IMPORTANCIA DE LA FABRICACIÓN DE HERRAMIENTAS DE TRABAJO EN EL ORIGEN DE LA ESPECIE HUMANA
Valentín Vásquez
San Andrés Ixtlahuaca, Oaxaca, México
valeitvo@yahoo.com.mx
Introducción
Desde que Darwin escribió El
origen del hombre (1871), mucho se ha escrito acerca de la evolución
de la especie humana. Sin embargo, es poco lo que se ha escrito acerca de la
tecnología paleolítica, específicamente la fabricación de instrumentos de
trabajo utilizados para la producción de bienes de subsistencia del hombre
primitivo, especialmente de los alimentos y su impacto en el desarrollo del
cerebro como órgano supremo, particularmente en la corteza cerebral sustrato
material del pensamiento abstracto.
Indudablemente que son los paradigmas de las épocas históricas los que condicionan el carácter de las investigaciones en las ciencias particulares. En este sentido el paradigma filosófico predominante en las disciplinas científicas particulares, hasta el presente y aún más durante los siglos XVII, XVIII y XIX, consistió en considerar a la inteligencia –mente- como el rasgo esencial de la especie humana, a tal grado que el gran naturalista sueco Carlos Linneo clasificó al hombre como Homo sapiens (hombre sabio), dejando de lado otros atributos muy importantes propios de la especie humana, como son: el trabajo, entendido como la capacidad de fabricar herramientas de trabajo y el lenguaje articulado fundamento del pensamiento abstracto.
El otro paradigma particular que reinó durante el siglo XIX en el terreno de la Geología fue el uniformismo, el cual explicaba los fenómenos geológicos como productos de un prolongado proceso de acumulación de cambios graduales, es decir, negaba los saltos en la aparición de los nuevos eventos geológicos. Este paradigma dejó honda huella en la formación científica de Darwin, de tal suerte, que en su magna obra: El origen de las especies (1859) al considerar la evolución como una serie de cambios graduales muy prolongados; por consiguiente, negó los cambios bruscos o saltos en la naturaleza en general y en particular en el desarrollo de las especies vivas. Además, resaltó a las facultades mentales como las más importantes que definen al hombre.
En realidad fueron los instrumentos de piedra más rudimentarios, los que permitieron a los antecesores inmediatos del hombre primitivo, probablemente los Australopithecus que sobrevivieron de la caza de los animales salvajes con los que coexistieron en el Oriente de África y así elevarse a un nuevo peldaño de la evolución para dar origen al Homo habilis hace unos dos millones de años. Posteriormente apareció el Homo erectus hace 1.5 millones de años, mejoró las herramientas de trabajo que le permitieron un mayor desarrollo, particular importancia tuvo el invento del fuego, tecnología que le permitió protegerse del frío y de los animales depredadores salvajes y para cazarlos; además, el fuego le permitió el cocido de los alimentos tanto vegetales como animales, lo que favoreció una mejor asimilación de los mismos, lo que permitió la disminución de tamaño del sistema digestivo y al mismo tiempo contribuyó al crecimiento del cerebro. Las nuevas tecnologías y el cocido de alimentos, particularmente de la carne, conjuntamente favorecieron el desarrollo de un cerebro más grande y más complejo, a tal grado, que pesaba en promedio 900 gramos, muy por arriba del de su predecesor el Homo habilis, cuyo cerebro pesaba unos 650 gramos. Así pues, es evidente el cambio cuantitativo en el tamaño del cerebro, pero como es obvio no se puede dejar de lado el aspecto cualitativo, por lo que a la par con el crecimiento, el cerebro se volvió más complejo.
Después de un período muy prolongado apareció el hombre de Cro-Magnon hace unos
35 mil años en Europa (Francia) y en Altamira (España) con un cerebro más grande (1500 gramos) y más
complejo, perfeccionó los instrumentos de trabajo, con esto su actividad
productiva se hizo más compleja socialmente, lo que repercutió en la aparición
necesaria del lenguaje articulado, base del pensamiento abstracto y en el arte evidenciado
en las pinturas rupestres que plasmaron en cuevas.
Los restos fósiles de homínidos asociados con herramientas paleolíticas, prueban, que fue el trabajo y la dieta esencialmente omnívora (alimentos vegetales y animales), los que hicieron posible, primero, el tránsito del Australopithecus al Homo habilis y finalmente del hombre moderno de Cro-Magnon. Es decir, fue y sigue siendo el trabajo el que define propiamente a la especie humana y lo distingue del resto de los animales en general y de los primates en particular. Como se trata del único homínido que sobrevivió y se transformó en la especie humana primitiva, por consiguiente, se puede definir al hombre moderno como homínido que fabrica herramientas de trabajo para transformar a la naturaleza para obtener bienes de subsistencia y en cuyo proceso transforma su fisiología y anatomía corporal y cerebral.
Antecedentes
Las
grandes ideas son producto de su tiempo –épocas históricas- y constituyen los
paradigmas que dominan la mente por largos períodos.
El
idealismo filosófico surgió esencialmente con Platón desde la cultura griega, antes de Cristo y llevado a su máxima expresión por la filosofía hegeliana (siglo XIX), es
el paradigma filosófico que ha perdurado por mucho tiempo y sigue todavía muy
arraigado en la sociedad. En lo concerniente a la evolución del hombre, se
distingue, por dar prioridad al pensamiento, como rasgo esencial que define a
la especie humana, con lo que margina otras facultades del hombre
considerándolas secundarias.
El
paradigma contrapuesto en el ámbito de la evolución de la especie humana, fue
propuesto por Federico Engels y consiste en considerar al trabajo como
fundamento material que condicionó la transformación del mono en hombre.
Concretamente,
Engels, cinco años después de la obra de Darwin acerca de El Origen del hombre (1871), en un
escrito inconcluso, titulado: El papel del trabajo en la transformación
del mono en hombre (1876), escribió:
“El
trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en economía
política. Lo es, en efecto, lo mismo que la naturaleza, que provee de
materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que
eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en
grado tal que, hasta cierto punto debemos decir que el trabajo ha creado al
propio hombre”.
Refiriéndose
a los monos antropomorfos parientes del hombre, el citado autor afirma:
“Es
de suponer que como consecuencia, ante todo, de su género de vida, por el que
las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los
pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por
el suelo y empezaron a adoptar cada vez más una posición erecta. Fue el paso
decisivo para la transición del mono al hombre”.
De
un ancestro común se desprendieron los monos antropomorfos y los homínidos hace
millones de años. De los homínidos, fueron los Australopithecus, particularmente el afarensis el que dio el salto
para convertirse en el hombre primitivo (Homo habilis), cuya características que
lo definió fue el trabajo entendido como la capacidad de fabricar
herramientas para la producción de alimentos (recolección de vegetales y caza
de animales salvajes).
Con
el trabajo las relaciones sociales se volvieron más complejas y junto con las
premisas biológicas, dieron origen al lenguaje. Tanto el trabajo, como el
lenguaje, impactaron en el desarrollo del cerebro:
“En
resumen, los hombres en formación llegaron a un punto en el que tuvieron algo
que decirse unos a otros. La necesidad creó el órgano: la laringe poco
desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero firmemente, mediante
modulaciones que producían a su vez modulaciones más perfectas, mientras los
órganos de la boca aprendían poco a poco a pronunciar un sonido articulado tras
otro…La comparación con los animales prueba que esta explicación del origen del
lenguaje a partir del trabajo y con el trabajo es la única correcta…Primero el
trabajo, luego con él el lenguaje articulado, fueron los dos estímulos
principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando
gradualmente en cerebro humano, que, a pesar de toda su similitud, lo supera
considerablemente en tamaño y en perfección. Y a medida que se desarrollaba el
cerebro, se desarrollaban también sus instrumentos más inmediatos: los órganos
de los sentidos. De la misma manera que el desarrollo gradual del lenguaje es
acompañado necesariamente del correspondiente perfeccionamiento del órgano del
oído, así también el desarrollo general del cerebro está ligado al
perfeccionamiento de todos los órganos de los sentidos… El desarrollo del
cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente claridad de conciencia,
el poder de abstracción y de discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su
vez sobre el trabajo y el lenguaje, estimulando más y más su desarrollo. Cuando
el hombres se separa definitivamente del mono, este desarrollo no cesa ni mucho
menos, sino que continúa, en distinto grado y en distintas direcciones entre
los distintos pueblos y en las diferentes épocas, interrumpido incluso a veces
por regresiones de carácter local o temporal, pero avanzando en su conjunto a
grandes pasos, considerablemente impulsado y, a la vez, orientado en un sentido
más preciso por un nuevo elemento que surge con la aparición del hombre
completo: la sociedad”.
