DE
LA CONTRARREVOLUCIÓN NEOLIBERAL A LA REVOLUCIÓN POPULAR EN MÉXICO
Valentín
Vásquez
Oaxaca,
México
valeitvo@yahoo.com.mx
1. Introducción
Con
la conquista de la civilización azteca en 1521 inició el tránsito del Modo de
Producción Tributario característico de las culturas prehispánicas, al modo de
producción Feudal a principios del siglo XVII. En su seno y durante sus dos
siglos de existencia se gestaron las condiciones para el surgimiento del
capitalismo: antípoda del sistema cerrado y jerárquico feudal que le antecedió.
El siglo
XIX se inaugura con la primera revolución: la Independencia, que a pesar de su
carácter conservador implicó un profundo cambio cualitativo en la estructura
política, con solo el hecho de separarse del dominio español, contribuyó a la
aceleración del desarrollo del capitalismo en México; es decir, por su
contenido la Independencia, se trató de una revolución burguesa.
Después
de un período de “anarquía”, a mediados del siglo XIX se produce lo que en la
historia oficial se conoce como la Reforma y a veces se identifica con una
simple guerra entre liberales y conservadores; sin embargo, se trató de una
profundo cambio cualitativo, que permite definirla como una verdadera
revolución burguesa, que sentó las bases para la aparición del capitalismo, ya
que implicó la privatización de las tierras comunales indígenas y la
nacionalización de los bienes eclesiásticos, principalmente las tierras
propiedad de la Iglesia, reformas que generaron las dos condiciones necesarias
para el surgimiento del nuevo modo de producción: concentración de la tierra
como principal medio de producción en propiedad de los hacendados y mano de
obra “libre” de su medio de producción y por lo mismo dispuesta a la venta como
mercancía.
La
privatización de las tierras comunales se frenó temporalmente por las continuas
guerras civiles y luego por la invasión francesa al país. Una vez derrotada la
intervención francesa en 1867 y con el arribo de Porfirio Díaz al poder en
1877, continuo el despojo de las tierras comunales de los campesinos indígenas,
a tal grado que para fines del siglo XIX, prácticamente habían desaparecido y
con ello los hacendados aumentaron la extensión de sus propiedades privadas
territoriales.
Con el
porfirismo el liberalismo llegó al extremo y en lo social generó una enorme
desigualdad, condición decisiva para la gestación de un nuevo cambio cualitativo,
que implicó una nueva revolución de carácter burgués democrático, en la que
participaron amplias masas trabajadoras.
Así pues,
las tres transformaciones cualitativas que han sacudido la historia de México,
han sido profundas revoluciones de naturaleza burguesa y por lo mismo han sido
minoritarias, a pesar de que la última tuvo una gran participación popular.
Dado
que en la “genética” del capitalismo está la sobre-explotación de las masas
trabajadoras, resulta normal que la desigualdad socio-económica sea una constante
y en la fase financiera es más extrema, por consiguiente, por la propia dialéctica
contradictoria del sistema, desembocará en una nueva revolución, pero a
diferencia de las que le antecedieron, ahora será por su contenido y por su
forma popular, en la que las masas serán los actores principales para acabar de
raíz al sistema capitalista causante de la desigualdad.
2.1.
Revolución de Independencia
La historia oficial
concibe a la Independencia como una simple guerra; en realidad se trató en su
primera etapa (1810-1815) de una radical lucha de clases en la que se enfrentó
el pueblo –campesinos pobres, comuneros indígenas y obreros de las minas y
obrajes- a las clases privilegiadas –principalmente los grandes hacendados y el
alto clero- y a su brazo armado: el ejército realista. Esta fase del movimiento
de Independencia, se caracterizó por los decretos de la insurgencia popular
implementadas por Hidalgo y Morelos, entre los que destacan medidas
orientadas a la eliminación de rasgos pre-capitalistas heredados de la época
colonial, entre los que destacan la abolición de la esclavitud, la abolición
del tributo y la restitución de tierras a los campesinos pobres y comuneros
indígenas.
