en el sector I se traduce en la fabricación de máquinas para producir máquinas, lo cual origina un mayor desplazamiento de mano de obra. Esto provoca el descenso del capital variable y la plusvalía de los obreros y capitalistas del sector I; proceso que conjuntamente contribuye al descenso de las ganancias capitalistas, puesto que el peso del capital constante aumenta en mayor proporción que el capital variable. Esto provoca que la ganancia cada vez más se rezague respecto al volumen de los artículos de consumo del sector II que representan al capital constante. 

Con otras palabras el descenso de las ganancias capitalistas en el sector I origina la sobre-producción de artículos de consumo en el sector II, desencadenándose la crisis para restablecer el equilibrio entre la ganancia capitalista del sector I y la sobre-producción del sector II, y específicamente de los artículos que representan al capital constante.

La crisis se produce en el momento que el desequilibrio entre el sector I y el sector II ya no es posible mantenerse.

La crisis se agrava aún más, ya que también en el sector II se produce el descenso de la ganancia, ya que la introducción de máquinas más perfeccionadas, también desplazan mano de obra; originando que los artículos de consumo tampoco se realicen en su totalidad por el capital variable y la plusvalía en el seno del propio sector II. Así pues, se produce un excedente de artículos de consumo incompatible con la ganancia de los capitalistas de ambos sectores de la producción.

Al igual que el segundo tomo de El Capital, Engels (1894) publicó el tomo III (el proceso global de la producción capitalista) en el que se expone la ley de la tendencia decreciente de la ganancia capitalista: a medida que se desarrolla el capitalismo, el capital constante (principalmente máquinas) va desempeñando un mayor peso en relación al capital variable (salarios), puesto que el capitalismo produce la innovación científica para ponerla al servicio de la producción (tecnología aplicada), y como el capital constante no genera plusvalía, entonces, es evidente que si el capital variable va disminuyendo en proporción al capital constante, en consecuencia desciende la tasa de ganancia. Con otras palabras, a medida que se desarrolla el capitalismo aumenta la composición orgánica del capital, es decir, el capital constante se incrementa más a prisa que el capital variable, lo cual origina que se genere un descenso de la tasa de ganancia.

La competencia capitalista provoca que permanentemente los capitalistas desarrollen la productividad del trabajo, a través de la mejora tecnológica, para apropiarse de una mayor cantidad de plusvalía relativa y extraordinaria. Sin embargo, el aumento de la productividad implica un mayor peso del capital constante en relación al capital variable y por consiguiente la tasa de ganancia se reduce.

Como la producción capitalista es en esencia reproducción ampliada –acumulación-, entonces, tanto el capital constante como el capital variable, en términos absolutos tienden a incrementarse a medida que se desarrolla la producción capitalista; por lo tanto, la ley de la tasa decreciente de ganancia implica únicamente, que en forma relativa el capital variable es menor que el capital constante.

La ley decreciente de la tasa de ganancia capitalista es una tendencia contrarrestada por diversas causas, entre las que destacan el aumento del grado de explotación del trabajo asalariado, que al incrementar la producción de plusvalía frena el descenso de la ganancia; la reducción del salario por debajo de su valor, que al disminuir el valor de la fuerza de trabajo también contrarresta el efecto de dicha ley; disminución del precio de los elementos del capital constante, como consecuencia del incremento de la productividad del trabajo; la superpoblación relativa que presiona a la baja al salario; el comercio exterior, a través del intercambio desigual que favorece el abaratamiento de los productos, principalmente para los países más desarrollados y finalmente el aumento del capital por acciones. Este último factor, contrarresta el descenso de la tasa de ganancia, mediante la centralización del capital, puesto que la fusión de capitales aislados produce una gran concentración de obreros en empresas de mayores dimensiones, favoreciendo así una mayor explotación del trabajo y con ello una mayor extracción de plusvalía.

Conforme se desarrolla el capitalismo se incrementa la productividad. Esta al crecer reduce el tiempo de trabajo necesario, aumentado así la tasa de plusvalía al prolongarse el tiempo de trabajo adicional. Sin embargo, la productividad genera un proceso contrario, puesto que al introducirse mejoras tecnológicas se produce una disminución de la cantidad de obreros, en consecuencia se reduce la ganancia. Así pues, a pesar de que existen factores que contrarrestan el descenso de la tasa de ganancia, también existen factores contrarios que en última instancia favorecen la operación de la ley de la tasa decreciente de ganancia.

El capitalismo tiende a desarrollar en forma absoluta las fuerzas productivas independientemente del valor, la plusvalía y las relaciones sociales en que se desenvuelve; pero por otro lado tiene como objetivo la producción y apropiación de plusvalía, de aquí que frecuentemente se presenten crisis, que no son más que soluciones violentas y momentáneas de las contradicciones existentes, bruscos estallidos que restablecen temporalmente el desequilibrio.

La tasa de ganancia es la fuerza motriz de la producción capitalista y solo se origina si se puede producir con ganancia y en la medida en que es posible producir con ella. El desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social es la tarea histórica y la justificación del capital. Esa es precisamente la manera en que se crea, sin saberlo, las condiciones materiales de un modo de producción superior.

Según Pérez (2004) entre los años de 1770 y el 2000 se han sucedido cinco revoluciones tecnológicas, cuyas características se resumen en el siguiente cuadro.

Cuadro 1. Revoluciones tecnológicas (1770-2000)
Revolución tecnológica
Nombre
País
Big bang iniciador de la revolución
Año
Primera
Revolución industrial
Inglaterra
Mecanización de la industria textil
1771
Segunda
Era del vapor y los ferrocarriles
Inglaterra
Prueba del motor a vapor Rocket para el ferrocarril Liverpool-Manchester
1829
Tercera
Era del acero, la electricidad y la ingeniería pesada
Estados Unidos y Alemania
Inauguración de la acería Bessemer de Carnegie en Pittsburgh Pennsylvania
1875
Cuarta
Era del petróleo, el automóvil y la producción en masa
Estados Unidos y Alemania
Salida del primer modelo-T de la planta Ford en Detroit, Michigan
1908
Quinta
Era de la informática y las telecomunicaciones
Estados Unidos
Invento del microprocesador Intel en Santa Clara, California
1971
Fuente: Pérez (2004)

Las cinco revoluciones que se han sucedido en el marco del capitalismo, según la autora mencionada, han tenido una temporalidad entre 50 y 60 años.

Rabilotta (2011) afirma que en el capitalismo actual: el aumento del capital constante destinado a automatizar o robotizar los procesos de producción comienza el proceso irreversible de reducción constante de la mano de obra, del capital variable en la fórmula empleada por Karl Marx, en prácticamente todos los procesos productivos. La acrecentada competencia entre capitalistas acentúa la baja tendencial de la ganancia y alimenta la revolución tecno-científica que ha permitido en el último siglo emprender el camino de la automatización del modo de producción. Desde los años 60 comenzó a cristalizarse el modo de producción en el cual la “mano” de la manufactura comienza a ser desplazada mecanismos, antecesores de los actuales sistemas robóticos presentes y a veces dominantes en la mayoría de los procesos de producción. El avanzado proceso de automatización aumenta la producción y disminuye significativamente la participación de “la principal fuerza productiva, el hombre”, el trabajador asalariado, que no solo es excluido del proceso de producción sino del consumo, es decir del mercado, fase vital para la reproducción del capital. En otras palabras, el desarrollo de las fuerzas productivas en los principales centros del capitalismo gracias a la automatización, la informática y el acelerado desarrollo científico-técnico, que acelera la disminución de la principal fuerza productiva, el hombre mismo mientras aumenta la producción, está provocando una contradicción fundamental con las relaciones de producción y de cambio, conflicto que causará una nueva revolución social que relevará el capitalismo financiero actual, por otras relaciones de producción superiores acordes con el elevado desarrollo de las fuerzas productivas presentes, tal como lo previó Marx en 1859.


Revoluciones tecnológicas capitalistas incompatibles con el empleo

El rasgo genérico de las cinco revoluciones tecnológicas es el desplazamiento de la mano de obra en los procesos económicos. Lo que ha variado es la magnitud de la sustitución de la fuerza de trabajo en cada una de las revoluciones tecnológicas. En la primera son las máquinas las que relevan a trabajadores e inicia en Inglaterra con la mecanización de la industria textil en 1771. Después en 1829 en la era del vapor y los ferrocarriles, la revolución se produce en el transporte de mercancías y pasajeros, cambio cualitativo que “barrió” con los carretas y carruajes, talleres y la tracción animal. En 1875 en la era del acero, la electricidad y la ingeniería pesada, se revoluciona la industria de la construcción y la mecanización de la industria y el transporte. La cuarta revolución conocida como la era del petróleo, el automóvil y la producción en masa, inaugura el uso del petróleo como fuente de energía para el movimiento del transporte automotriz. Finalmente la era de la informática y las telecomunicaciones, que inicia en 1971 y sigue vigente en la actualidad, está produciendo la automatización masiva de las actividades económicas, tanto productivas como improductivas, proceso que está causando un desempleo tecnológico masivo, tanto en los países capitalistas desarrollados como en los países capitalistas subdesarrollados.

Oppenheimer (2018) con base en la experiencia de haber constatado en Europa, Asia y América y, además, entrevistas con expertos en el impacto de la tecnología digital en el mundo laboral, concluye que: “es probable que, en las próximas dos décadas, casi la mitad de los trabajos sea reemplazada por computadoras con inteligencia artificial”.

Galván (2018) escribe que: “No obstante las cuantiosas ganancias que registra año tras año, el segundo banco más grande de España y número uno en México, BBVA-Bancomer, emprendió un recorte de personal en su filial mexicana que alcanzará a 984 empleados, según el servicio informativo Infosel. El periódico español El Economista cifra los despidos en un número mayor a mil 500 personas. Publicó que el motivo del recorte es el proceso de digitalización que está llevando a cabo la institución financiera. En mayo, el consejero delegado Carlos Torres Vila dijo que la digitalización es una de las principales herramientas de la empresa para lograr eficiencia y así enfrentar las depreciaciones de ciertas monedas con las que opera, como el peso mexicano. Esa teoría sí que es genial: enfrentar los efectos de una devaluación despidiendo empleados. El beneficio neto del grupo bancario en 2017 fue de 45 mil 603 millones de pesos, 11.8 por ciento más frente a los 40 mil 787 millones del año anterior. Las utilidades generadas por la institución en México fueron equivalentes a 40.3 por ciento del total de las obtenidas por el Grupo BBVA en los 11 países en que opera”.

Es evidente que la tendencia a la automatización de los procesos laborales, derivada de la revolución digital actual, nadie la detiene y en consecuencia el desempleo tecnológico cada vez será mayor.


Discusión

La esencia del  capitalismo es la generación de plusvalía (trabajo no pagado) durante el proceso de producción de mercancías y, las dos para producirla son alargando la jornada laboral (plusvalía absoluta), agotada históricamente, por lo que la única fuente de plusvalía a la que recurre el capitalista es la plusvalía relativa. Esta está asociada al desarrollo tecnológico, pues es el único que hace posible reducir el tiempo de trabajo necesario, período en el que el obrero cubre lo que percibe como salario de la venta de su fuerza de trabajo y el resto de la jornada laboral (tiempo de trabajo adicional) se prolonga, con lo que aumenta la plusvalía, que constituye la fuente de la ganancia capitalista. En este sentido el capitalismo tienen que revolucionar permanentemente la tecnología para garantizar la creación de la plusvalía relativa y, mientras la innovación tecnológica se produce en alguna industria en particular se produce una plusvalía relativa extraordinaria que beneficia a las industrias innovadoras tecnológica y que posteriormente al generalizarse en las industrias se normaliza como plusvalía relativa.

Sin embargo, las revoluciones tecnológicas que han sido característica del capitalismo desde hace casi 250 años, cuando se produjo la primera revolución industrial en Inglaterra y la consiguiente mecanización de la industria textil, tuvo el inconveniente de sustituir mano de obra. Lo mismo sucedió con la siguiente revolución tecnológica relacionada con la máquina de vapor que se incorporó a los ferrocarriles, también ocurrida en Inglaterra, la que provocó la desaparición de muchos trabajadores que se dedicaban al transporte tradicional a base de carruajes que se movían con tracción animal. No se diga de la tercera revolución tecnológica: la del acero, la electricidad y la industria pesada, ocurrida en Alemania y Estados Unidos, la cual mejoró la construcción de los transportes (ferrocarriles, barcos, etc.) y una mayor mecanización de los procesos productivos (industria y agricultura), lo que implicó el incremento de trabajadores relevados por las máquinas y su incorporación al “ejército” de desempleados. La cuarta revolución tecnológica acaecida a principios del siglo pasado, cuyo epicentro fue Estados Unidos y Alemania, estuvo asociada a la producción en masa de vehículos movidos con motores de combustión interna a base de petróleo como fuente de energía, innovación tecnológica que revolucionó el trasporte público y privado. Finalmente, la quinta revolución tecnológica con sede en California (Estados Unidos), relacionada con la informática y las telecomunicaciones, inicia en la década de los 70 del siglo XX y continúa en el presente siglo XXI. A diferencia de las cuatro revoluciones tecnológicas que le han antecedido, se trata de una innovación técnica que está causando la automatización de todas las actividades económicas, tanto productivas como improductivas, proceso que está intensificando el desempleo tecnológico.


Conclusiones

Las cinco revoluciones tecnológicas que se han sucedido en los últimos 250 años han sido el fundamento de la plusvalía relativa desde el capitalismo industrial hasta el actual capitalismo financiero. Pero en el presente la revolución digital con su automatización de la economía, al mismo tiempo que aumenta la productividad del trabajo, también causa el desempleo masivo. Con esto el capitalismo pierde parcialmente la principal fuente de plusvalía base de su ganancia. Así ha entrado en una contradicción, entre las fuerzas productivas que se desarrollan incesantemente como consecuencia de las revoluciones tecnológicas que chocan con las relaciones de producción capitalistas, las cuales tendrán que ser relevadas por unas nuevas relaciones sociales de producción en correspondencia con el nivel alcanzado por las actuales fuerzas productivas.

Así pues, el capitalismo con sus cinco revoluciones tecnológicas ha desarrollado las fuerzas productivas en un nivel como nunca lo habían logrado los sistemas socio-económicos que le han precedido y con ello ha preparado las condiciones de su relevo por un nuevo modo de producción superior que potencie el subsecuente ascenso de las fuerzas productivas, en el que el mayor tiempo libre del hombre derivado de la automatización, sirva para actividades recreativas y coadyuven en la formación de hombres universales y así acabar con la mediocridad que reina en la sociedad capitalista actual.

La producción de bienes materiales es inherente a la sociedad humana e implica la aplicación productiva de la tecnología: desde la comunidad paleolítica y neolítica hasta el capitalismo financiero actual y, sólo en los sistemas socio-económicos clasistas la tecnología está al servicio de los intereses de la clase dominante económicamente. En este sentido la tecnología no es mala de por sí, es en el marco de las relaciones de producción capitalistas actuales, lo que ha causado un desempleo tecnológico masivo que amenaza la estabilidad del propio capitalismo; sin embargo, en una nueva sociedad la automatización será una bendición para el disfrute de la sociedad.


Bibliografía

Galván Ochoa Enrique. 2018. BBVA Bancomer despedirá a casi mil empleados. La Jornada. Ciudad de México, México.

Marx Karl. 1859. Contribución a la crítica de la economía política. Siglo XXI Editores, S.A. de C.V. México, D.F.

Marx Karl. 1873. El Capital. Tomo I. El proceso de producción del capital. Segunda Edición. Londres, Inglaterra. Siglo XXI Editores (2014). México, D.F.

Marx Karl-Engels Friedrich. 1885. El Capital. Tomo II. El proceso de circulación del capital. Siglo XXI Editores (2014). México, D.F.

Marx Karl-Engels Friedrich. 1894. El Capital. Tomo III. El proceso global de la producción capitalista. Siglo XXI Editores (2014). México, D.F.

Oppenheimer Andrés. 2018. ¡Sálvese quien pueda¡. El futuro del trabajo en la era de la automatización. Penguin Random House. Grupo Editorial, S.A. de C.V. Ciudad de México, México.

Pérez Carlota. 2004. Revoluciones tecnológicas y capital financiero. Dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza. Siglo XXI Editores, S.A. de C.V. México, D.F.

Rabilotta Alberto. 2011. Y parece que Marx tenía razón. https://www.alainet.org/es/active/47472.

lunes, 3 de septiembre de 2018

HISTORIA AGRARIA DE SAN ANDRÉS IXTLAHUACA, OAXACA, MÉXICO

HISTORIA AGRARIA DE SAN ANDRÉS IXTLAHUCA, OAXACA, MÉXICO


Valentín Vásquez

Oaxaca, México
valeitvo@yahoo.com.mx


Introducción
San Andrés Ixtlahuaca, se rige por usos y costumbres, lo que significa que el máximo órgano de gobierno es la Asamblea General de Ciudadanos, la cual tiene la facultad para nombrar a las autoridades municipales, Alcalde Único Constitucional que cumple funciones de impartición de justicia y apeo y deslinde de terrenos, así como comités de apoyo; niveles organizativos que conjuntamente contribuyen a dirigir los destinos de nuestro pueblo, utilizando como estrategia fundamental el trabajo comunitario –tequio-, herencia cultural de nuestros ancestros prehispánicos, que ha posibilitado la implementación de obras de infraestructura social, que han sido básicas para la sobre vivencia de nuestra comunidad. Una vez electas las autoridades tienen que cumplir con los acuerdos emanados de las asambleas generales de ciudadanos, validados en las actas respectivas. 
Precisamente la Asamblea General de Ciudadanos de agosto del 2001, tuvo a bien nombrarme secretario municipal del Ayuntamiento, lo que me permitió tener acceso al archivo municipal y, con tristeza me di cuenta que la mayoría de documentos  históricos valiosos de San Andrés Ixtlahuaca, prácticamente en un 80% están en mal estado -apolillados- y solo se conservan en buen estado el 20%, entre los que destacan: la Historia de la fundación de nuestro pueblo, expresada en una copia de 1836-1837 denominada Título de los terrenos en propiedad del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, Testimonios aportados por el Archivo General de la Nación de 1892–1893, a solicitud del Agente Municipal de aquella época, C. Juan Clímaco Sabino, Alegato jurídico de los naturales de nuestro pueblo con Jerónimo Morales de Sigala poseedor de la hacienda de Jalapilla de 1776-1777 y Resoluciones Presidenciales de 1929 y 1943.
Basado en las fuentes de información mencionadas y dado el interés por conocer la historia agraria de San Andrés Ixtlahuaca, me propuse como meta al terminar la administración municipal del período 2002–2004, rescatar la historia agraria de nuestra comunidad. Hubo momentos que desistí, dada la enorme cantidad de “lagunas” existentes en el prolongado desarrollo histórico de nuestro pueblo; sin embargo, ya en la recta final del ejercicio municipal decidí escribir un “borrador” de su historia agraria. Como tal, es evidente que adolece de muchas deficiencias, pero estoy convencido que será la base para su mejoramiento y sobre todo para que los niños, niñas, jóvenes e interesados en general conozcan la historia agraria de nuestro municipio y con ello sepan valorar la importancia de la defensa del patrimonio territorial de nuestra comunidad.
La defensa del patrimonio territorial de nuestro pueblo se inicia después de la llegada y conquista española, específicamente en 1582, cuando fueron “prestadas” las primeras tierras a vecinos de Teozapotlán (Zaachila) con apoyo del gobernador -principal- de dicho pueblo y aprovechándose del hecho de que nuestro pueblo dependía de esa jurisdicción y tal vez porque Zaachila padeció de una escasez crónica de tierras desde el siglo XVI hasta la década de 1920 (Taylor, 1998). Posteriormente por herencia de las tierras “prestadas” en 1624, aparece formalmente la hacienda de Jalapilla, a pesar, que desde 1542 las autoridades virreinales promulgaron leyes que protegían las posesiones territoriales de las comunidades indígenas, para salvaguardarlas de la “codicia” de los conquistadores españoles.
Con la aparición de la hacienda de Jalapilla surge el Feudalismo en nuestra comunidad, como nuevo Modo de Producción dominante durante el período colonial, sistema basado por un lado en la propiedad privada de la tierra en posesión de los hacendados y, por el otro los campesinos en sus diversas modalidades (peones “acasillados”, peones eventuales, arrendatarios, etc.); clases sociales antagónicas que se enfrentaron durante toda la época colonial y culminó con el incremento de la extensión territorial de la hacienda, a través de diversas formas legales e ilegales y algunas veces violentas, para apropiarse de las tierras comunales de nuestro pueblo, de tal forma que la hacienda de Jalapilla en 1810 en plena Revolución de Independencia alcanzó una superficie aproximada de 1700 hectáreas.
Con el advenimiento del capitalismo durante la Reforma y el Porfirismo, se fortalecieron los hacendados, particularmente con la promulgación de la Ley Lerdo del 25 de junio de 1856, por su contenido claramente orientado a destruir la propiedad comunal de las tierras de los pueblos indígenas y las leyes agrarias expedidas durante la dictadura de Porfirio Díaz en los años de 1883, 1890 y 1894; leyes que conjuntamente legalizaron el despojo de las tierras comunales de nuestro pueblo.
La aplicación de las leyes mencionadas a fines del Porfirismo prácticamente acabó violentamente con las tierras comunales de los pueblos, entre ellos San Andrés Ixtlahuaca; ya que para 1910 en vísperas de la Revolución anti-porfirista, la hacienda de Jalapilla había alcanzado una extensión aproximada de  5000 hectáreas a costa de las tierras comunales de nuestro pueblo.
Para 1916, todavía en pleno fragor de la lucha revolucionaria, las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca, encabezadas por el presidente municipal Manuel Natividad Díaz y teniendo como marco jurídico la Ley Agraria del 6 de enero de 1915, promulgada por Venustiano Carranza, como consecuencia de la presión popular, principalmente del movimiento revolucionario campesino dirigido por Emiliano Zapata, solicitaron a los gobiernos estatal y federal la restitución de sus tierras comunales convertidas en propiedad privada de la hacienda de Jalapilla. 
En respuesta a la petición indicada un perito realizó estudio socio-económico de las familias del Pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, resultando los siguientes datos: existencia de 200 familias, posesión de 1614 hectáreas de tierras, de las cuales 1450 eran comunales, 136 hectáreas de pequeña propiedad y 28 hectáreas de perímetro urbano. Para solventar las necesidades de las 200 familias se requería de 14.45 hectáreas de terreno, cuya multiplicación da un total de 2890 hectáreas (200 x 14.45). Como ya existían 1450 hectáreas de tierras comunales, por consiguiente, se requerían 1440 hectáreas para completar las 2890 hectáreas para cubrir las necesidades de las 200 familias, las cuales serían expropiadas a la hacienda de Jalapilla.
Con la información anterior, las autoridades agrarias y ya en el marco jurídico del Artículo 27 Constitucional, decidieron la dotación de las 1440 hectáreas de tierras ejidales a nuestro municipio según Resolución Presidencial de 1929, que aunadas a 1450 hectáreas comunales conservadas por la defensa heroica de nuestros pobladores, sumaron un total de 2890 que aunadas a las 136 hectáreas de pequeña propiedad y 28 hectáreas de perímetro urbano, da un total de poco más o menos de 3000 hectáreas propiedad de nuestro pueblo, cuya localización está en el plano que acompaña a la Resolución Presidencial mencionada; que si bien representan una mínima porción de sus posesiones territoriales comunales originales avaladas por su antiguo Título de propiedad, expresa la mayor conquista agraria después de más de 300 años de lucha permanente por la defensa y recuperación de sus bienes territoriales, hecho histórico que solo fue posible como consecuencia de la Revolución democrático-burguesa de 1910-1917.
El ejemplo heroico de nuestro pueblo durante tres siglos de luchas debe quedar en la memoria de sus descendientes, para que en el futuro, a pesar de la adversidad de los gobiernos actuales hacia la propiedad social -ejidal y comunal-, defiendan el patrimonio territorial que nos legaron nuestros antepasados.
En el presente trabajo se analiza la historia agraria local del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, en el marco de los acontecimientos históricos nacionales principales: Revolución de independencia (1810–1821), Revolución burguesa de reforma (1854–1860) y la Revolución democrático–burguesa de (1910–1917); revoluciones, en las que los naturales de nuestro pueblo no participaron directamente, pero que sus luchas agrarias siempre se desarrollaron en las coyunturas de los tres procesos revolucionarios que han constituido los “saltos” más importantes en la historia de México.
  