En
seguida, Engels plantea cuestiones de trascendental importancia para comprender
la evolución del hombre. Primero, precisa que el trabajo empieza propiamente
con la fabricación de instrumentos. Luego la alimentación, derivada
de la caza y la pesca, actividades que aportaron carne para la nutrición del
hombre primitivo. La alimentación omnívora, con una proporción cada vez mayor
de la carne fue crucial en el desarrollo del cerebro. Sin la alimentación
carnívora no se habría dado la transformación del mono en hombre:
“Seguramente
tuvieron que pasar centenares de miles de años –que en la historia de la Tierra
tienen menos importancia que un segundo en la vida de un hombre- antes de que
la sociedad humana surgiese de aquellas manadas de monos que trepaban por los
árboles. Pero, finalmente, surgió. ¿Y qué es lo que volvemos a encontrar como
diferencia característica entre la manada de monos y la sociedad humana? Otra
vez el trabajo…No cabe duda de que la explotación rapaz debía llevar a la raza
de monos que superaba con ventaja a todas las demás en inteligencia y capacidad
de adaptación a utilizar en la alimentación un número cada vez mayor de nuevas
plantas y cada vez más partes comestibles de éstas; en una palabra, debía
llevar a que la alimentación, cada vez más variada, aportase al organismo
nuevas y nuevas sustancias, las cuales creaban las premisas químicas para la
transformación de estos monos en seres humanos. Pero todo esto no era trabajo
en el verdadero sentido de la palabra. El trabajo comienza con la elaboración
de instrumentos. ¿Y qué son los instrumentos más antiguos, si juzgamos por los
restos que nos han llegado del hombre prehistórico, por el género de vida de
los pueblos más antiguos que registra la historia, así como por el de los
salvajes actuales más primitivos? Son instrumentos de caza y de pesca; los
primeros utilizados también como armas. Pero la caza y la pesca presuponen la
transición de la alimentación exclusivamente vegetal a la alimentación
acompañada con el uso de la carne, lo que significa otro importante paso en el
proceso de transformación del mono en hombre. La alimentación con carne ofreció
al organismo, en forma casi completa, las sustancias más esenciales requeridas
por el organismo para su metabolismo…Y cuánto más se alejaba el hombre en
formación del reino vegetal [en su alimentación], más se elevaba sobre los
animales. De la misma manera que el hábito a la alimentación mixta convirtió al
gato y al perro salvajes en servidores del hombre, así también la adaptación de
la alimentación con carne combinada con la dieta vegetal contribuyó
poderosamente a dar fuerza física e independencia al hombre en formación.
Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta con carne fue en el
cerebro, que recibió así en cantidad mucho mayor que antes las sustancias
necesarias para su alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento
fue haciéndose mayor y más rápido y perfecto de generación en generación.
Debemos reconocer –y perdonen los señores vegetarianos- que el hombre no habría
llegado a ser hombre sin la alimentación con carne”.
Otro
gran invento básico para la evolución del hombre, fue primero la manipulación y
luego la producción del fuego, invento crucial para el desarrollo del hombre
primitivo, ya que le sirvió para protegerse del frío, ahuyentar a los animales
salvajes y su caza. Pero el fuego, sirvió para eso y más. Sirvió también para
la preparación de los alimentos obtenidos en la caza de animales salvajes y
pesca. La incorporación de alimentos cocidos en la dieta del hombre, implicó
otro salto en la evolución del hombre, especialmente en el desarrollo de la
capacidad cerebral. En palabras de Engels:
“La
alimentación con carne significó dos nuevos avances de importancia decisiva: el
uso del fuego y la domesticación de animales. El primero redujo aún más el
proceso de digestión, ya que permitía comer, como si dijéramos, comida medio
digerida; el segundo multiplicó las reservas de carne, pues junto con la caza,
ofrecía una nueva fuente para obtenerla en forma más regular y proporcionó, con
la leche y sus derivados, un nuevo alimento, que en cuanto a composición era
por lo menos del mismo valor que la carne. Así, pues, estos dos avances se
convirtieron directamente para el hombre en nuevos medios de emancipación”.
Es
en el siguiente pasaje en el que Engels plantea con toda claridad el idealismo
filosófico que, ha perdurado por siglos en la mente de los hombres y que
acostumbra explicar las acciones por los pensamientos y, en la esfera de la
especie humana prioriza las facultades mentales sobre el papel del trabajo:
“El rápido progreso de la civilización fue atribuido exclusivamente a la mente, al desarrollo y a la actividad del cerebro. Los hombres se acostumbraron a explicar sus acciones por sus pensamientos, en lugar de buscar esta explicación en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la mente del hombre, que así toma conciencia de ellas). Así fue como, con el transcurso del tiempo, surgió esta concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los hombres, sobre todo desde la desaparición del mundo antiguo, y que todavía lo sigue dominando, al punto de que hasta los naturalistas de la escuela darwiniana más materialistas son aún incapaces de tener una idea clara sobre el origen del hombre, pues esa misma influencia les impide ver el papel desempeñado por el trabajo".
En seguida Engels explica la importancia en el origen de la especie humana:"La mano no es sólo el órgano del trabajo, sino también el producto del trabajo. Trabajo, adaptación a operaciones siempre renovadas, herencia de músculos, ligamentos y, a lo largo de prolongados periodos, huesos que pasaron por un desarrollo especial y el siempre renovado empleo de ese refinamiento heredado en operaciones nuevas, cada vez más complicadas, otorgaron a la mano humana el alto grado de perfección necesario para crear los cuadros de un Rafael, las estatuas de Thorwaldsen, la música de un Paganini".
En el diccionario filosófico marxista (1984) se afirma que Federico Engels, expuso la doctrina marxista sobre el origen y evolución del hombre. Este trabajo fue escrito en 1876. Se publicó por primera vez en lengua alemana en 1896. Darwin probó que el hombre tiene su origen en el mundo animal y aclaró este problema en sus aspectos biológicos. Pero aún no existía una solución completa y correcta de dicho problema, por cuanto no estaba resuelto el aspecto sociológico. Esta solución la dio Engels. Aceptando la tesis de las ciencias naturales avanzadas acerca de que el hombre tiene su origen en el mundo animal, Engels concentró su interés en el problema de las leyes sociales que condicionan el nacimiento del hombre. El factor fundamental en la humanización del mono fue el trabajo, la actividad productiva, aquello que distingue al hombre del mono y que es inherente sólo al hombre. Engels dice: “el trabajo ha creado por sí al hombre”. La transición del mono al hombre se operó sobre ciertas premisas, de las cuales las decisivas fueron el paso de los antepasados antropoides del hombre a la marcha erguida y la liberación de las extremidades delanteras. Pero las extremidades delanteras de nuestros antepasados tenían únicamente facultades para las operaciones más sencillas llegando a convertirse en manos humanas sólo como resultado del trabajo que a lo largo de muchos milenios iba perfeccionándolas. “Así, la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también su producto”, dice Engels. El desarrollo de las manos provocado por el trabajo ejerció su influencia sobre todo el organismo. Una importancia especial tuvo el creciente desarrollo del cerebro que se efectuó bajo la influencia del trabajo y del lenguaje articulado. Pero la palabra, a su vez, debe también su aparición al trabajo. Precisamente en el proceso del trabajo, “los hombres en formación llegaron al punto en que tenían algo que decirse”. El desarrollo del cerebro y el sincrónico “perfeccionamiento de sus instrumentos más inmediatos: los ‘órganos de los sentidos’, ejercieron a su vez una poderosa influencia recíproca sobre los progresos del trabajo y del lenguaje”. En la “época de transición del mono al hombre”, tuvo la mayor importancia, como lo señala Engels, el carácter gregario de nuestros antepasados. Con la aparición del “hombre hecho” la horda se convierte en sociedad, elemento que ejerce una enorme influencia sobre el proceso del desarrollo del hombre. “¿Y qué volvemos a encontrar como diferencia característica entre la tropa de monos y el género humano?: El trabajo”. Engels define el trabajo como la actividad específica del hombre. “El trabajo comienza con la confección de herramientas”. La confección y el uso de herramientas tuvo una importancia extraordinaria para todo el desarrollo posterior del hombre, proporcionándole la posibilidad de vivir en las condiciones naturales más variadas. El animal sólo es capaz de aprovechar la Naturaleza. El hombre, en cambio, con la ayuda de las herramientas produce, somete la Naturaleza a sus fines. Se adapta a la Naturaleza mediante la transformación de sus órganos artificiales, los instrumentos de producción. El crecimiento de las fuerzas productivas –los instrumentos de producción–, he aquí lo que determina el desarrollo del hombre y de la sociedad. Engels esboza brevemente el camino recorrido por este desarrollo, y prueba que el hombre, gracias al trabajo, obtiene el dominio sobre la Naturaleza, entiende sus leyes, aprende a prever de antemano los lejanos efectos naturales de su actividad productiva. “Y ésta es la diferencia esencial y decisiva entre el hombre y los demás animales, y es a su vez el trabajo el que determina esta diferencia”.
García
(2013) escribe que a los seres humanos nos gusta suponer que lo que nos define
como especie está en nuestro cerebro enorme y sofisticado. Es natural quedarse
maravillado por un órgano de menos de kilo y medio que contiene cerca de cien
mil millones de neuronas, capaz de cobrar consciencia de sí mismo. Pero se trata
de un prejuicio idealista que pone la realidad patas arriba. El cerebro no es
tanto lo que nos hace humanos sino uno de los resultados de lo que nos hizo
humanos. El cerebro es producto del trabajo y aunque es cierto que el
desarrollo de este órgano interactuo e impulsó al trabajo en una relación
dialéctica, debe verse como una relación en donde el órgano es lo subordinado,
el resultado. La prueba de ello está en el hecho de que los primeros homínidos
que fabricaron herramientas pre-líticas hace más de cuatro millones de años –y
podemos asegurarlo porque incluso los chimpancés llegan a elaborarlas en
situaciones límite- tenían el cerebro del tamaño de un bonobo. Por lo tanto,
primero fue la transformación material y luego vino la evolución de nuestros cerebros.