Con la derrota militar y asesinato de Miguel Hidalgo (1811) y de José María
Morelos (1815) culminó la primera etapa de la Independencia, que se caracterizó
por su naturaleza revolucionaria. En seguida, le sucedió un período de 1816 a
1820 de feroz represión de la insurgencia popular por parte del ejército
realista, a la cual respondió el movimiento popular con la táctica guerrillera
en el sureste, liderada por Guadalupe Victoria y Nicolás Bravo en Veracruz, en
Puebla e Hidalgo encabezada por Mier y Terán, y, principalmente en Guerrero
comandada por el indoblegable Vicente Guerrero. Esta situación probablemente se
hubiera prolongado, de no ser por la revolución liberal-burguesa ocurrida en
España en enero de 1820. Con el triunfo de la revolución liberal-burguesa el
rey Fernando VII se vio obligado a restaurar la Constitución liberal de Cádiz
de 1812. En la Nueva España el virrey Juan Ruíz de Apodaca promulgó la
Constitución de Cádiz en mayo de 1820. Ante esta situación, las clases
privilegiadas principalmente el alto clero y los grandes terratenientes
subordinados a los intereses de la Iglesia, con el apoyo de Agustín de
Iturbide, militar realista que había combatido ferozmente a la insurgencia
popular, planearon la consumación de la Independencia, como una estrategia para
separarse de España y de esta forma proteger sus intereses de las medidas
liberal-burguesas y anticlericales contenidas en la reciente constitución
promulgada por el virrey. Para lograr sus objetivos, el portavoz de las clases
privilegiadas –Agustín de Iturbide- intentó derrotar militarmente a Vicente
Guerrero, líder de la insurgencia popular que por diez años había estado
luchando por la por la Independencia y, al no lograrlo, negoció una alianza con
Guerrero, para conjuntamente consumar la Independencia. Resultado de la alianza
política entre las fuerzas revolucionarias y las conservadoras fue el Plan de
Iguala en el que se estableció la Independencia de la Nueva España, la cual se
consuma formalmente el 27 de septiembre de 1821 con la entrada triunfal del
ejército de las tres garantías -religión católica, independencia y unión- en la
ciudad de México. Así pues, lo que por la dialéctica de la lucha de clases
inició como una revolución burguesa de naturaleza agraria, se transformó en una
contrarrevolución feudal en beneficio de los intereses de los grandes
terratenientes –hacendados- y la Iglesia.
A pesar de la naturaleza conservadora de la Independencia, con haber logrado la
separación política de España, la abolición de la esclavitud, del tributo y de
las castas, fueron logros importantes que contribuyeron a "desbrozar"
el camino para el desarrollo del capitalismo en México y, para su posterior
conversión en modo de producción dominante a mediados del siglo XIX.
El capitalismo industrial
es resultado de un largo proceso de desarrollo gradual, que inicia en el seno
del sistema feudal durante la dominación española en el siglo XVI y a pesar de
que en la Independencia es derrotada la tendencia pequeña burguesía
revolucionaria representada por Hidalgo y Morelos, en 1821 con Iturbide a la
cabeza de las clases conservadoras: la Iglesia y los terratenientes
–hacendados-, conjuntamente con Guerrero consuman la Independencia, pero con el
claro objetivo de impedir que las reformas liberales burguesas implementadas en
España trascendieran a la Nueva España. Así pues, la Independencia que inició
como una revolución popular comandada por Hidalgo y luego por Morelos, concluyó
como una contrarrevolución. A pesar del carácter conservador de la
Independencia, significó una continuidad en el desarrollo de la burguesía
industrial, de tal forma que a mediados del siglo XIX, se produce un salto
–discontinuidad- en su desarrollo con la Reforma (1854-1860), que aunque en la
historia oficial se le conoce como Reforma, en realidad se trató de una
profunda Revolución Burguesa, que comenzó con la Ley Lerdo de 1856, en la que
queda prohibido el monopolio de la tierra, tanto de las comunidades indígenas,
como de la Iglesia. En este sentido, estableció que las tierras
pertenecientes a las corporaciones civiles y religiosas serían vendidas a
los arrendatarios. Así pues, la Ley Lerdo perseguía privatizar las tierras
comunales y de la Iglesia, para incorporarlas a la circulación mercantil, tal
como lo exigía el capitalismo naciente. La ley Lerdo fue incorporada a la
Constitución Liberal de 1857. Esta profundizó las diferencias con los
Conservadores, que aunque también eran partidarios del desarrollo industrial
con el apoyo del Estado, los liberales pensaban en una sociedad de pequeños
