lunes, 7 de septiembre de 2020

IMPORTANCIA DE LAS HERRAMIENTAS DE TRABAJO EN EL ORIGEN DE LA ESPECIE HUMANA

IMPORTANCIA DE LA FABRICACIÓN DE HERRAMIENTAS DE TRABAJO EN EL ORIGEN DE LA ESPECIE HUMANA

 

Valentín Vásquez

San Andrés Ixtlahuaca, Oaxaca, México

valeitvo@yahoo.com.mx

 

Introducción

Desde que Darwin escribió El origen del hombre (1871), mucho se ha escrito acerca de la evolución de la especie humana. Sin embargo, es poco lo que se ha escrito acerca de la tecnología paleolítica, específicamente la fabricación de instrumentos de trabajo utilizados para la producción de bienes de subsistencia del hombre primitivo, especialmente de los alimentos y su impacto en el desarrollo del cerebro como órgano supremo, particularmente en la corteza cerebral sustrato material del pensamiento abstracto.

Indudablemente que son los paradigmas de las épocas históricas los que condicionan el carácter de las investigaciones en las ciencias particulares. En este sentido el paradigma filosófico predominante en las disciplinas científicas particulares, hasta el presente y aún más durante los siglos XVII, XVIII y XIX, consistió en considerar a la inteligencia –mente- como el rasgo esencial de la especie humana, a tal grado que el gran naturalista sueco Carlos Linneo clasificó al hombre como Homo sapiens (hombre sabio), dejando de lado otros atributos muy importantes propios de la especie humana, como son: el trabajo, entendido como la capacidad de fabricar herramientas de trabajo y el lenguaje articulado fundamento del pensamiento abstracto.

El otro paradigma particular que reinó durante el siglo XIX en el terreno de la Geología fue el uniformismo, el cual explicaba los fenómenos geológicos como productos de un prolongado proceso de acumulación de cambios graduales, es decir, negaba los saltos en la aparición de los nuevos eventos geológicos. Este paradigma dejó honda huella en la formación científica de Darwin, de tal suerte, que en su magna obra: El origen de las especies (1859) al considerar la evolución como una serie de cambios graduales muy prolongados; por consiguiente, negó los cambios bruscos o saltos  en la naturaleza en general y en particular en el desarrollo de las especies vivas. Además, resaltó a las facultades mentales como las más importantes que definen al hombre.

 En realidad fueron los instrumentos de piedra más rudimentarios, los que permitieron a los antecesores inmediatos del hombre primitivo, probablemente los Australopithecus que sobrevivieron de la caza de los animales salvajes con los que coexistieron en el Oriente de África y así elevarse a un nuevo peldaño de la evolución para dar origen  al Homo habilis hace unos dos millones de años. Posteriormente apareció el Homo erectus hace 1.5 millones de años, mejoró las herramientas de trabajo que le permitieron un mayor desarrollo, particular importancia tuvo el invento del fuego, tecnología que le permitió protegerse del frío y de los animales depredadores salvajes y para cazarlos; además, el fuego le permitió el cocido de los alimentos tanto vegetales como animales, lo que favoreció una mejor asimilación de los mismos, lo que permitió la disminución de tamaño del sistema digestivo y al mismo tiempo contribuyó al crecimiento del cerebro. Las nuevas tecnologías  y el cocido de alimentos, particularmente de la carne, conjuntamente favorecieron el desarrollo de un cerebro más grande y más complejo, a tal grado, que pesaba en promedio 900 gramos, muy por arriba del de su predecesor el Homo habilis, cuyo cerebro pesaba unos 650 gramos. Así pues, es evidente el cambio cuantitativo en el tamaño del cerebro, pero como es obvio no se puede dejar de lado el aspecto cualitativo, por lo que a la par con el crecimiento, el cerebro se volvió más complejo. 

Después de un período muy prolongado apareció el hombre de Cro-Magnon hace unos 35 mil años en Europa (Francia) y en Altamira (España) con un cerebro más grande (1500 gramos) y más complejo,  perfeccionó los instrumentos de trabajo, con esto su actividad productiva se hizo más compleja socialmente, lo que repercutió en la aparición necesaria del lenguaje articulado, base del pensamiento abstracto y en el arte evidenciado en las pinturas rupestres que plasmaron en cuevas.

 Los restos fósiles de homínidos asociados con herramientas paleolíticas, prueban, que fue el trabajo y la dieta esencialmente omnívora (alimentos vegetales y animales), los que hicieron posible, primero, el tránsito del Australopithecus al Homo habilis y finalmente del hombre moderno de Cro-Magnon. Es decir, fue y sigue siendo el trabajo el que define propiamente a la especie humana y lo distingue del resto de los animales en general y de los primates en particular. Como se trata del único homínido que sobrevivió y se transformó en la especie humana primitiva, por consiguiente, se puede definir al hombre moderno como homínido que fabrica herramientas de trabajo para transformar a la naturaleza para obtener bienes de subsistencia y en cuyo proceso transforma su fisiología y anatomía corporal y cerebral.

 

 Antecedentes

Las grandes ideas son producto de su tiempo –épocas históricas- y constituyen los paradigmas que dominan la mente por largos períodos.

El idealismo filosófico surgió esencialmente con Platón desde la cultura griega, antes de Cristo y llevado a su máxima expresión por la filosofía hegeliana (siglo XIX), es el paradigma filosófico que ha perdurado por mucho tiempo y sigue todavía muy arraigado en la sociedad. En lo concerniente a la evolución del hombre, se distingue, por dar prioridad al pensamiento, como rasgo esencial que define a la especie humana, con lo que margina otras facultades del hombre considerándolas secundarias.

El paradigma contrapuesto en el ámbito de la evolución de la especie humana, fue propuesto por Federico Engels y consiste en considerar al trabajo como fundamento material que condicionó la transformación del mono en hombre.

Concretamente, Engels, cinco años después de la obra de Darwin acerca de El Origen del hombre (1871), en un escrito inconcluso, titulado: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre (1876), escribió:

“El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en economía política. Lo es, en efecto, lo mismo que la naturaleza, que provee de materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en grado tal que, hasta cierto punto debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre”.

Refiriéndose a los monos antropomorfos parientes del hombre, el citado autor afirma:

“Es de suponer que como consecuencia, ante todo, de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar cada vez más una posición erecta. Fue el paso decisivo para la transición del mono al hombre”.

De un ancestro común se desprendieron los monos antropomorfos y los homínidos hace millones de años. De los homínidos, fueron los Australopithecus, particularmente el afarensis el que dio el salto para convertirse en el  hombre primitivo (Homo habilis), cuya características que lo definió fue el trabajo entendido como la capacidad de fabricar herramientas para la producción de alimentos (recolección de vegetales y caza de animales salvajes). 

Con el trabajo las relaciones sociales se volvieron más complejas y junto con las premisas biológicas, dieron origen al lenguaje. Tanto el trabajo, como el lenguaje, impactaron en el desarrollo del cerebro:

“En resumen, los hombres en formación llegaron a un punto en el que tuvieron algo que decirse unos a otros. La necesidad creó el órgano: la laringe poco desarrollada del mono se fue transformando, lenta pero firmemente, mediante modulaciones que producían a su vez modulaciones más perfectas, mientras los órganos de la boca aprendían poco a poco a pronunciar un sonido articulado tras otro…La comparación con los animales prueba que esta explicación del origen del lenguaje a partir del trabajo y con el trabajo es la única correcta…Primero el trabajo, luego con él el lenguaje articulado, fueron los dos estímulos principales bajo cuya influencia el cerebro del mono se fue transformando gradualmente en cerebro humano, que, a pesar de toda su similitud, lo supera considerablemente en tamaño y en perfección. Y a medida que se desarrollaba el cerebro, se desarrollaban también sus instrumentos más inmediatos: los órganos de los sentidos. De la misma manera que el desarrollo gradual del lenguaje es acompañado necesariamente del correspondiente perfeccionamiento del órgano del oído, así también el desarrollo general del cerebro está ligado al perfeccionamiento de todos los órganos de los sentidos… El desarrollo del cerebro y de los sentidos a su servicio, la creciente claridad de conciencia, el poder de abstracción y de discernimiento cada vez mayores, reaccionaron a su vez sobre el trabajo y el lenguaje, estimulando más y más su desarrollo. Cuando el hombres se separa definitivamente del mono, este desarrollo no cesa ni mucho menos, sino que continúa, en distinto grado y en distintas direcciones entre los distintos pueblos y en las diferentes épocas, interrumpido incluso a veces por regresiones de carácter local o temporal, pero avanzando en su conjunto a grandes pasos, considerablemente impulsado y, a la vez, orientado en un sentido más preciso por un nuevo elemento que surge con la aparición del hombre completo: la sociedad”.