El córtex cerebral, sede de la inteligencia
Una
característica cualitativa fundamental en el surgimiento del cerebro humano
está en el desarrollo del córtex cerebral asociado a las capacidades
racionales, lingüísticas y abstractas propias de la mente humana, capa del
cerebro que comprende dos terceras partes de este órgano. La fabricación de
herramientas funcionó como un importante motor cultural en la selección de
todas aquellas mutaciones que favorecen la capacidad de abstracción,
planificación y racionalización, dado que las poblaciones con mutaciones
genéticas que mejoraron estas capacidades tuvieron mayores posibilidades de
sobrevivir. A pesar de que las herramientas del Homo habilis no muestran
prácticamente variedad o especialización, vale la pena reflexionar un poco las
implicaciones de la elaboración de estas herramientas. La fabricación de
herramientas de piedra es una tarea más compleja de lo que se cree, su
fabricación -incluso para un trabajador experto- requiere empeño y precisión;
es imposible separar las lajas de la piedra original si no se golpea ésta con
el instrumento percutor en un ángulo determinado; la transformación de un
pedernal o una roca en un raspador presupone y a la vez impulsa la capacidad
propia del ser humano de abstraer, prever y planificar. La fabricación de
herramientas implica e impulsa –como hemos observado- la capacidad de imaginar,
prever, planificar, medir, simbolizar. Así, la necesidad creó al órgano: las
necesidades sociales que se le presentaron a los homínidos para transformar su
entorno generaron los órganos correspondientes, especialmente el cerebro. Las
necesidades de planificación, ejecución, autocontrol, razonamiento y
abstracción impulsaron el desarrollo de los lóbulos frontales, especialmente de
una fina capa de unos 2 milímetros llamada neo córtex –que compartimos los
mamíferos- cuya sofisticación llega a su punto máximo en los seres
humanos; a ello se debe que los humanos modernos tengamos frentes altas, encima
de los ojos y cráneos globulares.
La
transformación del medio natural fue un asunto social, colectivo; algunos
investigadores han encontrado una relación directa entre el tamaño del neo-córtex
y la complejidad de las relaciones sociales que unen a los individuos de la
clase de los mamíferos. En concordancia, mientras avanzamos en la sucesión de
especies homínidas y llegamos al género Homo observamos un desarrollo
progresivo del córtex cerebral que llega a su punto álgido con nuestra especie.
El estudio de las impresiones cerebrales dejadas en los cráneos del Homo
habilis demuestran un desarrollo del córtex cerebral, especialmente de la áreas
encargadas de la imitación de gestos orales y manuales, reforzando la idea de
que la fabricación de herramientas y el lenguaje (aunque fuera una tosca
comunicación gestual) se desarrollaron de forma paralela. En un fascinante
estudio se establece una hipótesis sobre la antigüedad de la capacidad cerebral
para el lenguaje abstracto: “diversos autores (Kay, Catmill y Ballow) estimaron
que el tamaño del nervio que controla los músculos de la lengua está
relacionado con la capacidad de ésta para pronunciar distintos sonidos del
habla. A su vez, el nervio pasa por el canal hipoglosal del cráneo y éste es
1,8 veces mayor en los seres humanos que en los simios. Además, en los Australopithecus,
el canal mide igual que en los simios, pero hace 300.000 años alcanzó el tamaño
que hoy se advierte en los seres humanos, lo que da a entender que el habla
humana tiene al menos esta antigüedad”. Hace 300 mil años surgieron los
primeros humanos arcaicos, pero se sabe que el Neanderthal tenía dificultades
para un lenguaje articulado dado el tamaño de su laringe y el menor desarrollo
de su corteza pre frontal, de ser cierto la hipótesis antes citada se
demostraría que la capacidad cerebral para un lenguaje complejo estuvo latente
antes del desarrollo de este potencial, al que se actualizó con nuestra
especie hace unos 200 mil años mediante la acción.
La
creciente complejidad de la producción de herramientas y de los lazos sociales
implicaba, no sólo el desarrollo del neo-córtex, también la necesidad de
desarrollar mejores sistemas de comunicación, ello produjo áreas cerebrales
específicas para dichas funciones. Así, por ejemplo, fue probablemente una
mutación en el gen FOXP el que catalizará un potencial oculto en el cerebro y
realizará las capacidades lingüísticas y asociativas del cerebro, con el
desarrollo de áreas corticales conocidas como “de Wernicke” y el “de Broca” que
se relacionan con la comprensión del lenguaje abstracto y la formación de
oraciones complejas. Con la complejidad creciente de las actividades sociales
la corteza del cerebro se especializó generando una lateralización hemisférica;
aunque cada hemisferio realiza actividades simétricas –controlando el lado
opuesto del cuerpo- también se especializa en una suerte de actividades
polares, como explica Carl Sagan: “El mundo del pensamiento está dividido más o
menos en dos hemisferios. El hemisferio derecho de la corteza cerebral se ocupa
principalmente del reconocimiento de formas, la intuición, la sensibilidad, las
intuiciones creadoras. El hemisferio izquierdo preside el pensamiento racional,
analítico y crítico. Estas son las fuerzas duales, las oposiciones esenciales
que caracterizan el pensamiento humano. Proporcionan conjuntamente los medios
tanto para generar ideas como para comprobar su validez. Existe un diálogo
continuo entre los dos hemisferios canalizado a través de un haz inmenso de
nervios, el cuerpo calloso, el puente entre la creatividad y el análisis, dos
elementos necesarios para comprender el mundo”.
En
síntesis, aunque el cerebro de los Neandertales tenía un volumen mayor al de
nuestra especie, sus lóbulos frontales y su córtex pre-frontal estaban menos
desarrollados. Desafortunadamente para los Neandertales, los “dados” de la
evolución estaban “cargados” para que el sapiens-sapiens pudiera superar la
prueba del final de la última glaciación con nuevas herramientas, sistemas de
comunicación más abstractos y complejos, y formas más flexibles de adaptarse a
los inevitables cambios, superando su animalidad al subordinarse a nuevas leyes
culturales. Adicionalmente, aunque el cerebro del hombre de flores fuera del
tamaño del de un chimpancé es seguro que las circunvoluciones de su cerebro
estuvieron organizadas de distinta manera, como lo sugieren los estudios hechos
en sus cráneos. Es la evolución la que ha posibilitado que la materia
cobre consciencia de sí misma, que ha hecho surgir la materia más altamente
organizada conocida en el universo: nuestro cerebro. Pero la capacidad cerebral
del primer Homo sapiens que surgió en África hace 200 mil años y la del hombre
contemporáneo son idénticas, tanto por su volumen como por su estructura. Lo
que explica las diferencias culturales abismales entre el hombre del
paleolítico y el del capitalismo no se encuentra, por tanto, en el cerebro sino
en el contexto, en la evolución histórica y ya no en la evolución natural. La
evolución social avanza mucho más rápido que la evolución biológica, por lo que
las leyes de Darwin han dejado de operar en nosotros en forma decisiva por lo
menos durante los últimos 200 mil años; si bien es cierto que nuestro cerebro
ha dejado de crecer, hemos podido expandirlo culturalmente con herramientas
asombrosas como los procesadores y el internet, hemos dilatado nuestra memoria
con bibliotecas, hemerotecas y fonotecas; nuestra capacidad de comunicación,
con la televisión y los celulares; mucho más allá de la capacidad natural de
nuestro cerebro. Hasta ahora ha sido el contexto el que configura al cerebro y
en mucho menor medida a la inversa. Es éste el que desarrolla o limita las
potencialidades cerebrales latentes, presentes en todos los seres humanos.