productores que por acción de las leyes del mercado fomentarían la agricultura,
la industria y el comercio. La lucha se radicalizó y culminó con las Leyes de
Reforma en 1859, entre las que destacan, la Ley de Nacionalización de los
bienes de la Iglesia, principalmente las tierras que constituían su mayor
capital. Hasta aquí los Liberales habían dado un paso muy importante, para el
desarrollo de la burguesía industrial, puesto que la base social de su
movimiento revolucionario, eran los comerciantes, los terratenientes
–hacendados- y rancheros, que fueron los que adquirieron las tierras de la
Iglesia, pues eran ellos, los que contaban con los recursos económicos. Se
había consumado la primera etapa de la Revolución Burguesa: la destrucción
principalmente del monopolio territorial de la Iglesia, que conjuntamente con
la aplicación de las leyes liberales contenidas en la Constitución de 1857 a
las comunidades indígenas, contribuyeron a la conversión de las
tierras en mercancías y la mano de obra “libre” de sus medios de producción se
convertía también en mercancía que el capitalismo exigía. La intervención
francesa (1862-1867) demoró la aplicación de las Leyes de Reforma, pero una vez
derrotada, en 1877 arribó a la presidencia de la República el General Porfirio
Díaz, quien consumó la “obra” reformadora de sus antecesores liberales.
Específicamente, continúo con el combate al monopolio territorial de las
comunidades indígenas, con el Decreto sobre Colonización y Compañías
Deslindadoras en 1883, con el propósito de deslindar todos los terrenos que no
pudieran acreditarse legalmente considerados como “baldíos”; Circular
expedida en 1890 que enfilada contra la propiedad comunal de la tierra para
privatizarla y Ley del 26 de marzo de 1894, en la que se daba amplia libertad
las Compañías Deslindadoras, para adquirir grandes extensiones territoriales.
Todas estas medidas implementadas por el gobierno de Porfirio Díaz, produjeron
el mayor despojo de tierras de las comunidades indígenas, transformando a sus
miembros en fuerza de trabajo disponible para las necesidades del capital. Se había
dado otro paso más en el desarrollo del capitalismo mexicano. Paralelamente al
despojo territorial de las comunidades indígenas, el gobierno del General Díaz
fomentó el desarrollo principalmente de la industria extractiva –minerales y
petróleo-, cuya producción y distribución requería de transportes, lo que
condujo a la construcción de la red ferroviaria; agricultura basada en cultivos
tropicales de exportación; y, dada la escases de recursos financieros del
Estado, recurrió al capital extranjero, principalmente norteamericano. En suma,
se trató de otro salto en el desarrollo de la industrialización del país, pero
subordinada a los intereses del capital extranjero.
La política porfirista antipopular generó una enorme desigualdad
social, caracterizada por la concentración del grueso de la riqueza en una
minoría oligárquica, contrastando con la miseria extrema en que vivía la
inmensa mayoría de la población, condiciones socio-económicas que produjeron el
estallamiento de la Revolución en 1910.
La primera etapa de la
Revolución que va de 1910 a 1913, fue encabezada por Francisco I. Madero, un
terrateniente aburguesado con intereses en la agricultura, la industria y las
finanzas, cuya demanda central era el derrocamiento del gobierno de Porfirio
Díaz.
La segunda etapa de la
Revolución, abarca desde el asesinato de Madero en 1913 hasta la derrota de
Victoriano Huerta en 1914. Es liderada por Venustiano Carranza -Gobernador de
Coahuila-, hacendado que se había inconformado con el golpe de Estado
perpetrado contra el Presidente Madero. Se sumó a la Revolución con demandas
políticas, principalmente el desconocimiento Victoriano Huerta y conjuntamente
con las fuerzas revolucionarias de Zapata, Villa, Calles y Obregón derrota a
Victoriano Huerta en agosto de 1914. Una vez derrotado el usurpador, el nuevo
gobierno revolucionario, convocó a un Congreso Constituyente para revisar y
modificar la vieja Constitución Liberal de 1857. Para el movimiento
Constitucionalista la Revolución había concluido. Sin embargo, para el
movimiento campesino de Zapata y el heterogéneo movimiento villista, la
Revolución no había culminado, puesto, que sus demandas no habían sido
cumplidas. En estas condiciones se abre una nueva fase de la Revolución en la
que las fuerza contendientes principales son: Carranza y las fuerzas
revolucionarias de Villa y Zapata. La pequeña burguesía representada por
Obregón y Calles, por su posición intermedia y por su mayor afinidad con la
burguesía, de manera natural se alío con Carranza.