En seguida, Engels plantea cuestiones de trascendental importancia para comprender la evolución del hombre. Primero, precisa que el trabajo empieza propiamente con la fabricación de instrumentos. Luego la alimentación, derivada   de la caza y la pesca, actividades que aportaron carne para la nutrición del hombre primitivo. La alimentación omnívora, con una proporción cada vez mayor de la carne fue crucial en el desarrollo del cerebro. Sin la alimentación carnívora no se habría dado la transformación del mono en hombre:

“Seguramente tuvieron que pasar centenares de miles de años –que en la historia de la Tierra tienen menos importancia que un segundo en la vida de un hombre- antes de que la sociedad humana surgiese de aquellas manadas de monos que trepaban por los árboles. Pero, finalmente, surgió. ¿Y qué es lo que volvemos a encontrar como diferencia característica entre la manada de monos y la sociedad humana? Otra vez el trabajo…No cabe duda de que la explotación rapaz debía llevar a la raza de monos que superaba con ventaja a todas las demás en inteligencia y capacidad de adaptación a utilizar en la alimentación un número cada vez mayor de nuevas plantas y cada vez más partes comestibles de éstas; en una palabra, debía llevar a que la alimentación, cada vez más variada, aportase al organismo nuevas y nuevas sustancias, las cuales creaban las premisas químicas para la transformación de estos monos en seres humanos. Pero todo esto no era trabajo en el verdadero sentido de la palabra. El trabajo comienza con la elaboración de instrumentos. ¿Y qué son los instrumentos más antiguos, si juzgamos por los restos que nos han llegado del hombre prehistórico, por el género de vida de los pueblos más antiguos que registra la historia, así como por el de los salvajes actuales más primitivos? Son instrumentos de caza y de pesca; los primeros utilizados también como armas. Pero la caza y la pesca presuponen la transición de la alimentación exclusivamente vegetal a la alimentación acompañada con el uso de la carne, lo que significa otro importante paso en el proceso de transformación del mono en hombre. La alimentación con carne ofreció al organismo, en forma casi completa, las sustancias más esenciales requeridas por el organismo para su metabolismo…Y cuánto más se alejaba el hombre en formación del reino vegetal [en su alimentación], más se elevaba sobre los animales. De la misma manera que el hábito a la alimentación mixta convirtió al gato y al perro salvajes en servidores del hombre, así también la adaptación de la alimentación con carne combinada con la dieta vegetal contribuyó poderosamente a dar fuerza física  e independencia al hombre en formación. Pero donde más se manifestó la influencia de la dieta con carne fue en el cerebro, que recibió así en cantidad mucho mayor que antes las sustancias necesarias para su alimentación y desarrollo, con lo que su perfeccionamiento fue haciéndose mayor y más rápido y perfecto de generación en generación. Debemos reconocer –y perdonen los señores vegetarianos- que el hombre no habría llegado a ser hombre sin la alimentación con carne”.

Otro gran invento básico para la evolución del hombre, fue primero la manipulación y luego la producción del fuego, invento crucial para el desarrollo del hombre primitivo, ya que le sirvió para protegerse del frío, ahuyentar a los animales salvajes y su caza. Pero el fuego, sirvió para eso y más. Sirvió también para la preparación de los alimentos obtenidos en la caza de animales salvajes y pesca. La incorporación de alimentos cocidos en la dieta del hombre, implicó otro salto en la evolución del hombre, especialmente en el desarrollo de la capacidad cerebral. En palabras de Engels:

“La alimentación con carne significó dos nuevos avances de importancia decisiva: el uso del fuego y la domesticación de animales. El primero redujo aún más el proceso de digestión, ya que permitía comer, como si dijéramos, comida medio digerida; el segundo multiplicó las reservas de carne, pues junto con la caza, ofrecía una nueva fuente para obtenerla en forma más regular y proporcionó, con la leche y sus derivados, un nuevo alimento, que en cuanto a composición era por lo menos del mismo valor que la carne. Así, pues, estos dos avances se convirtieron directamente para el hombre en nuevos medios de emancipación”.

Es en el siguiente pasaje en el que Engels plantea con toda claridad el idealismo filosófico que, ha perdurado por siglos en la mente de los hombres y que acostumbra explicar las acciones por los pensamientos y, en la esfera de la especie humana prioriza las facultades mentales sobre el papel del trabajo:

“El rápido progreso de la civilización fue atribuido exclusivamente a la mente, al desarrollo y a la actividad del cerebro. Los hombres se acostumbraron a explicar sus acciones por sus pensamientos, en lugar de buscar esta explicación en sus necesidades (reflejadas, naturalmente, en la mente del hombre, que así toma conciencia de ellas). Así fue como, con el transcurso del tiempo, surgió esta concepción idealista del mundo que ha dominado el cerebro de los hombres, sobre todo desde la desaparición del mundo antiguo, y que todavía lo sigue dominando, al punto de que hasta los naturalistas de la escuela darwiniana más materialistas son aún incapaces de tener una idea clara sobre el origen del hombre, pues esa misma influencia les impide ver el papel desempeñado por el trabajo".

En seguida Engels explica la importancia en el origen de la especie humana:"La mano no es sólo el órgano del trabajo, sino también el producto del trabajo. Trabajo, adaptación a operaciones siempre renovadas, herencia de músculos, ligamentos y, a lo largo de prolongados periodos, huesos que pasaron por un desarrollo especial y el siempre renovado empleo de ese refinamiento heredado en operaciones nuevas, cada vez más complicadas, otorgaron a la mano humana el alto grado de perfección necesario para crear  los cuadros de un Rafael, las estatuas de Thorwaldsen, la música de un Paganini".

En el diccionario filosófico marxista (1984) se afirma que Federico Engels, expuso la doctrina marxista sobre el origen y evolución del hombre. Este trabajo fue escrito en 1876. Se publicó por primera vez en lengua alemana en 1896. Darwin probó que el hombre tiene su origen en el mundo animal y aclaró este problema en sus aspectos biológicos. Pero aún no existía una solución completa y correcta de dicho problema, por cuanto no estaba resuelto el aspecto sociológico. Esta solución la dio Engels. Aceptando la tesis de las ciencias naturales avanzadas acerca de que el hombre tiene su origen en el mundo animal, Engels concentró su interés en el problema de las leyes sociales que condicionan el nacimiento del hombre. El factor fundamental en la humanización del mono fue el trabajo, la actividad productiva, aquello que distingue al hombre del mono y que es inherente sólo al hombre. Engels dice: “el trabajo ha creado por sí al hombre”. La transición del mono al hombre se operó sobre ciertas premisas, de las cuales las decisivas fueron el paso de los antepasados antropoides del hombre a la marcha erguida y la liberación de las extremidades delanteras. Pero las extremidades delanteras de nuestros antepasados tenían únicamente facultades para las operaciones más sencillas llegando a convertirse en manos humanas sólo como resultado del trabajo que a lo largo de muchos milenios iba perfeccionándolas. “Así, la mano no es sólo el órgano del trabajo; es también su producto”, dice Engels. El desarrollo de las manos provocado por el trabajo ejerció su influencia sobre todo el organismo. Una importancia especial tuvo el creciente desarrollo del cerebro que se efectuó bajo la influencia del trabajo y del lenguaje articulado. Pero la palabra, a su vez, debe también su aparición al trabajo. Precisamente en el proceso del trabajo, “los hombres en formación llegaron al punto en que tenían algo que decirse”. El desarrollo del cerebro y el sincrónico “perfeccionamiento de sus instrumentos más inmediatos: los ‘órganos de los sentidos’, ejercieron a su vez una poderosa influencia recíproca sobre los progresos del trabajo y del lenguaje”. En la “época de transición del mono al hombre”, tuvo la mayor importancia, como lo señala Engels, el carácter gregario de nuestros antepasados. Con la aparición del “hombre hecho” la horda se convierte en sociedad, elemento que ejerce una enorme influencia sobre el proceso del desarrollo del hombre. “¿Y qué volvemos a encontrar como diferencia característica entre la tropa de monos y el género humano?: El trabajo”. Engels define el trabajo como la actividad específica del hombre. “El trabajo comienza con la confección de herramientas”. La confección y el uso de herramientas tuvo una importancia extraordinaria para todo el desarrollo posterior del hombre, proporcionándole la posibilidad de vivir en las condiciones naturales más variadas. El animal sólo es capaz de aprovechar la Naturaleza. El hombre, en cambio, con la ayuda de las herramientas produce, somete la Naturaleza a sus fines. Se adapta a la Naturaleza mediante la transformación de sus órganos artificiales, los instrumentos de producción. El crecimiento de las fuerzas productivas –los instrumentos de producción–, he aquí lo que determina el desarrollo del hombre y de la sociedad. Engels esboza brevemente el camino recorrido por este desarrollo, y prueba que el hombre, gracias al trabajo, obtiene el dominio sobre la Naturaleza, entiende sus leyes, aprende a prever de antemano los lejanos efectos naturales de su actividad productiva. “Y ésta es la diferencia esencial y decisiva entre el hombre y los demás animales, y es a su vez el trabajo el que determina esta diferencia”.

García (2013) escribe que a los seres humanos nos gusta suponer que lo que nos define como especie está en nuestro cerebro enorme y sofisticado. Es natural quedarse maravillado por un órgano de menos de kilo y medio que contiene cerca de cien mil millones de neuronas, capaz de cobrar consciencia de sí mismo. Pero se trata de un prejuicio idealista que pone la realidad patas arriba. El cerebro no es tanto lo que nos hace humanos sino uno de los resultados de lo que nos hizo humanos. El cerebro es producto del trabajo y aunque es cierto que el desarrollo de este órgano interactuo e impulsó al trabajo en una relación dialéctica, debe verse como una relación en donde el órgano es lo subordinado, el resultado. La prueba de ello está en el hecho de que los primeros homínidos que fabricaron herramientas pre-líticas hace más de cuatro millones de años –y podemos asegurarlo porque incluso los chimpancés llegan a elaborarlas en situaciones límite- tenían el cerebro del tamaño de un bonobo. Por lo tanto, primero fue la transformación material y luego vino la evolución de nuestros cerebros. 