Menéndez
de la Prida (2017) argumenta que no es posible conocer cuando aparecieron las
neuronas, células especializadas en la comunicación electroquímica de los
sistemas nerviosos, pero lo que sí es cierto, es que aparecieron en el océano
por la necesidad de moverse y consecuentemente para orientarse en medio
acuático cambiante y fundamentalmente en la búsqueda de energía y materia para
cubrir sus necesidades metabólicas. Tan importante es el movimiento que las
ascidias, una especie de tunicados marinos, cuando nacen en forma de larvas
provistas de un ojo sencillo y un órgano para el equilibrio que les permiten
nadar espasmódicamente su cola. Cuando están suficientemente desarrolladas, se
adhieren a las rocas e inician un proceso de metamorfosis que consiste en la
atrofia de su ganglio cerebral. Si no van a moverse pueden prescindir de él. En
aquellos organismos, los sensores captaban los estímulos y un cerebro primitivo
mediaba en las respuestas, como simples reflejos automáticos. Cuando
aparecieron los primeros animales terrestres, el movimiento se convirtió en una
acción estratégica fundamental para la sobrevivencia. Entonces ser capaces de
encontrar el camino de regreso, para escapar de los peligros, necesidades que
condicionaron a los animales de incorporar un sentido de la orientación
espacial. Pero el movimiento tuvo otro efecto fundamental en el reino animal:
conectó el mundo interno representado en el cerebro con el mundo físico
mediante acciones voluntarias en respuesta a los estímulos. Esto provocó que
algunos de estos seres fueran capaces de transformar las cosas que los rodeaban
y de hacer predicciones mentales que reforzaban su conducta. Si el movimiento
fue un motor esencial para el desarrollo del sistema nervioso, la capacidad de
orientación espacial fue el germen catalizador de algunas de las funciones
superiores del cerebro humano. Navegar por el espacio supuso encontrar
elementos y experiencias en el camino y ordenarlos en el tiempo. Algunas
propiedades fundamentales de los sistemas neuronales más simples se pusieron al
servicio de la habilidad de relacionar estímulos y respuestas con su contexto
espacio-temporal. La evolución paralela de formas simples de memoria, ya
presentes en moluscos como Aplysis o Hermissenda, con los sentidos del tacto,
el olfato, el oído y la vista en los primeros vertebrados dieron lugar a un
sistema neuronal especializado en la navegación espacial. Localizar y
relacionar estímulos encontrando sitio para escapar del peligro fue
posiblemente la forma más primitiva de orientación espacial. Los reptiles y las
aves ya tenían incorporado un sistema de orientación espacial en sus cerebros
primitivos, una especie de GPS que los ayudaba a registrar sus cambios y ya de
paso algunas experiencias vividas. Aquello evolucionó lentamente mientras sus
cerebros crecían apretadamente contra el cráneo, adicionando nuevas capas de
neuronas que envolvió a los primeros núcleos neuronales. La expansión de la
corteza cerebral en los mamíferos obró un nuevo milagro. El rudimentario GPS
comenzó a alejarse de las cortezas sensoriales primarias con la irrupción de
hasta veinticinco nuevas áreas
corticales destinadas a sofisticar la computación de los estímulos básicos. En
los primeros primates, la visión como sentido dominante tomó ventaja
priorizando su efecto sobre la localización espacial, pero las conexiones con
las áreas de asociación facilitaron la construcción de nuevas percepciones. Las
zonas parietales y temporales de esos evolucionados cerebros comenzaron a integrar
modalidades sensoriales en representaciones cada vez más abstractas de la
realidad. El GPS neuronal se desarrolló de una forma exponencial para
representar cualquier asociación posible y, mediante sus conexiones con la
parte más frontal de la corteza cerebral, logró una influencia funcional sin
precedentes. Así pues, después de un prologado proceso histórico de 13 800
millones de años (desde el Big Bang hasta el surgimiento de la especie humana),
la naturaleza fue capaz de generar el más sofisticado de todos los órganos: el
cerebro humano.
Valderas
(2017) expone que la especie humana moderna que emerge de África hace unos 200
mil años no presentaba un cerebro significativamente grande. Lo que si era
evidente que tenía una corteza mayor de asociación, involucrada en una gran
variedad de procesos cognitivos. También poseía un lóbulo frontal
comparativamente grande en el que se iban a desarrollar las capacidades mentales superiores, fundamentadas
por el lenguaje y son las que nos definen propiamente como especia humana
moderna. En el curso de la evolución del sistema nervioso, no hubo reforma de
planos, sino aprovechamiento de materiales preexistentes. El cerebro, de color
rosa grisáceo y 1400 gramos de peso promedio, presenta en su superficie externa,
o córtex, circunvoluciones más o menos profundas. De su parte posterior pende
el cerebelo, con pequeños surcos cruzados. Se distinguen los nervios craneales,
que conducen la información procedente de los ojos, oídos, nariz, lengua y
cara. Caracteriza al cerebro la simetría de sus hemisferios. Todos los
mamíferos poseen un cerebro antiguo o tallo cerebral (cerebro reptiliano),
sistemas límbicos por encima del tallo cerebral (cerebro paleo-mamífero) y, por
último el córtex, la adición más reciente. El cerebro ha crecido por adición de
nuevas capas para responder a los nuevos retos del entorno. Entre las diversas
hipótesis sobre la función de las capas corticales, se ha propuesto que la capa
más externa es la más estrechamente asociada con el procesamiento consciente y
las subyacentes son el soporte material de los procesos inconscientes. Así
pues, la evolución humana en general y de su cerebro en particular, así como su
distribución por todos los climas del planeta, es más consecuencia de la cultura
propia del hombre y no de la genética.
Furió
y Figuerola (2017) escriben en National Geographic que todo parece indicar que
el éxito del Homo estrechamente ligado a la fabricación y uso de herramientas
para mejorar la explotación de las fuentes disponibles de proteína animal. La
historia de la utilización y mejora de utensilios de piedra condujo a otro
fenómeno de adaptación evolutiva importante digno de mención: el aumento de
volumen cerebral. En este contexto, hace aproximadamente unos 2.5 millones
de años, aparecieron los primeros utensilios de piedra de origen claramente
intencionado, conocidos como herramientas o industrias de modo 1 o Olduvayense (porque los primeros ejemplares se encontraron
en la Garganta de Olduvai, en Tanzania). Las primeras herramientas cumplían
diferentes funciones, aunque parecen haberse empleado con dos finalidades
principales. Por un lado, los denominados choppers
o cantos tallados se habrían destinado a quebrar los grandes huesos para poder
acceder así a la grasa del tuétano almacenado en su interior. Por otro lado,
las lascas habrían facilitado el corte
de trozos de carne adheridos a carcazas o reducir su tamaño hasta
hacerlo adecuado a la boca de un humano. En el primer caso, se utilizaba la
fuerza por un gran peso y una arista aguda para acceder al mismo recurso al que
los animales carroñeros podían acceder por la anatomía de su dentadura. La
tecnología desató nuevas posibilidades evolutivas a nivel biológico. El acceso
a la grasa y a la proteína animal se tradujo rápidamente en una mejora de la
eficiencia energética, a su vez, favoreció el proceso de encefalización
(incremento del volumen cerebral en relación a la masa corporal). El acceso a
una dieta más rica en proteína animal se correlacionó con un ahorro sustancial
en el sistema digestivo, que suele ser de alto consumo energético en especies
que se alimentan de productos vegetales. Homo ergaster sucesor de Homo habilis
mejoró la fabricación de herramientas de piedra hace 1.6 millones de años, para
dar paso a una nueva industria: Achelense
o Modo 2 (con utensilios más complejos y refinados que los del Modo 1), así
como el uso del fuego controlado. Las nuevas herramientas, de las cuales la más
representativa es el bifaz, contaban ahora con nuevos usos, y retroalimentaban
el proceso evolutivo de mejora alimentaria ligada al incremento del volumen
cerebral. Ya en etapas posteriores, y habiendo adquirido los mayores volúmenes
craneales, apareció la técnica Musteriense
o Modo 3, con herramientas mucho más pequeñas que los Neandertales
perfeccionaron y la de Modo 4, en el
Paleolítico superior, caracterizada por la fabricación de cuchillas muy
estrechas acompañadas de mangos para los instrumentos y destinadas a usos muy
específicos. La evolución humana se aceleraba en paralelo al uso de la
tecnología y comenzaba así a desprenderse de algunas restricciones ambientales.
Hace unos 35,000 años la humanidad quedó reducida a dos especies: Homo Neanderthalensis y Homo sapiens. Ambas especies, descendientes de Homo heidelbergensis, habían separado sus historias evolutivas unos 400 000 años
antes y se había adaptado a condiciones ambientales distintas, una en Europa y
la otra en África. Uno de los rasgos de estas dos especies, es que ambas
desarrollaron cerebros de mayor volumen cerebral y complejidad, tan solo hace
unos 100 000 años. Así pues, existió una tendencia en el crecimiento y
complejidad del cerebro asociados al desarrollo paralelo de la tecnología en
las diferentes especies humanas que se sucedieron en la historia evolutiva.
El
fuego consecuencia también del trabajo del hombre primitivo, fue crucial en el
desarrollo posterior de la especie humana, tal como escribe Lelyen Ruth (2017):
“El descubrimiento del fuego representó un cambio esencial en la vida de
nuestros antepasados. Podemos asegurar que las consecuencias del uso del fuego
por el Homo erectus, condujeron a modificaciones no solo en el orden
social, sino también en la propia anatomía del cerebro y, desde luego, en la
mente".
Sin
duda el uso del fuego posibilitó la supervivencia del hombre en
aquellos períodos tan hostiles: defensa de las fieras, luz y calor,
alimentación adecuada y mejoría en sus armas de caza, son algunos de los
cambios que introdujo tras descubrir el fuego. Sin embargo, el efecto más
importante de todo este proceso recayó en que el cerebro de nuestros ancestros
creció de tamaño y, por tanto, se diversificaron y especializaron sus
funciones, desarrollándose capacidades como la memoria a largo plazo y la
solución de problemas. Ello ocurrió a través de los procesos siguientes. Una
vez que el hombre llevó a cabo la cocción de los alimentos, estos sabían mejor,
se digerían más fácilmente y se lograba una digestión más rápida y eficiente.
Al
dominar el fuego, la construcción de herramientas y otros utensilios se
desarrolló considerablemente, lo cual redundó en la creatividad de nuestros
ancestros:
Con
el fuego se podía afilar las puntas de las lanzas con mucha facilidad.
El fuego permitió
combar la madera, con la que se hicieron luego vasijas, canoas, arcos, etc.
Usando
dicho elemento, nuestros antepasados también pudieron comenzar a trabajar la
cerámica, de la cual se deriva posteriormente una rama artística.
El
fuego permitió que se pudiera finalmente doblegar el hierro y otros metales,
para elaborar diferentes tipos de utensilios.
El
arte encontrado en las cuevas de los primeros hombres ―innumerables pinturas
rupestres de animales y hombres cazando―nos permite entender que ya entonces
nuestros sistemas nerviosos habían sufrido profundas transformaciones. Un
cerebro que pinta es un cerebro que piensa, que puede hacer abstracciones a
determinado nivel.