1. Localización política y geográfica
El municipio de San Andrés Ixtlahuaca, se localiza en la región de Valles Centrales del Estado de Oaxaca, a 12 kilómetros de la ciudad capital del mismo nombre y el Estado de Oaxaca, se ubica al suroeste de la ciudad de México, a unos 400 kilómetros.
Geográficamente la región de Valles Centrales de Oaxaca se localiza entre los 16º-17º latitud norte y entre los 96º-97º longitud oeste. De acuerdo con esta ubicación, el clima de la región debería se tropical húmedo, ya que se encuentra entre los trópicos. Sin embargo, por el relieve se caracteriza por ser un valle inter-montano, limitado por el sur por la Sierra Madre del Sur y por el norte por la Sierra Juárez –continuación de la Sierra Madre Oriental-, así como por otras montañas de menor magnitud, que conjuntamente lo rodean y, con una altura promedio de unos 1600 metros respecto del nivel del mar. El relieve descrito ha condicionado el clima de la región, ya que los vientos procedentes, tanto del océano Pacifico como del Golfo de México, al interaccionar con las sierras se elevan y se enfrían produciendo la condensación del vapor de agua y con ello la formación de nubes, así como la consecuente precipitación en las laderas de las montañas orientadas hacia los océanos y, una vez que rebasan las barreras montañosas descienden ya secos hacia los Valles Centrales de Oaxaca, condicionado de esta forma un clima seco, cuya característica principal es una elevada evaporación, que rebasa la escasa precipitación promedio de 650 milímetros, siendo la lluvia ciclónica la más importante al aportar el 80% de la lluvia y el restante 20% es aportado por las lluvias de tipo convectivo y frontal.
El clima seco de la región de Valles Centrales, condicionó la escasa distribución de plantas y consecuentemente de animales, factores que contribuyeron al cultivo de plantas (agricultura) y al sedentarismo, actividades que surgieron hace unos 4000-5000 años a.C.
La ubicación geográfica del área de estudio se muestra en el croquis que a continuación se presenta.
Figura 1. Croquis de localización del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca

2. Antecedentes de San Andrés Ixtlahuaca
En México, según Semo (2006) la especie humana llegó hace unos 22 000 años y desde entonces hasta hace unos 4000-5000 años, su economía se caracterizó por la apropiación directa de los alimentos vegetales y animales que la propia naturaleza le proporcionaba, específicamente se trató de actividades de recolección, caza de animales salvajes y pesca; economía basada en instrumentos rudimentarios, cuya baja productividad del trabajo condicionó la existencia de una comunidad igualitaria. El prolongado período de existencia de la sociedad igualitaria, preparó las condiciones para el aumento de la productividad del trabajo y con ello determinó, el surgimiento de sociedades estratificadas hace unos mil años antes de Cristo, cuya máxima expresión fue la civilización Azteca, que perduró hasta 1521, cuando fue conquistada por los españoles.
La región de Valles Centrales de lo que hoy es el Estado de Oaxaca, ha sido escenario de la actividad humana, por lo menos desde hace 10 000 años (INSO, 2014) y, desde entonces hasta hace unos 4 000 años, la economía consistió en la apropiación directa de los recursos vegetales y animales proporcionados por la naturaleza, particularmente a  través de la caza de animales salvajes y recolección de productos vegetales, condición que requirió una constante movilidad (nomadismo), periodo que concluyó con la aparición del cultivo de plantas (agricultura) y el sedentarismo, lo que dio origen a la civilización zapoteca, con Monte Albán como ciudad principal.
Con la decadencia de la cultura zapoteca, representada por el declive de Monte Albán aproximadamente por el año 800 d. C., se produjo una dispersión de la población en sitios aledaños, dando origen a nuevos centros de población con menor densidad demográfica, como fueron Yagul, Mitla y Zaachila, entre otros.
Una de las comunidades que sobresalió después de la caída de Monte Albán fue Zaachila, ciudad que intentó relevar a Monte Albán y de cuyo centro dependieron algunos pueblos, entre ellos la antigua comunidad zapoteca de Lachixigui Zageratos, cuya ciudad muy probablemente estuvo ubicada en lo que hoy son los “Mogotes” localizados en la jurisdicción de San Pedro Ixtlahuaca, casi en los límites con San Andrés Ixtlahuaca, lo que explica que ambos pueblos tengan un origen común expresados en  el término Náhuatl Ixtlahuaca que los identifica como pueblos “hermanos”.
La copia del Título Primordial de los terrenos comunales propiedad del Pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, con respecto a la fundación, señala lo siguiente:
Un sello tercero. Dos reales. Para los años de mil ochocientos treinta y seis y ochocientos treinta y siete.
“Hoy lunes que se cuenta a cuatro días de agosto del año de mil ciento  treinta y cuatro años, hago yo el cacique Don Tomás Pérez y principal de Teosapotlán y este instrumento es con verdad y bisto efecto que el Palacio monte de Teosapotlán, a quién en el tiempo antiguo los gentiles llamaron ombligo del cielo, en el cual nacieron siete caciques de los cuales procedieron todos los principales que se nombraron descendientes y de conquistadores, los cuales alzaron baras y pusieron gobierno, en el referido Palacio, donde pusieron sus armas que son un Aguila Real y Tigre Real, este dicho cacique para que en las señales del tiempo le sirvan y mande, conquistó a su prosapia, este dicho cacique redució muchos linajes de diferentes lenguas, los cuales se repartieron después en diferentes lugares; alumbrados ya con la luz de la Divina Providencia y gracia de Dios, nacieron como arriba tengo dicho de los dichos mis agüelos y antepasados que entonces tenían por nombre en la idioma lengua zapoteca, le llamaron Bayugenissa, este principal, en el tiempo antiguo nombraban Lachixigui Zageratos, se dice Ixtlahuaca, esta tierra San Andrés, huvo de traer a su posesión las tierras y distintos nombres tienen los principales que es Tomás Pérez y  Diego, y otro Tomás y Mateo o Domingo, son cinco conquistadores principales legítimos de este dicho pueblo, ganaron el sitio y lugares que ganaron primero que se llama Guigonachapa, en la lengua castellana se llama Xalapilla, que por estos presentes títulos y remencionado, y nos hizo Dios nuestro Señor y nuestro Rey que fue y nos lo confirmo, lo acabo de hacer dueño de ella nuestro señor católico Rey que Dios guarde, habiéndolas poseído nuestros agüelos y asesores estas dichas tierras que hoy poseemos, están sus linderos extremos y mojoneras, como se siguen por bandas del Oriente linda con las tierras de la Villa de Quilapa y va derecho detrás de un mogote que se llama en la lengua zapoteca Betigoragirei, linda con las tierras de la dicha Villa de Cuilapa que prosiguiendo derecho a andar de una legua que se llama Gelalatebian y prosiguiendo derecho y bajo en una lomita que se llama Gusio y que está una iguera y linda con las de la Villa de Cuilapa, están presentes tres mojoneras, mogotillos  prosiguiendo derecho a la punta de un serro que se llama Giyahalo y linda con las tierras de San Lorenzo y San Felipe Lachiquelaaiga Lagana, y de allí va subiendo a la punta del serro que llaman Guiyasocachi, linda con las tierras de San Felipe, y va bajando por una cañada que se llama Gigolavaja y baja a dar en otro mogote que se llama Betegogociohioba río que se llama Guigossa y va prosiguiendo, en una loma esta la punta del serro grande que llaman Quiyavele y linda con las tierras de Escuintepeque y da la buelta y biene a dar con otra mojonera que se llama Giyatogacha, linda con las tierras de Santiago,  que va derecho a donde está otra mojonera que se llama Subayque y linda con las tierras de San Mateo y San Andrés y de la Villa de Cuilapan, están puestas tres cabezas de piedras muy en forma y en la idioma lengua Mixteca se llama Dodedine y de allí va bajando a un río que se llama Guelalaxixu, y linda con las tierras de San Pablo, y de allí va subiendo y biene a la mitad del serro, y está señalada en una zanja que llaman que tenemos por mojoneras y linda con las tierras de la dicha Villa de Cuilapa y va bajando por una loma que se llama Yogachi, y linda con las tierras de la dicha Villa,  y va bajando por una cañada nombrada Guigovichina agregado en el pueblo de San Pedro Apóstol sujeto a la dicha Villa y barrio de San Blas agregado al de dicho de San pedro; y de allí viene derecho a dar donde está una mojonera señalando un poso, que se llama Yisetoo y linda con las tierras de los mejicanos y va  prosiguiendo derecho a otra mojonera y está puesto un mogotillo que se llama Yitegosu y linda con las tierras de San Blas, en las cuatro esquinas tenemos cuatro soldados en guardia y defensa, y perpetua señal y distintos, y cuatrocientos soldados de la dicha Villa y Cabecera de Teozapotlán, y todo  cual veríficamente y conciencia dejo señalado y declarado por este presente título, para que todos mis descendientes al presente son y en adelante fueren y reconocer que son y serán legítimos dueños de las tierras para que por este instrumento sean amparados y defendidos de algún forastero ni personas apartados del gremio suyo, desde ahora a ninguno de los venideros tiempos se apoderen de la dicha tierra sino fuere con su voluntad de ellos;  que es fecha en el día citado y así le afianzo con mis firmas en presencia de los testigos que presentes  están del dicho pueblo y cabecera de Teozapotlán y así mismo los principales de este dicho pueblo de San Andrés; y testigos son Juan de Espinosa, testigo Don Pedro de Espinosa, testigo Francisco de Herrera, testigo Melchor Luis, Testigo Diego Hernández y testigo Don  Juan de Espinosa. Digo yo Tomás Gomes interprete nombrado que soy por el señor Don Antonio Franco Juez de Comisión, Subdelegado para las Composiciones de tierras con su Magestad, que Dios guarde que de mandato de dicho señor juez comisionado traduje este instrumento de la lengua zapoteca en castellana y corresponde a otra traducción que en dicha lengua castellana tiene sacado de la antigüedad. Y para que así conste lo firmé en el pueblo de San Andrés Ixtlahuaca a seis días del mes de octubre de mil setesientos diez años, concuerda con sus originales que devolví por mí rubricados de donde se sacó el presente corregido y concentrado en cinco foxas útiles del papel correspondiente para el uso de los interesados, siendo testigos los ciudadanos Manuel María Palancares, José Mariano Moreno y Julian Mácsimo Padilla de esta vecindad, doy fe. Testado. Mojoneras”.
Ambrosio Ocampo. Rúbrica.
La copia del documento de títulos de los terrenos en propiedad del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca de 1836-1837, permite destacar algunos aspectos cruciales para descifrar la ubicación temporal de su fundación. Por un lado específica que se trata de un pueblo sujeto a la jurisdicción de Teozapotlán (Zaachila), hecho fundamental que nos indica que la historia de nuestro pueblo en su etapa prehispánica “corrió” paralela a la de Teozapotlán, lo que significa que la antigua comunidad de Lachixigui Zageratos fue probablemente contemporánea de los centros poblacionales que aparecieron después del abandono de la principal ciudad de los zapotecas conocida actualmente como Monte Albán por el año 800 d.C., convirtiéndose en un señorío de Zaachila encabezado por Bayugenissa. Por otro lado, la denominación zapoteca de lo que hoy es San Andrés Ixtlahuaca, implica que su fundación como Lachixigui Zageratos tuvo que ocurrir antes de la llegada de los Mixtecos al Valle de Oaxaca por el año 1200. Por consiguiente, es muy probable que la fundación de la antigua ciudad zapoteca se haya realizado en 1134 como lo específica el escrito citado; además, nos induce a pensar que las ruinas arqueológicas que actualmente se localizan en los “mogotillos” de San Andrés Ixtlahuaca, en los límites con Jalapa del Valle y los “mogotes” ubicados en las proximidades del centro de San Pedro Ixtlahuaca, fueron centros poblacionales contemporáneos de Zaachila y otros centros poblacionales que florecieron después de la “caída” de Monte Albán. Además, según las mojoneras que delimitan la extensión territorial de las tierras comunales primordiales, según el documento de fundación, por el oriente limita con la Villa de Cuilapan y San Pedro Apóstol; por el norte, con San Lorenzo, San Lorenzo e Ixcuintepec (Peñoles); por el poniente, con Santiago Tlaxoyaltepec y, por el sur, con San Pablo y Cuilapan. Así pues, según las mojoneras descritas que delimitaban territorialmente  de nuestro pueblo, por lo menos comprendían una extensión de 10 000 hectáreas de tierras comunales, de las cuales solo existían 1450 según la Resolución Presidencial de 1929 cuando se dotó a San Andrés Ixtlahuaca de 1440 hectáreas de tierras ejidales.
La influencia Náhuatl se produjo después que Ahuízotl tlatoani azteca conquistó Huaxtlán en 1494; poco después de 1502 Moctezuma Xocoyotzin retoma Huaxtlán, sofocando una rebelión de mixtecas y zapotecas, convirtiendo a la ciudad en una base militar y la designó como Huaxyacac.
Según Barbosa (2001) para evitar que Huaxyacac fuese foco de otra nueva rebelión y asegurar la lealtad de sus habitantes al imperio Azteca, Moctezuma Xocoyotzin decidió y ordenó repartir la tierra de la ciudad entre los pobladores salidos de Texcoco, Tacuba, Tenochtitlán, Xochimilco, Chalco, Tierra Caliente y mazahuas en número no determinado; haciendo un total de 600 jefes de familia con sus mujeres e hijos, unos 3000 habitantes en total, que se asentaron seguramente en Calpullis (barrios), separados según su pueblo de origen, libres de tributo.
La nueva población Náhuatl se concentró en los alrededores de Huaxyacac en pequeños barrios; sin embargo, su influencia se extendió en una zona más grande y posiblemente llegó a lo que en aquel tiempo se conocía como Lachixigui Zageratos y la renombraron como Ixtlahuaca, cuya etimología es la siguiente: “Ixtl” que significa vista, “Tlalli” tierra y “Huaca” poseedor; por consiguiente “Ixtlahuaca”, es un término de origen azteca que significa, según Martínez (1885): “Tierra que se domina con la vista“. A este respecto, Gómez (2007), considera que la fundación de Ixtlahuaca habrá ocurrido en 1524 por mexicanos que llegaron con los españoles y cita como prueba el testamento de Tlacahuepantzin, una mujer mexicana de San Juan Chapultepec y cacica de los zapotecas, fechado en 1525, cuatro años después de la guerra de Izcuintepec, Peñoles; también, fueron fundados los pueblos de San Martín Mexicapan, Santa María del Marquesado, Xochimilco, San Pedro Ixtlahuaca y San Jacinto Amilpas.
Después de la conquista española en 1521 cuando se consuma la dominación española con el armisticio celebrado entre los contendientes y, para hacer honor a los antiguos nombres zapoteca y náhuatl que hacían alusión a lugares húmedos, los invasores españoles le agregaron el nombre de San Andrés Apóstol, por tratarse de un santo pescador.
En síntesis, por la descripción de los linderos y mojoneras que se mencionan en la copia del antiguo Título Primordial de los terrenos comunales  propiedad del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, se trató de un pueblo con enorme extensión territorial y que después de la dominación española, pasando por la Revolución de Independencia (1810-1821), la Revolución Burguesa de Reforma (1854–1860) y principalmente durante el  Porfirismo (1876–1910), fue despojado  de gran parte de sus tierras comunales para transformarse en propiedad privada de los dueños que se sucedieron en la propiedad de la hacienda de Jalapilla y por los pueblos circunvecinos, de las cuales solo pudo "recuperar" 1440 hectáreas ejidales de la hacienda de Jalapilla, dotadas según la Resolución Presidencial de 1929, que aunadas a las 1450 hectáreas de tierras comunales, 136 de pequeña propiedad y de 28 de perímetro urbano, contabilizando un total de aproximadamente 3000 hectáreas de tierras que actualmente posee nuestro pueblo. Así pues, las tierras comunales fueron objeto  de despojos por particulares y pueblos aledaños, hechos que prueban que no se cumplieron los sueños de los antepasados de San Andrés Ixtlahuaca, de recurrir al Título Primordial que amparaba la propiedad comunal de sus terrenos para proteger sus bienes territoriales de personas ajenas a la comunidad.

3. Conquista española
La historia oficial española habla de la conquista de los Zapotecas del Valle de Oaxaca; no obstante, historiadores serios han rescatado las versiones oral y escrita de las comunidades indígenas, entre ellos Manuel Martínez Gracida citado por Barbosa (2001), quien refiriéndose a la llegada de los españoles a Oaxaca escribió:
“Francisco de Orozco salió con dirección a la Mixteca: entró a ella el 6 de noviembre y sostuvo tres rudos combates logrando en el último penetrar en el Valle de Oaxaca. El 25 de noviembre de 1521 la fuerza española expedicionaria ocupó los terrenos del hoy pueblo de Santa Anita, situado en la margen derecha del río Atoyac. Allí, debajo de un árbol de huaje se dijo la primera misa. Orozco y Juan Núñez de Mercado, ocuparon Guaxaca (como le llamaron). La guarnición de Huaxyacac, que no se creyó fuerte para esperar al enemigo, se retiró a Peñoles y allí hizo causa común con los Mixtecas, encerrándose en la fortaleza de Ixcuintepec, peñol cercado por un muro de cal y canto en un circuito de más de una legua. Orozco amenazó a los Mixtecas con la guerra. Tal amenaza produjo los resultados que se propuso el conquistador: la cesación de la guerra; pero bajo las bases de un armisticio. Sólo el inexpugnable Peñol de Ixcuintepec guardaba una actitud imponente. Para vencerlo se movió Orozco con sus fuerzas y en la imposibilidad de sojuzgarlo por la fuerza de las armas, consintió en que sus defensores enviasen comisionados a Cortés para tratar con él, y al Rey de Achiutla para solicitar instrucciones. Estos regresaron a poco con tristes noticias: México estaba vencido; Cortés concedía la paz. Dzahuindanda ordenó a los Mixtecas se rindieran a Orozco. Como consecuencia todos regresaron contentos, fijándose los Mixtecas en sus posiciones y los Mexicanos en Huaxyacac, Tepeaca, Jalatlaco, Xochimilco, El Marquezado, Mexicapan y Chapultepec.”
Poco tiempo después, en el mismo sentido se pronuncia Francisco Salazar en 1917, también citado por Barbosa (2001): “Tan luego como los soldados aztecas que estaban de guarnición en Huaxyacac, se percataron de la presencia de los españoles, determinaron retirarse a un punto llamado hoy Peñoles, por sus fortificaciones inexpugnables, hicieronse allí fuertes los Mexicas de Huaxyacac y gran número de Mixtecas. Francisco de Orozco se dirigió allá para tomar la ofensiva; pero no pudiendo vencer las dificultades del paso, entró en pláticas con los sitiados. Estos pidieron a Orozco un armisticio para enviar comisionados a México. Regresaron a Huaxyacac manifestando que la capital del imperio estaba sometida a Don Hernando Cortés, quien estaba anuente en conceder la paz, siempre que se sometiese a la Corona de España. Francisco de Orozco ofreció a los caciques mixtecas y zapotecas conservarles en posesión de sus prerrogativas y derechos, y al mismo tiempo comunicó a Hernán Cortés que había concluido felizmente la conquista de estos reinos”.
Como se aprecia, la secuencia de los acontecimientos es similar a la explicada por Martínez Gracida, aunque Salazar precisa que los zapotecos también participaron en las batallas que duraron por lo menos ocho días. Ante la derrota de Orozco y al no poder vencer militarmente al ejército indígena, ambas partes pidieron instrucciones a sus respectivos mandos; pero las negociaciones comenzaron a iniciativa de Orozco.
El mismo Barbosa (2001) cita a William Taylor, quién escribe que “la sumisión pacífica de los caciques zapotecas y del valle mixteco, al conquistador español Francisco de Orozco en 1521, abrió el camino para la entrega de concesiones especiales  a la nobleza nativa. Orozco mismo reconoció haber prometido que defendería los derechos y las prerrogativas tradicionales de los caciques a cambio de su apoyo. La singular supervivencia de grandes terratenientes cacicales en el Valle de Oaxaca, después de 1550 está íntimamente relacionado con la firmeza que los caciques habían adquirido en el período posclásico, inmediatamente anterior a la llegada de los españoles y, también con el relevante papel que los caciques del valle desempeñaron en la transición pacífica de la zona hacia la dominación española”.
Los tres autores coinciden que los zapotecas y mixtecas no fueron conquistados militarmente al estilo de los aztecas, más bien se trató de un acuerdo según las “Leyes de la Guerra” en la que participaron por un lado las fuerzas españolas al mando de Francisco de Orozco y, por el otro, indígenas mexicanos, zapotecas y mixtecas que en alianza detuvieron el avance de los conquistadores en lo que hoy es Santa María Peñoles
La posesión de la tierra, por parte de los indígenas, fue el aspecto más importante del tratado que dio paso a la ocupación española en Huaxyacac, ante la imposibilidad de los españoles por conquistar militarmente el valle. En Oaxaca como en muchas otras partes del país, los indígenas supieron defender y conservar su tierra, base fundamental de su economía, organización y cultura. No fue como creen algunos, la política “paternalista” de la Corona Española la que los “protegió”, sino la defensa y la lucha permanente por su tierra.
Después del armisticio con los españoles, las poblaciones prehispánicas  fueron rebautizadas anteponiéndoles a su nombre original el de algún santo cristiano, resultando denominaciones como San Martín Mexicapan, Santo Tomás Xochimilco, San Juan Chapultepec, Santa María Atzompa, San Andrés Ixtlahuaca, etc.
La imposición de la cultura  y economía españolas no se produjeron repentinamente sino que se requirió de un período de transición que duró alrededor de 100 años, correspondiente a lo que se conoce como Encomienda, en la que las comunidades indígenas fueron asignadas a un encomendero, pero en general se respetó el sistema de producción comunal existente desde la época prehispánica; posteriormente, se produjeron cambios que alteraron radicalmente el desarrollo natural de la cultura de nuestro pueblo, al ser sustituida la propiedad comunal de la tierra por propiedades privadas en poder de los hacendados, inaugurando así un nuevo sistema de producción conocido como Feudalismo, con su cualidad propia que lo diferencia del europeo.