Antes de la lucha entre
Constitucionalistas –Carranza, Obregón y Calles- y las fuerzas revolucionarias
de Villa y Zapata, Carranza tuvo que hacer algunas concesiones para ganarse el
apoyo del movimiento campesino, principalmente la expedición de la Ley Agraria
del 6 de enero de 1915, en la que se considera la restitución de tierras a los
campesinos, así como algunas concesiones a la Casa del Obrero Mundial y así
enrolarlos en los “Batallones Rojos” incorporados al ejército constitucionalista.
Es en éstas condiciones que se produce el enfrentamiento entre el
Constitucionalismo y la División del Norte de Villa, ya que el ejército
zapatista, dada su dependencia de la tierra, tuvo escasa movilidad para apoyar
militarmente a Villa; por consiguiente, la División de Norte de Francisco Villa
en las batallas de Celaya en abril de 1915 fue derrotada por el ejército
constitucionalista.
Dada la en la enorme
participación popular, particularmente del villismo y el zapatismo, la Revolución
puede caracterizarse como una Revolución Democrático-burguesa, a tal grado que
los intereses de las clases populares quedaron plasmados, en la nueva
Constitución de 1917, particularmente en los Artículos 27 y 123.
La Constitución de 1917
más que una norma de convivencia, se convirtió en un programa de reformas
sociales, económicas y políticas; cuya implementación está condicionada por la
correlación de fuerzas de los gobiernos en turno.
Los gobiernos pos-revolucionarios, principalmente el de Carranza, Obregón y Calles, mantuvieron
intacto la vieja hacienda porfirista, solo repartieron mínimamente tierras a
los campesinos para controlarlos en los límites del sistema capitalista, ya que
todos eran partidarios de la propiedad privada de la tierra como motor del
desarrollo de la agricultura. Respecto al movimiento obrero, impulsaron su
organización para ponerlo al servicio de los intereses del gobierno.
Con el reparto agrario, el
Cardenismo liquida la vieja hacienda con rasgos pre-capitalistas, que obstaculizaba
el desarrollo de la agricultura.
Con la nacionalización de
los ferrocarriles -1937- y el petróleo -1938- el Cardenismo rescata para el
Estado sectores estratégicos de la economía para ponerlos al servicio de la
industrialización del país, pues para 1940 existía el capital industrial
tradicional heredado del porfirismo y estrechamente asociado al proyecto
primario exportador.
Así pues, el Cardenismo
culmina el movimiento revolucionario iniciado en 1910, al destruir la vieja
hacienda porfirista y al expulsar al capital extranjero de sectores
estratégicos de la economía.
En lo político, Cárdenas funda en marzo de 1938, el Partido de la Revolución
Mexicana, partido estructurado -organizado- en sectores: Obrero (CTM),
Campesino (CNC), Popular (CNOP) y Militar (ejército); con lo que se produce la
corporativización de los movimientos populares organizados y con ello pierden
su independencia política al quedar integrados orgánicamente al partido en el
poder.
Con la destrucción de la
vieja hacienda heredada del porfirismo todavía con
rasgos pre-capitalistas -peonaje, tienda de raya, etc.-, el
cardenismo sentó las bases para el desarrollo de una agricultura
de tipo capitalista. Así, el cardenismo cierra el proceso de las revoluciones
burguesas iniciado desde la Revolución de Independencia de 1810-1821.
3. Revolución popular
Como
en “genética” del capitalismo está la explotación de la clase trabajadora, para
la extracción de plusvalía, trabajo no pagado que, constituye la base de la
ganancia capitalista en menoscabo de su contra-parte: el salario de la clase
trabajadora. En estas condiciones, la riqueza se mueve proporcionalmente y en
forma contradictoria con la pobreza.
Lo anterior, explica que desde la época colonial cuando se gestaron las condiciones para el surgimiento del capitalismo, la desigualdad social haya sido una constante y, que se ha venido heredando durante más de 200 años, a pesar, de las tres revoluciones que han acontecido.