Sin
el fuego no habría posibilidad de tener una iluminación que permitiera llevar a
cabo la tarea ni contemplar el resultado. Por tanto, no solo se desarrollaba el
artista, sino también la visión de los espectadores, y luego la experiencia
mental de entrar en contacto con imágenes artísticas que evoquen referencias
más allá de la propia realidad: como el sentido de tener antepasados.
Desde
el principio el fuego parece haber cobrado un valor mágico para nuestros
ancestros. Al estar en contacto con este elemento y confirmar sus poderes, se
le incorporó a los distintos rituales religiosos y funerarios. La idea de que
el fuego nace de la nada, crece y finalmente muere puede haber suscitado en los
antepasados interrogantes cuyas respuestas requirieron durante milenios del
desarrollo de muchas zonas de nuestro cerebro.
Por
otra parte, la vida antes del fuego era diurna: se cazaba de día y se
dormía de noche. Con la aparición del fuego, surgió el tiempo nocturno para
reunirse alrededor del fuego y establecer una comunicación que llevara al
intercambio de historias. Y posiblemente aparecieran los primeros y muy
incipientes elementos de lo que con el tiempo llegaría a ser la filosofía.
En
síntesis el uso sistemático del fuego, parece haber obligado a los
primeros humanos a fijar su atención en distintas actividades y a desarrollar
la creatividad, las memorias a corto y largo plazo, la concentración y la
comunicación con el otro.
Una
vez que tuvieron el control de su atención, nuestros ancestros comenzaron a
hacer planes, lo cual evidentemente nos ubicaba ya en un peldaño mental mayor
respecto al resto de los primates y, por consiguiente, en el árbol
evolutivo.
Podemos
decir pues, sin temor a equivocarnos, que la herramienta más importante que
desarrolló el descubrimiento del fuego fue el cerebro humano.
De
la Torre y Borrega (2017) dicen que desde un punto de vista anatómico, el
cerebro está formado por dos hemisferios (izquierdo y derecho) comunicados por
un haz de fibras nerviosas, denominado cuerpo calloso. Cada hemisferio se
divide, a su vez, en cuatro lóbulos: el frontal, responsable de los procesos
cognitivos complejos; el parietal, encargado de la integración sensorial; el
occipital, relacionado con la percepción visual; y el temporal, asociado al
tratamiento de la información auditiva. La superficie cerebral, llamada corteza
o córtex, está constituida por una delgada lámina formada principalmente por
neuronas y células gliales (materia gris). La corteza presenta numerosos pliegues, lo que hace que la superficie cortical sea muy superior a la
superficie del cráneo. Respecto a las bases cerebrales del lenguaje, los
autores descritos argumentan que las investigaciones de los neuro-científicos,
principalmente Broca y Wernicke, al estudiar las zonas ubicadas alrededor de la
cisura de Silvio en el lóbulo frontal inferior y el lóbulo temporal superior
izquierdos en casi todos los individuos diestros (derechos) y en una mayoría de
zurdos, son el núcleo central del procesamiento del lenguaje en el cerebro. Así
pues, el núcleo del lenguaje, está formado por el área de Broca, que se activa
sobre todo con el procesamiento de oraciones complejas, el área de Wernicke,
que se relaciona con el reconocimiento de la forma hablada de las palabras y
con el control del habla, y el giro angular, una encrucijada de caminos
neuronales encargada de integrar la información que obtenemos por los canales
auditivos y visuales para dar significado a los objetos, los acontecimientos y,
probablemente, las palabras. Estas tres áreas están localizadas en el
hemisferio dominante (izquierdo). En resumen, los autores citados, conciben
al lenguaje como la capacidad que nos hace humanos.
García
(2018) escribe que en el marco de la línea de investigación confirmada por
Donald Hebb (1904-1985) y Friedrich Hayek (1899-1992), que apuntaba al sistema
nervioso como base del aprendizaje y la memoria, se iniciaron numeroso
experimentos para investigar los efectos de la experiencia sobre el cerebro y
la conducta. En esta línea se produjo el estudio sobre neuroplasticidad y
memoria condicionadas por la experiencia y la publicación de resultados de
Michael Merzenich (1972). Ya por aquel entonces, gracias a los trabajos de
Wilder Penfield (1891-1976), se sabía que en una determinada zona del cerebro
se encuentra representado un mapa de nuestro cuerpo. En las operaciones de
neurocirugía que realizaba con anestesia local y manteniendo a la persona
consciente, Penfield estimulaba con una corriente eléctrica puntos de la cabeza.
De esta forma, en caso de lesiones, podía aislar la parte dañada del cerebro
para extirparla. El objetivo de Penfield era originalmente clínico pero estas
prácticas le permitieron identificar distintas áreas somato-sensoriales, con lo
que configuró el famoso “homúnculo de Penfield”: un mapa motor cortical que
representa el cuerpo como un pequeño hombre distorsionado. Así, las áreas de la
cara, la boca y las manos ocupan mucho más espacio cortical del que les
correspondería en relación con su tamaño dentro del cuerpo. Con estos
antecedentes, Merzenich se propuso completar la investigación que había
realizado Penfield, pero con una técnica más depurada, valiéndose de electrodos,
a fin de cartografiar con mayor precisión el córtex cerebral de los primates. Con
el cráneo del animal abierto, introducía un electrodo en el área de la corteza
que registra las sensaciones de las manos, y tras muchos ensayos logró dar
forma a un pequeño mapa de las neuronas responsables de las sensaciones. Prosiguió
su investigación seccionando el nervio sensorial de diversos primates más con
el objetivo de observar cómo reaccionaba el cerebro cuando se producía una
lesión en el sistema nervioso periférico. El descubrimiento fue sorprendente:
los nervios sensoriales volvieron a desarrollarse y el cerebro también recuperó
su funcionamiento normal, si bien después de un tiempo de estimulación y
superados los momentos de confusión y entrecruzamiento de sensaciones. El
descubrimiento provocó un nuevo terremoto en las teorías vigentes de la
comunidad científica, pues los neurólogos pensaban que la estructura del
cerebro adulto era fija y que en ella no se producían modificaciones. Una cosa
es que la experiencia condicionara nuestra conducta, como había afirmado Hebb,
pero Merzenich les hablaba de algo mucho más serio: en el cerebro adulto podían
darse reestructuraciones neuronales rápidas. Durante las tres décadas siguientes,
Merzenich prosiguió con sus investigaciones sobre plasticidad neuronal en el
cerebro de monos adultos: entrenó a un grupo de monos para que consiguieran
alimento girando un disco rotatorio con los tres dedos centrales de la mano. Pasados
unos meses, el área del córtex de los monos responsable de los dedos había
aumentado notablemente, en particular la que correspondía a las puntas de los
dedos usados, al mismo tiempo que se incrementó la sensibilidad táctil de estos
dedos. La experiencia había modificado el cerebro de esos animales. No pasaron
demasiados años antes de que se realizaran estudios similares en humanos. Es el
caso de la investigación realizada por Thomas Ebert y su equipo de
colaboradores, en la que imágenes del cerebro de violinistas y violonchelistas
con las correspondientes a personas que no eran músicos. Aquellos que tocan
instrumentos de cuerda saben que se utilizan los dedos de la mano izquierda
para pisar las cuerdas, mientras que los dedos de la mano derecha que mueven el
arco no requieren movimientos tan sutiles y diferenciados. El equipo de
investigadores descubrió que la zona del córtex correspondiente a los dedos de
la mano derecha no difería significativamente entre los que eran músicos y los
que no. Sin embargo, las zonas correspondientes a los dedos de la mano
izquierda eran hasta cinco veces más extensas en el cerebro de los músicos. Además,
aquellos que habían aprendido a tocar el instrumento antes de los trece años
presentaban un mayor desarrollo de esas zonas, en comparación con los que
habían iniciado más tarde, pues el tamaño de la representación de una zona
corporal en la corteza depende de la
intensidad y duración de la estimulación. Las investigaciones de Ebert
demostraron que los cambios estructurales del cerebro se llevan a cabo más
fácilmente durante los primeros años de vida. Así pues, cabe pensar que un
músico como Mozart llegó a tal genialidad no solo por su dotación genética, que
era muy especial, sino también por la práctica de la destreza en la infancia,
cuando su cerebro era más maleable.
Además,
el autor citado afirma que “los lóbulos frontales son el último logro en la
evolución del sistema nervioso, particularmente el córtex pre-frontal. En los
primates y en el ser humano alcanzan el mayor desarrollo en una especie y son cruciales para las
acciones finalistas: identificar objetivos y metas, establecer planes para
alcanzarlos, realizar esos planos, supervisar el proceso de realización,
introducir modificaciones y mejoras, valorar los resultados logrados. Los
lóbulos frontales permiten liberar al máximo al organismo de las respuestas
fijas y rutinarias, representar, imaginar alternativas, innovaciones y mejoras.
Sin el gran desarrollo de los lóbulos frontales las conquistas culturales de la
especia humana no serían posibles. El papel preponderante de los lóbulos
frontales se refleja en la arquitectura neuronal, pues todas las conexiones
anatómicas y funcionales, los complejos tractos neuronales del cerebro, llevan
al córtex pre-frontal y vuelven allí. La corteza pre-frontal mantiene miles de
millones de conexiones con otros sistemas, así que recibe y remite información
proveniente de otras partes del cerebro: las cortezas frontales, parietales,
temporales y occipitales, el tálamo, los ganglios basales, la amígdala, el
hipocampo y todo el sistema límbico. La corteza pre-frontal es para el cerebro
lo que el director para la orquesta”.