4. Modo de producción feudal durante la colonia española
4.1. Origen de la hacienda feudal

El Sistema de Producción Feudal no surgió repentinamente, sino después de un período de transición que cubre un lapso de tiempo de 1522 a 1622 y puede subdividirse en dos fases: la primera que terminó en 1581 y se caracterizó por un desarrollo relativamente pacífico en el que se respetaron las propiedades territoriales comunales de San Andrés Ixtlahuaca; y, la segunda en la que propiamente se inicia con el “préstamo” de 50 medidas (10 hectáreas) de tierras a los hermanos Caro Manrique y Melchor de Abendaño, con la intermediación del gobernador (principal), alcaldes y regidores de Teozapotlán (Zaachila), jurisdicción a la que pertenecía nuestro pueblo en aquel tiempo, como lo prueba el siguiente pasaje de un documento antiguo:
“Hoy viernes seis del mes de abril de mil quinientos ochenta y dos de nacimiento de nuestro señor Jesucristo hijo de Dios, yo Don Luis de Velasco gobernador delante de los alcaldes y de todos los regidores de aquí de esta cabecera de Teozapotlán, venimos aquí a San Andrés  a dar posesión a Don Caro Manrique  y su hermano Don Melchor de Abendaño de unas tierras de los indios de San Andrés, que son cincuenta medidas  que reciben entre ambos hermanos por nuestra orden y mandato a veinticinco medidas cada uno y en esto conviene entre ambos delante de nosotros gobernador y alcaldes, en esta Audiencia del Rey nuestro señor y también les ponemos pena a entre ambos hermanos, nuestros hijos Don Caro Manrique y Don Melchor de Abendaño entre ambos hermanos que en ningún tiempo hagan vejación a los Indios de este nuestro pueblo  por cuanto son tierras del pueblo y así los sentenciamos y mandamos  en nombre de nuestro gran señor el Rey, por lo cual lo firmamos  de nuestros nombres nosotros gobernador, alcaldes y regidores en este pueblo”.
El hecho de que el gobernador de Teozapotlán (actualmente Zaachila) haya recurrido a las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca, para solicitar un “préstamo” de tierras de 50 medidas para sus “hijos” Caro Manrique y Melchor de Abendaño, al parecer confirma la hipótesis planteada por Taylor (1998), en el sentido de que Zaachila siempre padeció de una escasez crónica de tierras desde el siglo XVI hasta la Revolución democrático burguesa de 1910-1917.
Es evidente que el convenio en entre las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca y Teozapotlán firmado en 1582, por el que se “prestaron” 50 medidas de tierras a Caro Manrique y Melchor de Abendaño no se respetó, ya que en 1622 cuando murió Melchor de Abendaño, su esposa Magdalena de Velasco las hereda a su hija Ángela de Abendaño. A los dos años el Alcalde Mayor de Antequera dio posesión a Pedro de Zárate, esposo de la hija de Melchor de Abendaño, como lo señala documento de toma de posesión de las tierras:
“En la Ciudad de Antequera en siete días del mes de febrero de mil seiscientos veinte y quatro. Ante Don Andrés de Sosa y Tapia Alcalde Mayor y Juez de Agravios, en ella y su jurisdicción por el Rey Nuestro Señor esta petición que presenta el contenido en ella con el decreto y recaudo de que hace mención. Don Pedro de Zárate casique del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca sujeto al de Teozapotlán por el derecho de Doña Ángela de Abendaño mi mujer, digo que hago presentación de este decreto del señor Conde de Priego, Virrey que fue de esta Nueva España en que conforma un Auto de treinta y uno de octubre del año pasado de seiscientos veinte y tres en las divisiones de bienes quedaron por fin y muerte de don Melchor de Abendaño, a mi suegra, y son tierras de labor del patrimonio del otro mi suegro y una labor de regadío en el río de Jalapa. Estando en las tierras y quebrada que llaman Jalapa que confina con términos de los Peñoles por la parte del poniente y por el norte con términos del pueblo de San Felipe, sujeto a Guaxolotitlán y por la del sur con términos de Cuilapa y por la de levante términos de otro pueblo de San Andrés, requirió don Pedro de Zárate a Bernabé de Aguilar de la posesión que por el Auto de arriba se manda de las tierras que son suias y el otro Bernabé de Aguilar, se informó de Juan de Medina y Mateo Luis indios y principales del pueblo de San Andrés y, de otros indios de los cuales son las tierras pertenecientes a la mujer del otro don Pedro de Zárate, y dijeron que desde los términos del pueblo de San Felipe, hacia arriba corriendo la quebrada y de tierras de ella hacia el sur son tierras del otro don Pedro y su mujer en las cuales tiene terrazgueros; y otro Bernabé de Aguilar tomó por la mano al suyo otro y lo metió a las otras tierras que están donde dijeron ser linderos con las del otro pueblo de San Felipe y le paseó por ellas, y el otro don Pedro arrancó yerbas y echó piedras de unas partes a otras en señal de posesión, y a caballo se fueron paseando por las tierras de la quebrada arriba y, en unas partes había milpas de otro don Pedro y de terrazgueros suios y, en otras tierras cultivadas para sembrar y en otras que parecía haberse cosido milpas y, hasta tierras que los otros indios dijeron ser términos del pueblo de San Pablo jurisdicción de la Villa de Cuilapa, y el otro Bernabé de Aguilar fue continuando en darle al otro don Pedro de Zárate posesión de las otras tierras de la otra quebrada, como de los altos de ella porque los otros indios del pueblo de San Andrés, dijeron ser todas tierras del patrimonio  de Don Melchor de Abendaño padre de la otra doña Ángela, y el otro Don Pedro tomó la otra posesión en forma real de todas las tierras y casas que ya tienen y en que viven los otros indios terrazgueros y el suio dijo: que todas las tierras y montes que están desde allí hacia el otro pueblo y, las que tiene Andrés Tamayo Depositario General de la ciudad de Antequera, son pertenecientes al otro Don Melchor de Abendaño y la otra Doña Ángela de Avendaño sus hijas mujeres del otro Don Pedro de Zárate, e informado el otro Bernabé de Aguilar de los otros Juan de Medina y Mateo Luis y otros indios sea así verdad, fue continuando con dar la otra posesión en la misma forma al otro Don Pedro hasta llegar donde dijeron ser términos de las otras estancias, y usando de la comisión que para ello le dio el otro Alcalde Mayor, le amparó en todas las otras tierras de uso declaradas para que las tenga y, goce como suias y no ser desposeído sin ser primero oydo y por fuero y derecho vencido, y el otro Don Pedro me pidió a mí el presente escribano por testimonio y, lo doy de verdad y fe que firmo  y, aprendió la otra posesión, según del uso se contiene sin contradicción de persona alguna y, lo firmo y el otro Bernabé de Aguilar este otro día 13 de febrero de  mil seiscientos veinte y quatro, siendo testigos Luis Sánchez, Franco de Fuentes Romero y Cristóbal de Villegas”.
En el párrafo citado queda completamente claro que en 1624 se da formalmente posesión oficial a Pedro de Zárate de los terrenos de Jalapilla, que según los linderos que se mencionan corresponden a lo que hoy es Jalapa del Valle y La Cieneguilla, hecho que marca la aparición formal de la hacienda de Jalapilla.
Es evidente que la posesión territorial avalada por el Alcalde Mayor Andrés de Sosa y Tapia en 1624, no corresponde a las 50 medidas (10 hectáreas) de tierras “prestadas” a los hermanos Caro Manrique y Melchor de Avendaño, y menos a las 25 medidas de este último, puesto que el documento menciona una propiedad que colinda al norte con terrenos de San Felipe Tejalapan, al poniente con Peñoles,  al sur con Cuilapa y al oriente con San Andrés; es decir se trata de cientos de hectáreas de tierras en vez de las 10 hectáreas “prestadas” originalmente.
El surgimiento de las haciendas fue un hecho objetivo que respondió a las necesidades de producción y consumo, en el momento en que las tierras comunales de los indígenas, fueron cediendo el paso a la propiedad privada de la tierra y con esto a la formación de las haciendas, como es el caso de la hacienda de Jalapilla.
Otro aspecto importante que hay que resaltar del pasaje descrito es que por el año de 1624, cuando aparece formalmente la hacienda de Jalapilla, se indica una categoría de campesinos terrazgueros que laboraban en las posesiones territoriales del hacendado, hecho que marca un viraje radical en el desarrollo histórico de San Andrés Ixtlahuaca, porque da inicio a un nuevo Sistema de Producción conocido como Feudalismo, cuyas clases sociales fundamentales fueron los hacendados poseedores de las tierras despojadas a las comunidades y los campesinos, que una vez despojados de sus mejores tierras, no les quedó otra alternativa que trabajar en las haciendas para subsistir.
Los campesinos, no era una entidad social homogénea, más bien, estaba integrada por diversas categorías:
a).- Peones “acasillados.
Fue una categoría de campesinos que vivían permanentemente en las proximidades del “casco” de la hacienda; trabajaban en forma habitual en labores agrícolas de las tierras del hacendado, cuidando ganado,  desarrollo de servicios, etc.; a cambio de recibir como pago productos de la hacienda, un pegujal ( solar )  y dinero.
Los peones “acasillados”, aunque tradicionalmente se les ha clasificado  como campesinos por trabajar las tierras del hacendado, en realidad se trataba de trabajadores permanentes, procedentes de las antiguas comunidades, en las que habían perdido sus tierras; por ende, tuvieron que migrar de sus comunidades y establecerse como trabajadores residentes en las haciendas, cuyo pago por su fuerza de trabajo, se realizaba en especie y dinero. Dada la insuficiente mano de obra, los peones “acasillados” fueron “atados” a la hacienda, a través de las deudas. Así pues, se trató de una relación laboral pre capitalista que se fortaleció posteriormente y, perduró hasta el Cardenismo (1934-1940).
b).- Peones eventuales.
Se trataba de  trabajadores asalariados temporales de las haciendas; se caracterizaban en general por ser pequeños propietarios y comuneros que al no alcanzar a cubrir sus necesidades con sus escasas tierras, estuvieron obligados a vender su fuerza de trabajo al hacendado durante las épocas de mayor actividad en las haciendas, como fueron principalmente las labores de siembra y cosecha de los cultivos agrícolas. Recibían  a cambio de su fuerza de trabajo dinero y poco a poco fueron adquiriendo mayor importancia conforme se fueron consolidando las relaciones  de producción capitalistas.
c).- Arrendatarios.
Categoría de campesinos muy extendida en la economía rural. Se caracterizaban por la renta de las tierras del hacendado, para la extracción de leña, pastoreo de ganado y elaboración de carbón vegetal. La renta generalmente la pagaban en dinero, pero frecuentemente entraban en conflicto con los hacendados  porque no podían cubrir los compromisos con los hacendados. Esta fracción de campesinos constituyó el sector principal que se enfrentó a los hacendados en los aspectos legales y económicos, a tal grado que la mayoría de conflictos de los hacendados fueron contra esta categoría de campesinos.
Los Naturales de San Andrés Ixtlahuaca, siempre se resistieron a pagar renta por el pastoreo, extracción de leña, elaboración de carbón y cultivo de tierras arables, como lo demuestra el caso que a pedimento de los indios: “Se libró Real Provisión por esta Real Audiencia a los veinte y quatro días del octubre del año de mil setecientos  ochenta y dos, quejándose de extorsiones que les infería dicho Don Agustín incrementándoles las pensiones y pretendiendo exigirles doscientos diez y ocho pesos, desde lo corrido del año ochenta hasta aquel tiempo; en cuya virtud se libró dicha Real Provisión para que dicho Varela no permitiera se innovase en manera alguna en la pensión que hubiesen de pagar los Naturales por las tierras que ocupaban, y como esta Real Provisión se presentase por los mismos indios con escrito, se obedeció y se mandó comparecer a la República para que exhibiese documento que justificase el exceso de que se quejaron. Y hecha la diligencia en el Auto de ella expresaron que la pensión que habían pagado antes por convenio que tuvieron con Jalapilla,  por sacar leña del monte era el dar cinco leños en cada carga. Pero resistiendo esta pensión ofrecieron dar un tanto y que se les diese el monte libre para sacar leña y pastar en el todos sus ganados, y entonces se comprometieron a pagar treinta pesos cada un año. Pero tomada su declaración a Don francisco Xavier de Villavicencio procurador de los mismos indios, dice, concordar con la declaración del licenciado Don Antonio Justo de Mimiaga Prevendado de aquella Santa Iglesia de  Oaxaca, que lo que pagaban eran cien pesos en cada año y que se interesó el mismo procurador para que esta pensión se moderase y habiéndose allanado Don Agustín de Varela a recibir ochenta pesos en cada un año, vinieron a quedar convenidos en cinquenta o sesenta pesos remitiéndose al instrumento que se celebró por no acordarse al punto fijo de esta cantidad”.
La lucha entre hacendado y campesinos arrendatarios continuó hasta desembocar en convenio celebrado entre los naturales de San Andrés y Agustín Varela Chacón poseedor de la hacienda de Jalapilla en 1783, cuyas cláusulas y condiciones se ilustran en el siguiente pasaje:
“La primera que se obligan dichos naturales a dar y pagar por el arrendamiento del Monte al señor Don Agustín Varela cincuenta pesos anuales, que han de pagar adelantados en cada uno, el que comenzó desde el primero de enero de este año, cuio importe tiene recibido dicho señor. A su tiempo se ha de verificar sin reclamo ni contradicción en el futuro. La segunda, que este arrendamiento debe entenderse por solo el pasto y leña, y por lo que hace a las siembras que hagan dichos Naturales en las tierras de la hacienda de dicho señor Varela de maíz y frijol, que deberán cercar de su cuenta para que no se verifique daño de los ganados, han de pagarle el correspondiente y debido partido, según el estilo y práctica que en el caso acostumbran dar voluntariamente los labradores, y que para usarse dichas tierras han de avisar a la hacienda y no han de sembrar chile ni tomate en ella. La tercera que liquidadas sus cuentas resultan deber dichos Naturales al expresado señor Varela ciento veinte pesos de dos años de arrendamiento pertenecientes a los de ochenta y uno y ochenta y dos, los que le satisfarán en tabla y mano propia en todo el presente mes sin reclamo. La cuarta que este compromiso es libre en ambos, así en arrendarlo los Naturales, como dicho señor en verificarlo, no dándole perjuicio el que probado queda ya de ningún valor ni efecto este sin más declaración, ni figura de juicio. La quinta que en señal de la verdadera y espontánea transacción que se hacen han de quedar los originales, en poder de una parte y de la otra íntegro testimonio de ellas, para en guarda de sus respectivos derechos y a cuyo fin se dan por citados para el efecto de ellos, suplicando al señor Corregidor se sirva aprobar esta transacción y haberlos por comprometidos en los términos legales, interponiendo para su mayor validación y firmeza la autoridad de su noble oficio y su judicial decreto, bajo cuyos términos y circunstancias, quedan avenidos y transigidos de sus libres y espontáneas voluntades, y no por otro motivo, ni por temor de que no se les guardará justicia, y para así cumplirlo ambas partes hacen las obligaciones y renunciaciones en derecho necesarias. En cuio testimonio así lo otorgaron y firmaron los que supieron y por el que no supo lo hizo uno de los testigos que lo fueron presentes”.
En el mismo sentido se expresa el escrito de 1782 presentado por  Ignacio Covarrubias, representante legal de los Naturales de San Andrés Ixtlahuaca, en el que menciona que el actual poseedor de la hacienda de Jalapilla es: “Dueño absoluto de dichas tierras y tiene tan acosijados y pensionados a dichos mis partes, que hasta el año pasado de ochenta les ha hecho y precisado a que paguen terrazgo de lo poquillo que siembran y cultivan en tomate y chile para su manutención y subsistencia y para subvenir a sus cargas profanas y eclesiásticas: de suerte que teniéndole pagados hasta el citado año de ochenta más de trescientos treinta pesos, quiere ahora, por fuerza el que por los dos años y meses que han corrido les apronten por lo menos otros doscientos dieciocho que les ha regulado y les hace cargo y porque a tan injusta y usuraria pensión, se han resistido hasta que la rectitud de Vuestra Alteza con conocimiento de causa califique y determine sobre la propiedad de dichas tierras pendiente como llevo dicho los perjudica y molesta tanto y, por medio de su Mayordomo Baquera y demás sirvientes que de propósito les introducen ganados en sus sembrados y sementeras para que se las destruyan y aniquilen, teniendo tal atrevimiento uno de dichos Mayordomos que en el referido año de ochenta en una suerte de tomatada sembrada por una miserable viuda nombrada Lorenza de Santiago, estando ya echando frutos por su propia mano y con un terciado que llevaba destrozó primero la planta y después metió ganado mayor para que acabase hasta con la semilla, solamente porque no le pidió permiso para sembrarla: siendo este hecho y otros que omito lo más notable y digno de un severo castigo, el que a consecuencia de ese grave perjuicio le hiciese pagar a la infeliz viuda en más de lo que valía la suerte: lo mismo que se ejecuta con los demás que siembran regalándoles a cada uno ya doce, ya quince pesos por lo que cogen, y en buena cosecha no vale más que ocho o diez”.
En los párrafos anteriores se pone en evidencia la lucha que “libraron” los naturales de San Andrés Ixtlahuaca con el poseedor de la hacienda de Jalapilla Agustín Varela, a fines del siglo XVIII, particularmente los arrendatarios que constituyeron la fracción del campesinado que más decididamente se enfrentó a los propietarios de dicha hacienda; pues, no era posible que los dueños legítimos de las tierras se convirtieran en arrendatarios de sus propias posesiones territoriales en posesión del hacendado.
d).- Terrazgueros (aparceros).
Campesinos que trabajaban tierras de los hacendados, cuya renta se cubría con una porción de la cosecha destinada al propietario de la hacienda, por el derecho de usufructuar las posesiones de los hacendados. Una categoría muy común de aparceros, fueron los medieros que para tener derecho al producto de las tierras del hacendado, destinaban la mitad de la producción para el propietario de la hacienda. Esta práctica estuvo muy extendida  y arraigada, de tal forma que todavía se conserva ocasionalmente en la actualidad, sobre todo en el sector de campesinos más pobres, que todavía trabajan a “medias” las tierras de los campesinos ricos.
El Sistema de Producción Feudal se caracterizó por presentar una estructura jerárquica en la que en la cima se encontraba el Monarca (Virrey), del cual dependía el Clero; éste a su vez tenía subordinados a los hacendados vía tributo ( diezmo) y en la base estaban los campesinos que dependían de los terratenientes –básicamente hacendados- a través del pago de renta en diversas formas (en especie, en trabajo y en dinero) en correspondencia con la etapa histórica de desarrollo del feudalismo; aunque, frecuentemente no existieron en forma pura, solo a medida que las relaciones capitalistas se fueron abriendo paso en el seno del viejo modo de producción, sobre todo a fines de la dominación española con las Reformas Borbónicas de carácter capitalista, la forma monetaria fue adquiriendo mayor preponderancia, tal como lo exigían las relaciones de producción burguesas, que se abrían paso en el seno del declinante Modo de Producción Feudal.
4.2. Luchas de los comuneros de San Andrés Ixtlahuaca
La lucha de los naturales de San Andrés Ixtlahuaca, inició prácticamente desde 1582, cuando fueron “prestadas” 50 medidas de tierras a los hermanos Caro Manrique y Melchor de Abendaño. Posteriormente, la lucha continuó en 1642–1647 contra Pedro de Zárate, poseedor en aquel entonces de la hacienda de Jalapilla, que finalmente las autoridades judiciales del virreinato fallaron a favor de la “restitución” de las tierras a favor del “dueño” de la hacienda de Jalapilla, aunque la razón legal no le asistía. El fallo judicial en beneficio del “dueño” de la hacienda de Jalapilla prueba el contubernio de las autoridades de impartir justicia con el hacendado al decidir la “restitución”, figura jurídica que legalizaba como legítimo propietario de las tierras en litigio a Pedro de Zárate y por el contrario acusaba a los nativos de San Andrés Ixtlahuaca de usurpadores.
La lucha de nuestro pueblo por recuperar sus legítimas posesiones territoriales fue permanente, pero es digno de destacar un acontecimiento acaecido por el año de 1681, cuando la hacienda de Jalapilla fue donada por Josefa de Zárate (hija del dueño anterior) al convento de Santa Catalina de Sena de la Ciudad de Antequera (hoy Oaxaca), hecho a todas luces ilegal, puesto que no podía ser donada una propiedad que no le pertenecía; no obstante, las autoridades judiciales la consideraron como válida y el convento, poco tiempo después en 1683 la vendió a Diego Vásquez. Hechos a todas luces ilegítimos, puesto que tanto la donación como la venta al nuevo “propietario”, no procedían porque las tierras de la hacienda de Jalapilla no le pertenecían a la heredera de Pedro de Zárate; por consiguiente, el Convento de Santa Catalina de Sena tampoco podía vender legalmente  lo que no le pertenecía en propiedad.
El nuevo “dueño” tuvo un litigio con los naturales de San Andrés Ixtlahuaca, mismo  que se inició en 1683 y se prolongó hasta 1699, cuando las autoridades judiciales del Virreinato fallaron a favor de dicho particular, a pesar de que tampoco fue legal. Al parecer en este año se dio un viraje radical a favor del hacendado de Jalapilla, pues el fallo no solo se restringió a la posesión  de la hacienda sino también se extendió a otros sitios aledaños, todavía poseídos por nuestro pueblo como fueron: Guiconachapa, Melchor de Abendaño y el Zapote; a partir de entonces se convirtieron en sitios de disputa entre los naturales de nuestro pueblo y, los propietarios que fueron poseyendo dicha hacienda.
El sucesor de Diego Vásquez fue Juan Francisco Gutiérrez, con el que nuestro pueblo tuvo litigio territorial en 1716–1717 y como era de esperarse el fallo se dio nuevamente a favor de este particular, aunque es digno resaltar que nuestros antepasados dieron una lucha heroica.
La lucha constante que los naturales de San Andrés Ixtlahuaca sostuvieron con los propietarios de la hacienda de Jalapilla, tanto civiles como eclesiásticos, y los fallos judiciales a favor de los poseedores de la hacienda, demuestran claramente que las clases privilegiadas durante la época colonial fueron los hacendados particulares y la Iglesia, cuyo gobierno virreinal representaba sus intereses económicos.
Durante la época colonial los naturales de San Andrés Ixtlahuaca sostuvieron una lucha permanente por la recuperación de sus tierras y como ha sucedido siempre en la historia de México, ha habido personas que han estado de lado de las luchas justas. En este sentido, lo evidencia el alegato jurídico del abogado que asesoró legalmente   a los afectados, en el que documenta el despojo de las tierras de los naturales de San Andrés Ixtlahuaca, desde 1582 hasta 1777:
“Muy poderoso señor. Joachím Antonio Guerrero y Tagle en nombre de los Naturales de San Andrés Ixtlahuaca, jurisdicción del Corregimiento de Antequera de Oaxaca, en los Autos con el Licenciado Jerónimo Morales de Sigala poseedor de la hacienda de Xalapilla, sobre tierras, supuesto su estado como mejor proceda, digo: que la justificación de Vuestra Alteza, se ha de servir de declarar haber probado mis partes, lo que probar les convino, y no haberlo hecho la contraria en modo alguno: y en consequencia pertenecerles la propiedad de las tierras que han demandado en los escritos de foxas ciento quarenta quaderno quinto, y nobenta y una del quaderno octavo corriente; y de mandar se les de posesión, bajo los términos y linderos, que se expresan en la diligencia de vista de ojos  que se practicó en el término de prueba y comienza a foxas treinta y una quaderno catorze, condenando a la contraria en las costas y frutos percibidos: que así es de justicia”.
En seguida, en el alegato se argumenta la posesión territorial de los naturales de San Andrés Ixtlahuaca, mediante títulos emitidos por las autoridades coloniales de distintas épocas y compra realizada al convento de la Concepción de la ciudad de Antequera (Oaxaca).
“Uno de los títulos con que mis partes han defendido sus tierras desde el año de seiscientos veinte y quatro, en que ya había disensiones entre ellos, y Don Pedro de Zárate poseedor que fue de la Labor de Xalapilla, es la Merced de un sitio para ganado menor que les hizo Vuestro Virrey Don Luis de Velasco, en enero de quinientos noventa y dos en la parte que llaman Guiconachapa, distante del Pueblo como tres quartos de legua. La constancia de este título solo se había hecho por el testimonio que comienza a foxas nueve quaderno treze en que lo hay de una Merced hecha por Don Gaspar de Zúñiga y Azevedo, Conde de Monterrey en treinta de enero de seiscientos nobenta y nuebe, en que se expresa hacérsela duplicada, por habérseles perdido la referida… Otro es la escritura de foxas primera quaderno treze su fecha en Antequera a veinte y ocho de marzo de mil seiscientos cinquenta y tres años, en que consta que Antonio Fernández de Machuca mayordomo del Convento de Religiosas de la Concepción, vendió a mis partes unas tierras, que por la parte del oriente y sur lindan con las del pueblo, por el poniente con las que poseía Diego de Ruiz Bocasabal y por el norte con las de San Felipe, sujeto a Guaxolotitlán, según y cómo las poseyó Sebastián  Ortiz, y después Andrés Tamayo Depositario General que fue de aquella ciudad, por el precio de cuatrocientos pesos que habían de reconocer a censo redimible… Otro es el que tienen todos los pueblos del Reyno, para que se les midan seiscientas varas por cada viento: las cuales se dieron a mis partes a foxas ciento quarenta y ocho quaderno quinto. Bien que aunque se les asignaron, esto fue después de haberse posesionado Don Juan Francisco Gutiérrez de todas quantas pertenecen al pueblo, y havían siempre poseído hasta que les fueron despojando los particulares; comenzando desde el primer poseedor de Xalapilla, que se reconoce en los Autos, como se manifestará adelante. Otro título es aquella declaración,  que hizo el Governador de Teozapotlán Don Luis de Velasco, que se halla testimoniada entre los títulos de Xalapilla a foxas quarenta y ocho buelta quaderno primero, en que con fecha de seis de abril de mil quinientos ochenta y dos, expresa haver dado a Don caro Manrique y a Don Melchor de Abendaño cinquenta medidas de tierras, pertenecientes al pueblo de mis partes, con el fin de que no les hiciesen vejaciones. Esta declaración se presentó por la República de Teozapotlán, a quién el Pueblo de mis partes está sujeto desde entonces; y en virtud de ella pidió en su escrito de treze de enero de seiscientos treinta y quatro que se devolviesen las tierras. Mis partes reprodujeron la demanda que comenzó a substanciarse; pero no se concluyó este juicio de propiedad por haverse mezclado el de posesión hasta que siendo  ya poseedor de Xalapilla el Doctor Don Diego Vasquez se suscitó nuevamente por el año de seiscientos nobenta y siete; pero finalmente quedó indeterminado el juicio en todas las instancias por los parajes que se removieron sobre la posesión y se refieren en el escrito de foxas nobenta y una quaderno octavo a que me remito, por no molestar la atención de Vuestra Alteza… A estos quatro títulos, se agrega otro y es el de la Composición que han hecho en el Jusgado Privativo de Tierras, por las que se comprenden bajo de los linderos, expresados en los escritos insertos en los despachos de foxas treze y siguientes, quaderno treze: y son los mismos que se contienen en quantas diligencias se han expresado, digo, se han practicado, ya de Vista de Ojos, ya de amparos y restitución en este proceso, y se contienen en la que últimamente se ejecutó en el término de prueba, y corre desde foxas treinta y una quaderno catorze… Las referidas Composiciones del dominio y propiedad que tienen en las demasías que hubiere, respecto a los que van expresados: porque a este fin se dirigen todas las que se hacen en el dicho Jusgado Privativo, con atención, a que las mercedes, que se hicieron recién conquistado el Reyno, no explicaban los términos y centro con la individualidad que ahora, ni se medían: de que dimanan los pleytos que se han determinado y están pendientes en los Tribunales, sin que haya otra regla para resolverlos que la posesión, ni otro justificado título, quando hay exceso de las caballerías y sitios, que las Composiciones, cuando recaen sobre títulos expedidos legítimamente, o sobre antiquísimas posesiones quietas y pacíficas de cuio origen no haya memoria”.
Hasta aquí está perfectamente claro que los naturales de San Andrés Ixtlahuaca poseían cinco títulos de propiedad que amparaban sus posesiones territoriales, y que a pesar de ello la hacienda de Jalapilla seguía aumentando la extensión de sus tierras, sin presentar ningún título de propiedad debidamente legalizado y confiable, como lo expresa el alegato en los siguientes términos:
“Pasemos ya a examinar el título que hayan tenido  los poseedores de Xalapilla para quererse hacer dueños de estas tierras: y ciertamente admira que hayan formado un proceso tan voluminoso como este, que asciende a dos mil foxas, quarenta y dos menos, sin que hayan manifestado el menor título. Merced no hay. Fundación de casicazgo tampoco: pues sobre el contrario supuesto caminaron las intenciones del Doctor Vasquez en el pleyto que siguió con los Zarates, sobre la donación que hizo doña Josepha del mismo apellido al convento de Santa Catalina de Antequera, según produce la Real Provisión executoria, que corre desde foxas ciento quarenta y ocho hasta ciento ochenta y una quaderno primero, en que defendió que eran bienes partibles. ¿Pues cual será este título? Vuelvo a decir que no se encuentra: y esto solo basta, para que en este juicio plenario de propiedad en que estamos se desprecien aquellos amparos de posesión que se les ha dado, descubiertos ya, que no tienen el menor derecho de propiedad”.
En el párrafo anterior se prueba que los “dueños” de la hacienda de Jalapilla, no presentaron ningún título de propiedad en los litigios contra los naturales de San Andrés Ixtlahuaca y que era inútil el expediente que se había integrado de casi dos mil fojas -hojas- al no presentar ninguna prueba a favor de los poseedores de la hacienda.
Después el alegato describe como la hacienda de Xalapilla, sigue incrementando sus posesiones territoriales desde siete, doce caballerías, un sitio y finalmente cinco sitios para 1776-1777, en el litigio con Jerónimo Morales de Sigala; extensión que no justificaba con las cincuenta medidas “prestadas” inicialmente en 1582 a los hermanos Caro Manrique y Melchor de Abendaño, y menos las veinticinco medidas que le correspondían a este último que se supone fueron las heredadas a su hija Angela de Abendaño. Aun suponiendo que fueron válidos los argumentos de Pedro de Zárate en el sentido de que las tierras heredadas eran siete caballerías y no veinticinco medidas,  aun así era inexplicable como se pasó finalmente a cinco sitios. En este sentido el alegato se manifestó en los siguientes términos:
“Al principio son siete caballerías: después son doce, después es un sitio y últimamente son cinco. Solo mirando en los autos que desde siete caballerías de tierras  han extendido sus deseos a cinco sitios, se creería tanta malicia. No han tenido los poseedores de Xalapilla otro aparente título  que la citada división con que si en ella tan solamente cupieron a Don Pedro, siete caballerías en el paso de Jalapa, ¿de dónde podrá venir acción a los sucesores para apoderarse de esos sitios? ¿y qué diremos, si lo único que comedio aquel gobernador don Luis de Velasco fueron cincuenta medidas a Don Caro Manrique y Don Melchor de Abendaño? es verdad que no se dice quantas fuesen las varas, pero pues Don Pedro de Zárate defendió, que todas las tierras componían como siete caballerías, se deduce que eran de menor extensión las medidas. El empréstito se hizo a los dos hermanos y así la mitad solamente toco a Don Melchor y consiguientemente aunque pasasen, digo, pensasen que eran siete caballerías nunca pudieron formar  idea de pertenecerles más que tres y media”.
Con toda la anterior argumentación, queda claro que los nativos de San Andrés Ixtlahuaca tuvieron suficientes títulos y, por el contrario, los poseedores de la hacienda de Xalapilla no exhibieron ninguno, en los diferentes juicios en que participaron.
Los argumentos legales presentados por el abogado Joaquín Guerrero y Tagle, son contundentes a favor de la posesión territorial de los naturales de San Andrés Ixtlahuaca, mediante cinco títulos que amparaban la propiedad de los terrenos de San Andrés Ixtlahuaca y fueron los siguientes: 50 medidas de tierras “prestadas” a los hermanos Caro Manrique y Melchor de Abendaño en 1582, Merced expedida por el Virrey Luis de Velasco de un sitio de ganado menor conocido en lengua zapoteca como “Guiconachapa” en 1592, escritura de compra al convento de la Concepción de la ciudad de Antequera (Oaxaca) de un sitio en un precio de $ 400.00 (cuatrocientos pesos) en  1653, 600 varas en dirección a los cuatros puntos cardinales (norte, sur, este y oeste), expedidas por las autoridades virreinales para establecimiento de los asentamientos del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, superficie que por ley le correspondía al municipio y, Título de Composición del resto de las tierras no consideradas en las anteriores escrituras. Por el contrario, la contra-parte: los poseedores de la hacienda de Xalapilla no presentaron ningún título, pues, era evidente que se habían adueñado de las tierras de los naturales de nuestro pueblo de forma ilegal y algunas veces violentamente; y trataron de justificarlo con un expediente de 1958 hojas en el que se plasmaron mentiras y engaños para apropiarse de las tierras de nuestro pueblo.
A pesar de los argumentos legales inobjetables, los fallos judiciales siempre fueron en beneficio de los poseedores de la hacienda de Xalapilla.
Además, de los argumentos legales expuestos anteriormente, se desprende también que, la lucha de los Naturales de San Andrés Ixtlahuaca inició realmente desde que comenzó el despojo de sus tierras en el año de 1582 por los particulares Caro Manrique y Melchor de Abendaño, que en contubernio con las autoridades de Teozapotlán, hoy Zaachila, se posesionaron en calidad de “préstamo” de 50 medidas de tierras en lo que actualmente es Jalapa del Valle, Cieneguilla y Río Jalapilla. Estas posesiones territoriales pasaron posteriormente a los herederos de Melchor de Abendaño alrededor de 1623, particularmente de su yerno Pedro de Zárate que se apropió del sitio de Jalapilla, que luego se transformó en 1624 en una hacienda modesta por su tamaño, pero que sucesivamente fue incrementando su extensión hasta llegar en 1776-1777 a adquirir cinco sitios, en constante confrontación con los nativos de San Andrés Ixtlahuaca, que nunca aceptaron pasivamente el despojo de sus bienes territoriales, actuando principalmente en los ámbitos jurídico y económico. En el primero recurrieron a diversos litigios legales, destacando los de 1642–1647 con Pedro de Zárate hijo, quien  finalmente obtuvo el fallo judicial a su favor; el de 1683–1699 con Diego Vásquez, litigio ganado por dicho particular en el que se favoreció no solo la posesión de la hacienda de Jalapilla, sino otros tres sitios más, como fueron el Zapote, Melchor de Abendaño y Guiconachapa, es decir, que este fallo fue crucial en el  incremento de las extensiones territoriales de la hacienda; el de 1716–1717 contra Juan Francisco Gutiérrez sucesor de Diego Vasquez, también favorable al poseedor de la hacienda de Xalapilla; 1776–1777 litigio con Jerónimo Morales de Sigala, juicio en el que los naturales de San Andrés estuvieron representados por el abogado Joaquín Guerrero y Tagle; el de 1792–1793 con el Convento de la Concepción por los sitios: El Zapote, Guiconachapa y Melchor de Abendaño; pleito en el que se realizaron deslindes para la verificación de linderos de los sitios en litigio, diligencia que dio como resultado un croquis de los sitios en disputa con el Convento que, todavía se conserva en el archivo de la Alcaldía Municipal.
Según testimonios de 1893, las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca  en respuesta a Real Cédula en 1772–1776, en la que las autoridades virreinales, solicitaron título de las 600 varas de tierras a las que tenía derecho por ley nuestro pueblo; contestaron que no solamente les interesaban las 600 varas, sino también las tierras amparadas en títulos y mercedes de tiempo inmemorial, ya señaladas en el juicio de 1777; y hacen referencia a los documentos existentes en la Real Audiencia que prueban sus posesiones territoriales. Declaran, además que en los cuatro puntos cardinales han sido despojados de sus bienes territoriales: al oriente por Nicolás de Torres, al norte por Agustín Varela y por pobladores de San Felipe Tejalapan; poniente por Juan Francisco Gutiérrez y al sur por habitantes de San Pedro y Cuilapan. Es decir, que de la considerable extensión de tierras comunales que amparaba el Título Primordial de fundación de nuestro pueblo que, data de la época prehispánica cuando se colindaba con San Felipe Tejalapan, Santa María Peñoles, Santiago Tlazoyaltepec, San Pablo Cuatro Venados, Cuilapan y San Pedro Ixtlahuaca; y que por diversas razones esos mismos pueblos colindantes se apoderaron de gran parte de nuestro patrimonio territorial; y, aunado a los terrenos comunales de los que se adueñó la hacienda de Jalapilla y que al finalizar la época colonial poseía alrededor de 1700 hectáreas.
Otro aspecto que se deriva del alegato con el poseedor de la hacienda de Xalapilla es el incremento de la extensión territorial de la hacienda de Jalapilla desde su antecedente más lejano como fue el “préstamo” de 50 medidas de tierras a Caro Manrique y Melchor de Abendaño, hasta cinco sitios a fines de la época colonial.
Considerando  los equivalentes en hectáreas de las unidades de superficie y lineales utilizadas en aquella época, se puede representar la evolución de la extensión territorial de la hacienda de Jalapilla en el siguiente cuadro:
Cuadro 1. Evolución de la superficie de hacienda Jalapilla
Año
Superficie
Otras
hectáreas
1582
50 medidas
10
1624
7 caballerías
297.5
1699
12 caballerías y 3 sitios
510
1800
5 sitios
1700
Fuente: Alegato Jurídico (1776-1777) y Taylor (1973).
Es evidente el aumento de superficie de tierra, desde 1582 hasta 1800, período en el que la propiedad de la tierra evolucionó de una superficie insignificante de 10 hectáreas en 1582, transformándose posteriormente en hacienda en 1624, con una extensión de casi 300 hectáreas; sin embargo, un punto a discusión es que se trató de una superficie relativamente pequeña, si se compara con las enormes extensiones territoriales que detentaron los hacendados del norte de México y otras regiones del país. No obstante, Taylor (1998) considera que aunque el tamaño era ciertamente un rasgo distintivo que variaba de 800 a 8000 hectáreas; en el Valle Oaxaca, la mayoría de haciendas cuantitativamente no  alcanzaban el rango de hacienda, pero el aspecto central que las definía cualitativamente, fue por tratarse de empresas mixtas de agricultura y ganadería que dependían del peonaje por deudas como principal forma para abastecerse de mano de obra permanente.
Después de 1624 la hacienda de Xalapilla incrementó su extensión superficial de 300 a 1700 hectáreas a finales de la dominación colonial, a pesar del sistema legal proteccionista implementado por la Corona Española desde 1542 denominado “Leyes de Indias” y reformado posteriormente.
Del alegato se infiere que los dueños de la hacienda de Xalapilla fueron en su mayoría civiles, sobre todo en su inicio, pero que también el clero regular participó como propietario como fueron los casos de los Conventos de Santa Catalina de Sena y la Concepción, ambos con sede en la ciudad de Antequera (Oaxaca); a pesar, de que al comienzo de la dominación colonial la ley prohibía a la iglesia apropiarse de las tierras de los indígenas, pero que a finales del siglo XVI, cuando la Corona Española  entró en una crisis fiscal, tuvo que recurrir a las “Composiciones” para legalizar propiedades de todo tipo, incluyendo las adquiridas ilegalmente por la iglesia para allegarse  de recursos financieros.
Los métodos para la adquisición de tierras variaban, pero las formas más comunes para apropiación de las tierras de los naturales de San Andrés Ixtlahuaca, por parte de la hacienda de Xalapilla fueron las donaciones y capellanías, que fue el caso que se presentó en 1681 cuando Josefa de Zárate donó la hacienda mencionada al Convento de Santa Catalina de Sena para financiar misas periódicas a favor de la donante. En seguida, por ejecución hipotecaria, el Convento de la Concepción se apoderó de la hacienda de Jalapilla, a finales del siglo XVIII al no poder cubrir la deuda el propietario.
Del alegato de 1776-1777 y litigios posteriores se pone en claro que la hacienda de Jalapilla cambió de dueño muchas veces, lo que prueba que no estuvo sujeta a mayorazgo (herencia al hijo mayor) y que a finales de la dominación colonial predominaron como sus propietarios el clero regular (Convento de la Concepción) y curas seculares no adscritos a una orden religiosa.
El predominio del clero como propietario de la hacienda de Xalapilla a fines del siglo XVIII, refleja la crisis de los propietarios civiles y por el contrario el fortalecimiento de la iglesia; condiciones que se conservaron durante la Independencia y se prolongaron hasta la Revolución de Reforma, época en la que la Iglesia fue derrotada por las transformaciones capitalistas implementadas por los gobiernos liberales.
En resumen, la lucha de los naturales de San Andrés Ixtlahuaca contra los propietarios de la hacienda de Xalapilla se desarrollaron en dos frentes: en el jurídico, en el que recurrieron a varios litigios, pero que finalmente fueron derrotados, aunque tuvieron la razón, ya que los fallos judiciales siempre fueron a favor de los hacendados; en el económico, el enfrentamiento se dio principalmente por los campesinos arrendatarios por mejorar  condiciones de pago de las rentas, las cuales se establecían en los convenios que generalmente, siempre favorecieron a los sucesivos hacendados que poseyeron la hacienda.
Lo anterior demuestra que las autoridades virreinales, siempre estuvieron a favor de los intereses de los hacendados civiles y eclesiásticos en los conflictos agrarios más importantes, lo que prueba que los grandes terratenientes –la mayoría hacendados- y la iglesia fueron las clases económicamente dominantes y privilegiadas durante la etapa colonial.
En el ámbito ideológico, el principal sostén del sistema colonial fue la Iglesia, a través de la religión, la cual fue utilizada  para justificar  la explotación de los pueblos. Fue tanta su influencia, a tal grado que en cada hacienda existía una capilla para las actividades religiosas destinadas a fomentar los valores espirituales en los peones de la hacienda.
Los hechos demostraron posteriormente que no bastaron la lucha jurídica y económica, para hacer justicia a los campesinos de San Andrés Ixtlahuaca; para que se cumplieran sus aspiraciones de recuperar sus tierras, se requirió de la lucha política en su forma más radical, es decir de tres revoluciones, que “barrieron” con las clases sociales privilegiadas económicamente en sus respectivos momentos históricos: Independencia, Reforma y la de 1910-1917 que finalmente les hizo justicia al dotarlos con 1440 de tierras ejidales, que aunadas a las 1450 hectáreas comunales que perduraron desde la época pre-hispánica, dan un total de 2 890 hectáreas, que sumadas a las 136 hectáreas de pequeña propiedad y 28 de zona urbana, dan un total de alrededor de 3000 hectáreas que actualmente detenta nuestro pueblo.