El córtex cerebral, sede de la inteligencia

Una característica cualitativa fundamental en el surgimiento del cerebro humano está en el desarrollo del córtex cerebral asociado a las capacidades racionales, lingüísticas y abstractas propias de la mente humana, capa del cerebro que comprende dos terceras partes de este órgano. La fabricación de herramientas funcionó como un importante motor cultural en la selección de todas aquellas mutaciones que favorecen la capacidad de abstracción, planificación y racionalización, dado que las poblaciones con mutaciones genéticas que mejoraron estas capacidades tuvieron mayores posibilidades de sobrevivir. A pesar de que las herramientas del Homo habilis no muestran prácticamente variedad o especialización, vale la pena reflexionar un poco las implicaciones de la elaboración de estas herramientas. La fabricación de herramientas de piedra es una tarea más compleja de lo que se cree, su fabricación -incluso para un trabajador experto- requiere empeño y precisión; es imposible separar las lajas de la piedra original si no se golpea ésta con el instrumento percutor en un ángulo determinado; la transformación de un pedernal o una roca en un raspador presupone y a la vez impulsa la capacidad propia del ser humano de  abstraer, prever y planificar. La fabricación de herramientas implica e impulsa –como hemos observado- la capacidad de imaginar, prever, planificar, medir, simbolizar. Así, la necesidad creó al órgano: las necesidades sociales que se le presentaron a los homínidos para transformar su entorno generaron los órganos correspondientes, especialmente el cerebro. Las necesidades de planificación, ejecución, autocontrol, razonamiento y abstracción impulsaron el desarrollo de los lóbulos frontales, especialmente de una fina capa de unos 2 milímetros llamada neo córtex –que compartimos los  mamíferos- cuya sofisticación llega a su punto máximo en los seres humanos; a ello se debe que los humanos modernos tengamos frentes altas, encima de los ojos y cráneos globulares.

La transformación  del medio natural fue un asunto social, colectivo; algunos investigadores han encontrado una relación directa entre el tamaño del neo-córtex y la complejidad de las relaciones sociales que unen a los individuos de la clase de los mamíferos. En concordancia, mientras avanzamos en la sucesión de especies homínidas y llegamos al género Homo observamos un desarrollo progresivo del córtex cerebral que llega a su punto álgido con nuestra especie. El estudio de las impresiones cerebrales dejadas en los cráneos del Homo habilis demuestran un desarrollo del córtex cerebral, especialmente de la áreas encargadas de la imitación de gestos orales y manuales, reforzando la idea de que la fabricación de herramientas y el lenguaje (aunque fuera una tosca comunicación gestual) se desarrollaron de forma paralela. En un fascinante estudio se establece una hipótesis sobre la antigüedad de la capacidad cerebral para el lenguaje abstracto: “diversos autores (Kay, Catmill y Ballow) estimaron que el tamaño del nervio que controla los músculos de la lengua está relacionado con la capacidad de ésta para pronunciar distintos sonidos del habla. A su vez, el nervio pasa por el canal hipoglosal del cráneo y éste es 1,8 veces mayor en los seres humanos que en los simios. Además, en los Australopithecus, el canal mide igual que en los simios, pero hace 300.000 años alcanzó el tamaño que hoy se advierte en los seres humanos, lo que da a entender que el habla humana tiene al menos esta antigüedad”. Hace 300 mil años surgieron los primeros humanos arcaicos, pero se sabe que el Neanderthal tenía dificultades para un lenguaje articulado dado el tamaño de su laringe y el menor desarrollo de su corteza pre frontal, de ser cierto la hipótesis antes citada se demostraría que la capacidad cerebral para un lenguaje complejo estuvo latente antes del desarrollo de este potencial, al que se actualizó con nuestra especie hace unos 200 mil años mediante la acción.   

La creciente complejidad de la producción de herramientas y de los lazos sociales implicaba, no sólo el desarrollo del neo-córtex, también la necesidad de desarrollar mejores sistemas de comunicación, ello produjo áreas cerebrales específicas para dichas funciones. Así, por ejemplo, fue probablemente una mutación en el gen FOXP el que catalizará un potencial oculto en el cerebro y realizará las capacidades lingüísticas y asociativas del cerebro, con el desarrollo de áreas corticales conocidas como “de Wernicke” y el “de Broca” que se relacionan con la comprensión del lenguaje abstracto y la formación de oraciones complejas. Con la complejidad creciente de las actividades sociales la corteza del cerebro se especializó generando una lateralización hemisférica; aunque cada hemisferio realiza actividades simétricas –controlando el lado opuesto del cuerpo- también se especializa en una suerte de actividades polares, como explica Carl Sagan: “El mundo del pensamiento está dividido más o menos en dos hemisferios. El hemisferio derecho de la corteza cerebral se ocupa principalmente del reconocimiento de formas, la intuición, la sensibilidad, las intuiciones creadoras. El hemisferio izquierdo preside el pensamiento racional, analítico y crítico. Estas son las fuerzas duales, las oposiciones esenciales que caracterizan el pensamiento humano. Proporcionan conjuntamente los medios tanto para generar ideas como para comprobar su validez. Existe un diálogo continuo entre los dos hemisferios canalizado a través de un haz inmenso de nervios, el cuerpo calloso, el puente entre la creatividad y el análisis, dos elementos necesarios para comprender el mundo”.

En síntesis, aunque el cerebro de los Neandertales tenía un volumen mayor al de nuestra especie, sus lóbulos frontales y su córtex pre-frontal estaban menos desarrollados. Desafortunadamente para los Neandertales, los “dados” de la evolución estaban “cargados” para que el sapiens-sapiens pudiera superar la prueba del final de la última glaciación con nuevas herramientas, sistemas de comunicación más abstractos y complejos, y formas más flexibles de adaptarse a los inevitables cambios, superando su animalidad al subordinarse a nuevas leyes culturales. Adicionalmente, aunque el cerebro del hombre de flores fuera del tamaño del de un chimpancé es seguro que las circunvoluciones de su cerebro estuvieron organizadas de distinta manera, como lo sugieren los estudios hechos en sus cráneos. Es la evolución la que ha posibilitado que la materia cobre consciencia de sí misma, que ha hecho surgir la materia más altamente organizada conocida en el universo: nuestro cerebro. Pero la capacidad cerebral del primer Homo sapiens que surgió en África hace 200 mil años y la del hombre contemporáneo son idénticas, tanto por su volumen como por su estructura. Lo que explica las diferencias culturales abismales entre el hombre del paleolítico y el del capitalismo no se encuentra, por tanto, en el cerebro sino en el contexto, en la evolución histórica y ya no en la evolución natural. La evolución social avanza mucho más rápido que la evolución biológica, por lo que las leyes de Darwin han dejado de operar en nosotros en forma decisiva por lo menos durante los últimos 200 mil años; si bien es cierto que nuestro cerebro ha dejado de crecer, hemos podido expandirlo culturalmente con herramientas asombrosas como los procesadores y el internet, hemos dilatado nuestra memoria con bibliotecas, hemerotecas y fonotecas; nuestra capacidad de comunicación, con la televisión y los celulares; mucho más allá de la capacidad natural de nuestro cerebro. Hasta ahora ha sido el contexto el que configura al cerebro y en mucho menor medida a la inversa. Es éste el que desarrolla o limita las potencialidades cerebrales latentes, presentes en todos los seres humanos.