Cela
y Ayala (2019) citan una investigación realizada por Emiliano Bruner, Giorgio
Manzi y Juan Luis Arsuaga (2003) en el que han analizado el proceso evolutivo
comparando una muestra de ejemplares de un total de 26 especímenes, entre los
que se incluyen fósiles clasificados como Homo erectus junto con otros de los
siguientes tipos: 1) de más dudosa asignación, que componen el morfotipo
“arcaico”, 2) Neandertales cuyo morfotipo es el “Neandertal”, y 3) los humanos
modernos fósiles y un humano actual que conforman el morfotipo “moderno”. Los resultados de la investigación muestran
el decrecimiento de la anchura posterior (temporo-occipital) comparada con la
anchura anterior/frontal, lo que indica que el morfotipo “moderno” se aparta
del “Neandertal”, mientras que este último queda cerca del “arcaico”. Bruner,
Manzi y Arsuaga (2003) atribuyeron la
pauta propia de los humanos modernos al desarrollo parietal y al crecimiento
vertical de la bóveda craneana. Mientras que el cerebro del Homo neanderthalensis
conserva una forma similar a la del ancestro común (Homo erectus), el cerebro
de Homo sapiens experimenta cambios importantes en zonas como la parietal. De
acuerdo con lo que se ha visto hasta ahora acerca de los estudios comparativos
del cerebro en nuestra especie y los demás ejemplares del registro fósil
humano, cabe sostener la hipótesis de que esas características distintivas de
los humanos modernos aparecieron a la vez que se producían las expansiones
frontal y parietal de la corteza cerebral. Un aspecto de trascendental importancia
es el proceso de girificación, entendida como el grado de plegamiento que se
produce en la superficie cortical y da lugar al aspecto característico de las
circunvoluciones de la corteza. Un área que, en la comparación entre especies,
tiene igual volumen pero diferentes grados de girificación contaría con una
superficie mayor si se desplegase. James Rilling y Thomas Insel (1999b)
llevaron a cabo un estudio mediante resonancia magnética de 44 especímenes
pertenecientes a 11 especies de primates en los que, además de realizar el
cálculo volumétrico, investigaron la relación existente entre el tamaño del
cerebro y la girificación. Sus resultados indicaron que, de forma general,
cuanto mayor es el volumen de un cerebro mayor es también el grado de girificación.
Sin embargo, hay dos regiones en el cerebro humano que exceden de mayor grado
de girificación: las zonas pre-frontal y parietal de la corteza.
Los
autores citados argumentan el desarrollo de las zonas pre-frontales y
parietales de la corteza cerebral, así de la presencia de mayor cantidad y
complejidad de los pliegues del neo-cortes, como rasgos distintivos del hombre
moderno (Homo sapiens).
Respecto
al desarrollo del cerebro, Bruner (2019) afirma que a pesar de las
expectativas, el lóbulo frontal no ha revelado demasiado en comparación con los
simios antropomorfos, menos todavía con los fósiles. Todos los homínidos
extintos parecen haber tenido el mismo patrón de surcos frontales que los
humanos modernos, incluso ciertos abultamientos de las áreas posteriores
inferiores, cruciales para el lenguaje (área de broca). Los lóbulos parietales
han dado más sorpresas. Desde siempre se ha sabido que los huesos parietales
del cráneo han presentado muchas variaciones a largo de la evolución humana,
pero los datos sobre aquellos lóbulos situados bajo ellos no se empezaron a
tener en cuenta hasta hace quince años. Los lobulillos parietales inferiores, a
pesar de estar involucrados en funciones cruciales como la descodificación delo
lenguaje (área de Wernicke), no presentan cambios patentes en sus proporciones
entre las especies humanas. El cambio, en los lobulillos superiores detectan
diferentes variaciones morfológicas. Comparados con sus antepasados y con los
homínidos más arcaicos, los Neandertales tenían las superficies parietales
dorsales más anchas y abultadas lateralmente. Justo debajo de esta superficie
se encuentra el surco intra-parietal, que presenta una organización
particularmente compleja en nuestra especie. El aumento de la corteza intra-parietal
podría haber desplazado la corteza y sus pliegues, y de aquí tengamos todavía
muchas dificultades en reconocer las áreas correspondientes en humanos y otros primates.
Como hemos comentado, es este un conjunto de áreas cruciales para la
coordinación ojo-mano, fundamental en especies que cuentan, como adaptación
esencial, con la producción y uso de tecnología. En los humanos modernos (Homo sapiens), los cambios parietales
son aún más vistosos que en los Neandertales, porque a pesar además de presentar
el mismo aumento de la superficie lateral, también nos caracterizamos por tener
lobulillos más largos y abultados. El aumento de la curvatura parietal
contribuye sensiblemente a dar ese aspecto redondo a la cabeza de nuestra
especie, si la comparamos con la de las especies fósiles. Este aumento de la
corteza parietal en los humanos modernos ha sido puesto en evidencia mediante
la localización de las fronteras anatómicas de estas regiones, así que es
probable se trate de un aumento real de la corteza dorsal parietal. Además, en
estas regiones dorsales de la bóveda, el cráneo no ejerce vínculos muy
robustos, y sencillamente adapta su forma al cerebro que tiene que envolver. Así
que, en este caso, podemos decir que el cambio evolutivo probablemente no se
deba a la arquitectura craneal, sino a una real variación de las proporciones
cerebrales. Esta variación de la forma del cerebro, con superficies parietales
abultadas y redondas, se alcanza en una etapa muy temprana de nuestro
desarrollo, probablemente en el primer año de vida, quizá antes. Se trata de
una etapa que no se produce en el desarrollo endocraneal de chimpancés y
Neandertales, característica solo de nuestra especie, Homo sapiens. Este aumento de la superficie parietal corresponde, a
nivel espacial, a la posición del precúneo, aquel elemento mediano de los
lobulillos parietales superiores cuya parte superior alcanza la superficie
externa del cerebro. Es el mismo elemento cortical que destaca por ser mucho
más grande en los humanos modernos que en los chimpancés, y que constituye un
elemento crucial en las funciones de integración viso-espacial que incluyen
cuerpo-ambiente, la imaginación visual, las relaciones que establecemos con los
recuerdos y la representación de uno mismo en el espacio, en el tiempo y en el
contexto social, todas ellas funciones relevantes en una especie que tiene
nuestra capacidad de imaginación y de simulación mental. El registro de los
primeros Homo sapiens no es muy rico, pero por lo que sabemos los más
primitivos no tenían grandes lóbulos parietales, de modo que cabe la
posibilidad de que el linaje moderno surgiera sin sus grandes áreas parietales
y que las haya desarrollado más tarde, a lo largo de su evolución. Es decir,
hace unos 150 000 años o 200 000 años es posible que existieran humanos
modernos sin un cerebro moderno. Y esto nos recuerda que estas áreas son
sensibles a cambios genéticos, pero también a influencias ambientales (como el
entrenamiento y la práctica), por lo que desconocemos en qué proporción genes y
ambiente han contribuido a moldear nuestras redondas cabezas. Los lóbulos
occipitales no han presentado variaciones significativas a lo largo de la evolución
humana, y han aumentado menos en nuestro proceso de encefalización. Su función
consiste en descodificar la información visual, una tarea sensorial que quizá
no ha cambiado mucho entre los primates. En las especies humanas extintas, los
lóbulos occipitales suelen estar mucho más proyectados hacia atrás, pero esta
separación disminuye en los casos en que aumentan los volúmenes parietales (Neandertales
y humanos modernos).
El
mismo autor, en lo referente a la neuro-arqueología escribe que lo que más se
ha investigado es la producción lítica, y ya se cuenta con muchos estudios cómo
se activa el cerebro cuando se talla una piedra para fabricar una herramienta
prehistórica o cuando se trata de resolver problemas propios de los
recolectores-cazadores del Período Paleolítico. Como era de esperar, todas las
actividades de producción de industria paleolítica involucran directamente la
corteza parietal, porque requieren un control y una coordinación del cuerpo, de
las fuerzas, de los pesos y de los espacios. Parece que la experiencia y la
práctica influyen sobre el uso de las fuerzas (distribución de pesos, espacios
y energías), entrenando aquellos procesos de la cognición que atañen a la
gestión de nuestro propio cuerpo. Al fin y al cabo somos primates muy especializados,
y pensamos con las manos más de lo que creemos, utilizando nuestro cuerpo como
medida, para razonar y para decidir. Luego, cuando las herramientas se hacen
más complejas y necesitan procesos más articulados, la corteza frontal se suma
a la orquesta, seleccionando opciones y alternativas. En particular, son zonas
de la corteza pre-frontal que se acercan a las áreas motoras de la mano, y
además próximas a las zonas involucradas en la producción del lenguaje. La
práctica en tallar piedra para fabricar tecnología lítica llega a alterar la
misma composición cerebral de aquellas áreas frontales y parietales
involucradas: las conexiones aumentan proporcionalmente a las horas dedicadas
al entrenamiento. Y esta misma red fronto-parietal también es crucial en los
procesos de imitación típicos de nuestra especie, lo cual nos recuerda que
nuestras capacidades tecnológicas no dependen solo de las habilidades
individuales, sino sobre todo de la capacidad grupal de aprender y,
evidentemente, de saber y querer enseñar. Así pues, desde sus orígenes, el
género Homo ha desarrollado una relación estrecha con la tecnología, de la que
han derivado una ecología, una cultura, una sociedad y un sistema cognitivo que
dependían de la interacción con ella. A pesar que envuelve a los contextos
arqueológicos, por el momento se puede asegurar que el descubrimiento de restos
que apuntaban a un cambio en la estructura del cráneo humano (una cabeza más
redonda) se relaciona íntimamente con la explosión de diversidad cultural que
en poco tiempo llegó a producir utensilios finos, armas arrojadizas,
ornamentos, artes figurativas e instrumentos musicales. En síntesis, la
tecnología que el cerebro contribuye a forjar lo forja a su vez.