5. Independencia de México
5.1. Independencia de México
Brading (1975) explica que el acto final de la revolución borbónica  en el gobierno fue el decreto de consolidación o de amortización, promulgado en diciembre de 1804. Ante la amenaza de una inminente bancarrota la Corona Española exigió que todos los fondos eclesiásticos fueran entregados al tesoro real, el cual pagaría a partir de entonces el interés del 5% sobre el capital depositado. Estos fondos ascendían a más de cuarenta millones de pesos y en su mayor parte tenían la forma de hipotecas y préstamos garantizados con propiedades rurales y, en menor medida, con bienes urbanos. Esta nueva ley, en consecuencia, constituyó un ataque directo contra los intereses económicos de la mayoría de los terratenientes y de algunos comerciantes y mineros. Toda persona que hubiere tenido préstamos de la Iglesia quedaba obligado a liquidarlos en pagos periódicos en un plazo no mayor de diez años, y para muchos propietarios fue imposible cumplir con dicha obligación; algunos de ellos vieron sus propiedades embargadas y rematadas. Además, como muchas haciendas aparecieron simultáneamente en un mercado en el que la demanda era, en el mejor de los casos, lenta de por sí. Los precios de la tierra se derrumbaron, con la consecuencia de que el valor proporcional de los gravámenes fijos aumentó considerablemente. A fines de 1808 esta salvaje requisición de capital había exprimido de los bolsillos de las clases propietarias más de doce millones de pesos. En la congregación de Dolores el cura párroco, Miguel Hidalgo y Costilla, no logró reunir los 7000 pesos que su pequeña hacienda debía, de manera que esta fue embargada y dada en alquiler, no recobró la posesión de dicha propiedad sino hasta los primeros meses de 1810. Sin duda alguna, el decreto de amortización predispuso a la colonia a la revolución, e irritó fuertemente tanto a los criollos como a los peninsulares. El golpe de estado de 1808 contra el virrey José de Iturrigaray, tuvo un doble significado, ya que fue tanto una maniobra de los antiguos organismos heredados de la dinastía de los Habsburgo que trataban de proteger sus prerrogativas, como la expresión de fuerza de la verdadera aristocracia de México, es decir, los inmigrantes españoles, en defensa de su posición privilegiada en la Nueva España.
Aguilar (1986) escribió que la nobleza o aristocracia mexicana de la época colonial, fue una fracción de la clase alta, a la que más que ciertos títulos de nobleza la distinguió tener más dinero  y propiedades que otros. Parece claro que la clase alta de México de aquella época estuvo constituida por los propietarios y negociantes más ricos, con o sin títulos nobiliarios, muchos ligados al viejo régimen al que explicablemente defendían; la incipiente burguesía propiamente mexicana que empezaba adquiriendo importancia en el comercio, la minería, la industria y aun en ciertas actividades agrícolas y ganaderas y, que en defensa de sus intereses aceptó casi siempre el orden establecido, pero a la vez se mostraba inconforme y simpatizaba con la independencia política, en tanto esta no afectara sus intereses económicos. En el otro extremo de la escala social, las clases bajas consistían en las masas pobres, en los trabajadores, campesinos, artesanos y soldados, principalmente indígenas, aunque también mestizos e incluso elementos aislados de origen blanco, en parte insertos en la vieja economía y en la estructura del poder colonial, y en parte miembros ya de una fuerza laboral; es decir, de una masa creciente de trabajadores asalariados ocupados en empresas de diverso tipo, en que pese a todos los obstáculos, empezaba a abrirse paso el capitalismo. El clero y el ejército, no obstante, que a menudo fueron vistos como dos de las clases principales de entonces, en realidad eran dos poderosas corporaciones, la primera religiosa, la segunda civil, en cuyo seno había desde elementos muy ricos hasta empleados muy pobres que sin perjuicio de pertenecer formalmente a una misma organización, en horas de crisis como la Revolución de Independencia militaron en bandos contrarios. El clero y el ejército fueron más que clases privilegiadas, instituciones cuyos miembros gozaron de fueros y privilegios que a fines de la dominación colonial resultaban a todas luces anacrónicos e intolerables. A fines del siglo XVIII parece claro que la liberación de la fuerza de trabajo como condición para explotarla de manera propiamente capitalista, estaba en marcha como un nuevo fenómeno histórico. El trabajo asalariado predominaba en la minería, las principales empresas industriales, el comercio interior y exterior e incluso en ciertas explotaciones agrícolas y ganaderas.
Semo (2004) afirma que es hasta la segunda mitad del siglo XVIII, con el desarrollo de la división social y regional del trabajo, cuando el auge combinado de la minería, ganadería lanar, manufacturas y agricultura de exportación, cuando comienzan a manifestarse con vigor la acumulación originaria de capital industrial, acontecimiento que implicaba un paso muy importante en el desarrollo del capitalismo en México.
Es evidente que las reformas borbónicas de naturaleza liberal-burguesas fueron el antecedente inmediato, que al generar un auge económico, con la consecuente generación de considerable riqueza concentrada en las clases pudientes, contrastaba con la pobreza extrema de las clases populares, desigualdad socio-económica que contribuyó decisivamente a la insurrección popular en su fase revolucionaria, dirigida por Hidalgo y Morelos.
5.2. Demografía
Alamán (1808), ilustre intelectual conservador, describe la estructura poblacional de la sociedad en vísperas del inicio de la Independencia: La distinción que las leyes hicieron entre las diversas clases de habitantes, fueron de gran influencia en la revolución y en todos los acontecimientos sucesivos. Estos nuevos elementos fueron los españoles y los negros que ellos trajeron de África. Distinguiéronse poco tiempo después los españoles en nacidos en Europa y los naturales de América, a quienes por esta razón se dio el nombre de criollos, que con el transcurrir del tiempo vino a considerarse como una voz insultante, pero que en su origen no significaba más que nacido y criado en la tierra. De la mezcla de los españoles con la clase india procedieron los mestizos, así como de la de todos los negros, los mulatos, los zambos, pardos y toda la variada nomenclatura que se comprendía con el nombre genérico de castas. A los españoles nacidos en Europa,  se les llamaba gachupines, que en lengua mexicana significa "hombres que tienen calzados con puntas o que pican", en alusión a las espuelas, y este nombre, lo mismo que el de criollo, con el progreso de la rivalidad entre unos y otros, vino también a tenerse como ofensivo. Los indios vivían en poblaciones separadas de los españoles, gobernados por sí mismos, formando municipalidades que se llamaban repúblicas, y conservaban sus idiomas y trajes peculiares. Se ocupaban especialmente de la labranza, ya como jornaleros en las fincas de los españoles, ya cultivando las tierras propias de sus pueblos, que se les repartían en pequeñas porciones por una moderada renta que se invertía en los gastos de la iglesia y otros de utilidad general, cuyo sobrante se depositaba en las cajas de comunidad. Todo esto hacía de los indios una nación enteramente separada: ellos consideraban como extranjeros a todo lo que no era ellos mismos, y como no obstante sus privilegios eran vejados por todas las demás clases, a todas las miraban con igual odio y desconfianza. La población indígena predominaba en las intendencias de México, Puebla, Oaxaca, Veracruz y Michoacán, situadas en lo alto de la cordillera y en sus declives hacia ambos mares. Los españoles europeos residían principalmente en la capital, en Veracruz, en las poblaciones principales de las provincias, en especial en las de minas, sin dejar de hallarse también en las poblaciones menores y en los campos, y de estos sobre todo en los climas calientes, en las haciendas de caña, cuya industria estaba casi exclusivamente en sus manos. Los criollos seguían la misma distribución que los europeos, aunque proporcionalmente abundaban más en poblaciones pequeñas y en los campos, lo que procedía de estar en sus manos las magistraturas y los curatos de menos importancia, y ser más bien propietarios de fincas rústicas que ocuparse del comercio y otros giros propios de las ciudades grandes.
En síntesis, la población descrita por el autor citado, consideraba los grupos sociales siguientes:
Indios: 2 400 000; españoles: 1 200 000, de los cuales 70 000 eran europeos; castas: 2 400 000, dando un total de 6 000 000 de habitantes.
Es evidente que la mayoría de la población estaba constituida por los indios y por las castas, que eran el grueso de la población trabajadora del campo y de la ciudad. Ambas, participaron en la Revolución de Independencia en diverso grado bajo la dirección de los criollos y del bajo clero, en contra principalmente de los españoles peninsulares que conformaba una minoría privilegiada y rica a fines de la dominación colonial.
Zavala (1990) afirma que la población a principios del siglo XIX (1804) en la Nueva España, consistía en no más de 80 000 europeos; los criollos 1000 000; había 2 000 000 de indios; 2 685 000 mestizos, mulatos y castas en general, y menos de 10 000 negros. La desigualdad de las fortunas sorprendía a los viajeros, algunos tan ilustres como Humboldt que en 1803 en su visita a la Nueva España, observó grandes contrastes: "lujosos carruajes junto a hombres desnudos y hambrientos". Esta situación provocó que indios y mestizos se sumaran a lucha social para tratar de mitigar la enorme desigualdad social.
5.3. Revolución en la Independencia de México
Brading (1975) describe la composición social del movimiento insurgente, cuando toma la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato: las masas se unieron a Hidalgo y hasta el administrador de la mina la Valenciana, Casimiro Chovell, antiguo alumno distinguido de la Escuela de Minería, organizó un regimiento con los trabajadores. Estos mineros, junto con los indígenas de Dolores, fueron los más activos en el sitio de la Alhóndiga.
Florescano (1986) considera que durante la Independencia Hidalgo y Morelos fueron los caudillos de la insurgencia que más cerca estuvieron de la masa andrajosa y desesperada que los seguía. Esos indios y castas sin tierras, abatidos por tres siglos de servidumbre, fueron los que le dieron al movimiento insurgente su contenido popular, su fuerza y su carácter telúrico.
Esa fuerza era algo que brotaba en efecto de la tierra. Pero no pasó más allá  de incendiar haciendas y descabezar gachupines porque sus dirigentes, los criollos lo impidieron. Desde el primer instante, cuando Hidalgo cae en el vértigo de la revolución y se identifica con el pueblo y accede a sus violencias, Allende y los demás criollos le reclaman su adhesión a la fuerza salvaje que amenaza con arrastrarlo y modificar el sentido de la revolución. Lo mismo harán más tarde con Morelos los licenciados criollos que lo rodean y que acabarán por destituirlo como caudillo de la causa popular. Y es que los criollos, como repetidamente lo expresan en sus proclamas y manifiestos, sólo querían despojar a los gachupines del mando, sin ultrajar  sus personas y haciendas, sin modificar el orden de cosas establecido. En primer lugar porque lo que ellos buscaban en la Independencia era sobre todo un cambio político, no social; en segundo, porque temían, quizá tanto como los españoles, el desbordamiento de esa masa de desesperados; y en tercero, porque muchos de ellos eran hacendados o hijos de latifundistas. Por eso, a medida que se fueron alejando de la causa popular tendieron la mano a los miembros de la oligarquía que estaban dispuestos a consumar la Independencia sin modificar el orden existente. En cambio, la causa de los hombres sin tierra se refugió en las montañas, se fragmentó en pequeñas partidas de jefes y caudillos locales y finalmente fue aniquilada por el compromiso que en 1821 sellaron los criollos y los miembros de la oligarquía. En todo caso, si en algo influyó la causa popular, fue en la unión entre criollos y realistas. Fue a partir de las depredaciones que los ejércitos de Hidalgo cometieron en los bienes, propiedades y vida de los blancos, cuando los criollos que dirigían la insurgencia, y los españoles y criollos que la combatían, comprendieron que aquello podía degenerar en una lucha de proletarios contra propietarios como decía Alamán. La prueba de que ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a llegar a esos extremos, es que al consumar juntos la Independencia en 1821 ni siquiera tomaron en cuenta los acuerdos que sobre la tierra propusieron los diputados a las Cortes de Cádiz, ni los que se promulgaron en la Constitución de 1812.
En 1808 un grupo de criollos fraguó una conspiración con el propósito de suplantar a los españoles en los puestos de dirección de la Colonia. En ese mismo año la oligarquía española, y los criollos unidos a ella, descubrieron el complot, encarcelaron a los sediciosos y pusieron ellos a su virrey. En 1810 otros criollos aprovechando la confusión que estos acontecimientos y los de España habían creado en la Colonia, decidieron que había llegado el momento de realizar su viejo anhelo. Pero esta vez en lugar del complot citadino, llamaron en su auxilio a los indios y castas, a los hombres más desesperados de la Colonia, y promovieron una guerra general. Durante ésta, las banderas que elevaron no fueron la de los hombres sin tierra que les daban su fuerza y su sangre, sino otra vez la vieja bandera de los criollos. Con Hidalgo y con Morelos tuvieron la oportunidad de encabezar y hacer triunfar una guerra de proletarios contra propietarios, pero sus intereses fueron más fuertes y al fin, sin la fuerza de los hombres sin tierra, que habían perdido la esperanza en ellos y los habían abandonado o luchaban solos por su causa, firmaron un pacto con la oligarquía tradicional. En todo ello poco tuvo que ver el problema de la tierra, salvo como recurso para atraer a los indios y castas a los campos de batalla. La lucha no era solo entre españoles y mexicanos: desde un principio fue al mismo tiempo y, sobre todo, una lucha social, es decir de clases. En realidad, se enfrentaban dos fracciones de las clases altas –la propiamente dominante y la que intentaba serlo-, cada una de las cuales trataba de ganar a su causa a otras fuerzas, principalmente entre las capas medias urbanas. Las personas acomodadas deseaban en realidad la Independencia; pero retrocedían ante los riesgos que corrían sus fortunas e intereses. Es por esto que  son las gentes del pueblo y las clases medias, es decir, los abogados, los militares subalternos, los curas, el clero bajo, los frailes y principalmente campesinos pobres, que dan el paso peligroso de dirigir el movimiento social. Que el pueblo apoya la lucha emancipadora, indudablemente. Lo comprueba el rápido crecimiento del ejército libertador formado por trabajadores de las minas y otras industrias, empleados, profesionistas modestos, artesanos, parte del bajo clero y sobre todo campesinos pobres. El pueblo estaba cansado de la opresión colonial, del despojo de varios siglos, de la arbitrariedad, del robo, de la corrupción, del parasitismo de los gobernantes y de que, desde lejos otro país que más que madre patria era una madrastra injusta e incomprensiva, decidía su suerte sin tomar en cuenta los intereses, las legítimas aspiraciones y la voluntad de los mexicanos. Es por esto que al inicio de la Independencia, el movimiento recibe un apoyo multitudinario del pueblo a tal grado que de 600 en su inicio se incrementa a 100 mil hombres en sus filas. Hidalgo se entrega generosamente a la causa de la libertad y lo hace convencido de que esa lucha puede, como ocurre a la postre, cobrarle con la vida. Que ellos y quienes vienen después incurren en fallas y cometen errores, es indudable. Son seres humanos que además despliegan su esfuerzo en condiciones sumamente difíciles, bajo una correlación de fuerzas sobre todo al principio muy desfavorable y que ellos no pueden modificar a su antojo ni de inmediato. Que lanzan al país a la anarquía y al desorden, es una mentira. La anarquía tenía hondas raíces en el régimen colonial, y bajo la apariencia de estabilidad y paz había una sociedad atrasada, injusta, opresiva, irracional, sometida a intereses ajenos, plagada de graves deformaciones e incapaces de resolver sus problemas fundamentales. Que la lucha por la Independencia trajo el desorden, abusos y aun crímenes que los dirigentes no pudieron y a menudo incluso no quisieron reprimir, probablemente. La idea de que la Revolución de Independencia debió haber sido ordenada y desenvolverse armoniosamente y sin violencia, como si se tratara de una solicitud burocrática de ascenso y no de una intensa, espontánea y profunda lucha social, es una mera ilusión. Todo nuevo orden se construye en medio del desorden, del desorden a que inevitablemente lleva sobre todo la preservación de los intereses creados y del viejo orden de cosas que quienes se benefician de él se empeñan en sostener, sin importarles la dosis de violencia que reclame. Nadie renuncia a sus privilegios voluntariamente y en la lucha mexicana ello se pone de relieve desde el primer momento. Los beneficiarios del orden colonial recurren a todos los medios a su alcance para perpetuarlo: a las armas, a la palabra hablada y escrita, a la religión, a los prejuicios, y cuando es necesario a la calumnia, la represión y aun el crimen. A todo ello se enfrentan los iniciadores de la Independencia. Y lo que hacen, lo hacen como pueden, como las condiciones lo permiten; a menudo sin experiencia, sin conocimientos, sin medios materiales, sin saber si es o no lo correcto, sin ayuda y apremiados por las circunstancias y reclamos que no admiten espera. Cada quien actúa como le es posible, muchas veces sin tiempo siquiera para considerar otras opciones, sin tomar en cuenta principios que siendo justos resultan del todo inaplicables y por tanto irreales. Tanto los que hacen las cosas como quienes las juzgan, actúan como hombres en concreto, de carne y hueso, en los que se sintetizan virtudes y defectos; que en apariencia razonan conforme a principios y postulados de supuesto valor universal, pero que en realidad expresan casi siempre los intereses y contradicciones de la clase a la que pertenecen, y del segmento o fracción particular en que están insertos y en el que se mueven más de cerca. En general los que trascendieron sus intereses de clase y resolvieron las contradicciones que esos intereses les imponían, actuaron más resueltamente, tuvieron mayor fuerza, más claridad y más espíritu de sacrificio. Quienes en cambio, actuaron siempre como hombres de su clase, tuvieron del proceso una visión más limitada, desconfiaron de las masas y sintieron temor ante sus excesos y, consideraron la revolución un proceso esencialmente político–militar cuya verdadera dimensión social no comprendieron a fondo. Los principales dirigentes procedían, en general, de los estratos medios de la población; y en su mayoría eran criollos. Apenas se inicia la lucha y se incorporan a ella las masas, afloran explicables contradicciones incluso en el pequeño grupo de dirigentes. Mientras Hidalgo, primero y poco después Morelos toman posiciones radicales, Allende, Aldama y en general los jóvenes acomodados que asumen la mayor responsabilidad militar resienten la acción, los excesos, el desorden e incluso la presencia misma de las masas, y adoptan desde un principio posiciones conservadoras. En realidad sus discrepancias no se circunscriben a asuntos militares o a cuestiones de carácter incidental: expresan conflictos de intereses y una ubicación social diferente. Hidalgo, no sin comprensibles vacilaciones, apoya a menudo a los contingentes populares que responden a su llamado. Allende y sus compañeros, en cambio, permanecen fieles a la ideología de su clase y desde el principio de la insurgencia toman actitudes conservadoras. Algunos criollos ricos, que inicialmente simpatizan con la revolución aunque no participan directamente en ella, al ver amenazados sus intereses se muestran reservados y aun hostiles. Desde el inicio de la independencia, la insurgencia comandada por  Hidalgo arremetió contra los puntos débiles del sistema colonial, como lo prueban diversos decretos y disposiciones:
“Que siendo contra los clamores de la naturaleza el vender a los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud”.
"Se declara iguales a todos los americanos, sin la distinción de castas que adoptó el fanatismo”.
“Que cese para lo sucesivo la contribución de tributos respecto a las castas que lo pagaban, y toda exención que a los indios se les exija”.
“Que se entreguen a los naturales las tierras para su cultivo, sin que en lo sucesivo puedan arrendarse, pues es mi voluntad que su goce sea únicamente de los naturales de sus respectivos pueblos”.
Sin duda disgustaba y aun alarmó a las clases altas que Hidalgo ofreciera a los indígenas restituir las tierras que les habían sido despojadas; les molestó sobremanera que, con la revolución, el pueblo empezara a ser dueño de sí mismo y que en su nombre Morelos declarará: “nadie pagará tributo, ni habrá esclavos en lo sucesivo… los indios percibirán los reales de sus tierras como suyas propias”.
“Deben tenerse como enemigos todos los ricos, nobles y empleados de primer orden, y apenas se ocupe una población se les deberá despojar de sus bienes para repartirlos por mitad entre los vecinos pobres y la caja militar...”.
Una de las disposiciones agrarias de Morelos, según Ibarra (1988) es en el sentido de que "deben inutilizarse todas las haciendas grandes cuyos terrenos laboríos pasen de dos leguas cuando mucho, porque el beneficio positivo de la agricultura consiste en que muchos se dediquen a beneficiar con separación un corto terreno que puedan asistir con su trabajo; y no en que un sólo particular tenga mucha extensión de tierras infructíferas, esclavizando millares de gentes para que las cultiven por fuerza en la clase de gañanes [peones acasillados por deudas] o esclavos, cuando pueden hacerlo como propietarios de un terreno limitado con libertad y beneficio suyo y del público".
Cuando se repara en el carácter social (campesino) de tales directrices se comprende por qué la hostilidad de los ricos hacia Morelos fue tanta. Las clases privilegiadas, en realidad, nunca estuvieron con la Independencia y mucho menos con la idea de que ella se conquistara por el pueblo a través de una revolución. Los decretos de Hidalgo y Morelos en los que abolía la esclavitud, el tributo y las castas, el reparto agrario, etc., todos orientados a "barrer" los obstáculos que impedían el desarrollo del capitalismo, permiten caracterizar a la Independencia en su primera etapa como una revolución burguesa.
Tutino (1990) cita a Wolf como el iniciador del estudio moderno de los orígenes de la rebelión de Hidalgo centrado en la singularidad regional. Hizo resaltar que la insurrección brotó en el Bajío, la región más próspera del México central. Allí la sociedad colonial era más comercial, quizá más capitalista que en otras regiones de México. El complejo productivo integrado en el Bajío de una agricultura comercial, fábricas textiles y minas de plata lo ponían en lugar aparte. Wolf sostuvo que las familias del Bajío eran capitalistas incipientes y se sentían cada vez más agraviadas por las restricciones coloniales que frenaban su espíritu emprendedor. El estudio detallado del Bajío sugiere que allí surgieron después de 1750 nuevas y agudas contradicciones que contribuyeron a la insurrección popular que dio inicio a la Revolución de Independencia. El análisis comparativo de otras regiones indica que eran contradicciones exclusivas de la región del Bajío y zonas aledañas en el México del siglo XVIII. Fue una crisis regional concreta, y no los viejos agravios contra la prolongada dominación española, lo que generó la afrenta de masas movilizada por Hidalgo en 1810. Al hacerse más profunda la crisis agraria, los problemas también afectaron a las industrias textiles y mineras del Bajío. Después de 1785 la ocupación laboral se volvió cada vez más insegura tanto para los tejedores de la ciudad como para las numerosas mujeres del campo que hilaban. Para 1810 el empleo en las minas de Guanajuato se desplomaba rápidamente. La confluencia de la crisis agraria y la industrial aprestó a una gran masa de hombres del Bajío a chocar violentamente contra las élites provincianas y el régimen colonial. Cuando el padre Hidalgo los llamó a las armas en 1810, decenas de miles entre pobres del Bajío respondieron al llamado, atacando las haciendas de terratenientes y otras instituciones del poder que dominaban su vida. Los campesinos que trabajaban en las haciendas -acasillados, arrendatarios y aparceros- del Bajío a fines del siglo XVIII no eran los más pobres del México rural. Muchos miembros de comunidades campesinas en el centro y sur de México, eran más pobres y se enfrentaban a la incertidumbre de las cosechas anuales. Pero los comuneros indígenas vivían con mayor autonomía en los pueblos. Las élites terratenientes no eran tan claramente culpables de sus dificultades. Como los campesinos cultivaban tierras comunales, su pobreza parecía deberse más a las irregularidades del clima. Libres de las relaciones sociales de una dependencia personal, los comuneros raras veces percibían su pobreza y su inseguridad como problemas sociales y mostraron poco interés por la insurrección popular en 1810 en el Bajío. Así pues, lo esencial, no es que los pobres del campo en el Bajío tuviesen pobreza e inseguridad. La agudización de sus problemas tuvo causas sociales evidentes para todos. La pobreza provino de la baja en los salarios y de la disminución de los pagos en exceso -por arriba del salario-. La inseguridad fue causada por la falta de empleo permanente y la ampliación de los arrendamientos que obligó a muchos a correr el riesgo de malas cosechas. Las élites del Bajío organizaron directamente la transformación agraria que impuso a los pobres del campo un empeoramiento de su situación y la mayoría de las familias vivían bajo la dependencia de esas élites. Esa población de agricultores dependientes obligados a sufrir una pobreza cada vez más extrema, unida a dolorosas inseguridades respondió con entusiasmo al llamado de Hidalgo a la rebelión popular el 16 de septiembre de 1810. La insurrección de Hidalgo no se inició entre los trabajadores mineros de Guanajuato, ni entre los obreros textiles de Querétaro. La rebelión empezó con la gente pobre del campo de las tierras altas del noreste del Bajío -Dolores-. Muchas familias rurales, sin embargo, habían participado en el empleo tanto agrícola como textil: hombres que trabajaban en las haciendas mientras las mujeres hilaban para los empresarios de los obrajes y los comerciantes de ropa. Poco después de iniciarse el alzamiento popular, se le unieron rebeldes de las ciudades y villas del Bajío, entre ellos muchos obreros textiles y mineros. Los dirigentes de la insurrección popular eran parte de la élite económica heredada de la época colonial, pero marginados de los beneficios de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se implementaron las reformas borbónicas de naturaleza liberal-burguesa. Así, Hidalgo era propietario de una modesta hacienda endeudada con la iglesia, así como los jóvenes oficiales del ejército -Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo- provenían de prósperas familias de comerciantes y terratenientes -poseedores de haciendas marginales-, situación que confirma que una parte de la élite -la marginada- estuvo dispuesta a encabezar al movimiento popular iniciado en 1810.
Colmenares (2004) escribe que durante el movimiento de Independencia los actores sociales se agruparon en cuatro bloques. En la cima del poder se hallaba la reacción colonialista peninsular, integrada por la burocracia virreinal, los comerciantes monopolistas del Consulado de México y el alto clero; todos ellos enemigos jurados de la Independencia. Luego la clase conservadora, integrada por la aristocracia criolla terrateniente y por la burguesía minera y comercial, quienes querían desplazar a los españoles del poder, pero temían la revolución; cuando estalló la insurrección popular se aliaron con el primer bloque para oponerse. La tercera, es la clase media letrada que se caracterizó por su posición política liberal moderada; sus principales ideólogos, voceros y caudillos provinieron de las filas de los letrados criollos del mediano y bajo clero y de la oficialidad militar; su posición es vacilante e inconsecuente, fluctúan entre la clase conservadora y la insurgencia popular, entre sus representantes más destacados estuvieron: Juan Aldama, Ignacio López Rayón y los diputados del Congreso de Chilpancingo. El cuarto bloque lo formaron lo que podría llamarse la clase popular revolucionaria; era una alianza amplia en la que el pueblo trabajador jugó el papel central: indios de comunidades, peones de haciendas, trabajadores de ingenios y haciendas, etc.; la dirección de este bloque recayó en los círculos ilustrados radicales de criollos y mestizos pertenecientes a la pequeña y mediana burguesía.
Así pues, para principios del siglo XIX el capitalismo ya se abría paso en el seno del régimen económico colonial de naturaleza feudal e intentó en la primera etapa de la Independencia derribar al gobierno virreinal, a través de una revolución política y social.