La desigualdad socioeconómica no solo se ha conservado, sino que se ha agudizado, a pesar de que los gobiernos posrevoluciones, han implementado políticas sociales, para atenuar la pobreza, ya que la historia ha demostrado en México que las políticas neoliberales por naturaleza son excluyentes y solo benefician a una minoría. Así, ha sucedido desde la implementación las reformas borbónicas a fines del siglo XIX, que dada la enorme desigualdad socio-económica que produjeron desembocaron en la Revolución de Independencia. Algo similar aconteció en la segunda mitad del siglo XIX, con la ejecución de las medidas liberales –privatización de las tierras comunales de los indígenas y nacionalización de los bienes de la Iglesia-, reformas que se frenaron por las continuas guerras civiles entre liberales y conservadores y por la invasión francesa entre 1862-1867; pero, que una vez ascendido Porfirio Días al poder político en 1877, el despojo de las tierras comunales continuo, de tal forma que prácticamente las tierras comunales desaparecieron, para convertirse en propiedad privada de las haciendas.
Es evidente que el origen y consolidación del capitalismo en la segunda mitad del siglo XIX, implicó la nacionalización de los bienes de la Iglesia, particularmente la tierra, que junto con el despojo ilegal y violento de las tierras comunales de los campesinos indígenas, contribuyeron a generar las condiciones necesarias para la aparición del capitalismo: apropiación privada de los medios de producción –principalmente la tierra- por los hacendados y la mano de obra “libre” que el capital requería, pero que dada la naturaleza excluyente de las políticas liberales porfiristas generaron una aguda desigualdad social, que produjo las condiciones para el surgimiento de la Revolución democrático-burguesa de 1910-1940, que culminó con las reformas cardenistas, que “barrió” con los vestigios feudales prevalecientes en las haciendas y la nacionalización de los ferrocarriles nacionales y el petróleo, sentó las bases para el desarrollo industrial capitalista, teniendo como eje una importante participación del Estado en la economía. Este modelo de industrialización conocido como “Sustitución de importaciones” prevaleció hasta fines de la década de los 70 del siglo pasado. Sin embargo, las consecuencias fueron: la consolidación de una poderosa oligarquía financiera con intereses monopólicos en la agricultura, la industria, el comercio y las finanzas, que dado su poder económico accedió al poder político en 1982. Desde entonces, se inició una política a su favor conocida como neoliberalismo, que al igual que todas las reformas liberales implementadas desde finales del siglo XVIII, también desembocará en una nueva revolución, que a diferencia de las que le han antecedido, no será de carácter minoritaria, sino popular, en la que el actor principal será la clase mayoritaria, principalmente, trabajadores del campo y la ciudad y que dado que la causa de la desigualdad extrema, es el capitalismo, en consecuencia, dicho sistema tendrá que ser erradicado para que pueda lograrse una verdadera equidad socio-económica.
Lo anterior, explica que desde la época colonial cuando se gestaron las condiciones para el surgimiento del capitalismo, la desigualdad social haya sido una constante y, que se ha venido heredando durante más de 200 años, a pesar, de las tres revoluciones que han acontecido.
La desigualdad socioeconómica no solo se ha conservado, sino que se ha agudizado, a pesar de que los gobiernos posrevoluciones, han implementado políticas sociales, para atenuar la pobreza, ya que la historia ha demostrado en México que las políticas neoliberales por naturaleza son excluyentes y solo benefician a una minoría. Así, ha sucedido desde la implementación las reformas borbónicas a fines del siglo XIX, que dada la enorme desigualdad socio-económica que produjeron desembocaron en la Revolución de Independencia. Algo similar aconteció en la segunda mitad del siglo XIX, con la ejecución de las medidas liberales –privatización de las tierras comunales de los indígenas y nacionalización de los bienes de la Iglesia-, reformas que se frenaron por las continuas guerras civiles entre liberales y conservadores y por la invasión francesa entre 1862-1867; pero, que una vez ascendido Porfirio Días al poder político en 1877, el despojo de las tierras comunales continuo, de tal forma que prácticamente las tierras comunales desaparecieron, para convertirse en propiedad privada de las haciendas.