Mariño
(2019) escribe que unos de los rasgos esenciales de la especie humana es el
lenguaje y que su fundamento neurológico está en la corteza cerebral, región
que controla los movimientos voluntarios; que a diferencia de nuestros
parientes los simios sus expresiones comunicativas incipientes son controladas
de forma automática por el tronco encefálico y sistema límibico.
Arnau Joan (2019) escribe que el auténtico motor que ha conformado a la humanidad ha sido la organización social, asentada en la producción material. Influyendo no solo en nuestra conciencia, sino también en el desarrollo evolutivo de las distintas especies humanas, hasta llegar a la nuestra, el Homo sapiens. La organización social -interviniendo sobre unas bases biológicas cuyos cambios están determinados por las leyes establecidas por Darwin- ha sido el elemento decisivo en la evolución humana.
El salto cualitativo
Hace
entre cinco y seis millones de años, los homínidos se separan de chimpancés,
gorilas y orangutanes, con los cuales compartieron un ancestro común.
Posteriormente, de los homínidos vuelve a separarse una rama, el género Homo,
que a través de diferentes saltos dará lugar a nuestra especie.
¿Cuál fue el elemento decisivo de estos enormes cambios, que hicieron posible la irrupción de la humanidad?
Suele pensarse que es la locomoción bípeda, nuestra particular forma de caminar erguidos. Desde luego influyó, pero no es capaz de explicar por sí misma todo el proceso. Homínidos como los australopitecos ya caminaban erguidos, y sin embargo su capacidad cerebral y su organización, aunque superior no difería sustancialmente de la de los simios antropomorfos.
Otros sitúan el elemento desencadenante en la adaptación a un nuevo nicho ecológico, determinado por el gran cambio climático que en el este de África convertirá las selvas tropicales en espacios abiertos, en sabanas. Pero hay un género entre los homínidos, los parántropos, que abandonaron definitivamente la protección de las selvas y se adaptaron extraordinariamente a estos espacios abiertos… y desaparecieron hace un millón de años sin intervenir en la aparición de la humanidad. Fabricar herramientas, producir cosas absolutamente nuevas, es distintivo de humanidad.
Hay otro elemento material que es la auténtica clave. La primera especie del género Homo es el Homo habilis, el “hombre hábil”. Y su irrupción está ligada a las primeras herramientas fabricadas por manos humanas. Son primero muy rudimentarias, lascas sin retocar y cantos tallados llamados “choppers”. Pero suponen un enorme descubrimiento, el más importante de toda la historia de la humanidad.
No
hablamos de la utilización de instrumentos, a través de objetos naturales
adaptados para su función. Eso lo hacen otros primates. Los chimpancés utilizan
ramas, a las que eliminan las ramificaciones laterales, para “cazar” termitas
introduciendo el palo en su hormiguero. O se fabrican con ramas una especie de
nidos en los árboles para dormir. Los humanos somos la única especie que
fabrica herramientas cuya forma no existe en la naturaleza, y ellos imponen a
la piedra. Los cuchillos de sílex salen de cantos rodados, sin filo. Para
convertirlo en una herramienta cortante hay que “diseñar” primero ese objeto en
la cabeza, y luego ser capaz de ejecutar movimientos con precisión para tallar
la piedra.
El
aspecto central no es la utilización de herramientas, sino su fabricación. Se
ha conseguido enseñar a un chimpancé a usar herramientas de piedra, incluso ha
podido deducir su utilidad en algunos casos. Lo que ha sido imposible es lograr
que pudiera fabricarlas.
Para fabricar herramientas se utilizan otras herramientas. El Homo habilis sacaba un afilado “chopper” de un canto de sílex empleando otra piedra seleccionada como percutor.
La
fabricación de herramientas implica un desarrollo tecnológico. El primitivo
Modo 1 de la industria lítica, conocido como Olduvayense, dio paso hace 1,6
millones de años al más perfeccionado Modo 2, o Achelense. Y así sucesivamente.
Presupone
la transmisión de conocimientos, entre los miembros del grupo, y de generación
en generación, permitiendo con ello un desarrollo acumulativo más allá de lo
que un solo individuo puede alcanzar. "Desde el mismo nacimiento del género
Homo, y en los sucesivos saltos que darán lugar al Homo sapiens, la
organización social actúa como el gran motor de la humanidad".
La
fabricación de herramientas no es una empresa individual, como la de un
chimpancé que caza termitas con un palo, sino social. Necesita de la
participación de todo el grupo, y al mismo tiempo fortalece su cohesión.
Estableciendo, ya desde el Homo habilis, una determinada especialización del
trabajo entre los miembros del grupo.
Sobre
esta base, se establecen determinadas relaciones en el grupo, que va
comprendiendo la naturaleza al tiempo que la transforma. Su comportamiento ya
no va a estar determinado por la biología social, los impulsos inscritos
genéticamente, sino por el nuevo “nicho ecológico” en el que se mueve, que es
social.
La expansión del cerebro en los
humanos está ligada a su carácter social.
Al
ser capaz de producir herramientas, fue más fácil acceder a proteínas animales,
con mayores aportes proteicos y más digeribles. Lo que permitió acortar el tubo
digestivo y concentrar energía en la expansión del cerebro.
Y
los modernos estudios nos hablan de que el tamaño del cerebro está vinculado al
tamaño del grupo social. Las relaciones con el grupo, enormemente complejas,
obligan a desarrollar lo que se ha denominado “inteligencia social”.
Desde
el mismo nacimiento del género Homo, y en los sucesivos saltos que darán lugar
al Homo ergaster, al Homo antecesor o al Homo sapiens la organización social
actúa como el gran motor de la humanidad.
En
la Revista electrónica de ciencia, tecnología y cultura (2020) explica que una
investigación ha descubierto que después de estar 800.000 años fabricando
herramientas simples de la tradición olduvayense, los primeros seres humanos
comenzaron a fabricar hachas achelenses hace alrededor de 1,8 millones de
años. En ese momento, el cerebro humano casi se duplicó de tamaño.
Algunos
investigadores han sugerido que esta tecnología más avanzada, junto con un
cerebro más grande, implicó un mayor grado de inteligencia y tal vez incluso
los primeros signos del lenguaje. Una nueva investigación ha certificado esta
hipótesis.
La
nueva investigación ha averiguado qué nivel de actividad cerebral es necesario
para la fabricación de esas herramientas prehistóricas y descubierto que la
fabricación de las complejas herramientas achelenses requiere el uso de las
mismas zonas cerebrales necesarias hoy para tocar el piano.
En
consecuencia, esta investigación ha determinado que el pensamiento humano pudo
haber surgido mucho antes de lo que se creía hasta ahora, situando su origen en
unos 1,8 millones de años atrás, cuando aparecieron las primeras herramientas
achelenses.
Según
este estudio, publicado en Nature Humane Behavoir, la cognición humana coincide
en el tiempo con la aparición del Homo erectus, una especie temprana del género
humano anterior a los neandertales en casi 600.000 años.
Las
tradiciones líticas olduvayense y Achelense estuvieron presentes en el
Paleolítico inferior, la etapa más larga de toda la prehistoria que empezó hace
unos 2,5 millones de años y duró hasta hace unos 125.000 años, cuando aparecen
otras industrias más complejas.
Las herramientas olduvayenses, que aparecieron por primera vez hace unos 2,5
millones de años, están entre las primeras utilizadas por los antepasados de la
humanidad. El uso de herramientas achelenses es más reciente, pues data de
entre 1,8 millones y 100.000 años atrás.
Cerebros de hoy para ver los cerebros de
ayer
El
descubrimiento ha sido posible mediante una forma original. Se ha escogido a
individuos modernos para que crearan con sus manos herramientas antiguas, unas
olduvayenses y otras de la era achelenses, como si fueran seres humanos
primitivos. Las herramientas debían construirlas rompiendo piedras con un
pedernal, un objeto usado principalmente para crear flechas, explica la
Universidad de Indiana en un comunicado.
Durante
esta investigación, la actividad cerebral de los voluntarios era monitorizada
con una moderna tecnología de imagen cerebral conocida como imagen
espectroscópica próxima al infrarrojo. Esta técnica permite medir la
oxigenación de una zona del cerebro para deducir su actividad, en este caso la
fabricación de herramientas artesanales primitivas.
De
esta forma, los investigadores pudieron deducir qué actividad cerebral fue
necesaria para la fabricación de esas herramientas y conocer así el grado de
desarrollo neuronal que tenían los seres humanos primitivos.
En esta investigación se enseñó a un grupo de 15 voluntarios a fabricar los dos tipos de herramientas a través de un vídeo. A otro grupo de 16 voluntarios se les mostraron también los mismos vídeos, pero sin sonido, para que pudieran aprender a fabricarlas sólo mediante imágenes.