5.4. Contrarrevolución en la Independencia de México

Con la derrota militar y asesinatos de Hidalgo (1811) y de Morelos (1815) culminó la primera etapa de la Independencia, que se caracterizó por su naturaleza revolucionaria. En seguida, le sucedió un período de 1816 a 1820 de feroz represión de la insurgencia popular por parte del ejército realista, a la cual respondió el movimiento popular  con la táctica guerrillera en el sureste, liderada por Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo en Veracruz, en Puebla e Hidalgo encabezada por Mier y Terán, y, principalmente en Guerrero comandada por el indoblegable Vicente Guerrero. Esta situación probablemente se hubiera prolongado, de no ser por la revolución liberal-burguesa acontecida en España en enero de 1820. Con el triunfo de la revolución liberal-burguesa el rey Fernando VII se vio obligado a restaurar la Constitución liberal de Cádiz de 1812. En la Nueva España el virrey Juan Ruíz de Apodaca promulgó la Constitución de Cádiz en mayo de 1820. Ante esta situación, las clases privilegiadas principalmente el alto clero y los grandes terratenientes subordinados a los intereses de la Iglesia, con el apoyo de Agustín de Iturbide, militar realista que había combatido ferozmente a la insurgencia popular, planearon la consumación de la Independencia, como una estrategia para separarse de España y de esta forma proteger sus intereses de las medidas liberal-burguesas y anticlericales contenidas en la reciente constitución promulgada por el virrey. Para lograr sus objetivos, el portavoz de las clases privilegiadas –Agustín de Iturbide- intentó derrotar militarmente a Vicente Guerrero, líder de la insurgencia popular que por diez años había estado luchando por la Revolución de Independencia y, al no lograrlo negocio una alianza para conjuntamente consumar la Independencia. Iturbide, en aquel momento al frente del ejército virreinal, advirtió que la situación era insostenible y decidió tomar el bando anti-español. Propuso el indulto a Guerrero, quien dignamente lo rechaza y responde: “todo lo que no sea concerniente a la total independencia lo disputaremos en el campo de batalla”, pero a la postre se reúne con él y logra el acuerdo que sirve de base al Plan de Iguala. Guerrero, explicablemente, desconfía de Iturbide quien ha sido enemigo de la Revolución de Independencia desde su inicio, aunque a la vez acepta que de momento no hay otra posibilidad de Independencia y se dirige a sus combatientes: “Soldados – dice a sus hombres – este mexicano que tenéis presente es el señor don Agustín de Iturbide, cuya espada ha sido por nueve años funesta a la causa que defendemos. Hoy jura defender los intereses nacionales, y yo, que os he conducido a los combates y de quién no podéis dudar que morirá sosteniendo la independencia, soy el primero que reconozco al señor Iturbide como el primer jefe de los ejércitos nacionales, ¡viva la Independencia¡”.
Resultado de la alianza entre las fuerzas revolucionarias y conservadoras, fue el Plan de Iguala en el que se formaliza la Independencia de la Nueva España, la que se consuma formalmente el 27 de septiembre de 1821 con la entrada triunfal del ejército de las tres garantías a la ciudad de México.
Brading (1975) concluye que fueron precisamente aquellos conservadores realistas los que, finalmente lograron la independencia de la Nueva España. La guerra civil de 1810-1821 tuvo por resultado la militarización definitiva del poder político que los Borbones habían emprendido. El golpe de estado de 1821 fue organizado por un ejército colonial que se había formado principalmente para sofocar a la insurgencia, y fue apoyado por una Iglesia conservadora y ansiosa de liberarse del control de una autoridad civil que se había hecho demasiado liberal. El nuevo estado mexicano tardaría más de una generación en arrebatar el control a tales fuerzas reaccionarias con la Revolución Burguesa de Reforma.
Altamirano citado por Florescano (1986) aporta otros elementos que ayudan a comprender el alcance social y político de la contrarrevolución de Independencia. Cuando las clases altas –dice –advirtieron que no sólo peligraba el poder español sino sus propios intereses, urdieron la maniobra inteligente y engañosa que encabezó Iturbide, y concibieron el plan de dirigir un nuevo movimiento, acaudillándolo, organizándolo en su provecho y cerrando así más fuertemente que nunca las puertas que la revolución de 1810 quiso abrir para dar entrada al pueblo en el gobierno de la nación. Si la Revolución de 1810 hubiera triunfado –añade– es seguro que la soberanía real hubiera caído, porque era incompatible con el movimiento popular, pero es mucho más seguro que las clases privilegiadas habrían sido barridas por el soplo revolucionario. Porque ellas eran más que el gobierno español, las que habían despojado a los indígenas de sus tierras; eran ellas las que habían mantenido las encomiendas, los tributos, los repartimientos; eran ellas las que oprimían a las clases mestiza y pobres; eran ellas, por último, las que se habían creído llamadas, como derecho divino, a dominar en la antigua colonia por medio de sus riquezas o de su influjo.
Zavala Silvio (1990) caracteriza al movimiento revolucionario insurgente y cita al jefe del ejército realista: "Calleja escribía al virrey, en su correspondencia secreta, que si la absurda insurrección de Hidalgo se hubiera propuesto solamente la independencia no hubiera tenido enemigos entre los americanos ni los europeos, convencidos de las ventajas del gobierno independiente, porque la Península ocasionaba la falta de numerarios, alto precio de los efectos y regateaba los premios". Lucas Alamán, envuelto personalmente en los acontecimiento de Guanajuato [toma de la Alhóndiga de Granaditas por los insurgentes], consideraba que Hidalgo sublevó a la parte de la raza española nacida en América contra la europea "especialmente a los numerosos individuos... que careciendo de propiedad, industria u otro honesto modo de vivir, pretendían hallarlo en la posesión de los empleos y llamó en su auxilio a las castas y a los indios, excitando a unos y otros con el cebo del saqueo de los europeos y a los últimos en especial con el atractivo de la distribución de tierras." En sentido similar se pronunció José María Luis Mora, al escribir que "ningún hombre medianamente acomodado, por mucho que fuese su afecto a la independencia, deseaba la entrada de Hidalgo a México". En lo que concierne al continuador del movimiento insurgente, después de la muerte de Hidalgo el 31 de julio de 1811, el mismo autor menciona que "Morelos profundizó las medidas de Hidalgo en favor de las clases desposeídas americanas: abolió los tributos personales y la esclavitud sin indemnización alguna; que los naturales sean dueños de sus tierras, rentas, sin el fraude de entrada en las cajas de comunidad; pueden asociarse y comerciar libremente y paguen la contribución de alcabalas como los demás: igualdad en provechos y cargas que sustituía al concepto protector de la legislación colonial; como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto".
Cue Cánovas (2004) analiza el Plan de Iguala en el que se pacta la Independencia entre las clases conservadoras y la insurgencia popular. En general lo caracteriza como radicalmente contrastante con las demandas fundamentales contenidas en el programa de la revolución burguesa, implementadas por Hidalgo y Morelos a través de decretos en las poblaciones controladas por la insurgencia. Particularmente, explica que el artículo 1° reconoce la religión católica como única, sin tolerancia de otras; el artículo 2°, establece la absoluta independencia de la Nueva España; el 3° y 4° consideran un gobierno monárquico constitucional con Fernando VII como rey, y en su defecto, algún miembro de la casa real española o de otra casa reinante de Europa; el 12 establece la igualdad de todas las razas, sin otra distinción que su mérito y virtudes, para poder ocupar cualquier empleo; el 13, que las personas y propiedades de todos los habitantes serán respetadas y protegidas (con lo que se establecía la más firme garantía al régimen de la gran propiedad imperante); 14, que el clero secular [clérigos y obispos] y regular [frailes] sería conservado en todos sus fueros y propiedades (con lo que se conjuraba el peligro inminente de la desamortización [venta de los bienes de la Iglesia] eclesiástica y se mantenían los privilegios judiciales y políticos de la Iglesia). El artículo 15, mantenía a los empleados públicos en sus puestos (con lo que se conservaban todos los intereses generados y desarrollados durante tres cientos años de dominación colonial, representados por los funcionarios y empleados de la administración virreinal. El artículo 17, conserva a los jefes y oficiales del ejército con la expectativa a los empleos vacantes (con lo que si bien es verdad que se premiaban los servicios prestados por los militares en la consumación de la Independencia, se creaba sobre bases firmes un régimen militarista que hasta antes de 1810 no había existido). En suma, los artículos 14, 15 y 17 sirvieron admirablemente para ligar los intereses del grupo militar con los de la aristocracia eclesiástica y con la burocracia virreinal.  El Tratado de Córdova firmado por Iturbide y Juan O´ Donojú, el 24 de agosto de 1821, consumaba definitivamente la contrarrevolución de las clases conservadoras [Iglesia y hacendados].
Gallo (2004) escribe que los beneficiarios de la Independencia pactada entre las clases conservadoras y la insurgencia popular que todavía resistía, fueron principalmente la Iglesia y los terratenientes -hacendados- subordinados al clero, a través de las hipotecas de sus propiedades. Con la ruptura política de España, apareció una incipiente burguesía comercial e industrial que al estar desligada de la gran propiedad agraria, apoyaba las transformaciones capitalistas que triunfarían posteriormente a mediados del siglo XIX. 
Si bien es cierto que la Revolución de Independencia tuvo como principal escenario la región del “Bajío” en donde la agricultura y la minería habían tenido un  auge  económico considerable  durante  la  última  mitad  del siglo  XVIII  (1750–1800), impulsado por las reformas liberales, pero como toda estrategia basada en el libre mercado, culminaron en una enorme polarización de la riqueza: por un lado la concentración de la riqueza en manos de la clase privilegiada económicamente (hacendados, mineros y comerciantes principalmente) y por el otro el aumento de la miseria de la mayoría de la población (campesinos, mineros, empleados, etc.), polarización sin precedentes que trajo como consecuencia el estallamiento de la primera revolución en México.
Villoro (2010) escribe que en lo referente a la consumación de la Independencia aun cuando se conserva el antiguo sistema, ha habido un cambio importante en el seno de la clase dominante. El grupo europeo pierde la dirección de la nación en favor de las élites criollas. Los funcionarios del estado, casi en su totalidad, abandonan el país, el ejército expedicionario, después de un período de acuartelamiento es repatriado. Por su parte, el sector exportador sufre un golpe decisivo. Durante la revolución, muchas minas quedan inundadas, otras fueron abandonadas. Hacia 1820 la extracción de minerales había descendido a casi la tercera parte del promedio de los diez años anteriores. Los comerciantes exportadores europeos, al romperse las relaciones comerciales con España y decretarse la libertad de comercio, habían perdido su situación privilegiada. Así, la ruptura de la dependencia política con la antigua metrópoli termina también con el papel hegemónico que, dentro de la clase dominante, tenían los grupos ligados al sector de exportación. Su lugar lo ocupa ahora el alto clero, los grandes propietarios rurales y el ejército, cuyos altos mandos provienen, en su mayoría, de la oligarquía criolla. Resulta evidente que la Independencia consumada por Agustín de Iturbide nada tuvo de común con el movimiento insurgente iniciado por Hidalgo. “La proclamación de la Independencia en 1821 no concluye la revolución ni, mucho menos, supone un triunfo; es sólo un episodio en el que una fracción del partido contrarrevolucionario suplanta a la otra. Iturbide no realiza los fines del pueblo ni de la clase media más que en el aspecto negativo de descartar al grupo europeo de la dirección política; toda comparación entre movimientos tan distintos resulta estéril e improcedente".
En resumen, la dialéctica del movimiento mexicano de Independencia es compleja: empieza como una revolución y termina, paradójicamente, convertido en contrarrevolución; las clases más poderosas que a lo largo del proceso se oponen a la Independencia, acaban participando decisivamente en su consumación; la Independencia, que aspira a ser la condición de ciertas reformas sociales ya inaplazables, a la postre se vuelven el medio para que esas reformas no se lleven adelante, y el clero, concretamente, pueda preservar sus privilegios.
Si la lucha por la Independencia se juzga por sus resultados podría decirse que, en sentido estricto, fue un movimiento esencialmente político del que surgió un nuevo estado nacional. Si se repara sólo en la forma en que, en el último momento se configuran las condiciones que hacen posible el Plan de Iguala y la consumación de la Independencia, parecería que tal movimiento no fue revolucionario sino más contrarrevolucionario.
El sólo hecho de que del movimiento emancipador surgiera un nuevo Estado políticamente independiente tuvo, gran importancia. El que después de siglos de opresión colonial, México se convierta en un país con derecho a gobernarse por sí mismo, con todo y que en la práctica el ejercicio de este derecho plantearía toda suerte de problemas, entraña un cambio de gran dimensión llamado a influir en la vida, las costumbres, las instituciones y el destino de los mexicanos.
Cierto que la Independencia política no bastaba para librarse de la pasada herencia colonial de explotación y atraso, y que en un país destruido por una larga guerra, en el que casi todo estaba por hacerse, el desarrollo económico y el ejercicio de las nuevas libertades reclamaba además una transformación social profunda que hiciera posible el advenimiento de un régimen capaz de romper trabas, destruir privilegios y movilizar y aprovechar el potencial de recursos hasta entonces en gran parte ocioso e improductivo.
Las condiciones socio-económicas y políticas en la Colonia contribuyeron a la formación de una débil burguesía industrial, sin la fuerza económica social y política para encabezar la lucha independentista y su lugar fue ocupado en la primera etapa (1810–1817) por los campesinos pobres y algunos mineros que se convirtieron en sus portavoces. La debilidad de la burguesía facilitó la derrota del movimiento popular campesino, con lo que se abrieron las puertas para que la clase terrateniente feudal (hacendados y alto clero) consumara la Independencia, como una medida política obligada para proteger sus intereses del movimiento popular campesino y las reformas burguesas desarrolladas en España y su repercusión en la Nueva España. Pero el triunfo de la clase terrateniente feudal se dio en momentos en que el Feudalismo a nivel internacional había sido derrotado por el capitalismo y en el escenario nacional se encontraba en franca descomposición después de más de 200 años de existencia, por lo que su fin era una necesidad histórica.
Beato Guillermo (2004) escribe que el movimiento insurgente dirigido por Hidalgo en 1810-1811, estuvo integrado por miles de campesinos indígenas, sectores populares (castas), y una minoría de criollos que detentaban los mandos militares.
León Portilla (2010) al estudiar la participación de los indígenas en el ejército insurgente, comandado por Miguel Hidalgo, Ignacio Allende y Juan Aldama, cita a Lucas Alamán: "Los vaqueros y demás gentes de a caballo de las haciendas, casi todos de las castas, formaban la caballería, armada con lanzas que Hidalgo había hecho construir de antemano, y con las espadas y machetes que estos hombres acostumbraban llevar en sus trabajos ordinarios, muy pocos tenían pistolas o carabinas. La infantería la formaban los indios, divididos por pueblos en cuadrillas, armados con palos, flechas, hondas y lanzas, y, como muchos llevaban consigo a sus mujeres e hijos, todo presentaba el aspecto más bien de tribus bárbaras que emigraban de un punto a otro que de un ejército en marcha... A los indios los mandaban los gobernadores de sus pueblos o los capitanes de las cuadrillas de las haciendas". En la toma de Guanajuato, el mismo Alamán escribe lo siguiente: "Se presentaron por la calzada de Nuestra señora de Guanajuato en numerosos pelotones de indios con pocos fusiles y los más con lanzas, palos, hondas y flechas. [Por otra parte] los demás grupos de a pie de Hidalgo que ascendían a unos veinte mil indios, a los que se unió el pueblo y la plebe de Guanajuato, iban ocupando las alturas y todas las casas fronterizas de [la Alhóndiga de] Granaditas".
En Oaxaca acorde con la Independencia Nacional, la consumación de la misma fue realizada por los Conservadores representados por Antonio de León, militar que en los inicios del movimiento se había enfrentado a las fuerzas insurgentes de Morelos, quien en julio de 1821 tomó la ciudad de Oaxaca, consumando así la Independencia.
Para 1810 al inicio de la Independencia, la hacienda de Jalapilla alcanzó una extensión de 1700 hectáreas (Taylor, 1973), a través de acciones ilegales como queda demostrado más arriba.
Favorecidos por la coyuntura  de la Independencia y de su consumación en 1821, principalmente por la apertura del nuevo gobierno, los nativos de San Andrés Ixtlahuaca lograron la restitución del sitio el Zapote y un sitio de ganado menor, que probablemente corresponde al sitio de Guiconachapa, como lo documenta el siguiente párrafo: “En el Pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, a dieciséis del mes de septiembre de mil ochocientos veinte y tres; yo el ciudadano, Coronel Cayetano Maria Pérez Ponce de León, Juez de Letras de esta ciudad y su partido, y de Hacienda Pública de este estado, Abogado de los Tribunales Nacionales y con objeto de practicar las medidas del sitio de ganado menor convenido y acordado dar por parte de la Hacienda de Santa Catarina mártir Jalapilla, al referido pueblo de San Andrés, ambos en la demarcación del expresado partido, pasé al primero acompañado de los dos testigos de asistencia, con quienes actuó por enfermedad del escribano actuario y del Agrimensor ciudadano Vicente Castillejos, y reunidos con Salvador  López apoderado de los ciudadanos de dicho pueblo, marché de este para principiar la medida hacia el rumbo del norte hasta llegar al Rancho del Zapote, que fue de propiedad de Jalapilla y hoy del pueblo de San Andrés”.
Después de 1823, no se tienen documentos que constaten la lucha de nuestro pueblo por la recuperación de sus tierras, pero dada la inestabilidad política en la que ninguno de los bandos contendientes tuvo la fuerza suficiente para derrotar a su contrincante, es muy probable que la situación se haya mantenido similar a la época de la consumación de la Independencia, en la que la extensión territorial de la hacienda de Xalapilla se redujo ligeramente  de 1 700 hectáreas a una superficie menor, lo que reafirma la idea de que solo la lucha política en su máxima expresión (la revolución) tuvo la fuerza para que los naturales de San Andrés Ixtlahuaca recuperaran parcialmente sus posesiones territoriales.