Es evidente que el origen y consolidación del capitalismo en la segunda mitad del siglo XIX, implicó la nacionalización de los bienes de la Iglesia, particularmente la tierra, que junto con el despojo ilegal y violento de las tierras comunales de los campesinos indígenas, contribuyeron a generar las condiciones necesarias para la aparición del capitalismo: apropiación privada de los medios de producción –principalmente la tierra- por los hacendados y la mano de obra “libre” que el capital requería, pero que dada la naturaleza excluyente de las políticas liberales porfiristas generaron una aguda desigualdad social, que produjo las condiciones para el surgimiento de la Revolución democrático-burguesa de 1910-1940, que culminó con las reformas cardenistas, que “barrió” con los vestigios feudales prevalecientes en las haciendas y la nacionalización de los ferrocarriles nacionales y el petróleo, sentó las bases para el desarrollo industrial capitalista, teniendo como eje una importante participación del Estado en la economía. Este modelo de industrialización conocido como “Sustitución de importaciones” prevaleció hasta fines de la década de los 70 del siglo pasado. Sin embargo, las consecuencias fueron: la consolidación de una poderosa oligarquía financiera con intereses monopólicos en la agricultura, la industria, el comercio y las finanzas, que dado su poder económico accedió al poder político en 1982. Desde entonces, se inició una política a su favor conocida como neoliberalismo, que al igual que todas las reformas liberales implementadas desde finales del siglo XVIII, también desembocará en una nueva revolución, que a diferencia de las que le han antecedido, no será de carácter minoritaria, sino popular, en la que el actor principal será la clase mayoritaria, principalmente, trabajadores del campo y la ciudad y que dado que la causa de la desigualdad extrema, es el capitalismo, en consecuencia, dicho sistema tendrá que ser erradicado para que pueda lograrse una verdadera equidad socio-económica.
4. Discusión
Como todo modo de producción, el capitalismo resultó progresista respecto a su antecesor: el Feudalismo, en el sentido que representó la liberación económica y política que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas; pero, su carácter progresista concluyó con las reformas cardenistas implementadas durante el período: 1934-1940, destacando la reforma agraria que con el reparto de las haciendas precapitalistas, también desaparecieron los restos feudales que las acompañaban, como eran el peonaje por deudas y las tiendas de raya; que junto con la nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo, sentaron las bases para la industrialización del país. Después de 1940, la burguesía se fue volviendo cada vez más conservadora, de tal forma que para 1982 la oligarquía financiera que accedió al gobierno y al poder se transformó en una fracción elitista francamente contrarrevolucionaria, pues, con su política neoliberal a su favor, prácticamente desapareció las conquistas históricas populares logradas en la Revolución democrático-burguesa de 1910-1940.
Como en la “genética” del capitalismo está la explotación de los trabajadores para la obtención de la plusvalía, es decir, se trata del trabajo no pagado que excede el precio de la fuerza de trabajo (salario) y de la cual se apropia el capitalista en forma de ganancia, para dar origen a la riqueza capitalista. La contra-parte de la riqueza capitalista es la pobreza de la clase trabajadora.
Como todo modo de producción, el capitalismo resultó progresista respecto a su antecesor: el Feudalismo, en el sentido que representó la liberación económica y política que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas; pero, su carácter progresista concluyó con las reformas cardenistas implementadas durante el período: 1934-1940, destacando la reforma agraria que con el reparto de las haciendas precapitalistas, también desaparecieron los restos feudales que las acompañaban, como eran el peonaje por deudas y las tiendas de raya; que junto con la nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo, sentaron las bases para la industrialización del país. Después de 1940, la burguesía se fue volviendo cada vez más conservadora, de tal forma que para 1982 la oligarquía financiera que accedió al gobierno y al poder se transformó en una fracción elitista francamente contrarrevolucionaria, pues, con su política neoliberal a su favor, prácticamente desapareció las conquistas históricas populares logradas en la Revolución democrático-burguesa de 1910-1940.
Como en la “genética” del capitalismo está la explotación de los trabajadores para la obtención de la plusvalía, es decir, se trata del trabajo no pagado que excede el precio de la fuerza de trabajo (salario) y de la cual se apropia el capitalista en forma de ganancia, para dar origen a la riqueza capitalista. La contra-parte de la riqueza capitalista es la pobreza de la clase trabajadora.