Menéndez de la Prida (2017) argumenta que no es posible conocer cuando aparecieron las neuronas, células especializadas en la comunicación electroquímica de los sistemas nerviosos, pero lo que sí es cierto, es que aparecieron en el océano por la necesidad de moverse y consecuentemente para orientarse en medio acuático cambiante y fundamentalmente en la búsqueda de energía y materia para cubrir sus necesidades metabólicas. Tan importante es el movimiento que las ascidias, una especie de tunicados marinos, cuando nacen en forma de larvas provistas de un ojo sencillo y un órgano para el equilibrio que les permiten nadar espasmódicamente su cola. Cuando están suficientemente desarrolladas, se adhieren a las rocas e inician un proceso de metamorfosis que consiste en la atrofia de su ganglio cerebral. Si no van a moverse pueden prescindir de él. En aquellos organismos, los sensores captaban los estímulos y un cerebro primitivo mediaba en las respuestas, como simples reflejos automáticos. Cuando aparecieron los primeros animales terrestres, el movimiento se convirtió en una acción estratégica fundamental para la sobrevivencia. Entonces ser capaces de encontrar el camino de regreso, para escapar de los peligros, necesidades que condicionaron a los animales de incorporar un sentido de la orientación espacial. Pero el movimiento tuvo otro efecto fundamental en el reino animal: conectó el mundo interno representado en el cerebro con el mundo físico mediante acciones voluntarias en respuesta a los estímulos. Esto provocó que algunos de estos seres fueran capaces de transformar las cosas que los rodeaban y de hacer predicciones mentales que reforzaban su conducta. Si el movimiento fue un motor esencial para el desarrollo del sistema nervioso, la capacidad de orientación espacial fue el germen catalizador de algunas de las funciones superiores del cerebro humano. Navegar por el espacio supuso encontrar elementos y experiencias en el camino y ordenarlos en el tiempo. Algunas propiedades fundamentales de los sistemas neuronales más simples se pusieron al servicio de la habilidad de relacionar estímulos y respuestas con su contexto espacio-temporal. La evolución paralela de formas simples de memoria, ya presentes en moluscos como Aplysis o Hermissenda, con los sentidos del tacto, el olfato, el oído y la vista en los primeros vertebrados dieron lugar a un sistema neuronal especializado en la navegación espacial. Localizar y relacionar estímulos encontrando sitio para escapar del peligro fue posiblemente la forma más primitiva de orientación espacial. Los reptiles y las aves ya tenían incorporado un sistema de orientación espacial en sus cerebros primitivos, una especie de GPS que los ayudaba a registrar sus cambios y ya de paso algunas experiencias vividas. Aquello evolucionó lentamente mientras sus cerebros crecían apretadamente contra el cráneo, adicionando nuevas capas de neuronas que envolvió a los primeros núcleos neuronales. La expansión de la corteza cerebral en los mamíferos obró un nuevo milagro. El rudimentario GPS comenzó a alejarse de las cortezas sensoriales primarias con la irrupción de hasta veinticinco  nuevas áreas corticales destinadas a sofisticar la computación de los estímulos básicos. En los primeros primates, la visión como sentido dominante tomó ventaja priorizando su efecto sobre la localización espacial, pero las conexiones con las áreas de asociación facilitaron la construcción de nuevas percepciones. Las zonas parietales y temporales de esos evolucionados cerebros comenzaron a integrar modalidades sensoriales en representaciones cada vez más abstractas de la realidad. El GPS neuronal se desarrolló de una forma exponencial para representar cualquier asociación posible y, mediante sus conexiones con la parte más frontal de la corteza cerebral, logró una influencia funcional sin precedentes. Así pues, después de un prologado proceso histórico de 13 800 millones de años (desde el Big Bang hasta el surgimiento de la especie humana), la naturaleza fue capaz de generar el más sofisticado de todos los órganos: el cerebro humano.

Valderas (2017) expone que la especie humana moderna que emerge de África hace unos 200 mil años no presentaba un cerebro significativamente grande. Lo que si era evidente que tenía una corteza mayor de asociación, involucrada en una gran variedad de procesos cognitivos. También poseía un lóbulo frontal comparativamente grande en el que se iban a desarrollar  las capacidades mentales superiores, fundamentadas por el lenguaje y son las que nos definen propiamente como especia humana moderna. En el curso de la evolución del sistema nervioso, no hubo reforma de planos, sino aprovechamiento de materiales preexistentes. El cerebro, de color rosa grisáceo y 1400 gramos de peso promedio, presenta en su superficie externa, o córtex, circunvoluciones más o menos profundas. De su parte posterior pende el cerebelo, con pequeños surcos cruzados. Se distinguen los nervios craneales, que conducen la información procedente de los ojos, oídos, nariz, lengua y cara. Caracteriza al cerebro la simetría de sus hemisferios. Todos los mamíferos poseen un cerebro antiguo o tallo cerebral (cerebro reptiliano), sistemas límbicos por encima del tallo cerebral (cerebro paleo-mamífero) y, por último el córtex, la adición más reciente. El cerebro ha crecido por adición de nuevas capas para responder a los nuevos retos del entorno. Entre las diversas hipótesis sobre la función de las capas corticales, se ha propuesto que la capa más externa es la más estrechamente asociada con el procesamiento consciente y las subyacentes son el soporte material de los procesos inconscientes. Así pues, la evolución humana en general y de su cerebro en particular, así como su distribución por todos los climas del planeta, es más consecuencia de la cultura propia del hombre y no de la genética.

Furió y Figuerola (2017) escriben en National Geographic que todo parece indicar que el éxito del Homo estrechamente ligado a la fabricación y uso de herramientas para mejorar la explotación de las fuentes disponibles de proteína animal. La historia de la utilización y mejora de utensilios de piedra condujo a otro fenómeno de adaptación evolutiva importante digno de mención: el aumento de volumen cerebral. En este contexto, hace aproximadamente unos 2.5 millones de años, aparecieron los primeros utensilios de piedra de origen claramente intencionado, conocidos como herramientas o industrias de modo 1 o Olduvayense (porque los primeros ejemplares se encontraron en la Garganta de Olduvai, en Tanzania). Las primeras herramientas cumplían diferentes funciones, aunque parecen haberse empleado con dos finalidades principales. Por un lado, los denominados choppers o cantos tallados se habrían destinado a quebrar los grandes huesos para poder acceder así a la grasa del tuétano almacenado en su interior. Por otro lado, las lascas habrían facilitado el corte  de trozos de carne adheridos a carcazas o reducir su tamaño hasta hacerlo adecuado a la boca de un humano. En el primer caso, se utilizaba la fuerza por un gran peso y una arista aguda para acceder al mismo recurso al que los animales carroñeros podían acceder por la anatomía de su dentadura. La tecnología desató nuevas posibilidades evolutivas a nivel biológico. El acceso a la grasa y a la proteína animal se tradujo rápidamente en una mejora de la eficiencia energética, a su vez, favoreció el proceso de encefalización (incremento del volumen cerebral en relación a la masa corporal). El acceso a una dieta más rica en proteína animal se correlacionó con un ahorro sustancial en el sistema digestivo, que suele ser de alto consumo energético en especies que se alimentan de productos vegetales. Homo ergaster sucesor de Homo habilis mejoró la fabricación de herramientas de piedra hace 1.6 millones de años, para dar paso a una nueva industria: Achelense o Modo 2 (con utensilios más complejos y refinados que los del Modo 1), así como el uso del fuego controlado. Las nuevas herramientas, de las cuales la más representativa es el bifaz, contaban ahora con nuevos usos, y retroalimentaban el proceso evolutivo de mejora alimentaria ligada al incremento del volumen cerebral. Ya en etapas posteriores, y habiendo adquirido los mayores volúmenes craneales, apareció la técnica Musteriense o Modo 3, con herramientas mucho más pequeñas que los Neandertales perfeccionaron y la de Modo 4, en el Paleolítico superior, caracterizada por la fabricación de cuchillas muy estrechas acompañadas de mangos para los instrumentos y destinadas a usos muy específicos. La evolución humana se aceleraba en paralelo al uso de la tecnología y comenzaba así a desprenderse de algunas restricciones ambientales. Hace unos 35,000 años la humanidad quedó reducida a dos especies: Homo Neanderthalensis y Homo sapiens. Ambas especies, descendientes de Homo heidelbergensis, habían separado sus historias evolutivas unos 400 000 años antes y se había adaptado a condiciones ambientales distintas, una en Europa y la otra en África. Uno de los rasgos de estas dos especies, es que ambas desarrollaron cerebros de mayor volumen cerebral y complejidad, tan solo hace unos 100 000 años. Así pues, existió una tendencia en el crecimiento y complejidad del cerebro asociados al desarrollo paralelo de la tecnología en las diferentes especies humanas que se sucedieron en la historia evolutiva.

El fuego consecuencia también del trabajo del hombre primitivo, fue crucial en el desarrollo posterior de la especie humana, tal como escribe Lelyen Ruth (2017):

“El descubrimiento del fuego representó un cambio esencial en la vida de nuestros antepasados. Podemos asegurar que las consecuencias del uso del fuego por el Homo erectus, condujeron a modificaciones no solo en el orden social, sino también en la propia anatomía del cerebro y, desde luego, en la mente".

Sin duda el uso del fuego posibilitó la supervivencia del hombre en aquellos períodos tan hostiles: defensa de las fieras, luz y calor, alimentación adecuada y mejoría en sus armas de caza, son algunos de los cambios que introdujo tras descubrir el fuego. Sin embargo, el efecto más importante de todo este proceso recayó en que el cerebro de nuestros ancestros creció de tamaño y, por tanto, se diversificaron y especializaron sus funciones, desarrollándose capacidades como la memoria a largo plazo y la solución de problemas. Ello ocurrió a través de los procesos siguientes. Una vez que el hombre llevó a cabo la cocción de los alimentos, estos sabían mejor, se digerían más fácilmente y se lograba una digestión más rápida y eficiente.

Al dominar el fuego, la construcción de herramientas y otros utensilios se desarrolló considerablemente, lo cual redundó en la creatividad de nuestros ancestros:

Con el fuego se podía afilar las puntas de las lanzas con mucha facilidad.

El fuego permitió combar la madera, con la que se hicieron luego vasijas, canoas, arcos, etc.

Usando dicho elemento, nuestros antepasados también pudieron comenzar a trabajar la cerámica, de la cual se deriva posteriormente una rama artística.

El fuego permitió que se pudiera finalmente doblegar el hierro y otros metales, para elaborar diferentes tipos de utensilios.