6. La revolución burguesa de Reforma

6.1. Antecedentes

López (1967) afirma, que a pesar de la Independencia, la propiedad de la tierra en México conservaba aún las mismas características que predominaban durante el largo período colonial. Desde luego, el sistema de las haciendas apenas había sido alterado; sus pocas modificaciones eran de tal naturaleza, que tendían más bien a acentuar el volumen y la extensión de esta forma tradicional de la propiedad rural.
México era un país eminentemente agrícola, ya que la industria  propiamente dicha no existía. De hecho, la mayor parte de la producción industrial de que hablan los documentos de la época provenía de los incontables talleres artesanales, donde no se utilizaban naturalmente la maquinaria y las fuerzas motrices características de la industria moderna. La industria manufacturera en general al igual que la agricultura, tenía grandes dificultades para encontrar suficiente mano de obra, y ello por varias razones: en primer término, a causa de la anarquía del país, que arrebataba a las fábricas un buen número de obreros enrolados en los improvisados ejércitos; después, la insuficiencia de las vías de comunicación, que dificultaba  el reclutamiento de trabajadores en las grandes ciudades, donde el número de desocupados era impresionante; existencia de numerosos talleres artesanales, cuyos miembros oponían gran resistencia a cuanto intento se hacía por convertirlos en asalariados y el arraigo de los campesinos a sus tierras comunitarias que todavía sobrevivían en este período de nuestra historia.
Así la mano de obra fabril, no era solamente difícil de encontrar, sino también, resultaba costosa para muchas empresas.
El comercio era la única actividad que prosperaba realmente desde la época colonial. Dicha prosperidad era lenta y cargada de dificultades, pero significaba por lo menos la fuente fundamental de formación de capitales que eran invertidos después en la agricultura o en la industria. De hecho, no solamente el comercio había sido el origen de muchas industrias algodoneras y de varias empresas de explotación minera, sino era también la razón de ser de numerosas propiedades agrícolas, transferidas ahora a las manos de la burguesía comercial. Los comerciantes formaban ya un grupo poderoso, con capitales que exigían ser acrecentados e ideas que coincidían con las viejas aspiraciones liberales. Muchos hacendados se habían pasado al partido liberal con la esperanza de apoderarse de los bienes del clero.
En el México pos-independiente se había formado un bloque social formado por hacendados, rancheros y  comerciantes bajo la dirección del partido liberal, que aspiraban  a la implementación de un programa capitalista que tuviera como eje fundamental, la destrucción de los monopolios territoriales representados por los bienes de la iglesia y las comunidades indígenas, cuyas contradicciones generaron la Revolución Burguesa de Reforma.
Belenki (2001) señala que a mediados del siglo XIX las relaciones sociales casi no habían cambiado en comparación con las existentes a finales del período colonial. Las clases dominantes seguían siendo los terratenientes feudales de las haciendas, en las que trabajaban millones de peones. En los años que siguieron a la proclamación de la Independencia, las propiedades de los terratenientes se ampliaron considerablemente a expensas de las tierras de las comunidades indígenas, cuyos miembros se convertían en peones, pequeños arrendatarios o en lumpen-proletarios de las ciudades. En 1855 había en México 6 092 haciendas, poco más de 2 000 que en 1810. Algunas alcanzaban dimensiones gigantescas: de 1.5–2 millones de hectáreas y algunos hacendados eran propietarios de millones de cabezas de ganado. El terrateniente más poderoso de todo el país era la Iglesia católica.
Jürgen (1979) explica que para fines del período colonial, las comunidades indígenas y los campesinos poseían aproximadamente 18 millones de hectáreas de tierra, mientras que el latifundismo clerical y secular comprendía aproximadamente 70 millones de hectáreas. Es evidente que, la Iglesia poseía enormes posesiones territoriales; en cambio, las tierras de las comunidades indígenas, la extensión que detentaban era escasa, pero todavía representaba un obstáculo considerable para el desarrollo de las relaciones de producción capitalistas que exigían mano de obra asalariada “libre” de la tierra como medio de producción.
Desde 1521 hasta 1750, España impuso innumerables restricciones al desarrollo de la industria y el comercio internos, no obstante su lejanía y el encarecimiento de los costos de los productos importados, provocó el surgimiento primero de los artesanos y luego de los obrajes, que se dedicaban a la elaboración de numerosos productos destinados al consumo interno de la población. Ante esta situación España se vio en la necesidad de reglamentar las nuevas actividades relacionadas con la industria, con lo que aparecieron los gremios artesanales que agruparon en su seno a los artesanos de un mismo oficio. Los miembros de los gremios (maestros, oficiales y aprendices) estaban rigurosamente reglamentados, de tal manera que se trató de una organización cerrada y monopolista que impedía el desarrollo de la libre competencia, tal como lo demandaban las nuevas relaciones burguesas de producción, que a pesar de las innumerables restricciones impuestas por la Corona Española, se abrían paso en el interior del viejo Modo de Producción Feudal en pleno declive.
Al igual que los gremios pero en menor grado, los obrajes también estuvieron reglamentados con el propósito de evitar la competencia con los artículos provenientes de España. Tanto la industria artesanal como la industria concentrada en los obrajes tuvieron un lento y penoso desarrollo hasta 1750. Sin embargo, en los años siguientes España se vio obligada por el pujante desarrollo del capitalismo a nivel mundial (inicio de la Revolución Industrial en Inglaterra, triunfo político de la burguesía en Francia en 1789 y triunfo de la Independencia en los Estados Unidos en 1776) a la introducción de reformas marcadamente capitalistas, para adaptarse a las nuevas condiciones internacionales y, que en la Nueva España se tradujeron en medidas contra el poder económico del alto clero, así como el apoyo sin precedente de la minería y a los comerciantes exportadores, reformas que en su conjunto estaban destinadas a organizar una mayor explotación de la población trabajadora de la Nueva España. El desarrollo considerable de la minería coadyuvó al desarrollo de la agricultura y la ganadería como abastecedoras de materias primas y junto con otras ramas de la industria aportaron los alimentos indispensables de la población de los centros mineros.
El auge de la minería y su influencia en la agricultura y ganadería no se restringió a las regiones del Bajío y El Norte; también se difundió en las zonas del sureste y en especial de Oaxaca, sobre todo en la Sierra Norte donde la minería alcanzó un desarrollo considerable y, en los Valles Centrales el cultivo de grana cochinilla logró un crecimiento sin precedentes en la época colonial.
El crecimiento significativo de la economía y sobre todo de las ramas prioritarias para la Metrópoli Española en las postrimerías del siglo XVIII, generó el aumento de las necesidades de la población, las cuales no pudieron ser satisfechas por la reducida producción de los gremios artesanales, por lo que las demandas de la producción y el mayor consumo de la población originó el debilitamiento considerable de los talleres artesanales, cediendo su lugar a los obrajes que por su mayor capacidad productiva respondieron en mayor medida a las nuevas condiciones de la producción y el consumo. Así mismo, se desarrolló la industria textil sobre todo de las ramas que destinaban su producción al consumo de la población trabajadora, ya que las clases ricas consumían artículos provenientes del extranjero.
En pocas palabras se desarrolló la minería como actividad industrial prioritaria, la industria textil y diversos obrajes, que en su conjunto rompieron con las trabas gremiales, para sentar las bases para la aparición de una incipiente burguesía industrial que, en su relación económica con los trabajadores todavía recurría a formas de explotación pre-capitalistas de la fuerza de trabajo, como fue el trabajo forzoso de los peones "acasillados” en las minas, el pago en dinero y en producto a los barreteros de las minas y el uso forzoso de desempleados en los obrajes.
6.2. Carácter social y político
Después de consumada la Independencia se aceleró la decadencia del Feudalismo, representado esencialmente por el alto clero terrateniente, que monopolizaba más de la mitad del territorio nacional y mantenía subyugados a los hacendados a través del diezmo (tributo) y los préstamos hipotecarios. En tanto el capitalismo se abría paso con muchas dificultades, por eso en el período conocido en la historia oficial como la “Anarquía” (1821–1854) se caracterizó por la alternancia en el poder político de los grupos liberal y conservador como representantes de la burguesía en ascenso y el Feudalismo en decadencia respectivamente, alternancia que se explica por la debilidad de ambas fuerzas contendientes.
Dada la debilidad de la burguesía, los intentos de industrialización del país (rehabilitación de la minería por el capital inglés, modernización de la industria textil, creación del Banco de Avío para apoyar a la industria y el inicio del proyecto de la construcción del ferrocarril) fracasaron y sólo hasta los inicios de la segunda mitad del siglo XIX la burguesía logró la fuerza suficiente para enfrentarse en el terreno político y militar a la vieja clase terrateniente feudal, principalmente el alto clero. No obstante, el programa de lucha de la burguesía se reducía fundamentalmente a la destrucción de todas las corporaciones (monopolios) que obstaculizaban la libre circulación de mercancías. En este sentido, su demanda central consistió esencialmente en el desmantelamiento de las corporaciones civiles -monopolio territorial de las comunidades indígenas y gremios artesanales- y eclesiástica -monopolio territorial del alto clero- que frenaban la libre circulación mercantil.
Una vez depuesto el gobierno de Santa Anna (1855) por la Revolución de Ayutla encabezada por el indomable y viejo luchador de la Independencia Juan Álvarez, la primera medida económica de importancia del nuevo gobierno liberal fue la implementación de la Ley Lerdo expedida el 25 de junio de 1856, que posteriormente se incorporó a la Constitución de 1857 y, que tuvo el claro propósito de acabar con las tierras del alto clero y las tierras de las comunidades indígenas. La respuesta del clero no se hizo esperar y para fines de 1857, aprovechando la actitud conciliadora del gobierno de Comonfort retornó al poder político, con lo que se inició una nueva fase en la lucha política que se prolongó hasta fines de 1860, fase en la que la resistencia violenta del alto clero provocó la radicalización de la burguesía encabezada por Benito Juárez, quién en el fragor de la lucha armada, se vio obligado en 1859 a decretar las Leyes de Reforma, especialmente la nacionalización de los bienes del clero sin indemnización alguna.
La Ley Lerdo junto con la Nacionalización de los Bienes de la Iglesia destruyó el poder económico del alto clero y la pérdida parcial de las tierras de las comunidades indígenas, medidas encaminadas a incorporar las tierras a la circulación comercial. Así mismo, con la expropiación parcial de las tierras de los comuneros indígenas y la expropiación de los medios de producción de los artesanos por parte del desarrollo de la incipiente industria, procesos que confluyeron en la formación de mano de obra “libre” de medios de producción, tal como el capitalismo lo exigía.
El triunfo de la burguesía liberal se debió en gran parte a la debilidad de la clase terrateniente feudal, sobre todo del alto clero y no a la fuerza de la burguesía industrial, ya que a pesar de su impulso a fines de la dominación colonial y período pos-independiente, no tuvo el empuje suficiente para acabar con la clase terrateniente feudal, más que con el alto clero dejando intacto el poder de los hacendados. Esto fue favorecido por la preponderancia de los intereses de la burguesía comercial sobre la incipiente burguesía industrial, ya que la primera tenía subordinada a la segunda y a los todavía numerosos artesanos que sobrevivieron al incipiente desarrollo industrial capitalista. En estas condiciones, la prioridad de la lucha de la burguesía se centró en la destrucción de los obstáculos más importantes que se oponían a la libre circulación del capital comercial. Este exigía que tanto las enormes extensiones territoriales de la iglesia, así como de las tierras que todavía conservaban las comunidades indígenas, fueran lanzadas a la circulación mercantil. La Ley Lerdo y la Nacionalización de los Bienes de la Iglesia y particularmente de sus tierras cumplían con ese objetivo.
Para el capital comercial no era prioritario el desmantelamiento del poder económico de los hacendados, puesto que no chocaba con sus intereses y la propiedad privada no constituía un freno a las necesidades de la circulación mercantil.
Las consecuencias de las Leyes de Reforma fueron una mayor consolidación de los hacendados, rancheros y comerciantes; que fueron los que contaron con los recursos monetarios para adquirir los bienes nacionalizados y desamortizados de la Iglesia y de las comunidades indígenas. Desde luego, también se benefició el grupo de políticos liberales que encabezaron la amplia alianza liderada por la burguesía comercial y terrateniente. A pesar que el grupo de liberales con Juárez a la cabeza aspiraba al establecimiento de una sociedad de pequeños productores, en los hechos las leyes económicas se impusieron, dando como resultado una mayor concentración de las tierras en poder de hacendados y rancheros.
Las limitaciones de la Reforma se desprenden de la debilidad de la burguesía industrial, lo cual fue aprovechado por la fracción más conservadora de la burguesía, es decir la burguesía comercial para destruir el poder del alto clero y las comunidades indígenas, dejando intacto el poder económico de los hacendados. Solo una burguesía industrial más fuerte pudo haber acabado con el poder económico de los hacendados, para abrirle las puertas al desarrollo del capitalismo en la agricultura por la vía revolucionaria. En consecuencia, la Reforma fue una Revolución Burguesa encabezada por la burguesía comercial, teniendo como aliados a los hacendados y rancheros en contra del alto clero y las comunidades indígenas. A diferencia de la Revolución de Independencia en la que por lo menos en su primera etapa tuvieron una numerosa y activa participación popular, principalmente los campesinos pobres, mineros, trabajadores de la incipiente industria de la transformación, artesanos y desempleados; la Reforma, fue una revolución desde arriba en la que solo participaron grupos privilegiados de la sociedad con sus ejércitos correspondientes.
La debilidad económica y financiera de la burguesía industrial impidió la implementación de obras costosas (construcción del ferrocarril, rehabilitación de la minería y creación de nuevas industrias importantes), aunada a la enorme escasez de recursos fiscales del Estado provocó que, posteriormente el gobierno de Díaz  recurriera al capital extranjero para impulsar la industrialización del país. Así el capital extranjero vino a relevar a la débil burguesía industrial nacional en aquellas ramas de la economía más rentables, principalmente la industria extractiva (minería de metales industriales), las comunicaciones (ferrocarriles) y la agricultura. Así pues, con la Reforma nace el capitalismo en México, después de un prolongado y penoso desarrollo iniciado desde la época de la Colonia, con un avance significativo a fines del siglo XVIII.
El estudio más completo del capitalismo de libre competencia lo estudió Marx (1867) en su obra cumbre El Capital y el capítulo en el que caracteriza la acumulación originaria de capital, concibe el surgimiento del capitalismo como un proceso de expropiación de los medios de producción de los productores directos y su concentración en manos de la burguesía industrial; proceso que al mismo tiempo origina la formación de las clases sociales antagónicas fundamentales del capitalismo: por un lado la burguesía industrial que concentra los medios de producción y los obreros que al estar desposeídos de los medios de producción se ven obligados a vender su única mercancía, su fuerza de trabajo; es decir, aparece un nuevo modo de producción sobre las “ruinas” del Feudalismo e inaugura la época de la “esclavitud asalariada”.
En el capítulo denominado: Expropiación de la población agrícola, Marx detalla cómo fue arrancada la población agrícola inglesa de sus tierras. Como las tierras comunales de los campesinos dedicadas al cultivo, fueron convertidas por las exigencias de la manufactura lanera capitalista en tierras de pastizales para el pastoreo del ganado. Este proceso se complementó con medidas legislativas sanguinarias contra los expropiados a finales del siglo XVI y principios de XVII. Así mismo,  explica la expropiación de los bienes eclesiásticos como una necesidad del capitalismo para incorporar la tierra a la circulación mercantil capitalista. En palabras de Marx, el capitalismo industrial se abrió paso mediante “la depredación de los bienes de la iglesia, la enajenación fraudulenta de los dominios del estado, el saqueo de los terrenos comunales, la transformación usurpadora y terrorista de la propiedad feudal o inclusive patriarcal en propiedad moderna privada: he aquí los procedimientos idílicos de la acumulación primitiva. Conquistaron la tierra para la agricultura capitalista, incorporaron al suelo al capital y entregaron a la industria de las ciudades los brazos dóciles de un proletariado “libre” y “proscrito”.
Finalmente considera que existen dos vías que dieron origen a la burguesía industrial: a) una parte de los productores directos se transforman en burgueses industriales y luego controlan el comercio y  b) la burguesía comercial invierte en la producción industrial y se convierte en burguesía industrial. Es ésta última vía la que se produjo en México, para dar origen al capitalismo y representa la vía más reaccionaria.
Del análisis de Marx en relación al origen del capitalismo, queda en evidencia que fue durante la Revolución de Reforma cuando hizo su aparición el capitalismo en México, como modo de producción dominante, como lo prueban las medidas más radicales orientadas a eliminar los intereses económicos de las comunidades indígenas y el clero, con las siguientes reformas:
a)    Ley Lerdo de 1856 enfocada a la incorporación de las tierras comunales y de la iglesia a la circulación mercantil que la burguesía demandaba.
b)    Nacionalización de los bienes eclesiásticos en 1859. 
Reformas que estuvieron orientadas a “minar” el poder económico de las comunidades indígenas y el clero, para allanarle el camino al desarrollo del capitalismo en México. Medidas que beneficiaron principalmente a los comerciantes, hacendados, rancheros y algunos políticos liberales, que fueron los que tuvieron los recursos económicos y los medios para la adquisición de las tierras nacionalizadas y desamortizadas.
Un caso típico de cómo los dirigentes liberales se beneficiaron de las medidas desamortizadoras y nacionalización de los bienes de la iglesia, lo menciona Ayala (2004) cuando ocurrió la muerte de Comonfort y en su testamento “legó a sus hijas seis haciendas, varias casas y edificios valuados en ochenta y dos mil pesos, más ciento doce mil pesos en efectivo o metales preciosos, que sumaban más de doscientos mil pesos de la época, equivalentes a varios millones de dólares, una fortuna nada desdeñable para un político nacido en un lugar pobretón y que solo había estado unos meses en la presidencia de un país carcomido por la miseria“.
En Oaxaca también se beneficiaron con la desamortización de las propiedades rústicas del clero, destacados políticos liberales allegados a Juárez, entre los que sobresalieron José María Díaz Ordaz, Ramón Cajiga, Juan Manuel Carlios, Manuel Sánchez Posada, Manuel Pardo y Gabriel Esperón; al adquirir a bajo precio,  cinco  haciendas  pertenecientes  a  la  Iglesia  en el municipio de Oaxaca ( Ayala, 2004).
En los Valles Centrales de Oaxaca, la desamortización fue de naturaleza primordialmente urbana, esto es que tuvo que ver con el centro de la ciudad de Oaxaca y tuvo relación con antiguas propiedades eclesiásticas. Berry (1989) considera que dado lo compacto del área y lo quebrado del terreno, no había grandes extensiones de tierra disponibles para el establecimiento de latifundios tan extensos como en otras regiones de México, sobre todo del norte. Aunque la tierra del Estado era bastante rica para el cultivo de toda una variedad de productos agrícolas y el apacentamiento de rebaños, no existía superficie disponible para la creación de muchas grandes haciendas, de modo que, en el área rural, la Iglesia no era un gran terrateniente a mediados del siglo XIX. Tal vez esta sea la razón de que, a lo largo de décadas, la institución religiosa hubiera concentrado su atención en los bienes raíces urbanos. Pese al carácter eminentemente urbano que adoptó la desamortización en el Estado, las pocas propiedades rurales que la Iglesia poseía y se vio obligada a vender, recibieron atención primordial durante los meses siguientes a la promulgación de la Ley Lerdo de 1856, e incluso en años posteriores de vez en cuando siguieron causando polémica. De las 18 haciendas que existieron en los Valles Centrales de Oaxaca al parecer solo 7 pertenecían a la Iglesia en 1858.
Para esta época no se tienen documentos que constaten la defensa de las tierras de nuestro pueblo, pero seguramente la implementación  de la Ley Lerdo de 1856 y su posterior incorporación en la Constitución Liberal Burguesa de 1857, legalizaron el despojo de los bienes territoriales y probablemente las extensiones de la hacienda de Jalapilla aumentaron, ya que el programa del capitalismo triunfante exigía la privatización de las tierras comunales de los naturales de los pueblos en general y del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca en particular y, al no haber defensa jurídica de sus posesiones condujo a la inexistencia de expedientes que avalaran la defensa de sus bienes territoriales.
La ausencia de un marco jurídico para la defensa legal de las tierras de los naturales de nuestra comunidad, no implicó que no hubiera resistencia a los despojos, ya que seguramente tuvieron que recurrir a la lucha fuera del marco legal para conservar sus propiedades territoriales, aunque en condiciones más desfavorables que durante la época colonial.