La contradicción riqueza-pobreza es inherente al desarrollo del capitalismo y se acentúa conforme se desarrolla el capitalismo desde su fase de libre competencia en la segunda mitad del siglo XIX hasta el capitalismo financiero actual, a tal grado que en el presente, alrededor de 20 familias poseen el grueso de la riqueza nacional, contrastando con millones de pobres que viven en la indigencia, situación que ha generado una situación extrema de desigualdad socio-económica, que amenaza la estabilidad social y política del sistema.
La
situación de extrema desigualdad socio-económica es una condicionaría necesaria
para la gestación de una verdadera revolución, que ahora por la naturaleza
oligárquica y contrarrevolucionaria de la minoría que detenta el poder
económico y político del país, necesariamente tiene que desembocar en una
revolución popular, que a diferencia de las revoluciones minoritarias que le
han antecedido, ahora tiene que ser una revolución de las mayorías explotadas, que
tendrá que erradicar el capitalismo, para eliminar la causa de la desigualdad
socio-económica y con ello lograr una verdadera sociedad igualitaria.
5. Conclusiones
En
México han ocurrido en los siglos XIX y XX tres revoluciones político-sociales:
la Independencia (1810-1821), la Reforma (1854-1860) y la Democrático-burguesa
de 1910-1940. La Independencia, que
aunque no alteró la estructura socio-económica del país heredada de la época Colonial
(1521-1821), el solo hecho de haberse liberado de la dependencia española,
implicó un trascendental cambio cualitativo, que permite catalogarla como una
revolución, que “desbrozó” el camino para el desarrollo del capitalismo. Después
de un período de “anarquía” en el que las fuerzas sociales contendientes –liberales
vs conservadores- se alternaban el gobierno, para mediados del siglo XIX,
sucedieron dos revoluciones: la de Ayutla (1854-1855) que derribó al gobierno
de Santa Ana y lo relevó en la presidencia de la República: Ignacio Comonfor, en
cuyo gobierno se implementó la Ley Lerdo, con la finalidad de privatizar las
tierras de las corporaciones de la Iglesia y de las comunidades indígenas, así
como la promulgación de una nueva Constitución liberal que legalizaba las
disposiciones descritas. Esto produjo la contrarrevolución de los
conservadores, que mediante un golpe de Estado se apoderaron del gobierno, lo
que generó una guerra civil durante tres años (1857-1860) con los liberales y
dada la radicalización de la confrontación, dio como resultado la
nacionalización de los bienes de la Iglesia, principalmente, las tierras que una
vez lanzadas a la circulación mercantil (compra-venta) se convirtieron en
propiedad privada de los hacendados. En lo que respecta a la privatización de
las tierras comunales de los indígenas, se frenó temporalmente debido a las
continuas guerras civiles entre conservadores vs liberales y por la invasión
francesa (1832-1867). Una vez derrotada la intervención francesa, afloraron las
contradicciones en las filas del grupo liberal triunfante, situación que favoreció
el arribo al gobierno de Porfirio Díaz en 1877. El nuevo gobierno continuó con
la privatización de las tierras de las comunidades indígenas y de las tierras nacionales, medida que
prácticamente acabó con las tierras comunales de los indígenas, proceso que al
mismo tiempo los convirtió en trabajadores “libres” dispuestos a la venta de su
fuerza de trabajo a los nuevos propietarios.
Las reformas
liberales implementadas por los gobiernos liberales sobre en el período
porfirista (1877-1911), provocó una devastación social manifestada en la
existencia de una extrema desigualdad social, situación que influyó
decisivamente en el estallamiento violento de una nueva revolución de tinte
democrático burgués en 1910, cuya primera etapa concluyó en 1917 con la
promulgación de una nueva Constitución en la quedaron plasmados los derechos de
las clases trabajadoras participantes en la revolución: artículo 123 referente
a los derechos laborales de los trabajadores y el artículo 127, en que se
establecía el poder soberano de la nación para disponer de las tierras y sus
recursos para el desarrollo del país. Más que una constitución, se trató de un
programa de los gobiernos posrevolucionarios, particularmente, el de Cárdenas
(1934-1940) en cuyo período se repartieron alrededor de 20 millones de
hectáreas de tierras de los hacendados, reparto agrario que “barrio” con los
vestigios feudales –peonaje por deudas y tiendas de raya-, que conjuntamente
con la nacionalización del petróleo y los ferrocarriles sentaron las bases
socio-económicas para el desarrollo de la industria manufacturera capitalista.