El arte encontrado en las cuevas de los primeros hombres ―innumerables pinturas rupestres de animales y hombres cazando―nos permite entender que ya entonces nuestros sistemas nerviosos habían sufrido profundas transformaciones. Un cerebro que pinta es un cerebro que piensa, que puede hacer abstracciones a determinado nivel.

Sin el fuego no habría posibilidad de tener una iluminación que permitiera llevar a cabo la tarea ni contemplar el resultado. Por tanto, no solo se desarrollaba el artista, sino también la visión de los espectadores, y luego la experiencia mental de entrar en contacto con imágenes artísticas que evoquen referencias más allá de la propia realidad: como el sentido de tener antepasados.

Desde el principio el fuego parece haber cobrado un valor mágico para nuestros ancestros. Al estar en contacto con este elemento y confirmar sus poderes, se le incorporó a los distintos rituales religiosos y funerarios. La idea de que el fuego nace de la nada, crece y finalmente muere puede haber suscitado en los antepasados interrogantes cuyas respuestas requirieron durante milenios del desarrollo de muchas zonas de nuestro cerebro.

Por otra parte, la vida antes del fuego era diurna: se cazaba de día y se dormía de noche. Con la aparición del fuego, surgió el tiempo nocturno para reunirse alrededor del fuego y establecer una comunicación que llevara al intercambio de historias. Y posiblemente aparecieran los primeros y muy incipientes elementos de lo que con el tiempo llegaría a ser la filosofía.

En síntesis el uso sistemático del fuego, parece haber obligado a los primeros humanos a fijar su atención en distintas actividades y a desarrollar la creatividad, las memorias a corto y largo plazo, la concentración y la comunicación con el otro.

Una vez que tuvieron el control de su atención, nuestros ancestros comenzaron a hacer planes, lo cual evidentemente nos ubicaba ya en un peldaño mental mayor respecto al resto de los primates y, por consiguiente, en el árbol evolutivo.

Podemos decir pues, sin temor a equivocarnos, que la herramienta más importante que desarrolló el descubrimiento del fuego fue el cerebro humano.

De la Torre y Borrega (2017) dicen que desde un punto de vista anatómico, el cerebro está formado por dos hemisferios (izquierdo y derecho) comunicados por un haz de fibras nerviosas, denominado cuerpo calloso. Cada hemisferio se divide, a su vez, en cuatro lóbulos: el frontal, responsable de los procesos cognitivos complejos; el parietal, encargado de la integración sensorial; el occipital, relacionado con la percepción visual; y el temporal, asociado al tratamiento de la información auditiva. La superficie cerebral, llamada corteza o córtex, está constituida por una delgada lámina formada principalmente por neuronas y células gliales (materia gris). La corteza presenta numerosos pliegues, lo que hace que la superficie cortical sea muy superior a la superficie del cráneo. Respecto a las bases cerebrales del lenguaje, los autores descritos argumentan que las investigaciones de los neuro-científicos, principalmente Broca y Wernicke, al estudiar las zonas ubicadas alrededor de la cisura de Silvio en el lóbulo frontal inferior y el lóbulo temporal superior izquierdos en casi todos los individuos diestros (derechos) y en una mayoría de zurdos, son el núcleo central del procesamiento del lenguaje en el cerebro. Así pues, el núcleo del lenguaje, está formado por el área de Broca, que se activa sobre todo con el procesamiento de oraciones complejas, el área de Wernicke, que se relaciona con el reconocimiento de la forma hablada de las palabras y con el control del habla, y el giro angular, una encrucijada de caminos neuronales encargada de integrar la información que obtenemos por los canales auditivos y visuales para dar significado a los objetos, los acontecimientos y, probablemente, las palabras. Estas tres áreas están localizadas en el hemisferio dominante (izquierdo). En resumen, los autores citados, conciben al lenguaje como la capacidad que nos hace humanos.

García (2018) escribe que en el marco de la línea de investigación confirmada por Donald Hebb (1904-1985) y Friedrich Hayek (1899-1992), que apuntaba al sistema nervioso como base del aprendizaje y la memoria, se iniciaron numeroso experimentos para investigar los efectos de la experiencia sobre el cerebro y la conducta. En esta línea se produjo el estudio sobre neuroplasticidad y memoria condicionadas por la experiencia y la publicación de resultados de Michael Merzenich (1972). Ya por aquel entonces, gracias a los trabajos de Wilder Penfield (1891-1976), se sabía que en una determinada zona del cerebro se encuentra representado un mapa de nuestro cuerpo. En las operaciones de neurocirugía que realizaba con anestesia local y manteniendo a la persona consciente, Penfield estimulaba con una corriente eléctrica puntos de la cabeza. De esta forma, en caso de lesiones, podía aislar la parte dañada del cerebro para extirparla. El objetivo de Penfield era originalmente clínico pero estas prácticas le permitieron identificar distintas áreas somato-sensoriales, con lo que configuró el famoso “homúnculo de Penfield”: un mapa motor cortical que representa el cuerpo como un pequeño hombre distorsionado. Así, las áreas de la cara, la boca y las manos ocupan mucho más espacio cortical del que les correspondería en relación con su tamaño dentro del cuerpo. Con estos antecedentes, Merzenich se propuso completar la investigación que había realizado Penfield, pero con una técnica más depurada, valiéndose de electrodos, a fin de cartografiar con mayor precisión el córtex cerebral de los primates. Con el cráneo del animal abierto, introducía un electrodo en el área de la corteza que registra las sensaciones de las manos, y tras muchos ensayos logró dar forma a un pequeño mapa de las neuronas responsables de las sensaciones. Prosiguió su investigación seccionando el nervio sensorial de diversos primates más con el objetivo de observar cómo reaccionaba el cerebro cuando se producía una lesión en el sistema nervioso periférico. El descubrimiento fue sorprendente: los nervios sensoriales volvieron a desarrollarse y el cerebro también recuperó su funcionamiento normal, si bien después de un tiempo de estimulación y superados los momentos de confusión y entrecruzamiento de sensaciones. El descubrimiento provocó un nuevo terremoto en las teorías vigentes de la comunidad científica, pues los neurólogos pensaban que la estructura del cerebro adulto era fija y que en ella no se producían modificaciones. Una cosa es que la experiencia condicionara nuestra conducta, como había afirmado Hebb, pero Merzenich les hablaba de algo mucho más serio: en el cerebro adulto podían darse reestructuraciones neuronales rápidas. Durante las tres décadas siguientes, Merzenich prosiguió con sus investigaciones sobre plasticidad neuronal en el cerebro de monos adultos: entrenó a un grupo de monos para que consiguieran alimento girando un disco rotatorio con los tres dedos centrales de la mano. Pasados unos meses, el área del córtex de los monos responsable de los dedos había aumentado notablemente, en particular la que correspondía a las puntas de los dedos usados, al mismo tiempo que se incrementó la sensibilidad táctil de estos dedos. La experiencia había modificado el cerebro de esos animales. No pasaron demasiados años antes de que se realizaran estudios similares en humanos. Es el caso de la investigación realizada por Thomas Ebert y su equipo de colaboradores, en la que imágenes del cerebro de violinistas y violonchelistas con las correspondientes a personas que no eran músicos. Aquellos que tocan instrumentos de cuerda saben que se utilizan los dedos de la mano izquierda para pisar las cuerdas, mientras que los dedos de la mano derecha que mueven el arco no requieren movimientos tan sutiles y diferenciados. El equipo de investigadores descubrió que la zona del córtex correspondiente a los dedos de la mano derecha no difería significativamente entre los que eran músicos y los que no. Sin embargo, las zonas correspondientes a los dedos de la mano izquierda eran hasta cinco veces más extensas en el cerebro de los músicos. Además, aquellos que habían aprendido a tocar el instrumento antes de los trece años presentaban un mayor desarrollo de esas zonas, en comparación con los que habían iniciado más tarde, pues el tamaño de la representación de una zona corporal en la corteza depende  de la intensidad y duración de la estimulación. Las investigaciones de Ebert demostraron que los cambios estructurales del cerebro se llevan a cabo más fácilmente durante los primeros años de vida. Así pues, cabe pensar que un músico como Mozart llegó a tal genialidad no solo por su dotación genética, que era muy especial, sino también por la práctica de la destreza en la infancia, cuando su cerebro era más maleable.

Además, el autor citado afirma que “los lóbulos frontales son el último logro en la evolución del sistema nervioso, particularmente el córtex pre-frontal. En los primates y en el ser humano alcanzan el mayor desarrollo  en una especie y son cruciales para las acciones finalistas: identificar objetivos y metas, establecer planes para alcanzarlos, realizar esos planos, supervisar el proceso de realización, introducir modificaciones y mejoras, valorar los resultados logrados. Los lóbulos frontales permiten liberar al máximo al organismo de las respuestas fijas y rutinarias, representar, imaginar alternativas, innovaciones y mejoras. Sin el gran desarrollo de los lóbulos frontales las conquistas culturales de la especia humana no serían posibles. El papel preponderante de los lóbulos frontales se refleja en la arquitectura neuronal, pues todas las conexiones anatómicas y funcionales, los complejos tractos neuronales del cerebro, llevan al córtex pre-frontal y vuelven allí. La corteza pre-frontal mantiene miles de millones de conexiones con otros sistemas, así que recibe y remite información proveniente de otras partes del cerebro: las cortezas frontales, parietales, temporales y occipitales, el tálamo, los ganglios basales, la amígdala, el hipocampo y todo el sistema límbico. La corteza pre-frontal es para el cerebro lo que el director para la orquesta”.