7. Porfirismo y revolución democrático-burguesa de 1910-1917

7.1. El Porfirismo

A fines del siglo XIX, la etapa monopolista del capitalismo mundial y la nueva industrialización exigían enormes cantidades de materias primas, proporcionadas fundamentalmente por la agricultura y la industria extractiva para el desarrollo industrial de los países capitalistas desarrollados, las cuales fueron aportadas por los países subdesarrollados como México, período en el que arribó al poder político Porfirio Díaz, cuyo programa de gobierno consistió en la modernización de la industria y de la agricultura en aquellos sectores más rentables para el capital extranjero; era tanta la fe del Porfirismo en los capitalistas extranjeros, a tal grado que produjo un enorme desequilibrio en el desarrollo económico de las regiones y sectores de la economía, y en lo social resultó una extrema polarización en la distribución de la riqueza: por un lado, un reducido grupo de capitalistas subordinados al capital extranjero y por otro una enorme población de pobres (campesinos, obreros, empleados, etc.).
La política agraria del Porfirismo se caracterizó por favorecer a los grandes terratenientes y a las compañías deslindadoras extranjeras a costa de la expropiación de las pequeñas propiedades y tierras comunales de los indígenas.
Alperovich y Rudenko (1979) señalan que la penetración del capital extranjero en la economía nacional, se intensificó en la segunda mitad del siglo XIX y se canalizó fundamentalmente a los siguientes rubros: acaparamiento de tierras y de vastas regiones forestales; construcción de ferrocarriles, minería y  metalurgia; apoderamiento de las riquezas petroleras; control de las finanzas y lucha por el control del mercado mexicano.
La camarilla de Porfirio Díaz desempeñó vergonzoso papel en el sojuzgamiento del país por el capital extranjero. Esta camarilla es la más responsable de que el capital extranjero se haya posesionado de los puestos claves en la economía y de haber dejado en poder de los monopolios extranjeros el desarrollo económico del país.
La política económica de la camarilla gobernante, que descaradamente se apoyaba en la supuesta incapacidad del pueblo para desarrollar de manera independiente la economía, acarreó incalculables infortunios al país. Con el objeto de alcanzar el desarrollo económico, político y cultural del país, el gobierno de Díaz comenzó una descarada campaña para atraer capital y empresarios, con el pretexto de colonizar las tierras baldías y fomentar el desarrollo de la industria y el transporte, y de organizar los servicios públicos en las ciudades y puertos.
Los “Científicos”, encabezados por Limantour, desempeñaron destacado papel en la realización de esta política anti-nacional del gobierno de Díaz.
El gobierno de Díaz pretendía justificar su política capituladora argumentando que era menester explotar rápidamente los recursos del país y crear un México fuerte, capaz de defender su integridad territorial e independencia política.
En realidad, esta seudo patriótica fraseología venía a enmascarar la esencia reaccionaria de su política exterior, política que entregaba a los extranjeros, en particular a los norteamericanos, las posiciones económicas más importantes del país.
La construcción de las vías férreas por el capital extranjero, principalmente norteamericano,  había crecido enormemente pues había pasado de una extensión de 650 kilómetros en 1876, a 24 000 kilómetros en 1911, por lo que su control había quedado sometido a los intereses de capital estadounidense. En armonía con la construcción de las vías férreas, el capital yanqui penetró en la industria minera y metalúrgica.
Especial interés ofrece la historia de las inversiones extranjeras en la industria petrolera. Desde 1905, cuando se descubrió que México tenía grandes reservas de petróleo, este se convirtió en uno de los factores principales que determinó la política de los de los Estados Unidos con respecto a México.
El papel rector en toda la vida económica y política del país recaía en el círculo de personajes que rodeaba a Díaz, conocidos con el calificativo de “Científicos”. Este grupo no constituía, en modo alguno, un partido político ni estaba ligado por una organización formal. Más bien era una camarilla oligárquica organizada a comienzos de la década de 1890 del siglo XIX. Y agrupaba en su seno a representantes de la burocracia porfirista, terratenientes, compradores y en parte, a miembros de la intelectualidad burguesa. Su nombre se debió al hecho de que, adicta a la filosofía del Positivismo, esa burocracia se pronunciaba por el empleo del método dizque científico en la administración del Estado.
Los “Científicos”, que amasaban enormes fortunas a costa de la explotación despiadada de las masas trabajadoras y mediante oscuros negocios y maquinaciones, preferían actuar no mediante la violencia sino con métodos más sutiles.
Los “Científicos” eran partidarios de que se atrajese, por todos los medios, capital extranjero, así como de que se otorgaran privilegios especiales a empresas de otros países. Fueron ellos los que sentaron la teoría reaccionaria a propósito del atraso e ignorancia del pueblo mexicano y, de su incapacidad para marchar por la senda del progreso económico, social y cultural independientes. Sustentaban el criterio de que sólo el capital extranjero era capaz de sacar a México del estado de atraso en que se encontraba. El ideal político de los “Científicos” lo representaba una oligarquía criolla que gobernara, en estrecha cooperación con el capital extranjero.
En lo que respecta al campo, el más escandaloso de los actos legislativos que sirvieron de base a la política agraria, fue el decreto sobre Colonización y Compañías Deslindadoras, del 15 de diciembre de 1883, promulgado por el Presidente Manuel González. Según ese decreto, las personas o compañías privadas podían obtener terrenos baldíos so pretexto de poblarlos. El espíritu del artículo 3 de dicho decreto estipulaba que al ceder terrenos a los colonos, el gobierno daría preferencia a los extranjeros: Los terrenos deslindados, medidos, fraccionados y valuados, serán cedidos a los inmigrantes extranjeros y a los habitantes de la República.
Con base en la Ley de 1883 comenzó el deslinde de terrenos, lo que dio lugar a una serie de despojos y especulaciones sin fin. Las concesiones para medir y deslindar tierras correspondían por regla general, a los íntimos del dictador, a espaldas de quienes, muy a menudo, se encontraban inversionistas extranjeros, en su mayor parte norteamericanos. Así, sin limitarse a acaparar los terrenos baldíos, dichas compañías comenzaron a apoderarse de los terrenos más fértiles de cultivo que pertenecían a pequeños propietarios. Se entendían por “baldíos”, todos aquellos terrenos cuyos propietarios no tenían posibilidades de certificar la legalidad de su posesión.
Por su parte, los grandes hacendados podían cercar sus tierras, que realmente eran baldías, y defenderlas de todo deslinde, pues eran apoyados por las autoridades locales y, a menudo, por las federales; podían entenderse, con mayor facilidad, con las compañías, las que en multitud de ocasiones, les ayudaban a posesionarse de nuevas tierras. En distinta situación se veían los pequeños propietarios. Pues muchos de ellos, que de generación en generación venían poseyendo la tierra, carecían de los documentos que acreditaban su posesión; en consecuencia se veían ante una compleja disyuntiva: o entablaban litigio, que por lo general siempre resultaba largo y ruinoso contra las compañías deslindadoras, que contaban  con toda clase de elementos y hasta con el apoyo oficial. O se arreglaban con ellas y pagaban determinada suma para adquirir los documentos legales y recobrar el derecho de posesión.
Con semejante política, todas las tierras ociosas, y parte considerable de las que pertenecía a pequeños propietarios, fueron a parar a los adictos de Díaz y de capitalistas extranjeros. El total de tierras acaparadas por las compañías deslindadoras, durante el gobierno de Porfirio Díaz, ascendió en números redondos a 26 millones de hectáreas.
El gobierno expidió en 1890 una circular enfilada contra la propiedad comunal de la tierra. La circular prescribió la distribución de dichas tierras y la entrega de las mismas a sus respectivos miembros. En cuanto fueron distribuidas, las tierras cayeron en manos de los terratenientes o de compañías extranjeras que, con la ayuda  de los poderes locales, aprovechaban todos los medios de abuso y engaño para acapararlas. El campesino iletrado, generalmente indígena, al recibir el documento que le otorgaba derecho a poseer un pedazo de tierra, ignorando el valor de éste, a menudo lo cedía al agente de alguna compañía por algunos cuantos almudes de grano o un regalo, privándose así de su parcela. De esta manera fueron pasando a manos espurias las tierras más fértiles que aún existían en poder de los campesinos. Durante la administración de Porfirio Díaz fueron saqueadas millones de hectáreas de tierras comunales, lo que significó la ruina de cientos y miles de campesinos.
Consumación de esta serie de actos fatales para los campesinos, fue la Ley del 26 de marzo de 1894. Dicha ley otorgaba a las compañías deslindadoras completa libertad para adquirir todos los terrenos que quisieran y las exentaba del pago de multas en caso de no haber cumplido con las leyes anteriores acerca de la colonización obligatoria. Esta ley demandaba de los gobernadores que acelerasen las medidas relativas al deslinde de terrenos comunales.
Para tener una idea cabal de los efectos de la política del gobierno porfirista, en materia agraria, es necesario hacer hincapié en sus resultados. Ante todo, tuvo por consecuencia un gigantesco desplazamiento de la propiedad territorial, en virtud de lo cual las comunidades indígenas y la masa de pequeños propietarios quedaron privados de tierras, mientras que estas se concentraron en un puñado de terratenientes y en unas cuantas compañías extranjeras. En 1910, el 96.6 % de las familias mexicanas carecían de tierras. La mayor parte de esta fue a parar a manos de grandes hacendados que, según el censo de 1910, ascendían a tan solo 8 431.
Según datos de Mendieta y Núñez, el número de haciendas y ranchos creció de 19 500 en 1876 a 35 479 en 1910.
García de León (1988) se pronuncia en el mismo sentido, respecto de la gran concentración de la tierra en manos de los hacendados y compañías deslindadoras, que conjuntamente estas poseían en 1910 en números redondos 168 millones de hectáreas; y, el resto de 32 millones  de hectáreas estaban repartidas  entre propietarios extranjeros o mexicanos ausentistas, pequeños propietarios, comunidades indígenas y fundos legales.
A principios de la Revolución, finaliza el proceso de expropiación de las tierras pertenecientes a los campesinos. Hasta la dictadura de Porfirio Díaz en los estados limítrofes y en ciertas regiones apartadas de la República, aún se conservaban tierras comunales; pero treinta años más tarde casi habían desaparecido. En la mayoría de las regiones, la hacienda casi había absorbido a la comunidad rural. A principios de siglo XX el 99.8 de los habitantes de los estados de México, Puebla, Tlaxcala y Morelos carecían de las tierras. Así lo evidencia el siguiente cuadro, en el que las cifras hablan del enorme incremento del número de haciendas y ranchos durante el Porfirismo (1876–1910):
Cuadro 2. Haciendas y ranchos en México
Año
Ranchos
Haciendas
1877
14705
5869
1900
32557
5932
1910
48633
8431
    Fuente: Jürgen (1979)

Algo similar sucedió en Oaxaca, en donde la cantidad de haciendas  aumentó drásticamente durante el Porfiriato, como lo muestra el siguiente cuadro:
Cuadro 3. Haciendas y ranchos en Oaxaca
Año
Ranchos
Haciendas
1810
269
-
1857
630
81
1878
1826
111
1910
768
224
     Fuente: Dalton (1990)

Para el caso específico de la hacienda de Jalapilla que avanzó sobre las posesiones territoriales de San Andrés Ixtlahuaca, la situación era la siguiente:
Cuadro 4. Extensión territorial de la hacienda de Jalapilla
Año
Superficie (hectáreas)
1810
1 700
1910
5 000
    Fuentes: Taylor (1973) y Resolución Presidencial (1929).

Es evidente que el Porfirismo legalizó el mayor despojo de las tierras de las comunidades indígenas con la expedición  de las Leyes Agrarias, particularmente la Circular de 1890 orientada contra las propiedades territoriales comunales de los indígenas. En el caso particular, del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, para conservar sus tierras comunales el agente municipal el C. Juan Clímaco Sabino en 1892, tuvo que acudir personalmente a la ciudad de México al Archivo General de la Nación, para solicitar todos los documentos legales que avalaran las posesiones territoriales de nuestro pueblo. Este hecho histórico es digno de resaltarse, porque acontece en el momento en que el Porfirismo desata su mayor ofensiva contra las propiedades comunales de los pueblos, y las autoridades de nuestra comunidad no les quedó otra alternativa que recurrir al Archivo General y Público de la Nación para detener la aplicación de la Ley Agraria de 1890, mediante la exhibición de títulos de propiedad de los bienes territoriales de nuestro pueblo.
Los testimonios obtenidos en 1893, en los que se avalan los títulos de propiedad de las tierras de nuestro pueblo no fueron tomados en cuenta, a tal grado que la hacienda de Jalapilla para 1910 tenía 5 000 hectáreas de terreno, después de poseer alrededor de 1700 hectáreas en la época de la Independencia.
Los testimonios de 1893 de los documentos existentes en el Archivo General de la Nación relacionados con los títulos de posesión de las tierras de nuestra población, son los únicos documentos de mayor interés histórico que existen en el Archivo Municipal, después del Título Primordial de la fundación del pueblo. Y cosa curiosa, en dichos testimonios sólo se habla de los documentos que amparan la posesión territorial de San Andrés Ixtlahuaca, hasta 1776, es decir hasta fines de la dominación colonial. Pero no se dice nada en los años posteriores de la Independencia, La Reforma y la primera etapa del Porfirismo; tal vez porque al gobierno de Porfirio Díaz no le convenía, o porque realmente no existían documentos debido a la legalización del despojo territorial a nuestro pueblo.

7.2. La Revolución democrático–burguesa de 1910–1917

Durante el Porfirismo se polarizó la sociedad rural: por un lado se enriqueció enormemente un reducido grupo de hacendados que concentraron enormes extensiones de tierras, a tal grado que para 1910 existían 8431 haciendas; en el otro extremo, se encontraban millones de campesinos pobres en su mayoría carentes de tierras y en condiciones de pobreza extrema.
Muchos hacendados principalmente del norte donde las relaciones capitalistas se habían desarrollado aceleradamente empezaron a interesarse por invertir sus capitales en la industria, pero en la práctica chocaron con los intereses del capital extranjero, que tenía enormes privilegios concedidos por el gobierno de Díaz.
La situación era ya insostenible para 1910, por lo que la burguesía agraria–industrial representada por Madero, al agotar las posibilidades legales de acceder al poder político, tuvo que recurrir a la lucha armada en contra de la dictadura de Porfirio Díaz. En su Plan de San Luis, Madero plantea claramente su programa de lucha al establecer como principal demanda política el derrocamiento de Díaz, expresada en su lema: “Sufragio Efectivo No Reelección” y para lograrlo requería el apoyo de los campesinos, por lo que en el artículo 3 de su Plan considera la restitución de tierras como demanda legítima de los campesinos pobres. La incorporación de la restitución de tierras a los campesinos pobres en  su programa, la hizo como una medida táctica para atraer a su lucha al movimiento campesino, ya que su intención era eminentemente política y se conformaba únicamente con el relevo de la camarilla porfirista del gobierno y, con ello solucionar -según él-automáticamente todos los problemas sociales y económicos del país. En este sentido lo expresa Montalvo (1988) en Historia de la Cuestión Agraria Mexicana, en la que cita a Madero e indica que para 1912: “Se ha pretendido que el objeto de la Revolución de San Luis fuese resolver el problema agrario; no es exacto: la Revolución de San Luis fue para reconquistar nuestra libertad, porque la libertad sola resolverá de por sí todos los problemas”. Además, sus intereses económicos en la agricultura y la industria le impedían avanzar hacia una profunda transformación socio-económica, como lo prueba la siguiente información proporcionada por Jürgen (1979): “La familia Madero que jugó un papel muy decisivo en la primera etapa de la Revolución, es representativa de esta clase de latifundistas progresistas. Aparte de dedicarse a la producción de algodón, la familia Madero era activa en la industria textil, empezó con la producción y transformación de caucho, fundó el primer banco en la frontera norte, poseía viñas extensas y una serie de lugares de vinos. Cuando se descubría cobre en sus tierras, ella misma emprendía la extracción y para no depender de las empresas extranjeras, construyó hornos propios de fundición que figuraban dentro de las empresas industriales más importantes de México. Su actividad económica independiente no solamente involucró a los Madero en el conflicto de intereses con el Estado de Díaz y los “Científicos”, en cuya política no tenían ninguna influencia, sino también con el capital extranjero, especialmente con el Trust norteamericano Guggenheim y su American Smelting and Refining Company. La enemistad de Guggenheim contra la Familia Madero se ve claramente en que el embajador norteamericano en México, Henry Lane Wilson, quien desempeñó su cargo gracias a este Trust, participó decisivamente en las preparaciones del golpe militar contrarrevolucionario del año de 1913 contra el presidente burgués Francisco I. Madero y de su asesinato”.
Al igual que Madero, Carranza pertenecía a la clase de los grandes hacendados en el norte del país y por su posición de clase no era partidario de una revolución social, sólo se circunscribía a medidas políticas que no afectaran sus intereses económicos de clase.
La Revolución iniciada en 1910 producto de las contradicciones entre dos fracciones de la burguesía: una muy reducida poseedora del poder político a través de Porfirio  Díaz,  sometida  al capital extranjero con intereses en la minería (metales industriales), ferrocarriles y cultivos de exportación; otra formada por hacendados inconformes que incursionaban en la industria encabezados primero por Madero y después por Carranza.
El movimiento armado fue el resultado del empeoramiento de las condiciones de vida de los campesinos pobres, como consecuencia de la aparición del capitalismo durante   la   Reforma  encabezada   por  Juárez (1856–1860) y especialmente el Porfiriato (1876–1910), cuando los comuneros indígenas fueron despojados de gran parte de sus tierras, con lo que se convirtieron en mano de obra en las haciendas como peones, arrendatarios y aparceros, en condiciones deplorables, por lo que la revolución la vieron como una oportunidad para la recuperación de sus tierras perdidas; desplazamiento de los capitales nacionales por el capital extranjero, junto con una reducida oligarquía nacional apoyados por la dictadura de Díaz; así como, la inconformidad de los obreros principalmente en los centros mineros de Cananea Sonora y textileros en Río Blanco Veracruz, como lo prueban la huelga de 1906 y la rebelión contra el fallo de Porfirio Díaz a favor de los empresarios textileros en1907.
El asesinato de Madero originó el levantamiento de Carranza, que al igual que aquel sus demandas eran de carácter político, como era la destitución de Huerta y respeto a la Constitución burguesa de 1857.
Con la caída de Huerta en 1914 había sido derrotada la vieja burguesía porfirista. Para Carranza y Obregón la lucha había terminado, pero para los campesinos pobres, sólo había terminado una etapa y proseguía la siguiente, consistente en el reparto de las tierras de las haciendas. Es en esta nueva fase de la Revolución cuando estallaron las contradicciones de clase: por un lado, se encontraba la burguesía agraria encabezada por Carranza y Obregón; por el otro los campesinos pobres básicamente zapatistas compuestos principalmente por pequeños propietarios, comuneros indígenas y aparceros que luchaban contra los hacendados para recuperar sus tierras.
El villismo estrictamente no se trató de un movimiento campesino, pues estuvo formado por vaqueros, pastores, mineros, ferrocarrileros y braceros; que por sus intereses coincidían más con los zapatistas, como quedó demostrado en la reunión de Xochimilco entre Villa y Zapata a fines de 1914. Sin embargo, sus intereses de clase no coincidían en lo fundamental, por lo tanto no fueron capaces de articular un proyecto nacional que expresara sus intereses para orientar sus luchas en forma independiente de la burguesía, lo que repercutió posteriormente en su derrota militar, primero de Villa y luego de Zapata. No fue su falta de heroísmo y valor lo que los llevó a la derrota, más bien hizo falta la presencia de una clase obrera más desarrollada capaz de elaborar una alternativa programática y organizativa independiente de la burguesía, para aglutinar a los villistas y zapatistas en la lucha contra sus enemigos de clase liderados por Carranza y Obregón. Por el contrario, los contingentes obreros fueron “arrastrados” a las posiciones de la burguesía y organizados en los “Batallones Rojos”, participaron militarmente al lado de Obregón para luchar en contra  del ejército de Francisco Villa.
La posición de clase burguesa de Madero y de Carranza impidió en el inicio de la Revolución la incorporación en sus programas el reparto de tierras a los campesinos y, mejoramiento de las condiciones de los obreros en las empresas, pero en el fragor de la lucha y para evitar que rebasaran los marcos del capitalismo, se vieron obligados a considerar algunas demandas, especialmente la restitución de tierras plasmada en la Ley Agraria del 6 de enero de 1915.
A pesar del triunfo del proyecto de la burguesía agraria–industrial en 1917, el desenvolvimiento de la lucha obligó a la fracción capitalista vencedora a incorporar los intereses de los obreros y campesinos pobres, expresados en los artículos 123 y 27 Constitucionales respectivamente, artículos que sirvieron de programa a los posteriores gobiernos para reglamentar las relaciones obrero–patronales y el reparto de tierras.

7.3. Reparto agrario al pueblo de San Andrés Ixtlahuaca

En el  marco jurídico de la Ley Agraria del 6 de enero de 1915 y una vez establecidas las autoridades constitucionalistas en Oaxaca, en  1916 las autoridades municipales de San Andrés Ixtlahuaca, encabezadas por el presidente municipal Manuel Natividad Díaz, solicitaron al gobernador del Estado la restitución de las tierras de las que habían sido despojados desde la dominación colonial hasta el Porfirismo. Esta petición se dio en el fragor de la lucha revolucionaria, entre los “carrancistas” para ganarse el apoyo de los campesinos en su lucha contra los “viejos” porfiristas, representados por el gobernador del Estado de Oaxaca José Inés Dávila, que con la “máscara” de la “soberanía” ocultaba su oposición a la revolución. 
En respuesta a la solicitud de restitución de tierras, la autoridad agraria realizó un estudio socio-económico en 1924, con base en el Código Agrario expedido por el gobierno de Álvaro Obregón en 1922, cuyos resultados se muestran en el cuadro siguiente:
Cuadro 5. Tenencia de la tierra (1924)
Tenencia
Superficie (hectáreas)
Beneficiarios (familias)
Comunal
1450
Pueblo
Pequeña propiedad
136
86
Perímetro urbano
28
Pueblo
Total
1614
     Fuente: Resolución Presidencial (1929)

Del mismo informe socio-económico de 1924, se desprende que en la población existían 200 familias y de acuerdo con El Reglamento Agrario del 10 de abril de 1922, para cubrir sus necesidades socio-económicas, cada familia requería una superficie territorial de 14.45 hectáreas, que multiplicadas por el número de familias indicadas da un total de 2 890 hectáreas, de las cuales se descontaron las 1 450 hectáreas de propiedad comunal poseídas por el Pueblo de San Andrés Ixtlahuaca; dando como resultado la Resolución Presidencial de 1929 en la que se dota con 1440 de tierras ejidales (2890 -1450= 1440).
La situación de la posesión territorial de nuestro pueblo, después de la Resolución Presidencial de 1929, se expresa en el siguiente cuadro:
Cuadro 6. Tenencia de la tierra (1929)
Tenencia
Superficie (hectáreas)
Beneficiarios (familias)
Comunal
1450
Pueblo
Ejidal
1440
200
Pequeña propiedad
136
86
Perímetro urbano
28
Pueblo
Total
3054
     Fuente: Resolución Presidencial (1929)

La Resolución Presidencial de 1929, es el documento agrario más importante en posesión del Comisariado Ejidal, que legaliza la propiedad de las 1440 hectáreas de tierras ejidales; sin embargo, en el mismo texto en el que se justifica la dotación agraria, se mencionan las 1450 hectáreas de tierras comunales, que por desconocimiento de las autoridades municipales y particularmente de las agrarias de nuestro pueblo, han sido consideradas como “municipales”, cuando para la Ley Agraria no existe el régimen de propiedad municipal; además, los Alcaldes encargados en los pueblos del apeo y deslinde de terrenos, también, por desconocimiento de la Resolución Presidencial de 1929, han venido realizando mediciones de terrenos que son en realidad comunales, con lo que han estado legalizando su privatización.

El plano de las terrenos del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, que incluye las tierras comunales (1450), los terrenos de pequeña propiedad (136) y 28 de zona urbana se muestran en el siguiente mapa.

Mapa de tierras del Pueblos de San Andrés Ixtlahuaca


Así pues, en 1929 se cierra otro capítulo en la historia agraria de nuestro pueblo y aunque no se pudo recuperar la totalidad de las tierras que originalmente pertenecieron a nuestro pueblo, si representó la mayor conquista agraria desde 1582, cuando inició la lucha por la defensa de sus posesiones territoriales durante la Colonia. Para la recuperación parcial de sus tierras, tuvieron que pasar 100 años y para ello fue necesaria una revolución, para que el pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, fuera dotado con 1440 hectáreas de tierras ejidales.
En 1941 San Andrés Ixtlahuaca tuvo conflicto por límites territoriales con San Felipe Tejalapan, por lo que la Liga de Comunidades Agrarias y Sindicatos Campesinos del Estado de Oaxaca, solicitó al C. Jefe del Departamento Agrario su intervención para solucionar este litigio agrario. En respuesta a la petición, el 17 de marzo de 1943, el Presidente de la república Manuel Ávila Camacho, expidió Resolución Presidencial en la que se confirma y titula a San Andrés Ixtlahuaca, una superficie comunal de 91.00 hectáreas. 
La superficie comunal confirmada y titulada al pueblo de san Andrés Ixtlahuaca de 91.00 hectáreas, son parte de las 1450 hectáreas comunales que en 1924 reportó el estudio técnico y socio-económico; en consecuencia, falta la confirmación y titulación del resto de tierras comunales.