La observación de los cerebros de ambos grupos reveló que la atención visual y el control motor eran necesarios para crear las herramientas más simples olduvayenses.
Sin embargo, para la creación de herramientas más complejas de la industria de modo Achelense, fue necesario recurrir a zonas más amplias del cerebro, incluyendo las relacionadas con la información visual, auditiva y sensomotora. También la guía de la memoria de trabajo visual y la planificación de acciones de orden superior.
"El hecho de que estas formas más avanzadas de cognición fueran necesarias
para crear hachas de mano achelenses - pero no herramientas simples olduvayenses
- significa que la fecha para este tipo de cognición más humana podría
retrotraerse al menos a 1,8 millones de años atrás. Sorprendentemente, estas
partes del cerebro son las mismas áreas dedicadas a actividades modernas como
tocar el piano", indican los investigadores.
La
revista electrónica de ciencia, tecnología y cultura (2020) afirma que en una
investigación realizada en la Universidad de Liverpool (Inglaterra) ha revelado
que el cerebro realiza la misma actividad cerebral en la producción del
lenguaje que en la fabricación de herramientas complejas, lo que respalda la
teoría –propuesta por primera vez por Charles Darwin- que señala que ambas
habilidades se desarrollaron al mismo tiempo.
Para
llegar a esta conclusión, científicos de dicha Universidad analizaron la
actividad cerebral de 10 expertos fabricantes de herramientas de piedra
(talladores de piedra) que emprendieron la fabricación de una de éstas
herramientas y también realizaron un examen lingüístico estándar.
En concreto, los investigadores midieron el flujo sanguíneo del cerebro de los participantes mientras éstos realizaban ambas tareas utilizando ultrasonido Doppler transcraneal (fTCD) , una técnica de uso común en la práctica clínica para comprobar el estado de las funciones lingüísticas de pacientes que han sufrido daño cerebral.
De
esta manera, se descubrió que los patrones de actividad neuronal para las dos
tareas están correlacionados, lo que sugiere que en ambos casos se utiliza la
misma área del cerebro.
El lenguaje y la fabricación de herramientas de piedra se consideran unas
características únicas de la humanidad, que evolucionaron durante millones de
años.
Redes de procesamiento global
comunes
Charles
Darwin fue el primero en sugerir que el uso de herramientas y el lenguaje
podrían haber coevolucionado, porque ambos dependen tanto de una planificación
compleja como de la coordinación de acciones, pero hasta ahora se habían
recopilado escasas evidencias que respaldasen esta hipótesis.
Georg
Meyer, del departamento de psicología experimental de la Universidad de
Liverpool, explica en un comunicado de dicha Universidad que:
"Nuestro
estudio ha revelado patrones de flujo sanguíneo correlacionados, en los
primeros 10 segundos de realización de ambas tareas. Esto sugiere que las dos
dependen de áreas cerebrales comunes, un hecho que es consistente con las
teorías de que el uso de herramientas y el uso del lenguaje coevolucionaron, y
que éstos comparten redes comunes de procesamiento cerebral".
Natalie
Uomini del departamento de arqueología clásica y egiptología, añade:
"Hasta ahora, nadie había sido capaz de medir la actividad cerebral en
tiempo real mientras se fabricaba una herramienta de piedra. Esta es la primera
vez tanto para la arqueología como para la psicología".
Discusión
El
trabajo definido como la capacidad de fabricar herramientas de trabajo para la
transformación de la naturaleza y así proveerse de los alimentos indispensables
para su subsistencia, así como su impacto en el origen y desarrollo de la
especie humana fue expuesto por Federico Engels en su obra: El papel del
trabajo en la transformación del mono en hombre, en la que expone su concepción
materialista en el sentido de considerar al trabajo como la esencia de la
especie humana, es decir, que la práctica por medio del uso de los instrumentos
de trabajo para la producción de los bienes indispensables para la sobrevivencia
de la especie humana es la que produjo el tránsito de los homínidos,
particularmente el tránsito del Australopithecus afarensis al hombre
primitivo (Homo habilis).
Los
utensilios líticos primitivos con que el Homo
habilis se valió para la apropiación de alimentos vegetales y la caza de
animales salvajes y, fueron precisamente los instrumentos de trabajo
rudimentarios, principalmente de piedra los que le permitieron proveerse de los
bienes de subsistencia necesarios para su sobrevivencia y en lo particular el
crecimiento de su cerebro con un peso de unos 650 gramos.
Después
de un prolongado período el Homo habilis
con su economía de apropiación directa preparó las condiciones para el perfeccionamiento de los instrumentos de
trabajo y así dar paso al Homo erectus,
cuyo cerebro alcanzó un peso de 900 gramos en correspondencia con la mayor
complejidad de las herramientas de trabajo. Un invento de trascendental
importancia realizado por el Homo erectus
fue el fuego, cuyas consecuencias para la evolución del hombre en general y el
cerebro en particular fueron cruciales, ya que su uso para el cocido de
alimentos vegetales y animales los hizo más asimilables y con ello favoreció el
crecimiento del cerebro y una mayor complejidad, así como la
utilización del fuego para el calentamiento de su morada dado el clima frío en
el que se desarrollaba y también la utilización del fuego para la caza de
animales salvajes. La tecnología fabricada por el Homo erectus le permitió salir de África y colonizar Asia.
La
capacidad de fabricar herramientas de trabajo exigía la colaboración colectiva,
condición que exigía la comunicación, cuya necesidad dio origen al lenguaje
como el medio fundamental para comunicarse y con ello la posibilidad real del
pensamiento abstracto, ya que sin lenguaje (verbal y escrito) no es posible el razonamiento
abstracto.
Así
pues, fue el trabajo y las relaciones sociales, las condiciones necesarias para
el crecimiento y una mayor complejidad
del cerebro humano, condiciones inherentes al Homo sapiens que armado con una
tecnología perfeccionada salió de África para poblar el Planeta y en su paso
por Europa derrotó a los Neandertales.
Los
descubrimientos de la neurociencia moderna prueban la conjetura genial expuesta
por Engels en 1876, en el sentido de que fue el trabajo, la alimentación
omnívora y una mayor complejidad social asociada a las relaciones laborales,
las que concurrieron para el desarrollo de la especie humana y en particular un
cerebro de mayor complejidad como sustrato de la conciencia.
Conclusiones
El
trabajo definido como la capacidad de fabricar herramientas, es el rasgo
esencial distintivo de la especie humana.
La
fabricación de instrumentos de trabajo exigían la cooperación social y con ella
la necesidad de comunicación, que después de un período prolongado de
interacción condicionó el surgimiento del lenguaje articulado.
La
aparición del lenguaje articulado hizo posible el surgimiento de la conciencia
en general y del pensamiento abstracto en particular.
La
neurociencia moderna confirma la conjetura genial expuesta por Engels en 1876,
en el sentido de que es el trabajo lo que determinó la transformación del mono
en hombre, más específicamente la transición del Australopithecus afarensis a Homo
habilis, cuyo rasgo esencial fue la fabricación de instrumentos de trabajo
de piedra, que aunque rudimentarios fueron cruciales para el desarrollo
cerebral al pasar de unos 400 gramos a unos 650 gramos del Homo habilis.
El
Homo erectus que probablemente sucedió al Homo habilis hace unos 1.8 millones
de años mejoró sus herramientas de trabajo, entre los que se encuentra la
invención del fuego, tecnología que fue crucial para el cocido de alimentos
vegetales y animales, haciéndolos más asimilables y con ello el
crecimiento de su cerebro, a tal grado que alcanzó un peso de por lo menos 900
gramos y de mayor complejidad. Así pues, fueron la fabricación de instrumentos
de trabajo más perfeccionados y la utilización del fuego en el cocido de
alimentos, lo que favoreció el desarrollo de un cerebro de mayor tamaño y más
complejo en el Homo erectus y, colateralmente condicionó la reducción de su
sistema digestivo. Con una mejor tecnología el Homo erectus salió de África y
colonizó Asia.
Mucho
tiempo después, hace unos 200 mil años de África salió el Homo sapiens, pasó en
Medio Oriente y de ahí a Europa, continente en el que se estableció hace unos
45000 años como hombre de Cro-Magnon en Francia y en Altamira España, portador de una tecnología más perfecta
para la recolección de productos vegetales y sobre todo para la caza de
animales salvajes, para proveerse de los alimentos básicos para su subsistencia. La
fabricación de herramientas más complejas en las era necesaria la cooperación
social, así como su uso, principalmente en la caza de animales en la que
también era muy importante la colaboración social, generaron la necesidad de comunicación
entre los hombres. Así fue como apareció el lenguaje verbal y escrito, tal como
lo evidencian las pinturas rupestres, en las que el Homo sapiens plasmaba en el
arte sus principales actividades económicas, especialmente la caza de animales.
Así pues, la fabricación de instrumentos de trabajo más sofisticados, así como su
utilización en las actividades productivas y por tratarse de actividades
sociales condicionaron el desarrollo del lenguaje articulado, procesos que
conjuntamente determinaron el desarrollo de un cerebro de unos 1500 gramos de
peso y de una mayor complejidad.
La
neurociencia moderna ha descubierto que las cortezas de los lóbulos frontal y
parietal son las que presentan la mayor cantidad de pliegues, es decir, se
trata de las regiones cerebrales más recientes y más complejas, en las que se
desarrollan las funciones cognitivas superiores, particularmente el pensamiento
abstracto.
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