Cela y Ayala (2019) citan una investigación realizada por Emiliano Bruner, Giorgio Manzi y Juan Luis Arsuaga (2003) en el que han analizado el proceso evolutivo comparando una muestra de ejemplares de un total de 26 especímenes, entre los que se incluyen fósiles clasificados como Homo erectus junto con otros de los siguientes tipos: 1) de más dudosa asignación, que componen el morfotipo “arcaico”, 2) Neandertales cuyo morfotipo es el “Neandertal”, y 3) los humanos modernos fósiles y un humano actual que conforman el morfotipo “moderno”.  Los resultados de la investigación muestran el decrecimiento de la anchura posterior (temporo-occipital) comparada con la anchura anterior/frontal, lo que indica que el morfotipo “moderno” se aparta del “Neandertal”, mientras que este último queda cerca del “arcaico”. Bruner, Manzi y  Arsuaga (2003) atribuyeron la pauta propia de los humanos modernos al desarrollo parietal y al crecimiento vertical de la bóveda craneana. Mientras que el cerebro del Homo neanderthalensis conserva una forma similar a la del ancestro común (Homo erectus), el cerebro de Homo sapiens experimenta cambios importantes en zonas como la parietal. De acuerdo con lo que se ha visto hasta ahora acerca de los estudios comparativos del cerebro en nuestra especie y los demás ejemplares del registro fósil humano, cabe sostener la hipótesis de que esas características distintivas de los humanos modernos aparecieron a la vez que se producían las expansiones frontal y parietal de la corteza cerebral. Un aspecto de trascendental importancia es el proceso de girificación, entendida como el grado de plegamiento que se produce en la superficie cortical y da lugar al aspecto característico de las circunvoluciones de la corteza. Un área que, en la comparación entre especies, tiene igual volumen pero diferentes grados de girificación contaría con una superficie mayor si se desplegase. James Rilling y Thomas Insel (1999b) llevaron a cabo un estudio mediante resonancia magnética de 44 especímenes pertenecientes a 11 especies de primates en los que, además de realizar el cálculo volumétrico, investigaron la relación existente entre el tamaño del cerebro y la girificación. Sus resultados indicaron que, de forma general, cuanto mayor es el volumen de un cerebro mayor es también el grado de girificación. Sin embargo, hay dos regiones en el cerebro humano que exceden de mayor grado de girificación: las zonas pre-frontal y parietal de la corteza.

Los autores citados argumentan el desarrollo de las zonas pre-frontales y parietales de la corteza cerebral, así de la presencia de mayor cantidad y complejidad de los pliegues del neo-cortes, como rasgos distintivos del hombre moderno (Homo sapiens).

Respecto al desarrollo del cerebro, Bruner (2019) afirma que a pesar de las expectativas, el lóbulo frontal no ha revelado demasiado en comparación con los simios antropomorfos, menos todavía con los fósiles. Todos los homínidos extintos parecen haber tenido el mismo patrón de surcos frontales que los humanos modernos, incluso ciertos abultamientos de las áreas posteriores inferiores, cruciales para el lenguaje (área de broca). Los lóbulos parietales han dado más sorpresas. Desde siempre se ha sabido que los huesos parietales del cráneo han presentado muchas variaciones a largo de la evolución humana, pero los datos sobre aquellos lóbulos situados bajo ellos no se empezaron a tener en cuenta hasta hace quince años. Los lobulillos parietales inferiores, a pesar de estar involucrados en funciones cruciales como la descodificación delo lenguaje (área de Wernicke), no presentan cambios patentes en sus proporciones entre las especies humanas. El cambio, en los lobulillos superiores detectan diferentes variaciones morfológicas. Comparados con sus antepasados y con los homínidos más arcaicos, los Neandertales tenían las superficies parietales dorsales más anchas y abultadas lateralmente. Justo debajo de esta superficie se encuentra el surco intra-parietal, que presenta una organización particularmente compleja en nuestra especie. El aumento de la corteza intra-parietal podría haber desplazado la corteza y sus pliegues, y de aquí tengamos todavía muchas dificultades en reconocer las áreas correspondientes en humanos y otros primates. Como hemos comentado, es este un conjunto de áreas cruciales para la coordinación ojo-mano, fundamental en especies que cuentan, como adaptación esencial, con la producción y uso de tecnología. En los humanos modernos (Homo sapiens), los cambios parietales son aún más vistosos que en los Neandertales, porque a pesar además de presentar el mismo aumento de la superficie lateral, también nos caracterizamos por tener lobulillos más largos y abultados. El aumento de la curvatura parietal contribuye sensiblemente a dar ese aspecto redondo a la cabeza de nuestra especie, si la comparamos con la de las especies fósiles. Este aumento de la corteza parietal en los humanos modernos ha sido puesto en evidencia mediante la localización de las fronteras anatómicas de estas regiones, así que es probable se trate de un aumento real de la corteza dorsal parietal. Además, en estas regiones dorsales de la bóveda, el cráneo no ejerce vínculos muy robustos, y sencillamente adapta su forma al cerebro que tiene que envolver. Así que, en este caso, podemos decir que el cambio evolutivo probablemente no se deba a la arquitectura craneal, sino a una real variación de las proporciones cerebrales. Esta variación de la forma del cerebro, con superficies parietales abultadas y redondas, se alcanza en una etapa muy temprana de nuestro desarrollo, probablemente en el primer año de vida, quizá antes. Se trata de una etapa que no se produce en el desarrollo endocraneal de chimpancés y Neandertales, característica solo de nuestra especie, Homo sapiens. Este aumento de la superficie parietal corresponde, a nivel espacial, a la posición del precúneo, aquel elemento mediano de los lobulillos parietales superiores cuya parte superior alcanza la superficie externa del cerebro. Es el mismo elemento cortical que destaca por ser mucho más grande en los humanos modernos que en los chimpancés, y que constituye un elemento crucial en las funciones de integración viso-espacial que incluyen cuerpo-ambiente, la imaginación visual, las relaciones que establecemos con los recuerdos y la representación de uno mismo en el espacio, en el tiempo y en el contexto social, todas ellas funciones relevantes en una especie que tiene nuestra capacidad de imaginación y de simulación mental. El registro de los primeros Homo sapiens no es muy rico, pero por lo que sabemos los más primitivos no tenían grandes lóbulos parietales, de modo que cabe la posibilidad de que el linaje moderno surgiera sin sus grandes áreas parietales y que las haya desarrollado más tarde, a lo largo de su evolución. Es decir, hace unos 150 000 años o 200 000 años es posible que existieran humanos modernos sin un cerebro moderno. Y esto nos recuerda que estas áreas son sensibles a cambios genéticos, pero también a influencias ambientales (como el entrenamiento y la práctica), por lo que desconocemos en qué proporción genes y ambiente han contribuido a moldear nuestras redondas cabezas. Los lóbulos occipitales no han presentado variaciones significativas a lo largo de la evolución humana, y han aumentado menos en nuestro proceso de encefalización. Su función consiste en descodificar la información visual, una tarea sensorial que quizá no ha cambiado mucho entre los primates. En las especies humanas extintas, los lóbulos occipitales suelen estar mucho más proyectados hacia atrás, pero esta separación disminuye en los casos en que aumentan los volúmenes parietales (Neandertales y humanos modernos).

El mismo autor, en lo referente a la neuro-arqueología escribe que lo que más se ha investigado es la producción lítica, y ya se cuenta con muchos estudios cómo se activa el cerebro cuando se talla una piedra para fabricar una herramienta prehistórica o cuando se trata de resolver problemas propios de los recolectores-cazadores del Período Paleolítico. Como era de esperar, todas las actividades de producción de industria paleolítica involucran directamente la corteza parietal, porque requieren un control y una coordinación del cuerpo, de las fuerzas, de los pesos y de los espacios. Parece que la experiencia y la práctica influyen sobre el uso de las fuerzas (distribución de pesos, espacios y energías), entrenando aquellos procesos de la cognición que atañen a la gestión de nuestro propio cuerpo. Al fin y al cabo somos primates muy especializados, y pensamos con las manos más de lo que creemos, utilizando nuestro cuerpo como medida, para razonar y para decidir. Luego, cuando las herramientas se hacen más complejas y necesitan procesos más articulados, la corteza frontal se suma a la orquesta, seleccionando opciones y alternativas. En particular, son zonas de la corteza pre-frontal que se acercan a las áreas motoras de la mano, y además próximas a las zonas involucradas en la producción del lenguaje. La práctica en tallar piedra para fabricar tecnología lítica llega a alterar la misma composición cerebral de aquellas áreas frontales y parietales involucradas: las conexiones aumentan proporcionalmente a las horas dedicadas al entrenamiento. Y esta misma red fronto-parietal también es crucial en los procesos de imitación típicos de nuestra especie, lo cual nos recuerda que nuestras capacidades tecnológicas no dependen solo de las habilidades individuales, sino sobre todo de la capacidad grupal de aprender y, evidentemente, de saber y querer enseñar. Así pues, desde sus orígenes, el género Homo ha desarrollado una relación estrecha con la tecnología, de la que han derivado una ecología, una cultura, una sociedad y un sistema cognitivo que dependían de la interacción con ella. A pesar que envuelve a los contextos arqueológicos, por el momento se puede asegurar que el descubrimiento de restos que apuntaban a un cambio en la estructura del cráneo humano (una cabeza más redonda) se relaciona íntimamente con la explosión de diversidad cultural que en poco tiempo llegó a producir utensilios finos, armas arrojadizas, ornamentos, artes figurativas e instrumentos musicales. En síntesis, la tecnología que el cerebro contribuye a forjar lo forja a su vez.