8. Litigio agrario con Jalapa del Valle
Las raíces del conflicto agrario con la Agencia Municipal de Jalapa del Valle dependiente del Municipio de San Felipe Tejalapan, se remonta a la Resolución Presidencia de 1929 en la que el Municipio de San Andrés Ixtlahuaca es dotado de 1440 hectáreas de tierras ejidales pertenecientes a la  hacienda de Jalapilla. El casco de la hacienda se localizaba en la margen oriental del río en el área de influencia del pueblo de Jalapa del Valle, por consiguiente, los peones “acasillados” que laboraban en la hacienda provenían de dicha población, así como muchos aparceros (“medieros”) nativos de rancherías aledañas: La Toma, Las Salinas, La Hierba Buena, Betanzo y El Conejo; todas enclavadas dentro de las tierras ejidales dotadas al pueblo de San Andrés Ixtlahuaca y que antes de la Resolución Presidencial de 1929 pertenecían a la hacienda de Jalapilla. Para evitar ser expulsados de las tierras expropiadas a la hacienda de Jalapilla, en las que trabajaban  como peones y aparceros, aceptaron ser medieros del ejido de San Andrés Ixtlahuaca, entregar el 50 % de las cosechas levantadas y pagar renta de pastos.
El conflicto permaneció latente hasta 1953; sin embargo, en 1954 estalla como consecuencia de una invasión violenta de las tierras ejidales de San Andrés Ixtlahuaca, por parte de pobladores de Jalapa del Valle (Gómez, 2006).
El conflicto continúo, de tal forma que el 26 de marzo de 1955 se produjo un incendio en un horno de carbón de Jalapa del Valle que, se extendió en 10 hectáreas desde el arroyo la “Corona” hasta el mogote del mismo nombre en la Cieneguilla. Dos días después las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca dirigen un escrito al C. Presidente de la República, en el que explican que el origen del conflicto agrario se remonta al 17 de enero de 1929, cuando se publica la Resolución Presidencial, por medio de la cual se dotan 1440 hectáreas ejidales de la hacienda de Jalapilla y, se entregan a los ejidatarios de San Andrés Ixtlahuaca, provocando descontento y una serie de invasiones por parte de vecinos de Jalapa del Valle, a tal grado que el 24 de junio de 1954 es asesinado el C. Dionisio Rodríguez Ibáñez, originario de San Andrés Ixtlahuaca, crimen que nunca fue aclarado.
El problema se complica el 29 de agosto de 1954, cuando fueron expedidos certificados de derechos agrarios a 132 campesinos originarios de Jalapa del Valle, cuyos títulos los acreditaba como ejidatarios de San Andrés Ixtlahuaca, pero nunca fueron reconocidos como tales por el Comisariado Ejidal.
Las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca solicitan a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) un amparo, contra la expedición de los certificados agrarios a campesinos de Jalapa del Valle en terrenos ejidales de dicho pueblo. El 9 de diciembre de 1957 la SCJN falla a favor del pueblo de San Andrés Ixtlahuaca y anula los 132 certificados agrarios ejidales otorgados a pobladores de Jalapa del Valle, y ordena que retiren su ganado y se abstengan de seguir invadiendo terrenos ejidales de los ciudadanos de San Andrés Ixtlahuaca.
El Amparo a favor de las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca, no resolvió el conflicto agrario con Jalapa del Valle. Siguieron las invasiones de tierras ejidales y los enfrentamientos armados, a tal extremo que un grupo paramilitar dirigido por el General Adalberto Reyes Gil el 9 de noviembre de 1959, a las seis de la mañana invadió terrenos ejidales en la Agencia de la Cieneguilla, acción armada que fue denunciada por El C. Tomás Morales Santiago y Juan Ramírez Morales, autoridades agrarias de San Andrés Ixtlahuaca, en los siguientes términos:
“Penetraron en la Ranchería Cieneguilla, un numeroso grupo de gente armada de Jalapa del Valle, con un pelotón de soldados del 18 Batallón de Infantería, disparando sus armas, probablemente para amedrentar a los vecinos de la Ranchería, resultando lesionado el joven Calixto Santiago, vecino del citado rancho, atravesándole la pierna de un balazo, por lo que los vecinos de la Ranchería Cieneguilla tuvieron que huir por los montes, dejando sus hogares. El ejidatario Aurelio Morales, por encontrarse con una pierna amputada fue el único que no pudo huir siendo brutalmente golpeado por los soldados federales, las mujeres que no pudieron huir fueron amenazadas y golpeadas, pues se les exigía que entregaran a sus maridos, hay que hacer mención que los vecinos de la Ranchería Cieneguilla apenas si hablan el castellano, pues solo usan el dialecto mixteco, por tal motivo, no tuvieron medios de defensa, que por medio de la expresión, hay que mencionar que estos vecinos de la Ranchería Cieneguilla huyeron todos por diferentes rumbos y fueron regresando poco a poco a sus hogares hasta los 10 o 15 días, y solo tenemos que lamentar la desaparición del joven de 17 años de edad, Manuel Santiago, que no ha regresado a su hogar, pues se cree que fue muerto, salvo en el caso de que se haya ido lejos por temor; pero también tenemos que agregar que los vecinos de Jalapa del Valle, el mismo día 9 de noviembre volvieron a penetrar en la noche en la Ranchería de Cieneguilla, en esta vez se llevaron 6 yuntas de los ejidatarios de Cieneguilla, en esta ocasión ya no fueron los soldados, pero se dedicaron a llevarse, además de las yuntas, semillas, frijol, maíz y aperos de labranza”.
En la defensa del ejido murieron varios ciudadanos del pueblo, incluyendo el Presidente del Comisariado Ejidal Tomás Morales López en 1959, lo sucedió en el cargo por segunda ocasión el C. Juan Cruz, quien se caracterizó por su gran valentía para defender el ejido. La autoridad municipal destacó por su gran apoyo, particularmente  los C.C. Antonio Martínez Vásquez y Fortino Ruíz Sabino.
Es evidente que el conflicto se desenvolvió en dos frentes: el armado que se desarrolló entre 1954 y 1965 y costó varias vidas humanas a nuestro pueblo; y en el frente jurídico destacaron por su habilidad en la defensa legal del ejido los C.C. Carlos Juárez Cruz, Álvaro Ramírez Cruz y Fortino Ruiz Sabino.
Junto con la guerra sucia, las autoridades de Jalapa del Valle solicitaron amparo a la SCJN en su fallo a favor de San Andrés Ixtlahuaca de 1957, por lo que la Suprema Corte de Justicia de la Nación nuevamente tuvo que fallar a favor de las autoridades de San Andrés Ixtlahuaca en 1965. Con este fallo se “cierra” jurídicamente el conflicto agrario con Jalapa del Valle.
9. Contrarreforma al artículo 27 Constitucional
La Revolución de 1910–1917 abrió las posibilidades del desarrollo industrial del país, sobre todo después de las reformas del gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), específicamente el reparto de tierras y las nacionalizaciones del petróleo y los ferrocarriles; transformaciones que sirvieron de base a la industrialización en el período de 1940–1970; cuyos gobiernos en general representaron los intereses de la burguesía industrial, comercial y agraria; pero para 1982 es desplazada del poder político por la oligarquía financiera (grupo reducido de grandes empresarios relacionados con el sector financiero y sometidos al capital extranjero) y cuyos gobiernos desde entonces vienen implementando políticas de desmantelamiento de las conquistas históricas de los trabajadores y campesinos pobres.
La Jornada (1994) en un suplemento especial, escribe que una de las reformas más reaccionarias de los gobiernos tecnócratas fue la Reforma del Artículo 27 Constitucional de 1992, durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari; reforma que solo puede ser comparada con la Ley Lerdo de 1856 y La ley de 1890 del Gobierno de Díaz, ya que al igual que aquellas leyes tiene un carácter marcadamente anti-popular y también atenta contra los ejidos y bienes comunales de los pueblos. La experiencia histórica demuestra que estas leyes en los hechos legalizan el despojo de las tierras patrimoniales de nuestras comunidades y lo que provocarán es una nueva re-concentración de las tierras en manos de grandes terratenientes poseedores del dinero que lucran con la miseria de los pueblos.
El programa PROCEDE (Programa de Certificación de Derechos Ejidales) es el “brazo” jurídico y técnico  de la contrarreforma del artículo 27 Constitucional y tiene la finalidad de parcelar en propiedad privada las tierras ejidales y comunales de los pueblos, que dada la pobreza en que se encuentran acabarán vendiendo su patrimonio territorial que ha costado vidas y siglos de lucha a los pueblos.
La Nueva Legislación Agraria elaborada por los tecnócratas para justificar la contrarreforma al Artículo 27 Constitucional, es un atentado contra las conquistas agrarias de los campesinos, particularmente, la propiedad social de la tierra (ejidal y comunal), resultado de la la Revolución de 1910-1917, en la que un millón de personas perdieron la vida. La reforma del Artículo 27 Constitucional y la Ley Agraria, decretada en los primeros meses de 1992, cancelan las conquistas históricas de los campesinos y abren las puertas del sector social más pobre e indefenso de la población rural, al suprimir el carácter inalienable, inembargable e imprescriptible de la propiedad ejidal y comunal, para su privatización y la consecuente concentración monopólica de tierras en enormes latifundios.
Más allá de su discurso aparentemente pro-campesino, la Nueva Ley Agraria (Artículo 27, Ley Reglamentaria, Ley Forestal y Ley de Aguas) es, en el fondo, un nuevo monumento al latifundio, un manual casi perfecto para el monopolio rural.
Hoy con la nueva legislación neoliberal cualquier propiedad por gigantesca que sea no alcanza a transgredir tan bondadosa ley. Si en el pasado la Ley Agraria protegía la propiedad social y, salvo a los "pequeños" ganaderos, mantenía a raya las grandes propiedades, hoy sucede todo lo contrario: El Ejido y las comunidades indígenas son sujetos de ser afectados y en cambio los latifundios (presentes y los futuros que se formen al amparo de la nueva ley) gozan de la más completa impunidad al quedar cancelado el reparto agrario.
No se necesita más que un poco de sentido común, que es la intuición de los pueblos, para descubrir que las reformas neoliberales constituyen una nueva política agrícola, que atenta contra las conquistas y derechos de millones de campesinos pobres, para ofrecer los recursos del campo a una nueva clase de terratenientes.
El capitalismo está llegando a su límite, ya no da para más, pues se encuentra en una profunda crisis económica, social, política,  moral y ambiental; por lo que hoy más que nunca están dadas las condiciones objetivas para su relevo por un sistema en el que sean realmente las clases populares (campesinos pobres, obreros, empleados, profesionistas, etc.) las que arriben al poder político y tomen en sus manos el destino del país, impulsando un nuevo modelo de desarrollo sostenible verdaderamente popular. Para ello será necesario elaborar un programa que dé rumbo a la lucha, la organización popular y la estrategia y tácticas adecuadas para lograr los objetivos y las metas planteadas.

10. Conclusiones
De acuerdo a las fuentes de información consultadas en el archivo municipal: Título Primordial de fundación de 1836–1837, testimonios de 1892–1893,  defensa legal de las tierras de San Andrés Ixtlahuaca por parte del Abogado Joaquín Guerrero y Tagle de 1776–1777 y Resoluciones Presidenciales de 1929 y 1943, podemos llegar a las siguientes conclusiones:
Después de un período de transición de 1522 a 1581, en 1582 se inició el proceso de despojo de los bienes territoriales comunales avalado por las autoridades de Teozapotlán, cabecera  de la que dependía nuestro pueblo, a través del “préstamo“ de 50 medidas de tierras a los hermanos Caro Manrique y Melchor de Abendaño. Posteriormente alrededor de 1623, las tierras “prestadas“ fueron heredadas a los descendientes de Melchor de Abendaño y al siguiente año en 1624 el Alcalde Mayor de la ciudad de Antequera dio posesión oficial de las tierras a Pedro de Zárate; hecho que formalmente inaugura la aparición de la hacienda de Jalapilla. Este hecho marca un cambio de calidad, ya que en por esta época a nivel regional, estatal y nacional, se establece un nuevo Modo de Producción en el que las haciendas son la base de la producción en el campo mexicano y que por sus características corresponden al Modo de Producción Feudal. Este sistema se consolidó durante todo el siglo XVII, y perduró hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando fue relevado parcialmente por el capitalismo.
A fines del siglo XVII (1699) la hacienda de Jalapilla en contubernio con las autoridades virreinales se apropió de otros tres sitios: Melchor de Abendaño, El Zapote y Guiconachapa, acción que incrementó significativamente la superficie de dicha hacienda.
La consolidación del Modo de Producción Feudal sentó las bases para que la economía creciera durante el siglo XVIII y, sobre todo en la segunda mitad en la que se dio un crecimiento económico generalizado, resultado de las medidas liberales (capitalistas) implementadas y como era natural produjeron por un lado la concentración de la riqueza en manos de los comerciantes, empresas mineras y grandes hacendados; contrastando con la miseria de la mayoría de la población. Esta polarización social creó las condiciones para el surgimiento de la Revolución de Independencia; que a pesar de sus limitaciones favoreció las condiciones para el surgimiento de un nuevo sistema de producción: el capitalismo. Los representantes de éste nuevo sistema: el capital industrial y comercial, sobre todo el primero careció del ímpetu necesario para encabezar la Independencia por lo que dicho proceso revolucionario lo consumaron las clases conservadoras: la Iglesia y los hacendados. Estos, cuyas expresiones políticas fueron los Conservadores y Liberales respectivamente; ya libres de la dominación española entraron en confrontación por el poder político y al no tener la fuerza necesaria para derrotarse se mantuvieron en equilibrio alternándose en los gobiernos, dando origen a lo que se conoce en la historia oficial como el período de la “Anarquía” que va de 1821 a 1854. Después de este período de “anarquía” se inicia la lucha decisiva: por un lado la Iglesia como principal representante del viejo modo de producción feudal, por el otro la burguesía encabezada por los hacendados, rancheros y comerciantes liderados por los liberales con Juárez como figura indiscutible. La necesidad histórica del capitalismo se impuso y vencieron los liberales con la implementación de la Ley Lerdo de 1856 y las Leyes de Reforma de 1859, encaminadas a eliminar los monopolios territoriales de la iglesia y las comunidades indígenas para lanzar la tierra y la fuerza de trabajo de los comuneros a la circulación mercantil, medidas que el capitalismo naciente exigía. Los resultados fueron funestos para las comunidades indígenas y para la Iglesia; los que se beneficiaron fueron los comerciantes, rancheros y políticos liberales que tuvieron los recursos y los medios para apoderarse de los bienes nacionalizados y desamortizados.
Para ésta época no se cuenta con documentos que avalen las posesiones territoriales de la comunidad de San Andrés Ixtlahuaca, pero seguramente con la implementación de la Ley Lerdo de 1856 y su posterior incorporación a la Constitución liberal–burguesa de 1857, sus bienes territoriales se vieron reducidos por la implementación de las medidas de corte capitalista.
El Porfirismo representó la profundización de las medidas liberales burguesas y sobre todo las medidas anti campesinas implementadas en las Leyes Agrarias de 1883, 1890 y 1894, con las que dio el tiro de gracia a las comunidades indígenas; pues con estas reformas el campesinado no tuvo ninguna defensa y sus tierras fueron a parar en poder de los hacendados, como lo prueba el hecho de que la hacienda de Jalapilla, aumentó su extensión territorial de alrededor de 1,700 hectáreas en 1810 a casi 5,000 a fines del Porfiriato.
El despojo de las comunidades indígenas fue tan descarado y violento, que la mayoría de comuneros indígenas fueron despojados de sus medios de producción, con lo que se generó la propiedad capitalista y la mano de obra “libre” para ser contratada por el capital.
Las medidas capitalistas durante el gobierno de Porfirio Días fueron de tal magnitud, que produjeron una polarización social tan marcada que sentaron las bases   para   el estallamiento  de la Revolución democrático–burguesa de 1910–1917.
Fue necesaria una revolución política y social para que se hiciera justicia a los campesinos pobres mediante la restitución y dotación de ejidos, tal como lo soñaron Hidalgo y Morelos durante la Independencia, como lo probó el hecho de que el pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, en plena  Revolución de 1910–1917, representado por sus autoridades municipales y en el marco de la Ley Agraria del 6 de enero de 1915, solicitaron la restitución de las tierras que la hacienda de Jalapilla les había despojado y, después de los estudios socio-económicos de rigor realizados de acuerdo a lo establecido en el Artículo 27 de la Constitución General de la República, las autoridades agrarias procedieron a la dotación de 1,440 hectáreas de tierras ejidales, según Resolución Presidencial de 1929, que aunadas a las 1,450 hectáreas comunales, dentro de las cuales están 91 hectáreas comunales obtenidas de litigio agrario con el pueblo de San Felipe Tejalapan en 1943; 136 hectáreas de pequeña propiedad y 28 de perímetro urbano, dando un total de 3 054 hectáreas; extensión que aunque representa una mínima parte de las posesiones originales, representó la mayor conquista agraria desde la época colonial.
La falta de difusión por parte de las autoridades agrarias de la Resolución Presidencial de 1929 y el plano de ubicación de las tierras, especialmente de las tierras comunales de nuestro pueblo, ha provocado, que los alcaldes por desconocimiento hayan deslindado desde 1929 a la fecha tierras comunales, con lo que han avalado la privatización y con ello la mercantilización (compra-venta) de las mismas. Para evitar que este problema siga creciendo es indispensable que haya una coordinación entre las autoridades agrarias (ejidal y comunal), las autoridades municipales y el Alcalde y sobre todo que conozcan por lo menos el documento de la Resolución Presidencial de 1929 y el plano que la acompaña.
La lucha por la tierra no culminó con la Resolución Presidencial de 1929, pues en la década de los años 50’s del siglo pasado, se inició conflicto con Jalapa del Valle, por la solicitud de ésta agencia para ampliar su ejido. La defensa de nuestro pueblo de las tierras ejidales fue heroica y en la lucha entregaron su vida personas del Comisariado Ejidal y ciudadanos de nuestro pueblo; pero al final se conservaron nuestros bienes territoriales ejidales.
Aparentemente con esta lucha sangrienta con Jalapa del Valle había culminado la defensa de nuestras tierras ejidales, pero para 1982 se inicia una nueva etapa del Capitalismo en México, en la que una oligarquía financiera (grupo reducido de grandes capitalistas nacionales relacionados con el sector financiero y subordinados al capital extranjero) se apoderó del poder político y en el aspecto socio-económico implementa un programa neoliberal basado en la privatización de todos los bienes del Estado, incluyendo las tierras ejidales para lanzarlas a manos particulares para la libre inversión de los capitales privados. Esta medida se circunscribe en el marco de la contrarreforma al artículo 27 Constitucional en 1992, con el claro propósito de privatizar las tierras ejidales y comunales y como es de esperarse, esto producirá una enorme concentración de las tierras en manos de los terratenientes como se dio en la época del Porfirismo.
Ante esta nueva situación los pueblos en general, y particularmente el pueblo de San Andrés Ixtlahuaca, deben estar atentos para defender sus propiedades ejidales y comunales de las medidas privatizadoras del gobierno.
En suma desde la llegada de los españoles, se inauguró una larga etapa histórica por la defensa de las propiedades territoriales de nuestro pueblo, y ésta lucha continúa porque los que detentan el poder político no representan los intereses económicos del pueblo trabajador.
Recuerden los gobiernos liberales y neoliberales, que sus reformas ahora llamadas estructurales, por la enorme polarización social de la riqueza que generan, siempre han desembocado en revoluciones como lo demuestran las medidas implementadas por los Borbones a fines del siglo XVIII,  las Leyes liberales-burguesas de la Reforma de mediados del siglo XIX y el programa reformista liberal de Porfirio Díaz. Las condiciones han cambiado y las clases portadoras del futuro han avanzado, y ya no estamos para que minorías accedan al poder político como ha sucedido hasta el presente. Está llegando la hora de las grandes transformaciones en beneficio de las mayorías explotadas: las condiciones objetivas están dadas como lo evidencia la profunda crisis del sistema capitalista, la enorme miseria en que viven millones de compatriotas, aumento de la inconformidad social, derrumbe del Modelo Neoliberal; su triunfo depende de un programa claro, de una organización acorde con las nuevas circunstancias y de una estrategia y tácticas adecuadas.

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Glosario (Taylor, 1988)
Abasto de carne. Monopolio en el abasto local de carne.
Albacea. Ejecutor de voluntad testamentaria designada por el testador para el cumplimiento del contenido del testamento.
Alcalde Mayor. Funcionario español a cargo de un distrito.
Almud. Unidad de medida seca; un doceavo de fanega.
Bando. Proclamación.
Barrio. Vecindario de una comunidad; formado a veces por un linaje o una pequeña cantidad de linajes en un poblado indio.
Braza. Unidad de medida; dos varas.
Caballería. Unidad de terreno agrícola; aproximadamente 42.5 hectáreas.
Cabecera. Poblado principal.
Cabildo. Consejo municipal.
Cacica. Jefa india.
Cacicazgo. Propiedad de un cacique.
Cacique. Jefe o gobernante local, hereditario.
Capellanía. Donación eclesiástica; concesión para financiar ciertas ceremonias de la iglesia, como la celebración periódica de misas en honor del donante.
Casco. Edificios permanentes de una hacienda.
Cédula real. Orden real.
Censo. Hipoteca o préstamo.
Censo perpetuo. Concesión enfitéutica; una especie de renta a perpetuidad.
Cofradía. Fraternidad; hermandad laica responsable del financiamiento de los servicios religiosos de una comunidad y del mantenimiento de la iglesia local.
Composición de tierras. Legalización de un título.
Congregación. Concentración de asentamientos esparcidos en una sola comunidad.
Corregidor de indios. Funcionario español a cargo de un distrito indio local.
Corregimiento. Jurisdicción de un corregidor.
Cura. Sacerdote de la parroquia.
Desamortizar. Poner en estado de venta los bienes de “manos muertas”, mediante disposiciones legales. Dejar libre los bienes amortizados.
Doctrina. Jurisdicción o cabecera de una parroquia.
Dueño. Propietario.
Ejido. Tipo de tierra comunitaria.
Encomendero. Poseedor de una encomienda.
Encomienda. Concesión de un poblado o poblados indígenas, con el derecho a exigir tributo.
Entrada. Rápido ataque invasor de una expedición española.
Estancia de ganado mayor. Rancho ganadero; en teoría de unas 4.3 hectáreas.
Estancia de ganado menor. Rancho lanar o caprino; en teoría de unas 2 hectáreas.
Fanega. Unidad de medida seca. Equivalente a unos 50 litros.
Fanega de sembradura. Zona sembrada con una fanega de semillas; alrededor de 1.5 hectáreas.
Fundo legal. Territorio al que tenía derecho cada comunidad; en el período colonial tardío era de 600 varas por 600 varas.
Ganado mayor. Ganado, caballos y mulas.
Ganado menor. Ovejas, cabras y cerdos.
Hacendado. Dueño de una hacienda.
Hacienda. Propiedad territorial con una base económica mixta de ganadería y agricultura.
Herido de molino. Sitio de molino.
Labor. Pequeña propiedad territorial dedicada en su mayor parte a la agricultura.
Legua. Distancia que cubre una mula en una hora; se acepta en general que es el equivalente a 6.6 kilómetros.
Macehual. Comunero indio.
Maguey. Agave; el origen del pulque.
Mayeque. Indio de una clase subordinada, por debajo de un macehual y generalmente dependiente de un noble indio.
Mayorazgo. Propiedad sujeta a vínculo.
Medida. Unidad de terreno agrícola; alrededor de 0.2 hectáreas en el Valle de Oaxaca.
Merced. Concesión real o virreinal.
Mestizo. Persona de origen mixto indio y blanco.
Mezcal. Licor obtenido de una especie de maguey.
Minifundio. División de un terreno agrícola en pequeñas parcelas.
Obraje. Taller, particularmente de textiles.
Obra pía. Fondo o establecimiento caritativo.
Paraje. Marca de frontera.
Peso de oro común. Unidad monetaria; ocho reales.
Pregón. Anuncio público de la venta de propiedad privada.
Primitivo patrimonio. Propiedad india en la época de la conquista.
Principal. Miembro de la clase alta india; nivel hereditario.
Pueblo. Poblado; generalmente se refiere a comunidades indias pequeñas y medianas.
Pulque. Licor obtenido del maguey.
Real. Unidad monetaria; un octavo de peso.
Repartimiento. Reclutamiento de mano de obra.
Salina. Depósito de sal.
Sementera. Parcela de tierra cultivada.
Sarape. Capa de lana.
Solar. Parcela de una casa.
Suerte. Parcela.
Sujeto. Poblado subordinado.
Temporal. Tierras de cultivo no irrigadas.
Terrazguero. Indio subordinado; particularmente los aparceros.
Tianguis. Mercado indio.
Tierras realengas. Tierras reales, incluyendo bosques, ríos, reservas para la cacería y depósitos de cal.
Toma de agua. Fuente de agua.
Trapiche. Molino de azúcar.
Vara. Unidad de medida. Alrededor de 84 centímetros.
Veintena. Un impuesto del 5 % en las tierras transferidas a un nuevo dueño.
Villa. Corporación municipal a un nivel debajo de la ciudad.
Visita. Pequeña comunidad subordinada a una cabecera religiosa.
Vista de ojos. Inspección limítrofe.
Vocales. Electores en la elección de un cabildo.
Zontle. Cuatrocientos (atados).