Como todo modo de producción, el capitalismo resultó progresista respecto a su antecesor: el Feudalismo, en el sentido que representó la liberación económica y política que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas; pero, su carácter progresista concluyó con las reformas cardenistas implementadas durante el período: 1934-1940, destacando la reforma agraria que con el reparto de las haciendas precapitalistas, también desaparecieron los restos feudales que las acompañaban, como eran el peonaje por deudas y las tiendas de raya; que junto con la nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo, sentaron las bases para la industrialización del país. Después de 1940, la burguesía se fue haciendo cada vez más conservadora, de tal forma que para 1982 la oligarquía financiera que accedió al gobierno y al poder se transformó en una fracción elitista francamente contrarrevolucionaria, pues, con su política neoliberal a su favor, prácticamente desapareció las conquistas históricas populares logradas en la Revolución democrático-burguesa de 1910-1940.
Como todo modo de producción, el capitalismo resultó progresista respecto a su antecesor: el Feudalismo, en el sentido que representó la liberación económica y política que impedía el desarrollo de las fuerzas productivas; pero, su carácter progresista concluyó con las reformas cardenistas implementadas durante el período: 1934-1940, destacando la reforma agraria que con el reparto de las haciendas precapitalistas, también desaparecieron los restos feudales que las acompañaban, como eran el peonaje por deudas y las tiendas de raya; que junto con la nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo, sentaron las bases para la industrialización del país. Después de 1940, la burguesía se fue haciendo cada vez más conservadora, de tal forma que para 1982 la oligarquía financiera que accedió al gobierno y al poder se transformó en una fracción elitista francamente contrarrevolucionaria, pues, con su política neoliberal a su favor, prácticamente desapareció las conquistas históricas populares logradas en la Revolución democrático-burguesa de 1910-1940.
La política neoliberal implementada desde 1982, consistente en la privatización de las empresas estatales para favorecer el libre mercado, ha provocado una enorme desigualdad socio-económica, a tal grado que ha producido la
concentración del grueso de la riqueza en manos de una reducida élite
financiera (1%), contrastando con la mayoría de la población que se debate en
la pobreza.
La extrema
desigualdad socio-económica resultado de las políticas neoliberales, ha
provocado la irritación social de las masas trabajadoras, que inicialmente se
han manifestado en las urnas a favor de un gobierno progresista que implemente
políticas que erradiquen la enorme desigualdad social y fomente la construcción
de una sociedad más igualitaria.
El
saldo de las políticas neoliberales es una abismal desigualdad social y como es
parte “genética” del capitalismo, por consiguiente, para erradicar la pobreza,
se requiere una verdadera revolución que acabe con el sistema capitalista, que
es la causa de la devastación social, que a diferencia de las revoluciones de
naturaleza burguesa que le han antecedido, ahora la nueva revolución tendrá que
ser popular por su contenido y por su forma.
En síntesis, si la esencia del capitalismo en general y del capitalismo financiero en particular actual, es la "genética" explotadora, causa de la concentración del grueso de la riqueza en una minoría oligárquica (1%), que contrasta con la miseria en que se debate la mayoría de la población; por consiguiente, para acabar con la desigualdad socio-económica extrema, es necesario derrotar política y económicamente a esa minoría que decide el rumbo del país en beneficio de sus intereses.
En síntesis, si la esencia del capitalismo en general y del capitalismo financiero en particular actual, es la "genética" explotadora, causa de la concentración del grueso de la riqueza en una minoría oligárquica (1%), que contrasta con la miseria en que se debate la mayoría de la población; por consiguiente, para acabar con la desigualdad socio-económica extrema, es necesario derrotar política y económicamente a esa minoría que decide el rumbo del país en beneficio de sus intereses.
6. Bibliografía
Vásquez
Valentín. 2015. Origen del capitalismo en México. metodo2013.blogspot.mx
________________.
2017. De la revolución democrático-burguesa de 1910-1940 a la contrarrevolución neoliberal.
________________. 2015. Neoliberalismo en México: política del capital financiero. metodo2013.blogspot.mx
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