Mariño (2019) escribe que unos de los rasgos esenciales de la especie humana es el lenguaje y que su fundamento neurológico está en la corteza cerebral, región que controla los movimientos voluntarios; que a diferencia de nuestros parientes los simios sus expresiones comunicativas incipientes son controladas de forma automática por el tronco encefálico y sistema límibico.

Arnau Joan (2019) escribe que el auténtico motor que ha conformado a la humanidad ha sido la organización social, asentada en la producción material. Influyendo no solo en nuestra conciencia, sino también en el desarrollo evolutivo de las distintas especies humanas, hasta llegar a la nuestra, el Homo sapiens. La organización social -interviniendo sobre unas bases biológicas cuyos cambios están determinados por las leyes establecidas por Darwin- ha sido el elemento decisivo en la evolución humana.

El salto cualitativo

Hace entre cinco y seis millones de años, los homínidos se separan de chimpancés, gorilas y orangutanes, con los cuales compartieron un ancestro común. Posteriormente, de los homínidos vuelve a separarse una rama, el género Homo, que a través de diferentes saltos dará lugar a nuestra especie.

¿Cuál fue el elemento decisivo de estos enormes cambios, que hicieron posible la irrupción de la humanidad?

Suele pensarse que es la locomoción bípeda, nuestra particular forma de caminar erguidos. Desde luego influyó, pero no es capaz de explicar por sí misma todo el proceso. Homínidos como los australopitecos ya caminaban erguidos, y sin embargo su capacidad cerebral y su organización, aunque superior no difería sustancialmente de la de los simios antropomorfos.

Otros sitúan el elemento desencadenante en la adaptación a un nuevo nicho ecológico, determinado por el gran cambio climático que en el este de África convertirá las selvas tropicales en espacios abiertos, en sabanas. Pero hay un género entre los homínidos, los parántropos, que abandonaron definitivamente la protección de las selvas y se adaptaron extraordinariamente a estos espacios abiertos… y desaparecieron hace un millón de años sin intervenir en la aparición de la humanidad. Fabricar herramientas, producir cosas absolutamente nuevas, es distintivo de humanidad.

Hay otro elemento material que es la auténtica clave. La primera especie del género Homo es el Homo habilis, el “hombre hábil”. Y su irrupción está ligada a las primeras herramientas fabricadas por manos humanas. Son primero muy rudimentarias, lascas sin retocar y cantos tallados llamados “choppers”. Pero suponen un enorme descubrimiento, el más importante de toda la historia de la humanidad.

No hablamos de la utilización de instrumentos, a través de objetos naturales adaptados para su función. Eso lo hacen otros primates. Los chimpancés utilizan ramas, a las que eliminan las ramificaciones laterales, para “cazar” termitas introduciendo el palo en su hormiguero. O se fabrican con ramas una especie de nidos en los árboles para dormir. Los humanos somos la única especie que fabrica herramientas cuya forma no existe en la naturaleza, y ellos imponen a la piedra. Los cuchillos de sílex salen de cantos rodados, sin filo. Para convertirlo en una herramienta cortante hay que “diseñar” primero ese objeto en la cabeza, y luego ser capaz de ejecutar movimientos con precisión para tallar la piedra.

El aspecto central no es la utilización de herramientas, sino su fabricación. Se ha conseguido enseñar a un chimpancé a usar herramientas de piedra, incluso ha podido deducir su utilidad en algunos casos. Lo que ha sido imposible es lograr que pudiera fabricarlas.

Para fabricar herramientas se utilizan otras herramientas. El Homo habilis sacaba un afilado “chopper” de un canto de sílex empleando otra piedra seleccionada como percutor.

La fabricación de herramientas implica un desarrollo tecnológico. El primitivo Modo 1 de la industria lítica, conocido como Olduvayense, dio paso hace 1,6 millones de años al más perfeccionado Modo 2, o Achelense. Y así sucesivamente.

Presupone la transmisión de conocimientos, entre los miembros del grupo, y de generación en generación, permitiendo con ello un desarrollo acumulativo más allá de lo que un solo individuo puede alcanzar. "Desde el mismo nacimiento del género Homo, y en los sucesivos saltos que darán lugar al Homo sapiens, la organización social actúa como el gran motor de la humanidad".

La fabricación de herramientas no es una empresa individual, como la de un chimpancé que caza termitas con un palo, sino social. Necesita de la participación de todo el grupo, y al mismo tiempo fortalece su cohesión. Estableciendo, ya desde el Homo habilis, una determinada especialización del trabajo entre los miembros del grupo.

Sobre esta base, se establecen determinadas relaciones en el grupo, que va comprendiendo la naturaleza al tiempo que la transforma. Su comportamiento ya no va a estar determinado por la biología social, los impulsos inscritos genéticamente, sino por el nuevo “nicho ecológico” en el que se mueve, que es social.

La expansión del cerebro en los humanos está ligada a su carácter social.

Al ser capaz de producir herramientas, fue más fácil acceder a proteínas animales, con mayores aportes proteicos y más digeribles. Lo que permitió acortar el tubo digestivo y concentrar energía en la expansión del cerebro.

Y los modernos estudios nos hablan de que el tamaño del cerebro está vinculado al tamaño del grupo social. Las relaciones con el grupo, enormemente complejas, obligan a desarrollar lo que se ha denominado “inteligencia social”.

Desde el mismo nacimiento del género Homo, y en los sucesivos saltos que darán lugar al Homo ergaster, al Homo antecesor o al Homo sapiens la organización social actúa como el gran motor de la humanidad.

En la Revista electrónica de ciencia, tecnología y cultura (2020) explica que una investigación ha descubierto que después de estar 800.000 años fabricando herramientas simples de la tradición olduvayense, los primeros seres humanos comenzaron a fabricar hachas achelenses  hace alrededor de 1,8 millones de años. En ese momento, el cerebro humano casi se duplicó de tamaño.

Algunos investigadores han sugerido que esta tecnología más avanzada, junto con un cerebro más grande, implicó un mayor grado de inteligencia y tal vez incluso los primeros signos del lenguaje. Una nueva investigación ha certificado esta hipótesis.

La nueva investigación ha averiguado qué nivel de actividad cerebral es necesario para la fabricación de esas herramientas prehistóricas y descubierto que la fabricación de las complejas herramientas achelenses requiere el uso de las mismas zonas cerebrales necesarias hoy para tocar el piano.

En consecuencia, esta investigación ha determinado que el pensamiento humano pudo haber surgido mucho antes de lo que se creía hasta ahora, situando su origen en unos 1,8 millones de años atrás, cuando aparecieron las primeras herramientas achelenses.

Según este estudio, publicado en Nature Humane Behavoir, la cognición humana coincide en el tiempo con la aparición del Homo erectus, una especie temprana del género humano anterior a los neandertales en casi 600.000 años.

Las tradiciones líticas olduvayense y Achelense estuvieron presentes en el Paleolítico inferior, la etapa más larga de toda la prehistoria que empezó hace unos 2,5 millones de años y duró hasta hace unos 125.000 años, cuando aparecen otras industrias más complejas.

Las herramientas olduvayenses, que aparecieron por primera vez hace unos 2,5 millones de años, están entre las primeras utilizadas por los antepasados de la humanidad. El uso de herramientas achelenses es más reciente, pues data de entre 1,8 millones y 100.000 años atrás.

Cerebros de hoy para ver los cerebros de ayer

El descubrimiento ha sido posible mediante una forma original. Se ha escogido a individuos modernos para que crearan con sus manos herramientas antiguas, unas olduvayenses y otras de la era achelenses, como si fueran seres humanos primitivos. Las herramientas debían construirlas rompiendo piedras con un pedernal,  un objeto usado principalmente para crear flechas, explica la Universidad de Indiana en un comunicado.

Durante esta investigación, la actividad cerebral de los voluntarios era monitorizada con una moderna tecnología de imagen cerebral conocida como imagen espectroscópica próxima al infrarrojo. Esta técnica permite medir la oxigenación de una zona del cerebro para deducir su actividad, en este caso la fabricación de herramientas artesanales primitivas.

De esta forma, los investigadores pudieron deducir qué actividad cerebral fue necesaria para la fabricación de esas herramientas y conocer así el grado de desarrollo neuronal que tenían los seres humanos primitivos.

En esta investigación se enseñó a un grupo de 15 voluntarios a fabricar los dos tipos de herramientas a través de un vídeo. A otro grupo de 16 voluntarios se les mostraron también los mismos vídeos, pero sin sonido, para que pudieran aprender a fabricarlas sólo mediante imágenes.

La observación de los cerebros de ambos grupos reveló que la atención visual y el control motor eran necesarios para crear las herramientas más simples olduvayenses.

Sin embargo, para la creación de herramientas más complejas de la industria de modo Achelense, fue necesario recurrir a zonas más amplias del cerebro, incluyendo las relacionadas con la información visual, auditiva y sensomotora. También la guía de la memoria de trabajo visual y la planificación de acciones de orden superior.

"El hecho de que estas formas más avanzadas de cognición fueran necesarias para crear hachas de mano achelenses - pero no herramientas simples olduvayenses - significa que la fecha para este tipo de cognición más humana podría retrotraerse al menos a 1,8 millones de años atrás. Sorprendentemente, estas partes del cerebro son las mismas áreas dedicadas a actividades modernas como tocar el piano", indican los investigadores.

La revista electrónica de ciencia, tecnología y cultura (2020) afirma que en una investigación realizada en la Universidad de Liverpool (Inglaterra) ha revelado que el cerebro realiza la misma actividad cerebral en la producción del lenguaje que en la fabricación de herramientas complejas, lo que respalda la teoría –propuesta por primera vez por Charles Darwin- que señala que ambas habilidades se desarrollaron al mismo tiempo.

Para llegar a esta conclusión, científicos de dicha Universidad analizaron la actividad cerebral de 10 expertos fabricantes de herramientas de piedra (talladores de piedra) que emprendieron la fabricación de una de éstas herramientas y también realizaron un examen lingüístico estándar.

En concreto, los investigadores midieron el flujo sanguíneo del cerebro de los participantes  mientras éstos realizaban ambas tareas utilizando ultrasonido Doppler transcraneal (fTCD) ‎, una técnica de uso común en la práctica clínica para comprobar el estado de las funciones lingüísticas de pacientes que han sufrido daño cerebral.

De esta manera, se descubrió que los patrones de actividad neuronal para las dos tareas están correlacionados, lo que sugiere que en ambos casos se utiliza la misma área del cerebro.

El lenguaje y la fabricación de herramientas de piedra se consideran unas características únicas de la humanidad, que evolucionaron durante millones de años.

Redes de procesamiento global comunes

Charles Darwin fue el primero en sugerir que el uso de herramientas y el lenguaje podrían haber coevolucionado, porque ambos dependen tanto de una planificación compleja como de la coordinación de acciones, pero hasta ahora se habían recopilado escasas evidencias que respaldasen esta hipótesis.

Georg Meyer, del departamento de psicología experimental de la Universidad de Liverpool, explica en un comunicado de dicha Universidad que:

"Nuestro estudio ha revelado patrones de flujo sanguíneo correlacionados, en los primeros 10 segundos de realización de ambas tareas. Esto sugiere que las dos dependen de áreas cerebrales comunes, un hecho que es consistente con las teorías de que el uso de herramientas y el uso del lenguaje coevolucionaron, y que éstos comparten redes comunes de procesamiento cerebral".

Natalie Uomini del departamento de arqueología clásica y egiptología, añade: "Hasta ahora, nadie había sido capaz de medir la actividad cerebral en tiempo real mientras se fabricaba una herramienta de piedra. Esta es la primera vez tanto para la arqueología como para la psicología".

 

Discusión

El trabajo definido como la capacidad de fabricar herramientas de trabajo para la transformación de la naturaleza y así proveerse de los alimentos indispensables para su subsistencia, así como su impacto en el origen y desarrollo de la especie humana fue expuesto por Federico Engels en su obra: El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, en la que expone su concepción materialista en el sentido de considerar al trabajo como la esencia de la especie humana, es decir, que la práctica por medio del uso de los instrumentos de trabajo para la producción de los bienes indispensables para la sobrevivencia de la especie humana es la que produjo el tránsito de los homínidos, particularmente el tránsito del Australopithecus afarensis al hombre primitivo (Homo habilis).

Los utensilios líticos primitivos con que el Homo habilis se valió para la apropiación de alimentos vegetales y la caza de animales salvajes y, fueron precisamente los instrumentos de trabajo rudimentarios, principalmente de piedra los que le permitieron proveerse de los bienes de subsistencia necesarios para su sobrevivencia y en lo particular el crecimiento de su cerebro con un peso de unos 650 gramos.

Después de un prolongado período el Homo habilis con su economía de apropiación directa preparó las condiciones para  el perfeccionamiento de los instrumentos de trabajo y así dar paso al Homo erectus, cuyo cerebro alcanzó un peso de 900 gramos en correspondencia con la mayor complejidad de las herramientas de trabajo. Un invento de trascendental importancia realizado por el Homo erectus fue el fuego, cuyas consecuencias para la evolución del hombre en general y el cerebro en particular fueron cruciales, ya que su uso para el cocido de alimentos vegetales y animales los hizo más asimilables y con ello favoreció el crecimiento del cerebro y una mayor complejidad, así como la utilización del fuego para el calentamiento de su morada dado el clima frío en el que se desarrollaba y también la utilización del fuego para la caza de animales salvajes. La tecnología fabricada por el Homo erectus le permitió salir de África y colonizar Asia.

La capacidad de fabricar herramientas de trabajo exigía la colaboración colectiva, condición que exigía la comunicación, cuya necesidad dio origen al lenguaje como el medio fundamental para comunicarse y con ello la posibilidad real del pensamiento abstracto, ya que sin lenguaje (verbal y escrito) no es posible el razonamiento abstracto.

Así pues, fue el trabajo y las relaciones sociales, las condiciones necesarias para el crecimiento  y una mayor complejidad del cerebro humano, condiciones inherentes al Homo sapiens que armado con una tecnología perfeccionada salió de África para poblar el Planeta y en su paso por Europa derrotó a los Neandertales.

Los descubrimientos de la neurociencia moderna prueban la conjetura genial expuesta por Engels en 1876, en el sentido de que fue el trabajo, la alimentación omnívora y una mayor complejidad social asociada a las relaciones laborales, las que concurrieron para el desarrollo de la especie humana y en particular un cerebro de mayor complejidad como sustrato de la conciencia.

 

Conclusiones

El trabajo definido como la capacidad de fabricar herramientas, es el rasgo esencial distintivo de la especie humana.

La fabricación de instrumentos de trabajo exigían la cooperación social y con ella la necesidad de comunicación, que después de un período prolongado de interacción condicionó el surgimiento del lenguaje articulado.

La aparición del lenguaje articulado hizo posible el surgimiento de la conciencia en general y del pensamiento abstracto en particular.

La neurociencia moderna confirma la conjetura genial expuesta por Engels en 1876, en el sentido de que es el trabajo lo que determinó la transformación del mono en hombre, más específicamente la transición del Australopithecus afarensis a Homo habilis, cuyo rasgo esencial fue la fabricación de instrumentos de trabajo de piedra, que aunque rudimentarios fueron cruciales para el desarrollo cerebral al pasar de unos 400 gramos a unos 650 gramos del Homo habilis.

El Homo erectus que probablemente sucedió al Homo habilis hace unos 1.8 millones de años mejoró sus herramientas de trabajo, entre los que se encuentra la invención del fuego, tecnología que fue crucial para el cocido de alimentos vegetales y animales, haciéndolos más asimilables y con ello el crecimiento de su cerebro, a tal grado que alcanzó un peso de por lo menos 900 gramos y de mayor complejidad. Así pues, fueron la fabricación de instrumentos de trabajo más perfeccionados y la utilización del fuego en el cocido de alimentos, lo que favoreció el desarrollo de un cerebro de mayor tamaño y más complejo en el Homo erectus y, colateralmente condicionó la reducción de su sistema digestivo. Con una mejor tecnología el Homo erectus salió de África y colonizó Asia.

Mucho tiempo después, hace unos 200 mil años de África salió el Homo sapiens, pasó en Medio Oriente y de ahí a Europa, continente en el que se estableció hace unos 45000 años como hombre de Cro-Magnon en Francia y en Altamira España, portador de una tecnología más perfecta para la recolección de productos vegetales y sobre todo para la caza de animales salvajes, para proveerse de los alimentos básicos para su subsistencia. La fabricación de herramientas más complejas en las era necesaria la cooperación social, así como su uso, principalmente en la caza de animales en la que también era muy importante la colaboración social, generaron la necesidad de comunicación entre los hombres. Así fue como apareció el lenguaje verbal y escrito, tal como lo evidencian las pinturas rupestres, en las que el Homo sapiens plasmaba en el arte sus principales actividades económicas, especialmente la caza de animales. Así pues, la fabricación de instrumentos de trabajo más sofisticados, así como su utilización en las actividades productivas y por tratarse de actividades sociales condicionaron el desarrollo del lenguaje articulado, procesos que conjuntamente determinaron el desarrollo de un cerebro de unos 1500 gramos de peso y de una mayor complejidad.

La neurociencia moderna ha descubierto que las cortezas de los lóbulos frontal y parietal son las que presentan la mayor cantidad de pliegues, es decir, se trata de las regiones cerebrales más recientes y más complejas, en las que se desarrollan las funciones cognitivas superiores, particularmente el pensamiento abstracto.

 

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